¿Cómo conciliar los castigos de Dios con su infinita misericordia?

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(Cristiana de Magistris/CR)- Existe una investigación teológica llamada “teodicea” que tiene como objetivo el de conciliar la bondad y la misericordia de Dios con las desgracias y las calamidades del mundo físico, como también la perversidad del mundo moral, deseadas o permitidas por Su Justicia. Uno de los padres de la teodicea fue el gran Obispo de Nipona San Agustín, quien en su De natura boni expone los fundamentos, abordando el problema del mal y del pecado desde sus múltiples y complejos aspectos. En este tratado, San Agustín explica que Dios castiga al hombre para restablecer el orden de la Creación deseado por El y, al hacerlo así, educa pedagógicamente al hombre a apreciar el bien y huir del mal: «Si estas personas (los malvados) han hecho un mal uso de Sus bienes por medio de su inicua voluntad, Él hará un buen uso de sus males por medio de Su justa autoridad, ordenando de modo recto en sus castigos aquello que ellos mismos ordenaron de modo perverso en los pecados». Entonces, Dios castiga por un fin bueno, Él que, como dice también San Agustín de Hipona «permite aquello que desea y desea aquello que permite».

Las Sagradas Escrituras, que abundan en ejemplos de castigos divinos desde sus primeras páginas, es todo un suceder de pecados del hombre, castigos de Dios y conversión de los pecadores. Porque, precisamente, el castigo divino tiene una causa y un fin. La causa es el pecado del hombre, el fin es su conversión. En 1917, Benedicto XV refiriéndose a los predicadores de la Cuaresma afirmaba: “los flagelos públicos son expiaciones de las culpas por las cuales las autoridades públicas y las naciones se han alejado de Dios”. Por lo tanto, los Predicadores deben “exhortar a los fieles a recibir de la mano de Dios tanto las pruebas de los infortunios como los públicos flagelos, sin murmurar un momento contra la Divina Providencia, sino procurando aplacar la justicia divina, por los pecados de los individuos y de las naciones” (Discurso a los Predicadores cuaresmales, 1917). El Abad cisterciense V. Lehodey escribía en el siglo pasado que “Las catástrofes son generalmente el castigo del pecado: cuanto más universales y terribles, más las olas de la iniquidad deben haber provocado la cólera divina” (Vital Lehodey, Il santo abbandono, -El santo abandono- Ed. San Pablo, Milán, 2014). Pero, ¿cómo conciliar los castigos de Dios con su infinita misericordia? La pregunta está mal puesta porque – a la luz de la Fe – los castigos son ellos mismos un acto de misericordia: “Aquello que nosotros llamamos flagelo y castigo -escribió también Lehodey – es a menudo una gran gracia, una prueba impresionante de misericordia. Acostumbrémonos a considerar todas las cosas a la luz resplandeciente de la fe, y nada de aquello que ocurre en el mundo escandalizará, nada turbará la paz de nuestras almas y su confiante sumisión a la Providencia”.

Esto dicho, se abre ante nuestros ojos el telón de la gran epidemia causada por el Covid 19, o Coronavirus, el virus invisible que ha puesto de rodillas a naciones enteras con sus sueños de omnipotencia. Los gobiernos – comenzando por el italiano – se dedicaron por completo a salvar la vida de los ciudadanos, con medidas draconianas como tal vez nunca se habían visto en la Historia. Pero estos mismos gobiernos promueven o toleran crímenes como el aborto y la eutanasia, que -por ser homicidios- son pecados que claman venganza en la presencia de Dios. Ahora bien, que el Estado laicista, en esta evidente desgracia como en otras, caiga en una evidente contradicción poniéndose en ridículo a sí mismo, es algo que no sorprende. Pero que la Iglesia no solo se incline ante el gobierno sino que incluso lo preceda, es inconcebible e intolerable para un católico. Porque la imposición de la Comunión en la mano (que constituye un evidente abuso de autoridad), la suspensión de las Misas públicas y el cierre de la Iglesia son todas medidas que diversas Conferencias Episcopales (comenzando por la italiana) han adoptado aún antes que los gobiernos promulgaran sus leyes draconianas. Ahora bien, que nuestros gobernantes tengan como objetivo prolongar la vida (a pesar de las contradicciones evidentes antes mencionadas), puede comprenderse; pero que nuestras autoridades eclesiásticas quieran también prolongar la vida en vez de salvarla es algo que nunca se vio. Para prolongar la vida no tenemos necesidad de la Iglesia. Tenemos necesidad de la Iglesia para vivir y morir cristianamente. Y para ello necesitamos que la Iglesia nos hable de los novísimos: muerte, juicio, infierno y paraíso, es decir, del fin último de nuestra existencia, que no es esta vida natural, por muy larga que sea, sino la eterna. Pero en cambio, los novísimos son los grandes ausentes de la pandemia. De hecho parece que nuestros jerarcas temen la muerte física aún más que nuestros gobernantes, porque hasta ahora hemos visto -parece- más médicos-héroes que sacerdotes-héroes. Pero la muerte no es el peor de los males: el peor de los males es la muerte eterna, es decir, la muerte en desgracia de Dios. “Todas las prosperidades del mundo serán los peores flagelos, si adormecen a las almas, si adormecen a las almas en la indiferencia y el olvido y si el despertar se produce sólo en el fondo del abismo. En cambio, las calamidades más espantosas, aún cuando duraran años enteros, no son nada frente a un infierno sin fin, son una gran misericordia por parte de Dios y para nosotros una verdadera fortuna, si a este precio podemos aplacar la justicia divina, evitar el infierno y recuperar nuestros derechos al cielo” (ib. id.). Así, nosotros queremos una Iglesia que nos hable del Cielo no de la tierra, de la verdadera vida, que no tendrá fin, no de aquella que perece como un soplo.

Toda la misión de la Iglesia se resume en la SALUS ANIMARUM, la salvación de las almas, que es la suprema lex. Por esta razón queremos oír a nuestros jerarcas hablar de los Novísimos, administrar los Sacramentos, ir a terapias intensivas: no queremos la liturgia in streaming -transmisión. Porque si para los gobernantes el problema es el número de muertos, para la Iglesia el verdadero problema es- y será siempre, el número de muertos sin Dios, a Quien se rendirán muy estrechas cuentas.

Publicado por Cristiana de Magistris en Correspondencia Romana.

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Comentarios
31 comentarios en “¿Cómo conciliar los castigos de Dios con su infinita misericordia?
  1. Hay castigos perversos, para goce de quien castiga y sufrimiento sin sentido del castigado, y castigos bondadosos, para corregir al castigado con sufrimiento de quien castiga. Un buen Padre, como es Dios, utiliza en exclusiva los segundos, como Carlo María Viganó, que se ve en la necesidad de corregir a Bergoglio para salvarlo, para que no se condene. Creo que se entiende el resumen en italiano.

    Intervista a Carlo Maria Viganò: “Scandaloso il modo in cui Bergoglio parla della Madonna”. “Il sacrilegio della pachamama richiede la riconsacrazione di San Pietro”. “Dalla Madre di Dio alla Madre Terra: una sostituzione per compiacere la religione mondialista”. “Attenzione alla falsa umiltà”.

    Aldo María Valli, blog Duc in Altum

  2. ¿E tonces cuando un niño de tres años muere por cancer es para castigar du maldad?, ¿y cuando un narcotraficante amada eiquezas con la mierte de inocentes es para premiar su bondad?, ¿y cuando Dios mata ancianos, mucjos de pos cuañes son inocoentes lo hace para castigar a jovenes pecadores que no se dan cuenta de eso y seguirán pecando igual?, ¿y ños corus que atacan a las plantas, sufren por culpa de su perversidad?, ¿los dinosaurios se extingui por malos?, dejen de decir majaderias, los desastres naturales son eso: naturales, consecuencia de las leyes de la naturaleza, si se cae una poedrs de la montaña y me golpea en la cabeza, la causa es la misma como si se cae y no hay nadie debajo, puedo ignorar las mil veces que han caido piedras antes y considerar que la que me golpeó era por causas distintas, pero soy yo el que está dandole un significado especial porque me diento muy importante y creo que todo lo que ocurre en la naturaleza ocurre por mi

    1. Como te gusta hablar sin saber José; pareciera que te deleita hacer gala de tu ignorancia. Nadie es inocente, nadie ha sido inocente ya que con excepción de Nuestro Señor y de la Virgen María, todos nosotros nacemos con el pecado original. Dice David en el Salmo 50 (51),7:

      «Es que soy nacido en la iniquidad,
      y ya mi madre me concibió en pecado».

      Y el Bautismo José, lo que borra es el castigo eterno por el pecado original, PERO NO BORRA la pena temporal, a saber, la muer te y la enfermedad, tal como Dios lo manifestó en el Génesis:

      “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás; porque el día en que comieres de él, MORI RÁS SIN REMEDIO”.

      De modo tal que la muer te, le cabe a todos, al igual que la enfermedad.

      1. Habiendo dicho lo anterior, ¿por qué mue re el justo y vive el pecador?

        Como católicos, creemos en la inmortalidad del alma, sabemos que con la muer te no se termina nada (nuestra conciencia permanece), sino que con ella (la muer te del cuerpo) el Altísimo nos llama a su presencia a rendirle cuentas. Si tomamos esto como base, entonces el hecho de que en una peste mue ra un justo (y a lo largo de las pestes de la historia han muer to millones de justos), antes que castigo para ellos, es una recompensa, porque Dios los llama cuando están obrando como Él mandó:

        ¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así! En verdad, os digo, lo pondrá sobre toda su hacienda.
        -Mateo 24:46-47

        Y por ese mismo motivo es que Dios -en estas calamidades- deja vivir a quienes están alejados de su gracia; en una muestra de su amor, para no condenarlos irremisiblemente (están en pecado mortal), les permite continuar con su vida para darles una oportunidad más para que se enmienden.

      2. Habiendo dicho lo anterior, ¿por qué mue re el justo y vive el pecador?

        Como católicos, creemos en la in mor talidad del alma, sabemos que con la muer te no se termina nada (nuestra conciencia permanece), sino que con ella el Altísimo nos llama a su presencia a rendirle cuentas. Si tomamos esto como base, entonces el hecho de que en una peste mue ra un justo (y a lo largo de las pestes de la historia han muer to millones de justos), antes que castigo para ellos, es una recompensa, porque Dios los llama cuando están obrando como Él mandó:

        ¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así! En verdad, os digo, lo pondrá sobre toda su hacienda.
        -Mateo 24:46-47

        Y por ese mismo motivo es que Dios -en estas calamidades- deja vivir a quienes están alejados de su gracia; en una muestra de su amor, para no condenarlos irremisiblemente (están en pecado mor tal), les permite continuar con su vida para darles una oportunidad más para que se enmienden.

        1. Y cosa análoga se podría decir sobre el sufrimiento en estas circunstancias: justos que sufren y pecadores que no. ¿Qué clase de Dios podría permitir semejante injusticia? Si se da, entonces Dios no pueda quererla. Ese es el pensamiento que nos surge a la primera. Pero la Escritura es clara al respecto de porqué Dios, no solo permite, sino quiere eso:

          «Aunque sea preciso que todavía por algún tiempo sean afligidos con diversas pruebas a fin de que la calidad probada de su fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza».
          —1 Pe 1:6-7

          «¿Qué gloria hay en soportar los golpes cuando Uds. han faltado? Pero, si obrando el bien soportan el sufrimiento, eso es cosa bella ante Dios. Pues para esto han sido llamados, ya que Cristo también sufrió por Uds., dejándoles ejemplo para que sigan sus huellas».
          —1 Pe 2:20-21

          1. Dios permite que una calamidad caiga sobre sus justos, no para castigo de estos, sino para su mayor recompensa en el Reino de los Cielos (así como no todas las penas del in fier no son de igual magnitud, lo mismo pasa con las recompensas en el Reino de los Cielos: muchos recibirán mayores recompensas que otros).

            Finalmente, no nos es desconocida la profecía de la gran tribulación, el castigo final de Dios sobre la humanidad por haber aceptado al anticristo. Pues las Escrituras nos dicen lo siguiente:

            «Y uno de los ancianos, tomando la palabra, me preguntó; “Estos que están vestidos de túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Y yo le dije: “Señor mío, tú lo sabes”. Y él me contestó: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus vestidos, y los blanquearon en la san gre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono fijará su morada con ellos».
            —Apocalipsis 7:13-15

          2. Dios permite que una calamidad caiga sobre sus justos, no para castigo de estos, sino para su mayor recompensa en el Reino de los Cielos (así como no todas las penas del in fier no son de igual magnitud, lo mismo pasa con las recompensas en el Reino de los Cielos: muchos recibirán mayores recompensas que otros).

            Finalmente, no nos es desconocida la profecía de la gran tribulación, el castigo final de Dios sobre la humanidad. Apocalipsis 7:13-15 nos dice que en esa «gran tribulación» (que es castigo, no hay duda, lo dijo el mismo Cristo) habrán de mo rir justos. Y nos dice más, nos dice que serán una «gran muchedumbre, que nadie puede contar, proveniente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas».

          3. Dios puede configurar una plaga como la presente para que sea castigo y medicina para unos y para mayor recompensa de otros (como diría San Pablo: «completan en su carne lo que le falta a la pasión de Cristo»).

          4. Lo único que Dios no puede querer nunca es al pecado (al pecado siempre lo permite, nunca lo quiere, incluso si se pudiera sacar algún bien de él); al «mal» (aunque parezca paradójico) puede quererlo, ya sea directamente (como pena por el pecado cometido), o indirectamente por un bien mayor que trae aparejado (una mayor recompensa para sus justos en el Reino de los Cielos o la conversión de pecadores en este mundo). ¿Esta peste es un mal? Claro que sí. ¿Es pecado? No. ¿Puede esta peste haber provenido del pecado? Sí, pero eso no la constituye en pecado y por eso Dios puede haberla querido (y evidentemente la quiso; algo que afecta al mundo como lo está afectando no acontece solo con el «permiso» de Dios).

          5. ¿Sabes cual es el problema con todo esto?, que es pura especulación intelectual sin ningún fundamento racional, el pecado original se fundamenta en tu voluntad de creértelo, podría creer esto como podrías creer cualquier otra cosa, mis pregunta van en la dirección de encontrar una explicación racional, no me interesa una explicación tipo señor de los anillos o guerra de las galaxias, yo estoy buscando un fundamento racional y no lo encuentro

          6. ¿Llamas especulación a las Santas Escrituras? No he hablado por mi mismo, he citado a la Biblia que por lo que veo, para ti es menos que un comic. Ya tomarás cuenta de si lo que escribí es especulación o no. Pero será tarde para ti, porque estarás llorando… y por toda la eternidad. ¡Desdichados los que encuentran tropiezo en la Palabra de Dios!

  3. Jose
    7 abril, 2020 a las 9:15 am
    ¿E tonces cuando un niño de tres años muere por cancer es para castigar du maldad?, ¿y cuando un narcotraficante amada eiquezas con la mierte de inocentes es para premiar su bondad?,

    Independientemente de que vivir muriendo en la continua zozobra de un medio ambiente, tal cual es éste nuestro mal vivir presos de nuestro oscuro tiempo o Universo. La muerte para el justo o inocente no es castigo sino fin de ésta como justo premio a su inocencia.

    Esto solo lo entiende quien es justo porque busca la justicia.

  4. La muerte no es ni castigo ni premio, es una condición de la vida, todo aquello que vive muere, si queda una parte de nosotros después del cese de la vida, no lo sabemos, quizás no y quizás si, pero no morimos porque un Dios nos castigue o nos quiera premiar, morimos porque estamos vivos y antes o después debemos morir, al igual que los animales o las plantas, independientemente de que una parte de nosotros subsista tras la muerte, ls muerte en si no tiene ningún significado especial, es la consecuencia de haber sido concebido, nos asusta porque desconocemos que ocurre después, lo cual es aprovechado por algunos para tratar de imponer sus teorías como si ellos supieran algo más que los demás y nos resistimos a ella porque contraria nuestro instinto de supervivencia pero en si es un proceso natural.

  5. Si la condición de tu vida, José, es el morir; para mí: maldita sea esta tu vida que, sin más, me obliga a morir.

    Mi vida, en constatada evidencia, es lo que por herencia genética heredada fuera, la de en pecado original mi mal nacer, el de morir para volver a nacer un mejor vivir.

    «morimos porque estamos vivos y antes o después debemos morir»: dices tú. – Y digo yo: ¿Y porqué no estamos muertos y antes o después debemos vivir?

  6. Quien a vosotros recibe, a mi me recibe, y quien me recibe a mi, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba un justo por ser justo recompensa de justo recibirá.

    Yo sé quien soy y de dónde vengo y a dónde voy. Y allá quien quiera hacerme callar.

  7. Estoy en un todo de acuerdo con el artículo excepto con esta frase:

    «(Dios) permite aquello que desea y desea aquello que permite».

    Dudo que pueda haberla dicho San Agustín. Porque es una barbaridad teológica. Dios QUIERE POSITIVAMENTE aquello que desea y NO DESEA aquello que permite. Dios no quiere ni desea nunca al pecado. Al pecado SIEMPRE LO PERMITE, NUNCA LO QUIERE, NUNCA LO DESEA, incluso si se pudiera sacar algún bien de él. Al «mal» (aunque parezca paradójico) puede quererlo, ya sea directamente (como pena por el pecado cometido), o indirectamente por un bien mayor que trae aparejado (mayor recompensa para sus justos o conversión de los pecadores). ¿Esta peste es un mal? Claro que sí. ¿Es pecado? No. ¿Puede esta peste haber provenido del pecado? Sí, pero eso no la constituye en pecado y por eso Dios puede haberla querido (y evidentemente la quiso; algo que afecta a nivel planetario como lo está afectando no acontece solo con el «permiso» de Dios).

