Religión Digital se burla de las devociones populares

Resulta que la revista Misión, presuntamente asociada a Regnum Christi, en su versión online ofrece gratuitamente unos ‘detente’ del Sagrado Corazón como pía defensa contra la infección por coronavirus, lo que ha aprovechado Religión Digital para denunciarlo en un artículo en el que califican al símbolo religioso de “vacuna” (con comillas, eso sí) y “amuleto”.

Y el director de Religión Digital, José Manuel Vidal, promueve el despectivo artículo en la red social Twitter con estas palabras: “Pensábamos que el Dios milagrero y tapa-agujeros era de antes del Vaticano II, pero los rigoristas siguen anclados en esa falsa imagen. Y, además, la promueven y difunden. Y desde una Universidad y una revista vinculada a Los Legionarios”.

Pensábamos que el Dios milagrero y tapa-agujeros era de antes del Vaticano II, pero los rigoristas siguen anclados en esa falsa imagen. Y, además, la promueven y difunden. Y desde una Universidad y una revista vinculada a Los Legionarios @ReligionDigit https://t.co/FnWyAsskVp

— José Manuel Vidal (@JosMVidal1) April 2, 2020

Los renovadores no saben bien a qué carta quedarse para salirse con la suya, así que usan dos barajas, para sacar siempre la más alta. Como creen tener un Papa “de los suyos”, apelan continuamente a una interpretación extremadamente ultramontana del privilegio petrino -que han ninguneado convenientemente cuando les convino, con los dos pontífices anteriores- para llamar al orden a los críticos, con un clericalismo exacerbado al que califican con toda paz de anticlericalismo, y así exigen la obediencia ciega de los críticos. Para, acto seguido, dejar claro que, en su opinión, el Concilio Vaticano II ha inaugurado una nueva Iglesia en contradicción a la anterior. Es decir, eso que llaman los teólogos “hermenéutica de la ruptura”.

Tras el citado concilio, las cosas cambiaron tanto en lo visible, en lo aparente, que no fueron pocos (de los que quedaron, que fue aquel el pistoletazo de salida para la apostasía en masa de Occidente) los que lo denunciaron como contrario a la Tradición y, por tanto, inválido. Llegaron entonces los doctores que salieron en defensa de la tesis contraria, es decir, de la “hermenéutica de la continuidad”, que explicaban que el Concilio no se oponía en absoluto al magisterio de la Iglesia anterior, a la Tradición como fuente de la Revelación, y solo hacía falta interpretarlo a la luz de esta Tradición.

La hermenéutica de la ruptura, por supuesto, fracasó. De haber insistido en ella abiertamente los renovadores, se estarían dando un tiro en el pie, sería equivalente a serrar la rama en la que estaban sentados. Si se trata de otra Iglesia, de otra fe, no hay razón alguna para creer en ella, y la idea de que durante dos mil años los cristianos no habían sabido de qué va la vaina es aún más absurda que la de Lutero, que pretendía algo parecido pero limitado a milenio y medio.

No puede haber un Dios “de antes del Vaticano II”, como afirma Vidal, y otro de después. Para Dios, toda la peripecia, no ya de la Humanidad, sino del universo entero es menos que un simple parpadeo, y ya hemos repetido aquí hasta la saciedad las palabras de Cristo según las cuales “cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. El mensaje de la Iglesia de Cristo transmite verdades perennes, no sujetas a esa “evolución” tan amada por los modernistas que puede hacer del mal bien y del bien, mal, según pasen los siglos y cambien las modas del mundo.

Como no es probable que Vidal piense que Dios ha cambiado por decreto del Concilio, solo queda concluir que piensa, simplemente, que Dios no ha sido nunca “milagrero”, y que necesitamos la augusta reunión ecuménica para enterarnos, después de andar errados tantos siglos. El Dios de Vidal, pues, no hace milagros, no “tapa agujeros”, lo que resulta desconcertante en una fe basada esencialmente en un Milagro, la Resurrección corporal de un ajusticiado, por no hablar de los numerosos milagros que relatan los Evangelios.

Pese a las burlas de Vidal y sus conmilitones, estoy convencido de que quienes llevan escapularios, escarapelas o medallas de la Virgen no fían su salud a las mismas -no las ven como ‘vacunas-, sino que recurren, como presumiblemente el propio Vidal, a los medios habituales que proporciona la ciencia médica. Pero su devoción, aunque la desprecien esos ‘cristianos adultos’ -«quien no se haga como uno de estos pequeñuelos, no entrará en el Reino de los Cielos”-, no es estúpida en absoluto. Es, como poco, un continuo recordatorio de que, en última instancia, nuestro destino está siempre en manos de Dios.

No es que Dios “tape agujeros”. Ni siquiera necesita hacer “milagros” -en el sentido estricto de un acto sobrenatural que vulnera las leyes de la ciencia- para ser providente. No es un ‘supergerente’, es Dios, y puede actuar sobre el Universo e incluso responder favorablemente a las oraciones sin torcer en lo mínimo sus designios o sus propias leyes. Pero imagino que es más fácil burlarse de la piedad natural para ganar puntos con los supraciliares ‘cristianos adultos’ de la renovación eclesial.

“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.