«No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida».
El Papa Francisco celebró ayer la misa en el día del Corpus Christi y lo hizo con un puñado de fieles, en la Basílica de San Pedro, con medidas de prevención e higiene debido al coronavirus.
Les ofrecemos la homilía del Santo Padre, publicada en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer» (Dt 8,2). Recuerda: la Palabra de Dios comienza hoy con esa invitación de Moisés. Un poco más adelante, Moisés insiste: “No te olvides del Señor, tu Dios” (cf. v. 14). La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es acordarnos de esto cuando rezamos! Como nos enseña un salmo, que dice: «Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos» (77,12). También las maravillas y prodigios que el Señor ha hecho en nuestras vidas.
Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Sin memoria nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo. La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a los demás. Por eso, en la Biblia el recuerdo del Señor se transmite de generación en generación, hay que contarlo de padres a hijos, como dice un hermoso pasaje: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos mandatos […] que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos […] ―toda la historia de la esclavitud― y el Señor hizo signos y prodigios grandes […] ante nuestros ojos» (Dt 6,20-22). Tú le darás la memoria a tu hijo.
Pero hay un problema, ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos se interrumpe? Y luego, ¿cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin haberlo experimentado? Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”. Es por eso que Jesús nos pidió: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced esto en memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, como familia, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida.
Ante todo, cura nuestra memoria huérfana. Vivimos en una época de gran orfandad. Cura la memoria huérfana. Muchos tienen la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón. Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo, Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas. Nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas.
Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que aparece muchas veces en nuestro corazón. El Señor sana esta memoria negativa que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad. Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida.
Además, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada. Las heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio, pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos controlar las situaciones. Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una Hostia. Esto hace Jesús, que es Pan partido para romper las corazas de nuestro egoísmo. Esto hace Jesús, que se da a sí mismo para indicarnos que sólo abriéndonos nos liberamos de los bloqueos interiores, de la parálisis del corazón. El Señor, que se nos ofrece en la sencillez del pan, nos invita también a no malgastar nuestras vidas buscando mil cosas inútiles que crean dependencia y dejan vacío nuestro interior. La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca nuestro!
Queridos hermanos y hermanas: Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, ―recordemos: sanar la memoria; la memoria es la memoria del corazón―, este memorial es la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.
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Dice que el Señor «ve lo bueno que somos» y añade «El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad.» En una época relativista como la actual, donde hasta muchos comulgan en situación irregular y en pecado, convendría matizar que nuestra naturaleza está corrompida por el pecado original. Tenemos una naturaleza pecadora. Y el Señor ve nuestro pecado. Si nos permite participar en la Eucaristía es por su generosidad, pues somos indignos de tan gran don. Y no debemos acercarnos a comulgar si no estamos en gracia.
También conviene recordar, como decía el Evangelio de ayer, la necesidad de la Eucaristía para la Salvación.
La Eucaristía,no es un premio,para los buenos,sino el alimento para los débiles,para que puedan recorrer,el camino,que lleva a la salvación.Jesus Camino,Verdad y Vida.
Llevábamos mucho tiempo sin la de cal.
Habrá que prepararse para la de arena…
Debo reconocer que me ha sorprendido gratamente, incluso muy gratamente, esta homilía, en la que parece reconocer la divinidad de Jesucristo y su presencia real en cuerpo, sangre, alma y divinidad : » Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios. «
Lo que sí me parece, no ya matizable, sino corregible, es la calificación de la eucaristía como sanación, cuando esa finalidad la cumple el sacramento del perdón y la penitencia. La eucaristía es alimento del alma, de un alma sana, que precisa, que precisamos, alimento, a ser posible diario.
Bueno Belzunegui,no te Azores por el mañana,disfruta hoy de tu comunión con la Iglesia y con el Papa,el hoy es lo que cuenta, el mañana traerá otras alegrías y , o preocupaciones.
Todos los días predica para públicos muy diversos. No puede predicar solo para los convencidos. Si no … a quien va a atraer?
Pero el reconocimiento, le honra, Belzunegui.
Esta homilía contiene alguna afirmación que debería matizarse. El diccionario de la RAE define identidad como «Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los catacterizan frente a los demás». Si yo soy español y diabético, estas características son parte de mi identidad. Cuando Francisco dice que «los pecados no son nuestra identidad» es impreciso, pues el pecado es uno de los rasgos de nuestra identidad. Por eso decimos que somos pecadores.
Si pero no es determinante,es decir: un corazón contrito y humillado, Tú no lo desprecias.
No es verdad,yo lo he visto arrodillado,pero últimamente,no tiene las piernas muy bien,anda con bastante dificultad,no nos olvidemos,que es un hombre de edad.
¿ Quizás esa homilía se la preparó algún católico, tipo Sarah, que todavía debe quedar por el Vaticano, y no le dió tiempo a revisarla ?
Porque pensar siempre mal?
Pero es suficiente que cada tanto diga algo católico. Esa es su misión , y demuestra su legítimidad de esta forma.
He leído muchos artículos de esta página, y siempre he revisado la sección de comentarios. Las mismas personas son las que siempre comentan, y me llama bastante la atención la perspectiva tan negativa que tienen del Santo Padre. Es una vergüenza que crean que son católicos. Veo más protestantes que católicos!. Es lícito estar en desacuerdo con algunas cosas del papa, pero buscarle la quinta pata al gato para criticarle hasta en esta homilía es el colmo. Hermano, por favor. ¿Donde arde el fuego de la caridad en sus corazones por la Iglesia?. ¿De qué les sirve criticar tanto al papa?. Es innecesario que critiquen tanto, cuando ven que a nadie construye. Por favor, cesen de criticar tanto al papa e incluso de decir que es incapaz de una homilía como esta. El desprecio a nuestros ministros es el desprecio a Cristo. «Quién a ustedes los rechaza, a mi me rechaza» Lc 10, 16. Sean mansos al expresarse, como conviene a los Hijos de Dios.
Carlos. Se equivoca. No tenemos una perspectiva negativa. Tenemos una perspectiva real de lo que pasa en el Vaticano.
La adoración a la pachamama, decir que la Virgen no nació santa, ponernos cerco a los que queremos comulgar en la boca (que por otro lado también comulgan por la boca los que cogen a Jesús con sus manos), el pacto satánico de Abu Dhabi, el pacto satánico de la agenda de educación que se iba a firmar en el Vaticano, Dios no lo quiso, el 14 de mayo. Tampoco quiso que se firmara la económica. La invitación a Katty Perry (quién no sepa quién es esa joya, es hora de que lo sepa) a dar charlas de meditación transcendental
No voy a seguir Carlos. Quien no ve es porque no quiere.
Si por negarme a todas esas modernidades resulta que soy yo la que no soy católica, pues me juzgue Dios.