Hoy se cumplen 250 años del nacimiento de una de las figuras más aclamadas en la historia de la música, Ludwig van Beethoven. El 16 de diciembre de 1770 nacía en Bonn, perteneciente a la archidiócesis de Colonia, el músico que iba a revolucionar la música tal y como se conocía.
Por este motivo, nos gustaría compartir con ustedes las palabras que el Papa Benedicto -conocido amante de la música- le dedicó a Beethoven, en concreto a su novena sinfonía. Hay que añadir, sin embargo, que a la hora de elegir, el Pontífice emérito muestra más aprecio a la música de Mozart que a la del genio de Bonn.
Fue en el legendario Teatro de la Scala de Milán, el viernes 1 de junio de 2012, durante una visita pastoral a la archidiócesis de Milán, cuando el Papa Benedicto XVI se pronunció acerca del compositor alemán.
“Para mí es un honor estar aquí con todos vosotros y haber vivido, con este espléndido concierto, un momento de elevación del espíritu. Doy las gracias al alcalde, abogado Giuliano Pisapia; al director artístico, doctor Stéphane Lissner, también por haber introducido esta velada; y sobre todo a la orquesta y al coro del teatro en la Scala, a los cuatro solistas y al maestro Daniel Barenboim por la intensa y emotiva interpretación de una de las obras maestras en absoluto de la historia de la música. La gestación de la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven fue larga y compleja, pero desde los célebres primeros dieciséis compases del primer movimiento, se crea un clima de espera de algo grandioso y la espera no queda defraudada.
Beethoven, aun siguiendo sustancialmente las formas y el lenguaje tradicional de la Sinfonía clásica, hace percibir algo nuevo ya desde la amplitud sin precedentes de todos los movimientos de la obra, que se confirma con la parte final introducida por una terrible disonancia, en la que se halla el recitado con las famosas palabras «¡Oh amigos, no estos tonos; entonemos otros más atractivos y alegres!», palabras que, en cierto sentido, «pasan página» e introducen el tema principal del Himno a la alegría. Es una visión ideal de humanidad que Beethoven dibuja con su música: «La alegría activa en la fraternidad y en el amor recíproco, bajo la mirada paterna de Dios» (Luigi Della Croce). No es una alegría propiamente cristiana la que Beethoven canta, pero es la alegría de la convivencia fraterna de los pueblos, de la victoria sobre el egoísmo, y es el deseo de que el camino de la humanidad esté marcado por el amor, como una invitación que dirige a todos más allá de cualquier barrera y convicción.
Sobre este concierto, que debía ser una fiesta jubilosa con ocasión de este encuentro de personas provenientes de casi todas las naciones del mundo, se cierne la sombra del seísmo que ha producido gran sufrimiento a numerosos habitantes de nuestro país. Las palabras tomadas del Himno a la alegría de Schiller suenan como vacías para nosotros, más aún, no parecen verdaderas. De hecho, no experimentamos las chispas divinas del Elisio. No estamos ebrios de fuego, sino más bien paralizados por el dolor ante una destrucción tan grande e incomprensible que ha costado vidas humanas, que ha dejado a muchos sin casa y sin hogar. Incluso nos parece discutible la hipótesis de que sobre el cielo estrellado debe de habitar un buen padre. ¿El buen padre está sólo sobre el cielo estrellado? ¿Su bondad no llega hasta nosotros? Nosotros buscamos un Dios que no truena a lo lejos, sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento.
En esta hora quisiéramos referir las palabras de Beethoven, «Amigos, no estos tonos…», precisamente a las de Schiller. No estos tonos. No necesitamos un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no compromete. Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante. Después de este concierto muchos irán a la adoración eucarística, al Dios que se ha metido en nuestros sufrimientos y sigue haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor. Precisamente a eso nos sentimos llamados por este concierto”.
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Pepito, falacia esclavista: señores antiesclavistas, les recuerdo que comprar o vender esclavos es voluntario, si ustedes no quieren, no lo hagan. Pero respeten a los dueños de las plantaciones, que han de poder elegir lo que estimen oportuno con sus «objetos».
Te recuerdo que no es una decisión legítima matar a un inocente, como no es una decisión legítima esclavizar a otra persona.
Estimado lector sacerdote católico, no he alabado los escarceos del compositor de Bonn con las logias, me he limitado a defender que su vida, como cualquier otra, era digna de ser vivida.
Un saludo. Que Dios le bendiga.
Apreciado Hidaspes, gracias por su atento comentario. Cuando he escrito lo que he manifestado, no pretendía contestarle a usted, sinó simplemente aportar un matiz que me parece interesante sobre la figura de Beethoven. Y aprovecho para decir que comparto completamente sus dos comentarios que me han parecido muy acertados y bien expresados.
No podemos comprar el discurso progre dominante. Beethoven era católico. Obviamente no un católico profundamente devoto, ni uno muy practicante o uno especialmente ortodoxo. Pero eso también iba con su personalidad, más introvertida y con sus habituales ataques de ira.
Y bien es cierto que durante una época de su vida abrazo ideas ilustradas y de la revolución francesa. Sin embargo, lo que realmente fue Beethoven fue humanista. Las cartas de Beethoven dan testimonio de su fuerte creencia en Dios y en su lecho de muerte pidió recibir la extrema unción. Asimismo compuso su Missa solemnis que según los entendidos es una de sus cumbres musicales. Con respecto a la Heróica si bien es cierto que la compuso pensando en Napoleón ya antes de su estreno cambió de opinión cuando el francés se coronó Emperador y comenzó a invadir toda Europa. Su ópera Fidelio era una representación de la derrota de Napoleón y la liberación de Europa. Y también dedicó obras a generales austríacos y sus victorias.
No era masón. Quién era masón fue Mozart. Pero no un masón como lo que hoy día entendemos. Perteneció a la masonería inicial que estaba asociada al catolicismo. Compusó obras para rituales masónicos pero siguió siendo un devoto católico. Pero también con su personalidad y sus diferentes épocas.
Lo que debemos hacer es atacar a progres e izquierdistas sintiéndonos orgullosos de que los más importantes genios de la música eran profundamente religiosos: Bach (luterano aunque compuso la «Gran Misa católica» considerada por algunos expertos como la cima de la música clásica), Beethoven y Mozart (ya mencionados), Haydn (francmasón pero un devoto católico que siempre tenía un Rosario a mano, que comenzaba cada manuscrito con «in nomine Domini» y lo finalizaba con «Laus Deo»), Vivaldi (sacerdote católico), Schubert (católico), Bruckner (devoto católico y organista de Monasterio), Liszt (devoto católico) y hasta Wagner que no era ni católico ni protestante pero si creía firmemente en Dios.