      1. Totalmente de acuerdo: la muerte no es más que el fin de la vida porque todo lo que nace, muere. No hay que darse tantas ínfulas de importancia: no somos el centro del mundo. Otros muchos hombres han vivido en el tiempo, desde hace decenas de miles de años; es más, otras especies de hombres han convivido con la nuestra. Así, p.e., el hombre de Neanderthal, con quien algún antepasado nuestro se cruzó cuando nuestras especies coexistían, como se demostró en 2009 por un equipo de paleoantropólogos alemanes.

        Y desde luego, Dios no es un ser moral; más bien la religión ha de apoyarse en la ética para poder subsistir. De la lectura del Antiguo Testamento -cuyas citas as hoc abundan en este foro- las imprecaciones al genocidio son tan frecuentes que más que escandalizar, aburren.

  8. Es cierto que en Antiguo Testamento aparecen castigos divinos (tambien habria que interpretarlos y no entro en ese tema); pero en el Nuevo hay un cambio de tercio evidente.

    ¿Seguir hablando de castigos divinos? ¿estas pobres hormigas perdidas en mitad del colosal cosmos que somos nosotros tenemos que ser castigadas? ¿no trae la vida en si misma ya suficientes sufrimientos y contratiempos para hablar de castigos divinos?
    ¿Como un ser superior puede castigar a unas miseras pulgas que van deambulando por la existencia dando muchas veces «palos de ciego»?

  9. Lo mismo sucede con la existencia del mal. Nunca llegaremos a saber a ciencia cierta su origen. Considero que la humildad del cristiano acerca del mal es decir que es la AUSENCIA del bien.
    Pero, ¿Qué se entiende por castigar? Bajo este presupuesto, hablamos como humanos, pero, ¿involucrarlo a Dios? No podemos y nunca podremos. Yo creo que SOLO nos queda ver la figura de Dios como Padre, según Jesucristo. En este contexto se debe entender los sufrimientos que el hombre padece en esta tierra, pues aunque son consecuencia del pecado original, Dios en su infinita misericordia siempre tiene las “manos” abiertas.
    Saludos

  10. ¿Conciliar los castigos de Dios? ¿Castiga Dios?
    Dice el salmo: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. ¿Quién conoce la mente de Dios?
    Dice el astrónomo del vaticano: “Si dividimos las galaxias por la población mundial a cada uno le tocaría 14 galaxias, cada una de estas galaxias están hechas de unos cien mil millones de estrellas.”
    En primer lugar, el cristiano empieza por CREER que existe Dios. Para esto no se necesita pruebas que lo certifiquen. Si el cristiano quiere llegar a la filosofía no es para probar lo que ya cree, sino para justificar racionalmente la fe. En segundo lugar, pretender demostrar a Dios con la filosofía o con la razón, se puede llegar al ateísmo ridiculizando la Revelación. En esto hay que ser muy cauteloso.

  11. Estaba esperando el autobús,, junto a mi un matrimonio con su hijito,, el niño estaba empezando a caminar,, quería practicar su nueva facultad. Se desprendía con enojo de los brazos de la mamá, lo bajaba, y lo detenía ella con suavidad, pero el niño se quería desprender y quería correr, y lo volvían a cargar, y así una y otra vez,, hasta que el papá enojado le dió unas buenas nalgadas,,! Santo Remedio!,,, lloró el chiquillo,, pero no lo atropelló un auto.
    Así Dios, Nuestro Padre.
    ! A cómo nos encaprichamos,!, y aunque Él no quiera, nos tiene que dar un zopapo. Pero es para cuidarnos, porque nos ama «como a las niñas de sus ojos»

  12. Que si una piedra le cae en la cabeza. Que si un camión atropella a un niño. Contentémonos con que Dios tiene todas las cualidades en grado infinito. Ante cosas que no entendemos, es mejor reconocer que no tenemos explicación, en vez de especular y racionalizar. Fe por encima de la razón. ¡Cómo se nos ocurre que en estos pequeños cerebritos humanos pueda caber la grandeza divina. El C-19 nos muestra y demuestra nuestra pequeñez… pero seguimos empeñados en presumir de más de lo que somos. Isaías 55,8: » «Porque mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya. Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes.» El Señor lo afirma «.

    1. Nadin,,, Dios no tiene las cualidades en grado infinito,,, Dios Es la cualidad,, si las tuviera igual las dejaría de tener,, y éso no puede ser. No sería Dios.

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