El Papa en Nagasaki: «No podemos resignarnos ante el mal»

Vatican Media
|

Francisco ha presidido hoy la Misa, celebrando la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, en el estadio de béisbol de Nagasaki, en el contexto del viaje que está realizando a Japón, tras su paso por Tailandia.

Homilía del Santo Padre en Nagasaki, publicada en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42).

En este último domingo del año litúrgico unimos nuestras voces a la del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la voz y realizar su profesión de fe. Son las últimas palabras que Jesús escucha y, a su vez, son las últimas palabras que Él dirige antes de entregarse al Padre: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). El pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este instante no hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer siempre y en todas partes la salvación. El calvario, lugar de desconcierto e injusticia, donde la impotencia y la incomprensión se encuentran acompañadas por el murmullo y cuchicheo indiferente y justificador de los burlones de turno ante la muerte del inocente, se transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una palabra de esperanza para toda la humanidad. Las burlas y los gritos de sálvate a ti mismo frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para construir la historia.

Hoy aquí queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso; conocemos bien la historia de nuestras fallas, pecados y limitaciones, al igual que el buen ladrón, pero no queremos que eso sea lo que determine o defina nuestro presente y futuro. Sabemos que no son pocas las veces que podemos caer en la atmósfera comodona del grito fácil e indiferente del “sálvate a ti mismo”, y perder la memoria de lo que significa cargar con el sufrimiento de tantos inocentes. Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar nuestra fe en la defensa y en el servicio del Señor, el Inocente sufriente. Queremos acompañar su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar, una vez más, que la salvación es la palabra que el Padre nos quiere ofrecer a todos: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Salvación y certeza que testimoniaron valientemente con su vida san Pablo Miki y sus compañeros, así como los miles de mártires que jalonan vuestro patrimonio espiritual. Queremos caminar sobre sus huellas, queremos andar sobre sus pasos para profesar con valentía que el amor dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena acción y elección. Nos lo recordaba el Concilio Vaticano II: lejos están de la verdad quienes sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar nuestros deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa misma fe profesada estamos obligados a realizarlos de una manera tal que den cuenta y transparenten la nobleza de la vocación con la que hemos sido llamados (cf. Const. past. Gaudium et spes, 43).

Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida. Él está vivo y nos quiere vivos. Cristo es nuestra esperanza (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 1). Lo imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor. Y al hacerlo queremos también que nuestra vida y nuestras acciones se vuelvan una alabanza. Si nuestra misión como discípulos misioneros es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser levadura de su Reino dondequiera que estemos: familia, trabajo, sociedad; nos impulsa a ser una pequeña abertura en la que el Espíritu siga soplando esperanza entre los pueblos. El Reino de los cielos es nuestra meta común, una meta que no puede ser sólo para el mañana, sino que la imploramos y la comenzamos a vivir hoy, al lado de la indiferencia que rodea y que silencia tantas veces a nuestros enfermos y discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo, nuestro Rey (cf. Mt 25,31-46); porque «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (S. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 49).

Aquel día, en el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban, tan sólo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente; toda una valiente profesión de fe. En cada uno de nosotros está la decisión de callar, burlar o profetizar. Queridos hermanos: Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, y para que cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse, sino con su voz profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad y gracia, de amor y de paz[1].


[1] Cf. Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
5 comentarios en “El Papa en Nagasaki: «No podemos resignarnos ante el mal»
  1. En Tailandia, la pachamama, la amada y adorada madre tierra, recibió a Francisco con un terremoto y hoy en Japón con un increíble viento huracanado que le arrancaba la esclavina quedando con el uniforme oficial de papa emérito. No queremos ser profetas de desgracias pero los signos son los signos y las cosas no pasan sin un sentido. Una imagen vale más que mil palabras y la imagen está. En Japón existe la pena de muerte, de esto ni una palabra, y nos limitamos al desarme nuclear. Es lo que en estos tiempos parece que quiere ofrecer la iglesia católica al pueblo japonés. Aquí estamos y aquí nos quedamos.

    1. Claro, el meteorito que extinguió a los dinosaurios cató porque se portaban mal, la naturaleza no sigue leyes físicas sino que es un instrumento con el que Dios se dedica a intimidar a la gente cuando se portan mal. Vamos que miles de años de estudio y descubrimientos a la basura porque tu acabas de demostrarnos que los que tenían razón fueron los catetos que hace tres mil años se inventaban las explicaciones, el ignorante es Newton

  2. «No podemos resignarnos ante el mal»
    Así hacemos, Francisco. No nos resignamos. Cada uno hacemos lo que podemos para plantar cara al mal: rezar, ir a misa (aunque para tí es mejor que no vayamos porque todos, sin exclusión, los que asistimos a la Santa Misa a diario somos murmuradores) o hacer proselitismo, son las armas con las que contamos para luchar contra el mal.

  3. Abrir dolorosas heridas del pasado?.No alcanzó a entender qué utilidad puede tener.Una consecuencia posible puede ser la victimización aún mayor de quienes sufrieron semejante afrenta.Acaso de ello no puede concluirse que con esa rememoración es posible resucitar un odio que no lleva a nada?Y tiene eso algún interés positivo?.Sirve eso para construir futuro?
    También leo:
    “Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos de burlas y humillación”
    Oh Dios mío cuantas veces en Iglesia cuando te miro y te veo en el crucifijo me maravillo.Me maravillo porque la Cruz para mi lo veo como “él apoteosis del Amor”.Tu vuelta al Padre .Y sobretodo el haber entregado al hombre la Gracia para que pueda recorrer gracias a ella el camino al Padre.
    La belleza De la Cruz en donde Tu Señor mío te has despojado del mundo dando todo y entregando finalmente lo único que ya te queda en el mundo:tu vida de hombre.
    Y ese es el camino que nos enseñas y que debemos seguir para poder unirnos al Padre

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles