Francisco: «¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?»

Vatican Media
|

«En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios».

El Papa Francisco ha presidido, en la Basílica de San Pedro, la solemnidad de san Pedro y san Pablo. En el templo, un puñado de fieles y 10 cardenales, debido a las medidas vigentes provocadas por el coronavirus.

El Papa ha bendecido los palios de los arzobispo nombrados este año y ha visitado la tumba de san Pedro, situada debajo del altar de la basílica vaticana.

Les ofrecemos la homilía del Santo Padre, publicada en español por Aciprensa:

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad. Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y Pablo no se avergonzó de relatarlo en una carta (cf. Ga 2,11ss.). Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos, nos dice en las diferencias.

La primera lectura de hoy nos lleva a la fuente de esta unidad. Nos dice que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta, el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia vida. Sin embargo, en este trágico momento nadie escapó, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los demás, sino que todos rezaban juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que «mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

Constatamos algo más: en esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Esos cristianos no culpaban a los demás, sino que oraban.

En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios. Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros?”. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?

Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan. Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros. San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). Es una tarea que el Señor nos confía. ¿Lo hacemos, o sólo hablamos?

Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Hoy se bendicen los palios, que se entregan al Decano del Colegio cardenalicio y a los Arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás. Hoy, además, siguiendo una hermosa tradición, nos unimos de manera especial al Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Pedro y Andrés eran hermanos y nosotros, cuando es posible, intercambiamos visitas fraternas en los respectivos días festivos: no tanto por amabilidad, sino para caminar juntos hacia la meta que el Señor nos indica: la unidad plena.

La segunda palabra, profecía. Nuestros apóstoles fueron provocados por Jesús. Pedro oyó que le preguntaba: “¿Quién dices que soy yo?” (cf. Mt 16,15). En ese momento entendió que al Señor no le interesan las opiniones generales, sino la elección personal de seguirlo. También la vida de Pablo cambió después de una provocación de Jesús: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). El Señor lo sacudió en su interior; más que hacerlo caer al suelo en el camino hacia Damasco, hizo caer su presunción de hombre religioso y recto. Entonces el orgulloso Saúl se convirtió en Pablo, que significa “pequeño”. Después de estas provocaciones, de estos reveses de la vida, vienen las profecías: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18); y a Pablo: «Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a pueblos» (Hch 9,15). Por lo tanto, la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta. Y aquí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); Pablo anticipa el final de su vida: «Me está reservada la corona de la justicia, que el Señor […] me dará» (2 Tm 4,8).

Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No se necesitan manifestaciones milagrosas, sino vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las declamaciones, sino el servicio; no la teoría, sino el testimonio.

No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados.

Pedro ―antes de ser colocado en la cruz― no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo ―antes de ser decapitado― sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser «derramado en libación» (2 Tm 4,6). Esto es profecía. Y cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: «una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre» (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: “¿Quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”. Dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, lo quiero!”.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
13 comentarios en “Francisco: «¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?»
  1. Yo: “¿Qué pasaría si rezáramos más y nos dejáramos los apoyos a la masónica Agenda 2030 de la ONU ?”
    Yo: “¿Qué pasaría si rezáramos más y nos dejáramos la pachamama ?”
    Yo: “¿Qué pasaría si rezáramos más y nos dejáramos los contubernios en la banca vaticana ?”
    Yo: “¿Qué pasaría si rezáramos más y nos dejáramos de ir contra contra obispos fieles a la doctria católica ?”

  2. En esta diócesis del Norte en la que habito la pregunta sería: ¿Qué pasaría si rezáramos más, trabajaremos más y banqueteáramos episcopalmente menos, y presumiéramos menos? ¿Qué pasaría eh?

    1. Les quitas los banquetes institucionales y los desayunos Club Siglo XXI –pero solidario, ¿eh? Aquí sólo comilonas solidarias–, y es como dejarlos desnudos…

  3. Hermano, tus constantes comentarios contra el papa no te hacen un mejor catolico. Todo lo contrario… Te arriesgas a ser un antipapa, recuerda que los cristianos debemos decir cosas constructivas y tus comentarios antipapales no parecen ser edifican tes para el cuerpo de Cristo.

    ¿No es suficiente que los protestantes ataquen a nuestra Iglesia? ¿Por qué te alineas con ellos?

    Qué conste, rechazar al papa y a cualquier otro obispo es rechazar a Cristo: «Quien a ustedes los escucha, a mi me escucha, quien a ustedes los rechaza, a mi me rechaza y quien me rechaza a mi, rechaza a quien me envió.

    Santa Catalina de Siena defendió al autentico papa contra el antipapa en el cisma occidental (siglo XIV) . El papa que ella defendía no era perfecto, sin embargo, era el papa. Espero que te sirva de ejemplo, bendiciones.

  4. Si reparamos más y murmuraramos menos,estaríamos mucho más cerca de lo que Dios espera de nosotros:que le amemos a El,y al prójimo como a nosotros mismos,por tanto,estaríamos cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios,viviríamos según el Evangelio.

    1. Susanaa, yo he estado callado 50 años, cumpliendo obedientemente las normas de la iglesia y tragándome todos los sapos del mundo, hasta el mes de febrero que entré por aquí por casualidad. Y creo que ha llegado la hora de defender a nuestra iglesia en el momento mas triste de su existencia, cueste lo que cueste, lo que nos pide el Santo Padre ya no es posible, se ha abierto un abismo entre la falsa iglesia modernista y el pueblo cristiano ante el que no valen las componendas. Hay que dar un golpe de timón en el sentido de la tradición secular de la iglesia, y mantenernos firmes ante los embates del mundo, que piensa que ahora es el momento de vencernos. No sé ni lo conseguirán, pero luchar vamos a luchar. Saludos cordiales,

      1. EP,si es con la oración,y el ayuno,y el corazón bien dispuesto,para que se haga la voluntad de Dios,porque el combate es espiritual.No olvidemos quién es el enemigo.

        1. Tenemos claro quién es el enemigo y sus dictados. Y le plantaremos combate, Susana, aunque no te guste.
          No al pacto educativo que lleva en su génesis la agenda 2030.
          No al ecumenismo pachamámico.
          No al apoyo a la Open Arms de Soros.
          No al plan satánico globalista mundial.
          Cada quién decida de qué lado estar. No hay término medio.
          Decir la verdad no es criticar, ni juzgar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles