(OnePeterFive)- Tras las revelaciones sobre Theodore McCarrick y la corroboración del testimonio de Viganò, todas las personas razonables estarán de acuerdo en que existe una infiltración dentro de la jerarquía de la Iglesia católica.
Parte de la solución a este grave problema es investigar las raíces históricas de la crisis. Con este objetivo, el libro de Taylor Marshall Infiltración [publicado en español por HomoLegens, ndt] argumenta la plausibilidad de esta tesis: durante más de cien años, una pequeña minoría de masones, comunistas y otros enemigos han conseguido infiltrarse con éxito en la Iglesia y difundir sus errores en la jerarquía. Es una obra introductoria excelente, que marca el tono para un debate sobrio y documentado, basado en la caridad y la verdad. El propósito del Dr. Marshall es claro: ayudar a los fieles con respuestas razonables, llevar adelante el debate para afrontar cuestiones difíciles y superar las disensiones causadas por clamorosas invectivas y la emotividad.
Los católicos pueden y deben hacer un buen uso de la obra de Marshall. Algunos lo han conseguido, pero otros no.
Antes de entrar en la discusión de la utilización de la obra de Marshall, revisemos cómo debe enfrentarse un católico a la conspiración. El párrafo 675 del Catecismo de la Iglesia católica establece: «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes… bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad… un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne)«.
Cuando empecé a leer el libro de Marshall, la revisión que hice de las fuentes coincide en al menos el cincuenta por ciento de sus afirmaciones. Examinando sus pruebas, me ha impresionado su uso de fuentes francesas, alemanas e italianas y sus esfuerzos para hacer distinciones históricas adecuadas y observaciones teológicas. Por todo esto, recomiendo el libro como una buena introducción a la crisis actual para el propósito general de debatir sobre la misma. Sin embargo, desde mi punto de vista, la obra no carece de algunos errores, que a pesar de todo considero razonables dado el objetivo y la naturaleza de esta obra.
Veamos qué dice el primero de los críticos de Marshall, Jeff Mirus. Su crítica gira sobre la negación implícita de la doctrina y la prudencia católicas: rechazo a la conspiración porque es una conspiración. Mirus empieza burlándose de Marshall para pasar, a continuación, a los ataques ad hominem, como este: «Debatir sobre este libro es más bien como apuntar a lo absurdo de un pariente loco que siempre tiene una respuesta para cada objeción, arrancado de un mundo que existe sólo en su cabeza». Plantea una cuestión razonable, pero se desacredita a sí mismo con esta crítica, dado que abandona la modalidad del discurso académico, y discute las fuentes y las pruebas. Mirus se basa en los insultos, en los espantajos (malinterpreta la postura de Marshall sobre la Nouvelle théologie, la Alta Vendita, la distinción entre la infiltración de ideas y la infiltración de hombres) y en acusaciones de mala fe (afirmando que Marshall es sólo un nostálgico que intenta imponer sus ideas personales). Los ataques ad hominem son ilógicos porque apelan a las emociones del lector, no a su razón. Mirus no aborda el tema de las fuentes de Marshall, pero confía en su autoridad para demostrar su crítica. Personalmente no conozco el trabajo de Mirus, pero estoy seguro de que el co-fundador del Christendom College puede hacerlo mejor.
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La siguiente crítica viene de Dave Armstrong, apologeta católico online. Hay que reconocer que Armstrong discute algunas de las fuentes desde un punto de vista académico, pero su crítica se basa no en la evidencia, sino en culpar a Marshall del pecado de «vapuleo» para etiquetarle y descartarle. Armstrong aduce que su crítica «no es personal», pero ignora los puntos importantes de la obra de Marshall y ataca los secundarios. Por ejemplo, su modo de tratar Nostra Aetate ignora el hecho observado por Marshall, a saber: que el primer redactor de este documento fue el teólogo Gregory Baum, cuya sórdida vida es bien conocida ahora. La cuestión no es si los documentos pueden ser interpretados de una manera ortodoxa, que sí, sino si pueden incluir ambigüedades intencionadas y transformarse en un arma.
