Civitavecchia, veinticinco años después: «Hijos míos, lloro pero vosotros no me escucháis»

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Del 2 al 6 de febrero de 1995, una Virgen de yeso, proveniente de Medjugorje, lloró sangre trece veces en el jardín privado de la familia Gregori, en el municipio de Sant’Agostino, en la periferia norte de Civitavecchia. El 15 de marzo sucesivo el fenómeno se repitió en las manos del obispo de la ciudad, Girolamo Grillo. El 10 de abril, el cardenal polaco Andrzej Maria Deskur, amigo fraterno de Juan Pablo II, dona a los Gregori, en nombre del papa, una estatuilla del todo idéntica a la anterior que, a partir de entonces y hasta hoy, en determinadas fiestas litúrgicas o en presencia de gente que reza, emana una esencia, un aceite perfumado; este fenómeno implica también, a veces, a la cueva de la Virgen, las hojas de hiedra y la naturaleza circundante. Del 2 de julio de 1995 al 16 de mayo de 1996, la familia Gregori testimonia un ciclo de más de noventa apariciones marianas portadoras de mensajes para la Iglesia y el mundo entero.

            De todos estos hechos, en gran parte desconocidos al gran público, que sí ha sabía de las lacrimaciones, ofrece una fascinante narración La Virgen de Civitavecchia. Lágrimas y mensajes, escrito por el padre Flavio Ubodi [y publicado en español por HomoLegens]. El teólogo capuchino ha sido vicepresidente de la Comisión diocesana, además de delegado episcopal, para las relaciones con la familia de la Virgen y, por tanto, ha construido para el aniversario un relato desde dentro de los hechos, aportando los mensajes de la Virgen tal como han sido dictados por los Gregori, ademas de muchos documentos, tanto de la investigación eclesial como de la judicial. El resultado una mariofanía articulada y sorprendente que se dirige al mundo de hoy, muy inquieto dentro y fuera de la Iglesia. Hablamos, para profundizar, con el periodista Riccardo Caniato, que ha dedicado una investigación a la historia de Civitavecchia (La Madonna si fa la strada, publicado también por Ares) y que aparece en el libro del padre Ubodi como editor y autor del prólogo.

Han pasado veinticinco años desde la primera lacrimación de sangre de la Virgen de Civitavecchia. ¿En qué punto está la historia? ¿Cuál es la posición de la Iglesia? ¿Cuáles son las conclusiones de la comisión de investigación?

Para hacer el balance de la historia, veinticinco años después, habría que leer el corazón de las personas para ver quién ha cambiado y quién no. Lo que es irrefutable, en una época en la que los hombres dan la espalda a Dios, es la llamada de los signos: objetivos, verificados, opuestos y complementarios -la sangre y el aceite-, ofrecidos y hallados en dos imágenes sagradas de la Madre celeste. En el Evangelio de Lucas (cf. 19, 38-40) se dice que si los discípulos dejan de anunciar que Jesús es el Mesías, el Rey que viene en nombre de Dios, es decir, el Salvador de mundo, «gritarán las piedras». ¿Y qué son, si no piedras que gritan, dos estatuas de yeso que dan signos extraordinarios?

            Con respecto a la posición de la Iglesia, el obispo de Civitavecchia instituyó en 1995 una comisión de once miembros, de los cuales algunos indicados por la Santa Sede. De ella formaron parte también un futuro obispo, el abad René Laurentin, y el padre Stefano De Fiores, considerados en aquella época los mariólogos más preparados. El resultado fue que siete miembros reconocieron la sobrenaturalidad del evento, uno dio un voto contrario, mientras las otros tres, si bien quedaron afectados, dieron un voto suspensivo para tener más tiempo para reflexionar. Sin embargo, dos de estos últimos manifestaron posteriormente su plena adhesión. Así, en los diez años de las lágrimas, monseñor Grillo hizo imprimir un dosier diocesano, con prólogo de Vittorio Messori, en el cual el padre De Fiores declaraba que «en Civitavecchia se ha manifestado el dedo de Dios».

            El 17 de junio de 1995, la Virgen de las Lágrimas fue entronizada solemnemente y expuesta a la veneración de los fieles en la parroquia de san Agustín, de la cual forma parte la familia Gregori. La explicación de esto la tenemos en que, ya en esa época, la Virgen se había asegurado un devoto verdaderamente especial. Efectivamente, enseguida se supo que Juan Pablo II había querido venerar la sagrada imagen en su capilla privada el 9 de junio de 1995. En esa circunstancia la coronó y le donó un rosario y una rosa de oro. Sin embargo, el papa místico no se quedó solo en esto: al menos dos veces peregrinó de incógnito a Sant’Agostino y firmó de su puño y letra un informe del obispo Grillo según el cual el Acto de ofrecimiento del 8 de octubre de 2000 había sido efectuado bajo la escucha de las lágrimas de Civitavecchia.

            Como sello de todos estos acontecimientos está el decreto (prot. n. 32 del 2005) con el cual el obispo Grillo, en el décimo aniversario de las lacrimaciones en sus manos, erigió la parroquia de Pantano a santuario mariano diocesano.

¿La Iglesia se ha pronunciado también sobre los otros signos y las apariciones?

Mientras organizaba todas las intervenciones oficiales llevadas a cabo por el obispo, he llegado a la conclusión de que la autoridad de la Iglesia ha reconocido la veracidad de la mariofanía de Civitavecchia en sus múltiples manifestaciones. Las disposiciones en vigor por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe atribuyen al ordinario diocesano la competencia en el discernimiento y juicio de los supuestos acontecimientos sobrenaturales de las revelaciones privadas. En el Catecismo, por otra parte, se lee que el obispo es Pedro en su jurisdicción.

            Con respecto a nuestro caso, monseñor Grillo ha sido testigo directo, no solo de las lacrimaciones de sangre, sino también de las exudaciones y de las lágrimas acuosas, que definiremos «normales», de la Virgen donada por san Juan Pablo II; y de las mismas apariciones, en cuanto, como informa en su diario La vera storia di un doloroso dramma d’amore (ed. Shalom), él mismo pidió y obtuvo de la Virgen, mediante la pequeña Jessica Gregori, algunos signos que fueron verificados.

            En cada una de las circunstancias, el obispo ha asumido sus responsabilidades de juez, poniendo en acto acciones concretas. Por ejemplo, hizo examinar científicamente en el Hospital Gemelli de Roma también el aceite que exuda la segunda estatua, antes de hacer público el testimonio de las exudaciones. En lo que concierne a las apariciones, emprendió una iniciativa altamente significativa: en el día de la Inmaculada Concepción de 1996 consagró la ciudad y la diócesis de Civitavecchia al Inmaculado Corazón de María, en respuesta a una petición concreta de la Virgen, y citando textualmente el mensaje que ella le había entregado en mérito a la pequeña Gregori el 7 de diciembre de 1995. Sucesivamente, monseñor Grillo hizo publicar dos oraciones de consagración dictadas en la aparición de la Virgen y, el 8 de diciembre de 2005, celebró una misa en la casa de los Gregori firmando una carta con la cual hacía caer todas las restricciones impuestas durante su discernimiento y les devolvía la libertad de testimonio. En esa ocasión permitió que el padre Ubodi pudiese volver a dirigir y publicar una crónica y un comentario sobre la iniciativa de Dios en Civitavecchia.

La Virgen también se apareció y dio algunos mensajes a la familia Gregori. ¿Nos puedes decir en qué circunstancias tuvieron lugar las apariciones, y cuál era el contenido de los mensajes?

De manera resumida: la Virgen se apareció al menos en una ocasión a todos los miembros de la familia Gregori. Sin embargo, los destinatarios del ciclo de apariciones y de los mensajes de los años 1995-1996 fueron el padre Fabio y su hija Jessica, los mismos que fueron testigos de la primera lacrimación de sangre el 2 de febrero. A Jessica, la Virgen le confió también algunos secretos para el obispo Grillo, y le comunicó la tercera parte del secreto de Fátima para que lo compartiera con el Santo Padre. Esto ocurrió el 27 de agosto de 1995, antes de que el Vaticano sacara a la luz el secreto en el 2000. En 1996, Jessica y su familia pudieron visitar, de manera excepcional, a sor Lucia dos Santos en el monasterio de Coimbra. El padre Ubodi se pregunta por qué la Virgen quiso pasar el testigo de la anciana vidente de Fátima a una niña que, por aquel entonces, tenía solo seis años de edad.

            Si bien los secretos siguen siendo tales, lo que es cierto es que la mariofanía de Civitavecchia está implícitamente vinculada con Medjugorje por la procedencia de las estatuas, pero de manera expresa y manifiesta con Fátima porque es la misma Virgen la que lo dice. Y lo hace con fuerza: «Las tinieblas de Satanás están oscureciendo todo el mundo, también la Iglesia de Dios. Preparaos para vivir lo que yo había desvelado a mis pequeñas hijas de Fátima». Resumiendo, podemos decir que el contenido del mensaje de Civitavecchia tiene que ver con la exigencia de una reencontrada unidad de la familia, pequeña Iglesia doméstica, en la unidad de la Iglesia, que está viviendo el riesgo de una «gran apostasía». Ambas entidades están en el punto de mira del adversario de Dios. «Satanás quiere destruir a la familia y a la Iglesia» y lo que ha ocurrido desde 1995 hasta hoy nos invita a no infravalorar el alcance de esta profecía.

            La Virgen, que aquí se presenta bajo los títulos de Virgen de las Rosas del Corazón Inmaculado, Reina de la Familia, Portadora de Paz y Madre de la Iglesia, también ha dicho que nuestra nación está en peligro y nos ha puesto en guardia sobre una eventual nueva guerra mundial.

            Dicho esto, la forma de los mensajes es muy dulce. Las apariciones ocurren en los momentos cotidianos, en casa, en el jardín, en la montaña, en la escuela para la pequeña Jessica y, cuando María viene, le dice a Fabio: «Perdona por el tiempo robado a tu familia». E incluso cuando la Virgen se dirige a los obispos, implorándoles «que no la hagan llorar más por los muchos que mueren por sus culpas»(con una referencia clara a la gran crisis de fe que afecta también a la jerarquía y que tiene, como consecuencia, el descuido del ministerio sacramental y los graves comportamientos que en los últimos años han llenado las crónicas de los periódicos), los llama «dulces hijos», «herederos de Cristo», recordándoles la raíz de su vocación y de su mandato como sucesores de los apóstoles.

            ¿Quién puede vencer esta crisis, la desesperación de un mundo sin sentido? El Señor Jesús. María, que con su «sí» dado libremente permitió que el Infinito de Dios entrara en la finitud del hombre, siempre nos señala a Él, y a Él llevan todas sus santas apariciones. Es significativo que la primera vez que apareció en Civitavecchia, el 2 julio de 1995, lo hiciese en la iglesia y no dijese nada: la Madre apareció sobre el altar en el momento de la Consagración y se quedó en adoración hasta el final de la Comunión. ¿Qué sacamos de este mensaje silencioso? El Pan Eucarístico, hoy olvidado, es verdaderamente Jesús vivo, el Señor de la vida, el médico del cuerpo y de las almas. Y he aquí que en la última aparición, la Virgen de nuovo nos conduce a Él: «Yo me voy, pero mi Hijo Jesús, vuestro Hermano, permanecerá por siempre dentro de vosotros en todos los tabernáculos de la Iglesia, si queréis…».

            La Madre apela a nuestra libertad y, junto con la Eucarestia, nos exhorta a una vida sacramental asidua y correcta, con particular atención también a la Confesión, «al menos una vez a la semana», para pedirnos después que nos consagremos a su Corazón Inmaculado y que recemos a Dios con la corona del Rosario, «arma divina para vencer a Satanás». Añade que para rezar basta vivir cada momento de nuestra existencia en la presencia del Paraíso. Dice así: «Os enseño a rezar, dulces hijos míos. Buscadme cada momento durante el día, trabajando, pensando en los niños, dando gracias a Jesús, porque estas son oraciones de amor». Al final, se remite a la Palabra y al Magisterio. De manera concreta, María señala a «Juan Pablo II, el don más grande que mi Corazón Inmaculado ha obtenido del Corazón de Jesús». Es el santo papa del lema Totus tuus, el autor de la Veritatis splendor, de la Familiaris consortio, al que la Virgen misma indica como faro para los cristianos de nuestro tiempo. Y me alegra verdaderamente que el papa Francisco lo haya proclamado «patrono de la familia» y lo haya definido «magno».

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Has tenido ocasión de conocer bien a la familia Gregori. ¿Cómo ha cambiado su vida en estos veinticinco años? ¿De qué manera la lacrimación y las apariciones han influido sobre los miembros de la familia?

Los Gregori son personas auténticas, buenas y diligentes que desde hace veinticinco años testimonian en la fidelidad de lo cotidiano la fidelidad del amor de Dios que se les reveló de manera especial. En su casa, tanto mi mujer como yo hemos podido ver y tocar con la mano las exudaciones de la Virgen donada por Juan Pablo II. Sin embargo, más allá de este signo irrefutable, todos nos asombramos ante la hospitalidad de estas personas, como familia y como individuos: viven lo extraordinario en la cotidianidad del pasar de los días, sin retórica, sin presumir, con alegría, verdaderamente con «la humildad y la reserva» que les pidió la Virgen.

            El hecho de tener apariciones no implica tener, después, una vida privilegiada: siempre me asombra lo mucho y lo duro que trabajan Fabio y Davide para mantenerse, con turnos incluso de noche y muy agotadores, y para mantener en orden la propia casa, que Fabio construyó piedra a piedra. La madre, Annamaria (una cocinera excelente y generosa para todo el que aparezca por la puerta), y Jessica (hoy una chica joven, trabajadora, esposa y madre) han tenido que combatir, en periodos distintos, contra dos formas distintas de cáncer, en el caso de Annamaria muy agresivo.

            ¿Ves? No cambian las circunstancias ni las dificultades, que son las de todos, pero en la fe y en la gracia de Dios cambian las modalidades con las cuales se afrontan. Los frutos del Espíritu, siguiendo la huella de san Pablo en la Epístola a los Gálatas, son la alegría, la paciencia, el júbilo, la perseverancia…

Desde el principio, los protagonistas han sido objeto de ataques de todo tipo con el fin de desacreditarles. Y también recientemente hemos visto que ha habido un  intento en ese sentido. ¿Qué piensa de esa hostilidad?

Nada más salir el libro La Virgen de Civitavecchia. Lágrimas y mensajes, el padre Flavio Ubodi fue invitado al programa Porta a Porta. Parecía la ocasión, tras mucho tiempo, de poder encuadrar y contar con calma una historia en gran parte, como se ve, aún desconocida y, en su conjunto, imponente. En cambio, esa invitación y esa transmisión habían sido orquestadas para dar énfasis a la historia de un señor, Ivano Alfano, que declaró haber sido él quién manchó con su sangre la estatua de los Gregori el 2 de febrero de 1995. Poco importa si las revelaciones de este testigo no se sostengan en cuanto a cómo era la casa y el jardín de los Gregori en la época de los hechos; y que no coincidan con las conclusiones de la magistratura y de la Comisión diocesana, que se apoyan también, entre otras, en las declaraciones de policías, carabineros, de un coronel de los bersaglieri, del jefe de los guardias urbanos y de los dos cronistas del Messaggero de Civitavecchia, que juraron haber visto las lágrimas formarse y/o iniciar a moverse en los días sucesivos al 2 de febrero, por no hablar de la declaración del mismo obispo, que fue el destinatario de la lacrimación del 15 de marzo sucesivo, a su vez en presencia de otros testimonios… Poco importa, decía, porque el único objetivo de aquella tarde parecía ser el lanzamiento de un libro escrito a toda velocidad por Alfano, con la colaboración, ¡mira qué casualidad!, de una periodista de Porta a Porta y un subdirector de Rai Uno, a la cual hace referencia el programa.

            Tendremos tiempo para comprender cómo se ahondará en dicha situación en las sedes oportunas. A pesar de todo, lo que impresiona, ahora como hace veinticinco años, es que se levantaran tantos líos alrededor de la historia de la Virgen de Civitavecchia, que casi impidieron que la verdad del acontecimiento surgiera con toda su evidencia. Recuerdo que, en febrero de 1995, a pesar de que fueran los mismos Gregori los que llamaron al obispo y a la policía para avisar de lo ocurrido, se encontraron inicialmente con que los primeros no les creían y la Magistratura les perseguía: esta les había abierto un expediente con hipótesis de fraude, incremento de milagro y manipulación de la creencia popular. También en este caso, poco importa si después de cinco años de interceptaciones, irrupciones, registros, tac y resonancias magnéticas sobre el simulacro, en octubre del 2000 la magistratura cerrara el caso, poniendo negro sobre blanco -cito de memoria- que los Gregori eran inocentes y que no se beneficiaron económicamente; que la Virgen no había sido falsificada y que, por tanto, lo que ocurrió es una cosa humanamente inexplicable que tal vez solo la Iglesia pueda explicar… Poco importa. En vez de prestar, por fin, atención al hecho de que el Cielo pudiese tener algo verdaderamente importante que decirnos, la atención de la opinión pública se desvió a la cuestión del ADN.

¿Por qué los Gregori rechazaron someterse al examen de ADN para verificar la eventual identidad entre su sangre y la de la Virgen?

En el libro del padre Ubodi se muestran hechos y documentos. Fabio Gregori había dado plena disponibilidad sobre él y sus familiares. También sus hermanos se pusieron a disposición. Se opusieron el obispo y el abogado de familia después de la opinión expresada por los dos médicos, peritos expertos. Eran dos ilustres celebridades: el doctor Fiori, jefe del Instituto de Medicina Legal del Gemelli, nombrado por el obispo, y el doctor Umani Ronchi, su homólogo en La Sapienza, que representaba a la familia Gregori. Lo que sucedió es que después de la lacrimación en las manos de monseñor Grillo, el doctor Spinella, el tercer perito involucrado, que formaba parte de la Criminalpol, sustrajo toda la sangre posible de la estatua sin esperar la presencia de los dos ilustres colegas, los cuales, a partir de aquel momento temieron, legítimamente, una posible manipulación de la muestra. Además, existe un informe, redactado el 14 de abril de 1995, en el cual el mismo Spinella informa a la Fiscalía de Civitavecchia que, por los datos a disposición, se ha conseguido aislar del líquido sanguíneo solo cinco polimorfismos, «observables en la población en general», por lo tanto, inadecuados para establecer una identidad con la sangre de los Gregori. Es curioso que, a pesar de que fuera el propio perito de la Criminalpol el que obtuvo estas conclusiones, en marzo de 2013 declarara en el programa La storia siamo noi que si los Gregori se hubieran sometido a la prueba de ADN en 1995 se habrían alcanzado resultados ciertos.

            Como puedes ver, por las razones más distintas, en relación a la Virgen de Civitavecchia al gran público a menudo le han llegado informaciones parciales, superficiales, a menudo erróneas y, ciertamente, llenas de prejuicios. También desde dentro de la propia Iglesia.

¿Puede darnos algún ejemplo?

El más rotundo es este: el 17 de febrero de 2005, el cardenal Tarcisio Bertone anunció en televisión que una Comisión vaticana había indagado las lágrimas de Civitavecchia y había llegado a una conclusión de non constat. El gesto no es ritual, porque el entonces cardenal arzobispo de Génova pasó por encima del ordinario de Civitavecchia haciendo públicas informaciones y situaciones que no eran de su competencia. Monseñor Grillo era un hombre templado, pero su réplica fue muy clara. El 18 de febrero, entrevistado por Andrea Tornielli para el Giornale, declaró: «Hasta que haya una prueba de lo contrario, el responsable de la diócesis soy yo». Y añadió: «No he tenido ninguna comunicación oficial de este resultado». Y después: «No he sido convocado ni interrogado. Nadie me ha preguntado nada». El Padre Ubodi, que reconstruyó los hechos, había recogido a su tiempo las indiscreciones de monseñor Domenico Pecile, que había sido el presidente de esta Comisión vaticana supervisada por el cardenal Ruini: el prelado, confiándole su convicción personal sobre la verdad de los hechos, le reveló que la orientación general había tomado la dirección del non constat debido al prejuicio de algunos miembros influyentes.

            Pero no solo el obispo de Civitavecchia, tampoco el padre Flavio fue llamado a declarar. Y de esta manera, la Comisión de la Santa Sede no supo hasta 2005 que Juan Pablo II había hecho suya la causa de la Virgen desde hacía tiempo. Monseñor Pecile notificó al obispo Grillo, el cual mientras tanto había podido poner al día al cardenal Ruini, que fue el mismo papa el que intervino pidiendo que se siguiese estudiando el caso. Y Ruini le dijo a Grillo que los nuevos elementos invalidaban los resultados conseguidos hasta ese momento. De hecho, la Comisión se disolvió -en esos años había fallecido monseñor Percil-, sin la publicación de un decreto conclusivo. 

            No obstante, el cardenal Bertone no pareció desistir de su actitud hostil. En 2006, tras ser nombrado secretario de Estado, hizo nombrar obispo de Civitavecchia a don Carlo Chenis, salesiano como él, que había sido su colaborador. Ahora bien, el nuevo obispo, que falleció prematuramente el 19 de marzo de 2010, le confió a monseñor Grillo que había sido mandado a Civitavecchia por sus superiores con la orden concreta de de cancelar el culto a la Virgen del Pantano; algo que el nuevo obispo, al conocer la realidad, se negó a hacer. El obispo emérito informó de estas confidencias al periodista Luciano Regolo, actual codirector de Famiglia cristiana, que en 2014 publicó el volumen Le lacrime della Vergine (Mondadori).

            En efecto, durante más de un año desde su nombramiento, monseñor Chenis ignoró a los Gregori; sin embargo, después de conocerles, abrazó con fuerza la causa de la Virgen, trabajando para encontrar la financiación en la Conferencia Episcopal italiana para la construcción del santuario decretado por monseñor Grillo.

            El actual obispo, monseñor Luigi Marrucci, procedió en 2014 a una nueva y solemne coronación de la Virgen de las Lágrimas; pero no llevó adelante el proyecto del santuario, en el cual, entre otras cosas, había dispuesto que fuese sepultado monseñor Grillo, fallecido a los 87 años de edad en agosto del 2016 en Rumanía: sus restos aún siguen en este país. La sensación es que la actual guía de la diócesis es indiferente a la mariofanía del Pantano: después del caso Alfano, no consta que haya llegado ni una palabra de consuelo a los miembros de la familia Gregori. E incluso cuando estos han tenido la posibilidad de acceder a los medios, para poder exponer con discreción la verdad de la experiencia vivida, no han tenido a su lado al actual obispo ni su apoyo paternal.

¿Te has hecho una idea de los motivos de estos prejuicios o de la indiferencia de cierta parte de la Iglesia con respecto a una realidad que, al contrario, parece compleja y rica de implicaciones para la vida de fe?

