(Il Timone)- El obispo de Ratisbona, mons. Rudolf Voderholzer, habla con Il Timone: del «Camino sinodal» a su misión sacerdotal y episcopal y a la condición de la Iglesia alemana. Todo siguiendo las huellas de sus maestros: Benedicto XVI y el cardenal Gerhard Müller.
Excelencia, ha pasado poco más de un año de la apertura del «camino sinodal»: los trabajos están sufriendo cambios debido a la pandemia y, sin embargo, ya han surgido algunas consideraciones. Y con ellas, también algunas polémicas. En su opinión, ¿cuáles son los puntos del debate que ponen en evidencia las cuestiones más graves?
La pandemia ha comportado que no se hayan podido realizar las dos sesiones plenarias programadas en septiembre de 2020 y febrero de 2021, por lo que han sido sustituidas por una modalidad llamada hearing. En septiembre de 2020 se abordó el estado actual de las consultas internas de los Foros III («Las mujeres en los servicios y ministerios de la Iglesia») y IV («Vivir en un contexto de buenas relaciones»); las temáticas estaban cargadas emotivamente por los correspondientes testimonios. En febrero de 2021 el centro de la atención fue, especialmente, el borrador del Foro I («Poder y división de los poderes»). El hecho de que tres miembros de la comisión central de reelaboración de la Oficina de presidencia, víctimas de abusos sexuales, participen de ahora en adelante como huéspedes estables en el «Camino sinodal» puede interpretarse como un cambio de paradigma, y por eso se espera un gran componente emotivo. Mi preocupación de que se instrumentalicen los abusos sexuales para efectuar un cambio radical en aras de la «nueva construcción» de la Iglesia se ha visto confirmada por este hecho.
En el verano de 2019 elaboré, junto al cardenal Woelki de Colonia, un borrador que era una alternativa complementaria al de la secretaría de la Conferencia Episcopal alemana, en el que queríamos implementar los criterios recomendados por la carta del papa Francisco a la Iglesia alemana del 29 de junio de 2019: «primado de la evangelización», «consideración del sensus Ecclesiae» y «respeto de la unidad con toda la Iglesia». Sin embargo, la mayoría parecía ser de la opinión que solo se podrá poner en marcha la evangelización cuando el ministerio sacerdotal sea «depuesto», el celibato eliminado, se abra la ordenación (por lo menos, el diaconado) a las mujeres y se atenúe o liberalice la moral sexual.
Es extraño, sin embargo, que no se hayan tomado en cuenta las señales que nos llegan de las comunidades surgidas de la Reforma, en las que todas estas reformas «aparentes» han sido realizadas desde hace tiempo, sin que ello haya significado mínimamente una mayor vitalidad de la vida eclesial, más bien, todo lo contrario.
En una carta publicada el 2 de septiembre de 2020, en vista de las Asambleas regionales, usted se lamentaba de las imprecisiones formales y la inexactitud de los contenidos en los borradores de los textos de trabajo del Foro III sobre las mujeres y los ministerios. ¿Nos podría explicar mejor sus objeciones?
En la preparación de la conferencia regional de septiembre, me di cuenta de que alguien, más o menos por propia iniciativa, había incluido en el texto preparatorio del Foro III, al que pertenezco, la siguiente frase: «Jesús tiene discípulas y discípulos; no ordena a ninguna». Con ello se quería preparar la petición para la apertura del sacramento del orden a las mujeres. Critiqué esta afirmación, porque oculta la verdad según la cual los sacramentos pertenecen a la Iglesia después de la Resurrección, y hacen que esté presente presente, en el Espíritu Santo y en el mandato de Jesús, Él y su acción salvífica en la Iglesia.
Jesús tampoco bautiza; hace que le bauticen como incruenta anticipación de su muerte en la cruz y como acto de solidaridad con los pecadores. Jesús no celebra el domingo, sino el Shabbat. Y sin embargo su Resurrección, el primer día de la semana, tiene tal fuerza que provoca, desde el punto de vista histórico, en los cristianos de la época neotestamentaria el paso de la prioridad del Shabbat al primer día de la semana. Contemporáneamente, cuando se afirma que Jesús no ha ordenado a nadie, se calla el hecho de que Jesús constituyó a los Doce. La vocación y el envío de los doce Apóstoles es, históricamente, el punto de referencia del sacramento del orden.
El presidente de la Conferencia Episcopal alemana, así como los presidentes del Foro III, me confirmaron rápidamente que la inclusión de susodicha frase no solo era contraria a las reglas formales, sino también que carecía de todo espesor teológico. Se excusaron por contravenir lo que se había acordado, incidente que seguramente fue debido a las prisas. Lo peor es que, durante el proseguimiento del debate, los protagonistas incluyeron una nueva hermenéutica teológica.