Armstrong está de acuerdo con Mirus en la crítica de la que hablaré más abajo, incluyendo el hecho de que no hay pruebas de que Juan Pablo II diera permiso para el sacrilegio cometido por paganos en Asís. Este es un punto justo. Pero utilizar la falta de permiso formal para rechazar la supuestamente aparente y material aprobación del pontífice de dicho escándalo es injusto hacia la memoria del papa Wojtyla. Pienso, en general, que Marshall trata justamente a Juan Pablo II, indicando todos los excesos de los 80, pero sin omitir los éxitos de los 90.
Parece que lo que Mirus y Armstrong han hecho es intentar silenciar rápidamente cualquier debate sobre el tema. En lugar de discutir sobre las pruebas, su crítica gira sobre un desafortunado uso del ad hominem: tachan a la obra de Marshall como «teoría conspirativa» y afirman que un insulto es suficiente para ignorar la evidencia. Indudablemente, ellos habrían censurado al gran Dietrich von Hildebrand, martillo de los nazis, con la misma invectiva indigna de un erudito, dado que el último ya hablaba de los masones en 1973 [1]. Desde luego, leer a Hildebrand demuestra exactamente lo inadecuada que es la crítica ad hominem a la sombra de este gigante del siglo XX [2].
Pasando ahora a críticas más constructivas del libro de Marshall, llegamos a un amigo suyo, el padre Longenecker. Vale la pena leer esta crítica y las siguientes porque no caen en la trampa ad hominem, y demuestran un mayor compromiso con la verdad y la caridad. Vemos la caridad especialmente en el padre Longenecker, que alaba la erudición de Marshall y le llama amigo.
Su crítica es una buena crítica cuando indica, como el buen sacerdote que es, que los efectos espirituales de este trabajo contribuyen a que decaiga aún más la caridad. Esto es justo. Como sacerdote tradicionalista, el padre Chad Ripperger no quiere lamentarse; la falta de caridad amenaza con desacreditar a los tradicionalistas y pone en peligro sus almas. Sin embargo, puede parecer extraño que aunque el padre Longenecker admite que ha habido conspiraciones en la Iglesia desde el principio, no considera que la Iglesia ahora está sufriendo una. Sin embargo, es lo suficientemente razonable para ver que Marshall es un aliado en la lucha común contra el mal en esta crisis.
Jennifer Morse,, fundadora del Ruth Institute, presenta nuestra primera reseña crítica, que demuestra ser muy constructiva para el debate. Procede de manera razonable analizando directamente las fuentes de Marshall. Admite algunas de sus pruebas sobre los masones y los comunistas, pero no las encuentra convincentes y aduce: «Estas pruebas son el principio, no el fin de una investigación seria». Muy acertado. Creo que tiene razón cuando dice que Marshall exagera su historia en algunas ocasiones, pero esto tiene que ver también con la naturaleza del tema en cuestión.
Morse admite que Bella Dodd sí que proporcionó una declaración jurada cuando dijo que infiltró en los seminarios católicos a mil comunistas, y que cuatro de ellos se convirtieron en cardenales en los años 50. Pero entonces Morse declara: «En lugar de buscar pruebas que lo corroboren, Marshall cree la declaración de Dodds a pies juntillas». De hecho, Marshall si que lo corrobora. En la página 54 del libro, cita la declaración jurada de otro antiguo comunista, Manning Johnson, que describió la táctica de infiltración comunista como la utilización de «unos pocos comunistas, una minoría, [para que] pudiese influir en la futura ideología del clero con objeto de dirigirla hacia los propósitos comunista». Marshall también cita a dos testigos secundarios, el venerable Fulton Sheen y la Dra. Alice von Hildebrand (viuda del excepcional Dietrich, anteriormente citado), ambos cristianos y con intelectos intachables, que confirmaron que Bella Dodd era una testigo creíble. Morse no lo menciona, pero sí que indica una serie de valiosas fuentes originales comunistas que deberían ser investigadas y sugiere que si bien las pruebas de Marshall están «sobreestimadas», no deben ser rechazadas.
Otra crítica excelente de Infiltration es la de William Kilpatrick, que afirma que si bien las pruebas de Marshall «no siempre son conclusivas, sí que son provocadoras». Observa que los comunistas sí que se infiltraron en la Iglesia rusa y en el gobierno de los EE. UU., y que penetrar en la Iglesia católica «es el tipo de cosa que los comunistas soviéticos eran capaces de hacer y hacían». También observa que la psicología humanista penetró profundamente en la Iglesia católica, lo que concuerda perfectamente con los objetivos de la masonería y el comunismo de difundir falsas ideas. En general, afirma que «está fuera de toda duda que, durante años, hubo infiltraciones en la Iglesia que introdujeron en ella ideas que han tenido consecuencias perjudiciales», y proporciona una gran contribución al debate con su análisis.
Hasta ahora, de las críticas a la obra de Marshall, sólo dos contribuyen al debate como tal a través de la discusión de las pruebas. Terminaré esta breve defensa con una discusión sobre los errores razonables que tiene el libro de Marshall, indicados ya por Mirus y Armstrong. Considero que estos errores son razonables si consideramos el propósito y el importante potencial de este libro, que es llevar a un debate.
Desde el principio, hay que admitir que algunas de las afirmaciones históricas que hace Marshall en el libro adolecen de falta de pruebas en el mismo texto. Por ejemplo: en la página 95 del libro, el autor relata un encuentro entre el arzobispo Lefebvre y el Padre Pío. Una breve búsqueda en internet proporciona un debate sobre este hecho en relación a un testigo, Rabajotti, contra dos testigos contrarios proporcionados por el arzobispo. Sin profundizar más en la cuestión, una persona razonable estaría de acuerdo en que una nota a pie de página habría clarificado el alcance y la naturaleza de las pruebas en este punto del relato.
No obstante, aunque esta es una crítica razonable que se puede aplicar a un número de detalles superfluos en el libro de Marshall, hay dos puntos que hay que tomar en consideración. Primero, el fin: este libro está claramente dirigido al lector laico, para ayudar a introducir el debate, tal como detalla explícitamente la descripción de Sophia’s Crisis Publications. Por lo tanto, a la vez que pedimos pruebas de las afirmaciones conspirativas, debemos comprender también las intenciones. El libro parece que intenta equilibrar la máxima cantidad de información en el menor número de páginas posible, con la mayor cantidad de pruebas concretas posibles, todo ello dirigido al lector laico. Cualquier libro con estas limitaciones sufriría de una generalización excesiva y una falta de notas a pie de página. Así, por ejemplo, Mirus indica, razonablemente, que Marshall fracasa en comentar la Nouvelle théologie en sus propios términos. Sin embargo, Mirus no consigue comprender que Marshall está generalizando intencionadamente para insistir sobre cómo el movimiento permitió el Modernismo, especialmente a través de la influencia de Rahner.
El segundo punto que hay que recordar es la naturaleza de las pruebas. Los papas del siglo XIX creían que la Iglesia estaba siendo amenazada realmente por las sociedades secretas. Si admitimos que esta amenaza puede haber existido, o existe, es razonable que comprendamos que, debido a la naturaleza de la amenaza, las pruebas serán en su mayoría circunstanciales.
Marshall presenta las pruebas de sus afirmaciones históricas y distingue, en diversos puntos del texto, entre hechos, alegaciones y especulaciones. En su modo de abordar la cuestión de Bella Dodd, menciona por qué la fuente «AA-1025» es de naturaleza dudosa a la vez que sostiene el testimonio del que hemos hablado antes. Un hombre prudente respondería ante esta prueba, bien aceptándola razonablemente, o admitiendo que las pruebas justifican una investigación más profunda. Lo que un hombre razonable no haría es descartarla sin más. ¿Qué hombre, al considerar cualquier crimen, enfrentado a dos testigos oculares confirmados y dos testigos de apoyo, diría: «No es necesario llevar a cabo más investigaciones. Hay que ignorar toda esta cuestión de inmediato»? Esto es contrario a la virtud de la prudencia e ignora la doctrina católica. Debemos recordar, también, que el objetivo manifestado por los masones y los comunistas era infiltrarse, no a través de las personas, sino de las ideas.
Lo que el libro de Marshall consigue hacer de manera admirable es encajar una historia compleja en 172 páginas sin que haya un exceso de escolasticismo difícil, ni una falta de pruebas fundamentales. Así, cada católico que lea este libro y se comprometa con sus métodos, que es la verdad y la caridad, lo que está haciendo es un servicio a la Iglesia.
