«Sería extremadamente peligroso, incluso a breve plazo, acostumbrar a los fieles a las misas online»

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(Le salon beige)- Carta abierta a mi obispo y a todos los obispos de Francia: Edouard Husson es profesor de Historia Moderna en la Universidad de Cergy (París) y en el ISSEP, Lyon. También es director ejecutivo de la Fundación Robert de Sorbon dedicada a la cultura y lengua francesa.

Excelencia:

Como resultado de las decisiones tomadas por la Conferencia Episcopal francesa y cada obispo en su diócesis, millones de franceses han sido privados del acceso a la misa y a la comunión en este tiempo de pandemia. Estas decisiones, presentadas como inevitables, ¿son buenas para la Iglesia, los católicos y todos los habitantes del país? Suponiendo que sean realmente necesarias, ¿adónde nos llevan? ¿Cómo podemos salir de este impasse?

Nada justifica renunciar a un acceso regular a las iglesias

Dejemos de lado el tema de la obediencia a las autoridades públicas. Tuvimos ocasión de ver dudar a nuestras autoridades públicas sobre muchas de las modalidades de confinamiento, y ustedes tuvieron la ocasión de influenciarlas en la dirección del bien para la Iglesia y la sociedad francesa. ¿Cómo es posible que cuando rellenamos nuestro «certificado para desplazamientos obligatorios» [durante el confinamiento, Francia exige que sus ciudadanos, en caso de tener que salir de sus casas, lleven un documento justificando la salida, ndt], no haya un recuadro que podamos marcar cuando tengamos que ir a nuestra parroquia? A la gente se le permite salir para comprar alimentos. Dado que el hombre no vive «de solo pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», es evidente que, en una sociedad en la que la muerte puede surgir inesperada y prematuramente, el cuidado de las almas debería ser fundamental. Por consiguiente, permítannos que les preguntemos: ¿por qué no han luchado para proteger el acceso a la misa de los fieles?

Con motivo del contagio, se objeta que no se puede admitir a los fieles a la misa debido al peligro que supone reunir a gente en una iglesia. Pero la solución es obvia: garantizar el número suficiente de misas para que, al final, en cada una haya sólo un número muy reducido de fieles. Además, el 13 de marzo, los obispos de Ile-de-France, en una primera declaración, anunciaron que las misas durante la semana continuarían dado que, respecto a la misa dominical, el número de fieles que participan en ellas es inferior. Antes del confinamiento, fui a una misa en Alemania que había sido muy bien organizada para responder al desafío del momento sin privar a los fieles de lo esencial. Una de cada dos sillas había sido eliminada para respetar las normativas del distanciamiento social. La comunión fue administrada sólo por los sacerdotes que, previamente, se habían desinfectados las manos. Por lo tanto, es posible. Nada justifica el abandono del plan inicial, que era el de celebrar más misas.

¿La misa online? ¡Cristo no se encarnó virtualmente!

Ciertamente, los sacerdotes de nuestras parroquias siguen celebrando la misa «por la gloria de Dios y la salvación del mundo». Los fieles pueden unirse a la oración de la Iglesia universal y pedir la gracia de la comunión espiritual. Los medios modernos sirven también para difundir las misas por vídeo. ¡Este es el corazón del asunto! Sintámonos agradecidos por el esfuerzo que la Iglesia está haciendo para que, gracias a las nuevas tecnologías, no perdamos este vínculo con la misa. Sin embargo, todo esto sigue siendo radicalmente insuficiente y, por lo tanto, sólo puede ser algo temporal. ¡La Encarnación del Hijo no es una encarnación virtual! Es una encarnación real: tres veces al día, cuando tañen las campanas para el Ángelus, nos dirigimos hacia el tabernáculo de nuestras iglesias y repetimos: «¡El Verbo se hizo carne!». Sería extremadamente peligroso, incluso a breve plazo, acostumbrar a los fieles a las misas online. Podría desembocar en el deseo de una especie de «desencarnación» de Cristo. En una sociedad en la que la gente se sumerge voluntariamente en universos virtuales paralelos, es fundamental recordar que el cristianismo es un realismo, el realismo integral, que se dirige a cada uno de nosotros. Debemos ser conscientes, además, de que los medios de difusión de la misa online no llegarán a los más pobres, a todos aquellos que están en el lado equivocado de la «brecha digital».

