Coherencia católica, integridad católica

Foto: CELAM
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(First Things)- En 2007, los obispos de América Latina y el Caribe clausuraron su quinta conferencia general con un informe final, conocido por el nombre de la ciudad brasileña en la que se reunieron: el «Documento de Aparecida». Entre sus principales autores se encontraba el cardenal Jorge Mario Bergoglio, S.J., entonces arzobispo de Buenos Aires. Gracias a los esfuerzos del futuro papa y otros, el Documento de Aparecida sigue siendo una descripción ejemplar de lo que significa ser la Iglesia de la Nueva Evangelización, y no solo en América Latina. El párrafo 436 del Documento de Aparecida es de particular interés para Estados Unidos actualmente: «Esperamos que los legisladores, gobernantes y profesionales de la salud, conscientes de la dignidad de la vida humana y del arraigo de la familia en nuestros pueblos, la defiendan y protejan de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia; ésta es su responsabilidad. […] Debemos atenernos a la «coherencia eucarística», es decir, ser conscientes de que no pueden recibir la sagrada comunión y al mismo tiempo actuar con hechos o palabras contra los mandamientos, en particular cuando se propician el aborto, la eutanasia y otros delitos graves contra la vida y la familia».

Esta inequívoca enseñanza de los obispos de América Latina no fue -y no debe ser- una sorpresa. Tres años antes, en 2004, el cardenal Joseph Ratzinger había enviado una carta a los obispos de Estados Unidos citando y reafirmando la declaración de 2002 del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos que abordaba la cuestión de la coherencia eucarística haciendo una referencia específica a los políticos católicos: «En cuanto al grave pecado del aborto o la eutanasia, cuando la cooperación formal de una persona es evidente (entendida, en el caso de un político católico, como su campaña persistente y su voto a favor de leyes permisivas sobre el aborto y la eutanasia), su párroco debe reunirse con él, instruirle sobre la enseñanza de la Iglesia e informarle de que no debe presentarse a la sagrada comunión hasta que ponga fin a la situación objetiva de pecado, advirtiéndole que, de lo contrario, se le negará la Eucaristía. Cuando «estas medidas cautelares no tienen el efecto deseado o no han sido posibles [por circunstancias]», y la persona en cuestión, con obstinada persistencia, se sigue presentando para recibir la sagrada Eucaristía, «el ministro de la sagrada Comunión debe negarse a distribuirla» […]. Esta decisión, propiamente dicha, no es una sanción ni una pena. El ministro de la Santa Comunión tampoco juzga la culpa subjetiva de la persona, sino que reacciona ante la falta de mérito por parte de la persona para recibir la Santa Comunión debido a una situación objetiva de pecado».

También en 2002 la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió una «Nota doctrinal sobre algunas cuestiones concernientes a la participación de los católicos en la vida política» (firmada por el cardenal Ratzinger y publicada por orden del papa Juan Pablo II), que complementaba la comprensión antigua y afirmada de la «coherencia eucarística», con un llamamiento a los políticos católicos a ser «moralmente coherentes»: «Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia. […] Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida ‘espiritual’, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida ‘secular’, esto es, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura»».

Como demuestran el Documento de Aparecida y la Nota Doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la preocupación por la coherencia eucarística de la Iglesia en situaciones en las que los políticos católicos facilitan graves males pero insisten en recibir la Santa Comunión no es la obsesión personal de ciertos obispos estadounidenses; es la preocupación de la Iglesia universal, porque implica la integridad de las fuentes sacramentales de la vida de la Iglesia. Aparecida y la Congregación para la Doctrina de la Fe subrayan que los obispos que mantienen la integridad y la coherencia eucarística de la Iglesia no actúan de manera política o punitiva; esos obispos están llamando a toda la Iglesia a una conversión más profunda, al tiempo que expresan una preocupación apropiada, incluso necesaria, por el bienestar espiritual y la coherencia moral de los que están bajo su cuidado pastoral. Tanto Aparecida como la Congregación para la Doctrina de la Fe subrayan que la gravedad moral de los problemas de la vida es distintiva, de tal modo que apelar a las posiciones de los políticos católicos sobre otros asuntos controvertidos de política pública (por ejemplo, el cambio climático, la política de inmigración) es injustificado.

Los católicos serios -políticos y ciudadanos comunes- entenderán estas cosas y se comportarán en consecuencia en los meses difíciles que se avecinan.

Publicado por George Weigel en First Things.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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