[1] «Una mirada imparcial a la actual devastación de la viña del Señor no puede dejar de observar el hecho de que se ha formado una ‘quinta columna’ dentro de la Iglesia, un grupo que, de manera consciente, tiene como objetivo destruirla sistemáticamente… Su menoscabo sistemático y astuto de la Iglesia es testigo suficiente del hecho de que es una conspiración deliberada, que implica a masones y comunistas… que trabajan juntos para conseguir este objetivo». The Devastated Vineyard (Franciscan Herald Press, 1973), xi.
[2] El cardenal Ratzinger escribió acerca de Hildebrand: «Estoy personalmente convencido de que cuando se escriba, en algún momento del futuro, una historia intelectual de la Iglesia católica del siglo XX, el nombre de Dietrich von Hildebrand será uno de los más prominentes entre las figuras de nuestro tiempo». The Soul of a Lion: Dietrich Von Hildebrand, A Biography (Ignatius, 2000), 12.
Publicado por Timothy Flanders en OnePeterFive.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
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Todo libro en el que se presente algún tipo de conspiración es vulnerable porque las conspiraciones no suelen ser demostrables. Sin embargo algo pasa y que pase sin ninguna causa es imposible, de manera que por lo que se diga, y no se pueda demostrar, no podemos llegar a conclusión alguna, pero si no fue exactamente así sería de otra manera. La situación a la que ha llegado la Iglesia puede ser difícil de rastrear, pero que no es fortuita está claro, pensar que todo se debe a un cúmulo de circunstancias sin conexión entre sí es algo que repugna a la razón, lo diga quién lo diga. Así que es fácil impugnar a Marshall pero si no se presenta otra alternativa se puede pensar de los impugnadores sirven para saber lo que el otro ha dicho sin pruebas pero son incapaces de buscarlas por sí mismos, como los críticos literarios a los que no gusta William Shakespeare pero son incapaces de escribir «El Rey Lear».
Muy interesante, María Jesús.
Creo que te refieres a que en todo libro en el que se presente una hipotesis esta abierto a ser atacado. El hecho de que esta hipótesis presente una cosnspiracion es una característica particular que no significa que sea más o menos creible.
No conozco el libro y por lo tanto no sé la verosimilitud de lo que cuenta, pero soy aficionada a la historia y sé lo mucho que sufrieron los historiadores especialistas en la Europa del Este pretendiendo demostrar lo que habían hecho los comunistas, como Robert Conquest, por ejemplo. «¡Pruebas, pruebas!» gritaba el PC francés con Sartre a la cabeza, pero en aquel momento solo había testimonios sueltos. Bien, ahora ya se sabe, o porque han aparecido las pruebas o porque se ha podido reconstruir el periodo por historiadores como Anne Applebaum, y el resultado ha resultado mucho peor que lo que Conquest dijo, no había añadido nada pero le quedaron cosas terribles a las que no tuvo acceso.
Solo Dios sabe lo que realmente pasa en la curia Romana.
Si a escala española todos constatamos numerosos casos dignos de frenopático sobre seres que se hicieron sacerdotes para consagrar el resto de sus días a atacar con cotidiana y meticulosa saña el corazón de la fe católica (Tamayo, Evaristo Villar, Castillo, Vidal el de Bastante y compañeros mártires, etc.), cómo será en el resto del mundo. No conozco ningún otro ámbito de la vida donde ocurra algo semejante, así que cada vez tiendo más a creerlo todo.
¿Álguien vió ésa nota de dos sacerdotes que tenían $exo dentro de un auto en pleno día?
Sí eran sacerdotes,,,, éso es lo horrible.
Pero,,,, ¿porqué lo eran?
Para llegar a ése momento…
Hiciéron toda una carrera para hacer su debut como fieles servidores de quien los contrató . Por éso ha habido tanto esc4ndalo. Por tanto infiltr4do. Los buenos son doblemente perjudic4dos, pues los juzg4n al parejo que los malv4dos. Son virus dentro de la Iglesia.
El problema no son LOS COMUNISTAS y MASONES conscientes dentro de la Iglesia para destruirla, los PEORES son los NO CONSCIENTES de SERLO y en ellos RADICA la fuerza de la CONSPIRACIÓN.