La misa no es un servicio religioso como otro. Tiene una especificidad. No es sólo una oración que reúne a una asamblea de fieles. No es sólo compartir la Palabra de Dios. No es sólo la conmemoración de la Última Cena. El don increíble que usted ha recibido de la cadena de la sucesión apostólica y que transmite a todos lo que ordena, es hacer que Cristo, en cada misa, venga realmente bajo las especies del pan y el vino. Cristo está verdaderamente allí. Es la fe de nuestros padres y tenemos el deber de transmitirla a nuestros hijos: no sólo Jesús ha resucitado, sino que tengo la posibilidad de recibirlo en persona, de comulgar con su cuerpo. Él está verdaderamente allí, cada vez que todos los que son «sacerdotes según el orden de Melquisedec» consagran el pan y el vino.

Sí, en estas semanas de Cuaresma rezaremos, diremos el rosario con el papa y toda la Iglesia. Sí, nos uniremos a distancia a las misas para llevar con usted la ofrenda eucarística. Pero esto, Excelencia, no nos basta. Somos pobres criaturas de carne que sólo pueden ser salvadas porque Cristo es la Palabra hecha carne. Queremos ver a Jesús «vivo». Queremos, como la mujer que sufre en el Evangelio, tocar el borde de su túnica. Queremos comulgar con su cuerpo.

¡Somos como el ciego de Jericó!

Detengámonos un momento en el hermoso episodio del encuentro entre Bartimeo y Jesus a la salida de Jericó tal como nos lo relata el Evangelio de Marcos (10, 46-52). Este ciego, «al oír que era Jesús Nazareno» empezó a «gritar «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí»». El evangelista dice: «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí»». Y Jesús se detuvo y dijo: «»Llamadlo»». Y ellos llamaron al ciego y le dijeron: «»Ánimo, levántate, que te llama»». El evangelista continúa: «Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús». Y, dirigiéndose a él, Jesús dijo: «»¿Qué quieres que te haga?»». El ciego le respondió: «»Rabbuní, que recobre la vista»». Y Jesús le respondió: «»Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». E inmediatamente recobró la vista y le siguió. Esta historia no se puede reproducir en vídeo: tiene lugar al comienzo de cada misa para cada uno de nosotros, cuando entramos en una iglesia donde ninguna muchedumbre, ni ningún individuo malintencionado puede negarnos el acceso a Jesús; y donde, como Bartimeo, rechazamos el manto del pecado y gritamos a Jesús: «Señor, ten compasión de mí». Y cuando ustedes, los sacerdotes, nos restituyen un «corazón puro» que nos permite ver a Dios, dándonos la absolución inicial, podemos entonces seguir a Jesús por el camino concreto de la misa, que lleva a la Última Cena y al Gólgota en el momento de la consagración. El evangelio tendría mucho menos efecto en nuestras vidas si no estuviera encarnado, en cada misa, en la liturgia.

Un país que está en medio de una pandemia necesita el médico supremo más que nunca. Cristo nunca nos ha pedido que renunciemos a la razón y la prudencia. Al contrario, ha liberado todas las facultades humanas «de la doble esclavitud de la ignorancia y el pecado» (Santo Tomás de Aquino). Es natural que a los fieles se les exijan precauciones. Es normal que a los ancianos se les aconseje que no corran riesgos inútiles. Pero si la fe ayuda a la razón a ampliarse, ella no pierde sus derechos. Dado que tenemos la certeza, recibida de los Apóstoles y cuidadosamente transmitida de generación en generación y renovada cada día en la misa, de que Cristo está verdaderamente entre nosotros, ¿a qué le tenemos miedo cuándo vamos a su encuentro? ¿Acaso no es el gran sanador?

No podemos imaginarnos no celebrar el Domingo de Ramos, el Viernes Santo o la Vigilia Pascual. Ustedes no pueden renunciar y aceptar una pantalla entre Cristo y nosotros. Si ustedes no oyen la espera y la necesidad imperiosa de millones de fieles, entonces ¡serán las piedras de nuestras iglesias las que se pondrán a gritar!