En lo específico de los hechos de Civitavecchia, las objeciones más recurrentes que he oído a lo largo de los años son el escándalo producido por la lacrimación de sangre -no es es algo bonito de ver, crea alejamiento y rechazo-, y por el hecho de que el líquido sanguíneo encontrado fuera masculino. Respecto al primer caso, hay que decir que en una situación de gran estrés es posible sudar y llorar sangre. Técnicamente se llama hematidrosis. Es lo que le ocurrió a Jesús durante la sufrida soledad del Getsemaní y en su Pasión. Con respecto al segundo aspecto, monseñor Grillo me dijo que durante el análisis el reconocimiento del género de la sangre de la Virgen no fue inmediato; además, en los mensajes de las revelaciones privadas, se dice claramente que la Virgen lloró la sangre de su Hijo. Por otra parte, Él fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María, la cual, entonces, transmitió a su Hijo solo su componente biológico humano, su ADN, su misma sangre…

            Si se examina este dato en el contexto de una lectura simbólica y espiritual, el hecho de que Madre e Hijo tengan en común la misma sangre ofrece una idea conmovedora, también en el plano biológico, de como María estuvo involucrada en la Pasión de Jesús, casi como si fuese también corporalmente un todo con Él en el Gólgota. ¿No se dice que una madre muere con su hijo si a este se le arrebata su vida? Es lo que le ocurrió a María junto al inocente Crucificado.

            Es necesario recordar, también, que junto al signo doloroso y duro de las lágrimas de sangre en Civitavecchia perdura un segundo signo: las exudaciones de óleo crismal que dan una imagen eficaz de María que se hace Madre de la Iglesia a los pies de la Cruz, y que en el corazón del cenáculo pide, obtiene y difunde sobre la Iglesia el Espíritu Santo Paráclito.

            Pero más allá de estos elementos específicos que generan reticencia, respondo que muchos consagrados, ya desde hace décadas, viven casi con vergüenza la posibilidad de hechos de naturaleza sobrenatural en general. Todo Occidente está inundado por un planteamiento ilustrado y racionalista que frena ese salto de la fe que se acompaña de la razón y que es necesario para entender las cosas de Dios y vivir desde hoy, aquí en la tierra, en comunión con Él y en el cono de luz del Paraíso.

            Se dice que no necesitamos las apariciones, que el kerigma ya está incluido en la revelación del Cristo. Es verdad, pero si se da un carácter de absoluto a este asunto nos arriesgamos a caer en la presunción del que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la Virgen y los Santos no puedan intervenir en la historia de los hombres. Pero, ¿quienes somos nosotros para juzgar tales iniciativas, que pueden venir directamente del Cielo? Es necesario que la Iglesia sea prudente en el análisis de hechos como este, pero es necesario que se ponga en una posición de escucha, en la conciencia de que la aparición es el método con el cual Dios se comunica, desde siempre, con el hombre. Al principio del Génesis, con la mirada de Adan y Eva, se lee que el Creador «paseaba con ellos en el Jardín del Edén». Y a menudo no hacemos caso de que los Evangelios empiezan con la aparición del arcángel a María y terminan con las apariciones del Resucitado. Razón por la cual, Pedro, primer papa, en los Hechos de los Apóstoles funda la Iglesia sobre «Jesús de Nazaret…, el hombre acreditado por Dios por medio de sus milagros, prodigios y signos, que Dios mismo obró entre vosotros por obra suya».

            En el lenguaje de las apariciones, además, siempre hay una toma de posición neta en la cual los principios de bien permanecen ligados el Evangelio y a la Tradición sin excepciones ni posibilidad de malentendidos. Como decir, el bien es bien, el mal es mal, con el Padre en los Cielos que está siempre dispuesto a perdonar a pesar de que ejerzamos nuestra libertad, esforzándonos en vivir en un camino de lucha ascética; en otras palabras, intentando no pecar más. En las apariciones, que marcan la irrupción de la dimensión de lo eterno, la «compasión» propuesta no es un sentimiento de rendición y de conmiseración humanas frente al mal que serpentea y nos oprime aquí abajo, sino una coparticipación ofrecida y consciente de la cruz de Cristo para el rescate y la salvación del mundo. Y la Caridad, sobre la cual seremos juzgados, se une de manera indisoluble a la Verdad y la Justicia de Dios. También la Verdad es mostrada como una forma elevada de Caridad. Sin embargo, todos estos conceptos son difíciles de descifrar para quienes sostienen que el Evangelio y la Tradición de la Iglesia no contienen principios inmutables sino que, al contrario, se tiene que adaptar siempre a los tiempos, lugares y circunstancias particulares. Por esto es inaceptable que la Virgen, también en Civitavecchia, hable de «familia verdadera» y de «Iglesia de Dios» y que estamos en riesgo de «una gran apostasía».