A los habituales loci theologici de la Revelación, las Escrituras, la Tradición y el Magisterio se añadieron, al mismo nivel, los «signos de los tiempos» (haciendo referencia a Gaudium et Spes, 4) y el «sensus fidelium«. Basándose en un sensus fidei erigido en supuesta democracia, la Iglesia debería adecuarse en sus estructuras a un sistema social democrático, y el ministerio sacerdotal debería ser meramente funcional, transformado en un cargo electivo.
Usted ha sucedido, como obispo de Ratisbona, al cardenal Gerhard Müller, reconocido como un gran defensor de la ortodoxia católica. ¿Siente que ha heredado también este papel de defensor fidei?
Le debo mucho al cardenal Müller. Durante nueve años fui su asistente en la cátedra de dogmática en Múnich. Fue el director de mi tesis doctoral y el responsable de mi habilitación a la enseñanza. Incluso antes que su capacidad de defensa de la fe, le debo la penetración sistemática de la fe católica en su estructura trinitaria, en su fundamento cristológico y en su forma eclesiológica-sacramental. Aquellos a los que les han enseñado la novedad del cristianismo, la belleza de la fe y su coherencia interna percibirán mejor su cuestionamiento y también su abandono. Además, también es necesario el valor para resistir a la tentación de querer garantizar una relevancia social a la Iglesia, considerada intelectualmente minoritaria, sometiendo la fe a los principios de la mentalidad posmoderna. Del cardenal Müller aprecio sobre todo el hecho de que también consigue desenmascarar esa intolerancia «dogmática» de muchos críticos de la religión.
Su lema episcopal es Christus in vobis, spes gloriae [Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria], un versículo sacado de la carta de san Pablo a los Colosenses, que explica la misión de llevar a Cristo a la gente, «alegre en mis sufrimientos» soportados por los hermanos, para completar en su propia carne «lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia». ¿Cómo lo vive actualmente, en una Alemania que se encuentra entre los impulsos hacia adelante en el campo teológico y una secularización cada vez más evidente?
La palabra de la carta a los Colosenses (1,27) fue la frase de mi ordenación sacerdotal en 1987. La sentí mía en un viaje que hice siguiendo las huellas de san Pablo durante mis estudios teológicos. Durante un trayectos en autocar desde Éfeso hacia el interior del país, leí y medité esta carta, cuyos destinatarios vivieron más o menos en esa zona. Para mí es importante: la primera palabra de mi anuncio debe ser Cristo. Él es la Revelación de Dios en persona. Ser Cristo se basa en la relación corazón a corazón con Él. En Él y en su misterio se funda, como dice Henri de Lubac, todo el dogma. Arraigado en Él, Pablo pudo soportar todo tipo de oposición.
Han pasado casi quince años desde la lectio magistralis del entonces papa Benedicto XVI en Ratisbona. Una intervención cuyo objetivo era demostrar la inseparable unión entre fe y razón, con la propuesta del concepto de «razón ampliada» contrapuesto al de «razón restringida». Entonces se criticó mucho al Papa, también desde el mundo islámico, pero esto demostró que, en el fondo, se le había escuchado. ¿Cómo se acogería en la actual sociedad alemana una lectio como esa?
En una ocasión, Benedicto XVI habló incluso de la necesidad de «desencadenar» (es decir, quitar las cadenas) a la razón a través de la fe. Ya en la encíclica Fides et Ratio de 1998 se dicen cosas muy importantes al respecto. Actualmente observo una curiosa tensión: por una parte, incluso un desprecio de la razón, que va de una desconfianza hacia la ratio a una dispersión de la misma, llegando a considerar verdad lo que es irracional. Signos característicos de ello son una vuelta a la paganización de la esfera religiosa con el esoterismo y otras variantes. Pienso a menudo en las palabras de Chesterton: «Cuando los hombres ya no creen en Dios, no es verdad que no creen en nada: creen en todo». Por otra parte, tenemos la reducción de la razón a su dimensión puramente instrumental y técnica, a la que se prohíbe toda apertura a la metafísica o a lo divino.
El mensaje de Benedicto XVI es más actual que nunca: «La fe sin la razón se transforma en fanatismo. La razón sin la fe es ciega». En el centro de la fe cristiana está el mensaje de la Encarnación del Logos divino, que une contenido racional y amor. Nosotros, en Ratisbona, a través del Instituto papa Benedicto XVI, damos nuestra contribución a la edición de sus obras teológicas, para que su palabra pueda seguir oyéndose hoy y mañana.
Publicado por Giulia Tanei en Il Timone.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
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Saben perfectamente que la Deforma luterana está totalmente colapsada, porque se basan en una irracionalidad ilogica que Dios no bendice porque la condena: la sola fe sin las obras; obra como quieras y te salvarás si tienes fe, peca a fondo porque si crees te salvas. En eso se resume su fe y moral. Vaya pajarracos…