Esta situación también plantea de manera muy evidente el problema de la existencia misma de la Iglesia en nuestro país y el testimonio que debe dar. ¿No hemos cedido demasiado fácilmente? ¿No hemos renunciado a dar el único testimonio que vale hoy en día: «Sí, verdaderamente es Él»? Las misas sin fieles pronto llevarán a un país sin misas. ¡La comunión de los fieles es la primera evangelización! Ciertamente, ustedes siguen celebrando la misa, y sabemos que Cristo viene. Pero, ¿pueden ustedes retenerla sólo para ustedes? ¡Desde luego, sería una paradoja si, medio siglo después del Vaticano II, los clérigos se repliegan sobre sí mismos! ¡Y sería una paradoja aún mayor si todos nosotros, sacerdotes y fieles, dejáramos de anunciar a Cristo al mundo! Sería terrible, en estos días de pandemia, consolar a nuestros hermanos y hermanas enfermos, creyentes o no creyentes, sólo con buenas palabras o consejos espirituales y no hacerlo con Cristo mismo, presente en medio del mundo y vivo en nosotros.

¿Qué tenemos que decir a una sociedad desorientada?

La tarde del martes 17 de marzo, el primer ministro francés presentó una serie de propuestas terribles no sólo para los cristianos, sino también para un humanista. Dijo que, en este tiempo de confinamiento, ni siquiera debemos ir a los funerales, incluso si el funeral es de un ser querido. Cuidar de los propios muertos es la base de la humanidad. Que vayamos a la iglesia, al cementerio o al crematorio, la cuestión de la prudencia sanitaria es la misma. Lo que nos ha dicho el primer ministro es que vivimos en una sociedad en la que no podemos enterrar a nuestros muertos. Con esto, no sólo está desafiando la sabiduría de la Biblia, sino también la sabiduría de los griegos, que le dieron la razón a Antígona cuando quiso enterrar a su hermano contra el deseo del tirano Creonte. El primer ministro francés habla en nombre de una sociedad que, debido a la incapacidad de sus gobernantes de anticipar esta crisis, ya no proporciona tratamiento a los pacientes con coronavirus que han superado una cierta edad. Pero, ¿quién se ocupará de estos muertos? ¿Queremos nosotros, los cristianos, apoyar de verdad estas decisiones con nuestra pasividad? ¿Y cómo desafiaremos estas restricciones si no damos ejemplo? ¿Cómo enderezaremos la escala de valores si los sacerdotes no están, como los médicos, en el frente de batalla? ¿Si no proporcionan el medicamento de la vida eterna a quienes lo piden? ¿Si no se ofrecen para detectar y curar las enfermedades del alma, del mismo modo que detectamos el virus físico? ¿Cómo podremos nosotros, los fieles y los religiosos, ser sus auxiliares, sus cuidadores, si ustedes, los obispos, no se convierten en los médicos espirituales de nuestros hermanos y hermanas? ¿Cuándo hemos visto que los médicos se guarden los medicamentos para ellos solos, sobre todo cuando se pueden producir en abundancia, como Jesús hizo con la multiplicación de los panes y los peces? ¿No deberíamos cambiar de método? Me gustaría hacer unas cuantas sugerencias:

  1. Es absolutamente necesario aprovechar que las autoridades están tomando en consideración prolongar el confinamiento para hacer que incluyan el derecho, para los franceses practicantes, de ir a su lugar de culto, con la garantía por parte de los representantes de ese culto de respetar las reglas de «distanciamiento social». Los católicos pueden demostrar, ahora, que son ejemplares. Esto les permitirá preparar a los poderes públicos al mantenimiento de las misas y ceremonias durante la Semana Santa. Es impensable que los fieles no puedan tener acceso, al menos, a la misa del Domingo de Ramos y de Pascua. Encontrarán a suficientes fieles deseosos de ayudarles a ponderar la manera adecuada de proceder.
  2. En la segunda fase de confinamiento mantengan las iglesias abiertas, no importa lo que suceda. Y es muy importante que haya largas exposiciones del Santísimo Sacramento. También sería apropiado que los fieles puedan recibir la comunión en filas espaciadas el domingo si no han podido ir a misa, o si no era posible celebrar las misas suficientes como para que pudieran acudir todos.
  3. Tenemos que empezar a reflexionar ya sobre la salida de la crisis y el mundo una vez que esta haya sido superada. Por desgracia, la presencia de la Iglesia no habrá suficiente, por lo que no habrá dado testimonio ante nuestros hermanos no creyentes en este periodo de crisis. Durante dos mil años, los cristianos siempre han estado en primera línea para apoyar a sus hermanos y hermanas en tiempos de pandemia. Nuestro mundo está enfermo por la ausencia de Dios. A fin de cuentas, la respuesta correcta a la crisis que estamos atravesando sólo puede ser espiritual. Allí donde el Espíritu no está presente, reina el miedo, que hace actuar de manera desordenada en el orden temporal.