¿La historia de la Virgen de Civitavecchia tiene algo que decirnos en lo que concierne al momento tan difícil que estamos viviendo a causa de la epidemia del coronavirus?

La historia de la Virgen, con o sin coronavirus, nos recuerda a todos nuestra matriz, a saber: que por gracia somos hijos creados a imagen y semejanza de Dios y por Él somos amados. Nuestra vida terrena es cosa breve, destinada a acabar, así como los tesoros que podemos acumular en tierra, pero que no nos podremos llevar con nosotros. Basta un soplido y podemos desaparecer. San Pablo nos explica que el mal que nos rodea -incluida la muerte- está sometido al príncipe de este mundo y a sus reglas.

            Pero María, la Madre celeste, estrella de la mañana de cada nuevo día, no se ha cansado de asomarse, incluso hoy, en el tiempo de los hombres desde el presente eterno de Dios. Es la Ianua Caeli, la puerta del Cielo, a través de cuyo cuerpo glorioso entrevemos la luz de la resurrección y la Casa celeste preparada para nosotros, a la cual puede volver también esta generación inquieta como el hijo prodigo vuelve a su Padre.

            En Civitavecchia, María señala con fuerza a Jesús Eucarístico, el Pan y el Médico del alma y del cuerpo, el Agua que sacia a la Samaritana, de la cual nosotros no podemos prescindir, especialmente en un tiempo como este.

            Pero depende de nosotros qué decidimos hacer. Dios no vulnera nunca la libertad de sus hijos. Y a la Madre del Cielo no le queda más que esperar y sufrir la trepidante espera, como ella misma nos confió en Civitavecchia el 26 de agosto de 1995: «Queridos hijos, lloro porque os estoy hablando en cada parte del mundo, dándoos signos extraordinarios, pero vosotros no me escucháis».

Publicado por Aldo Maria Valli en su blog Duc in altum.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
8 comentarios en “Civitavecchia, veinticinco años después: «Hijos míos, lloro pero vosotros no me escucháis»
  1. Aldo María Valli, otro de los decepcionados por Bergoglio, como Antonio Socci, Marco Tosatti y tantos otros, es una de mis referencias informativas. Su espiritualidad, su inteligencia e ironía hacen muy amable su fundada crítica, basada en una información contrastada que, si tiene que rectificar, lo hace de inmediato.

    1. Esos son 3 carcas resentidos que no se cansan de chillar porque no tienen una Iglesia a la medida de lo que ellos quisieran. A Socci lo seguía en twitter pero ya no más, es que el tío es insoportable, su parcialidad asquea.

      1. Déjate de cuentos E A Poe. Por supuesto que tenemos una iglesia a nuestra medida. Lo decimos con orgullo y humildad.
        SÍ. A nuestra medida. Es JESÚS y su corredentora, LA SANTISIMA VIRGEN MARIA y no una simple santita como lo dijera el im pos tor. Aquí no es la cantidad, como veo que ustedes los modernistas del NOM lo ven, sino la fidelidad. Iglesia remanente. Lo de la pachamama, queda en ustedes. Seguramente rondará por los jardines de El Vaticano; y ya sabemos quién es. Para nosotros los rígidos, anticuados…etc, SÍ existe un Dios católico, NO como lo expresó gog-lio. Un Dios Católicotó; Jesús, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
        Dios bendiga al PAPA BENEDICTO XVI. » El de Jesús»

  2. Si, aún le falta un par de datos, como reclamar dulcemente a las autoridades bati- romanas que digan por una vez alguna verdad. Dulcemente, por supuesto.

  3. Sea o no sea verdadero el supuesto prodigio, es maravilloso saber que miles de personas llegan a ese lugar y le rezan a la Santísima Virgen.

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