Como católicos franceses, no tenemos ningún motivo para estar orgullosos de nosotros mismos. El impasse en el que nos encontramos -y estoy seguro de que encontraremos el modo de salir de él- es,  ciertamente, la culminación de una serie de fracasos de los católicos para influir en las decisiones de la sociedad. Además de la defensa de la libertad de educación, durante medio siglo hemos perdido las batallas de la conciencia y la dignidad de la persona: el aborto, la investigación sobre embriones, el «matrimonio para todos», la procreación asistida para todas las mujeres [que incluye, por tanto, a las parejas lesbianas]. Nuestra ineficacia colectiva deben instarnos a reflexionar seriamente. La mera exclusión de los fieles de las misas en el tiempo del coronavirus es el resultado de la creciente incapacidad de la Iglesia en Francia de tener un peso en los debates de la nación.

Con Cristo nunca es tarde. Recuperaremos el control. Cristo duerme en nuestros tabernáculos, pero si lo despertamos, él amenazará al viento y le dirá al mar que se calme. Y entonces nos planteará la pregunta legítima: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Y nos acordaremos de la pregunta que los Apóstoles se hicieron entre ellos: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Excelencia, permítame, como conclusión, hacerle una petición, dado que usted, con sus hermanos obispos de la Conferencia Episcopal, decidió tañer las campanas durante diez minutos en la hora del Ángelus vespertino el día de la Anunciación. En los siglos XIV y XV, en un tiempo tan convulso como el nuestro, se difundió la práctica del rezo del Ángelus tres veces al día. El famoso cuadro de Jean-François Millet, El Ángelus, nos hace comprender de manera sobrecogedora cuánto ha hecho el Ángelus por Francia. En estos tiempos de confinamiento deberíamos comprometernos colectivamente, a partir de la Festividad de la Anunciación de este año, a parar, como hacen los personajes del cuadro de Millet, al alba, a mediodía y cuando cae la noche, para recitar la oración que, mejor que ninguna otra, expresa la realidad y la fuerza de la Encarnación. ¿Podría usted recomendar esta práctica a los fieles de su diócesis?

Nuestros padres la sabían, todos los santos la han rezado y el Santo Padre da testimonio de ella cada domingo a mediodía. La eficacia de esta oración estriba en que toca el corazón de María. Podríamos, en pocas semanas, gracias al rezo colectivo del Ángelus vespertino, empezar a retejer los vínculos distendidos de los católicos de Francia. También podríamos dar a nuestros hermanos no creyentes, en esta fase de desorganización de los días, el ejemplo de una organización cristiana del tiempo, que sigue el ritmo marcado por esta oración a las 7:00, a las 12:00 y a las 19:00 horas. Dios proveerá el resto, si tenemos fe.

Con la expresión de mis sentimientos filiales, le saludo atentamente.

Publicada en Le salon beige.

Traducida por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
27 comentarios en “«Sería extremadamente peligroso, incluso a breve plazo, acostumbrar a los fieles a las misas online»
  1. Me parece fundamental lo que dice este profesor en el primer párrafo de marras sobre la misa online. La tentación de desencarnar a Cristo, a su cuerpo místico, y el resultado de establecer así una brecha tecnológica en él no es una hipótesis sobre el futuro. Ya está pasando. Los pocos curas que queden se van a quedar solos con sus amigos.

  2. ! Pues claro! Ahora oyes misa en tu celular, te pones cómodo, y entre sorbo y sorbo de café, «vas a misa». Ya estuvo.
    Antes del virus, estaba el gérmen de la indiferencia, del pestilente
    gnostisismo, y ése que sale del mismo centro de operaciones de la Iglesia;
    el modernismo.
    Ahora se corona 👑 con su «nuevo» virus.
    Ese que se dice fabricado por hombres.
    Y parece, y parece bien, que no solo acaba con la vida corporal sino que es la Vida de Fe, a la que se quiere acabar.
    Hasta cuando se dejará actuar al mal. Los valientes sacerdotes son escasos y, si la oración es «la debilidad» de Dios,, según sé,,,, entonces?

  3. Nos han acostumbrado cada vez más a que la Misa es un evento, y que tiene que ser para el «pueblo», participativa porque salen muchos, se canta, etcétara, es decir, un espectáculo. Y un paso más, como en cualquier tipo de «espectáculo» es que lo podemos ver en televisión, e incluso en diferido. No es esto, no tiene ningún valor (y si no que alguien me corrija), sólo tiene el valor de que me pueda unir espiritualmente en el momento de la Consagración al Sacrificio de Cristo. Pero esto ya lo sabíamos los católicos, y se nos enseñó que podemos levantar el corazón a Dios y ofrecernos espiritualmente a las Misas que en cualquier momento se celebran en el mundo.
    Y, lo siento, yo no voy a «consumir» oficios desde el Vaticano o desde dónde sea. Me uniré espiritualmente a la Misa del Jueves Santo, leeré y meditaré los oficios y procuraré ofrecerme al y con el Señor. Si estoy equivocado y lo demás añade valor estaré encantado de que alguien me lo haga saber , con teología no modernista.

  4. Aquí veo una cosa, no necesitamos curas, con que el obispo o el presidente de la conferencia episcopal de cada país diga una misa televisada, es bastante. Lo ideal seŕia que el Papa dijera la misa, pero no es cosa de que a algunos les pille de madrugada, por eso, en cada país una misa.

    Nos ahorraríamos un montón de dinero en mantenimiento de templos y en mantenimiento del clero. Con poner unos anuncios antes y después de la Misa, ya hay dinero de sobra para los pocos gastos que se originen.

    Solucionados los problemas de semanarios vacíos, con tener dos o tres seminaristas para que tomen el relevo es suficiente.

    No entiendo como no se les ha ocurrido antes.

    1. No señor. Yo, católico, quiero confesar y comulgar físicamente, no sólo espiritualmente. Lo quiere Cristo, y lo quiero yo.

      Y no es que hagan falta curas. Es que Dios llama a muchos más de los que responden afirmativamente. Y a muchos los malogran el modernismo y los malos seminarios.

      La misa online ayuda pero no sustituye. Está para cuando no se puede de otra manera, aunque tiene puntos positivos que no se deben pasar por alto.

      1. Tiene muchos puntos positivos para los ancianos y enfermos que no pueden acudir a una iglesia. A mi padre, muy mayor, le da la vida seguir la Misa por televisión; la oye con la misma devoción que si estuviera en un templo. La Comunión se la lleva el párroco los domingos, todos los días no es posible.

    2. valop en serio quieres «ahorrar» dinero en las cosas de Dios, pero que no sabes que a Él le debemos TODO! Que puedes tú agregarte una solo neurona, cabello o segundo a tu vida! Pues qué ideas son esas, evidentemente de un no creyente, que no necesitamos curas? mejor ahórrate pero tus comentarios!

  5. Si se puede salir a comprar el pan, los obispos tenían que haber luchado para que los fieles pudieran salir a alimentarse del pan de la eucaristía. ¡Vergüenza!

  6. Las Misas online….. son para las momentos extraordinarios, como éste, por las precauciones y también por el atrincheramiento cobarde de jerarquía y clérigos, en discordancia con procedimientos aplicados en plagas precedentes. Acaba el virus, y volvemos a ir a Misa….”normalmente” a la iglesia y podemos confesar y comulgar. No ha estado mal tener que desearlo y valorarlo.

    Pero, aun con pueblo, no está mal poder seguir oyendo alguna misa por streaming como ahora (no dejen de retransmitirlas), con una homilía que valga algo más la pena cara a Cristo, y con un trato más decente hacia la Eucaristía, como en la Misa tradicional, por ejemplo. Estas semanas hemos descubierto….que podemos elegir y encontrar misas y curas que nos acerquen a Dios. Y aprovecharlo, si queremos, ahora y en adelante.

    1. La Misa online no sustituye ordinariamente a la presencial en la iglesia, a la que hay que ir, y con frecuencia. Pero es positivo poder buscar…y encontrar una Misa bien celebrada en Internet. Los católicos chinos no pueden hacerlo….

    2. XRada pues es a lo que vamos, primero sales con que momentos extraordinarios, luego que no te parece mal, y qué tal que eliges tu Misa y tu cura favorito, horario y asiento adecuado, pues que sales de extraordinario a «aprovechemos» ves? Y si usted cree que el virus va a estar acá un mes más solo este 2020 y no tendrá ninguna consecuencia y regresaremos a nuestra «normalidad» mm.. pues que me parece que no te has enterado de lo que se vendrá entre paros, cuarentenas, desempleo, etc.

      1. ….paro, hambre, recesión……segunda plaga, Lena. A convertirse.

        Y aclaro: lo primero, la Misa presencial. En este caso, que estamos confinados, aprovechamos la Online, mejorando lo que podamos. Y deseando la presencial y los sacramentos. Y hay cosas aprovechables del online, que no nos las quiten. Que hay a quienes les encantaría quitarlas.

  7. El año pasado, por un accidente,estuve varios meses sin salir de casa. Misa por la tele. Cuando pude ir a la iglesia – de puerta a puerta, con ayuda, senti algo que no sabria explicar. Ahora estoy igual, en casa, esperando poder volver a la iglesia. Y supongo que no soy la única. Pero se lo que se siente.

  8. Los aficionados al futbol están igual que vosotros, como locos por la poder volver a su espectáculo favorito, pero hay que tener paciencia, en unos meses se podrán abrir los estadios, los cines, las iglesias, las plazas de toros, los teatros y todos los demás espectáculos

    1. Jose. Pues eso, ten paciencia que ya podrás ir al bar y al cine.
      Lo siento mucho, pero el alimento espiritual no tiene que ver con lo que dices.
      Tampoco espero que lo entiendas, dicho sea de paso.

  9. Extremadamente «peligroso» está siendo que descubramos la riqueza de la Misa Tridentina y que ahora veamos, quienes por edad no la conocíamos, la protestantización a la que fue sometida la Santa Misa.
    A ver quién es el guapo que después nos lo explica.
    Y sí. Que nos vengan con milongas de que es lo mismo.
    Si. Lo mismo. Igual que si comparamos cocido madrileño y hamburguesa.

  10. Hemos pasado de la iglesia en salida ¿ de dónde ? a la iglesia en estampida y, ahora, on line. Cualquier cosa menos Iglesia. Necesitamos los sacramentos para vivir la vida eterna, la que nunca se acaba, y nos los niegan, a diferencia del alimento del cuerpo, con supermercados a rebosar.

  11. Quienes corren el peligro de acostumbrarse a la Misa on line son los mismos que les da igual ir o no.
    Hablando por teléfono con un familiar mío, de esos que se les cae la casa encima porque no pueden salir y se sienten muy solos porque están absolutamente vacíos por dentro, resulta que estaba escuchando la Misa por la radio mientras veía telecirco. Por lo visto la Belén Estéban, que yo creía que había muerto, hace muy bien los flanes.
    Los misa-flan, no van a volver y sinceramente, yo no les echaré de menos con sus teléfonos sonando y atendiéndolos en plena Misa. Y te hablan de «tres misas me he tragao hoy en la tele» En fin. Es horrible.
    No se valora absolutamente nada.

    1. Está usted equivocada, hay mucha gente que la valoramos y la oímos con el mismo fervor que si estuviéramos físicamente en una iglesia.

      1. Blanca. Yo no me estoy refiriendo a usted. Yo también la sigo on line, qué remedio.
        Me refiero a que quien tenga puesto a la Belén Esteban y a la radio con la Misa, pues dudo mucho de que la esté escuchando con la piedad y la atención requeridas, nada más.
        Léame más despacio porque para nada he dado a entender lo que usted ha entendido.
        Gracias

  12. Escribí y conversé mediante chat sobre este tema con mis allegados hace unos días. Este artículo confirma mi sospecha.
    Sin embargo, es larguísimo. Habría que sintetizar un poco insistiendo en que una provisionalidad indefinida no puede convertirse en hábito. Cosa que ocurrirá en muchos casos, como en la rutina del hogar.
    Es la condición humana.

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