La Iglesia debe superar el pasado

La Iglesia, en tanto que institución humana, no puede seguir anclada en un pasado idílico, que se ve a través de unas lentes rosas que impiden advertir las sombras; un tiempo que nunca fue lo que ahora dicen de él, nostálgica de planteamientos desfasados e ideas que se quieren confundir a menudo con la doctrina cuando no son más que excrecencias que entorpecen más de lo que ayudan para llevar a Cristo al mundo de hoy. La jerarquía eclesiástica, en fin, debe superar de una vez por todas las fantasías del llamado ‘espíritu del Concilio’, con sus adherencias de utopismo izquierdista.

En tanto en cuanto su destino depende de la libertad de los hombres que la gobiernan, es comprensible, aunque no excusable, que pastores que han superado, a veces con mucho, los 70 años se sientan atraídos por la nostalgia de su juventud, y usen su poder para llevar a sus últimas consecuencias un modelo que ya se ha probado desastroso en la práctica.

Se dice que la Iglesia no es un juego de números, pero, ¿cómo medir entonces ese ‘acercamiento’ que predicaba Juan XXIII cuando inauguró el Concilio? Si no valen las cifras de descristianización, el descenso en la actividad misionera, la caída en la práctica religiosa y el acceso a los sacramentos, de las vocaciones, ¿qué tal el hecho de que la mitad de los católicos norteamericanos descrea de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía? Extraña primavera ha sido, que ha helado los frutos y dejado yerma la tierra.

De la alianza de la Iglesia con el progresismo de izquierdas y sus demostradas mentiras tenemos, como podrido fruto, este sínodo bochornoso como una asamblea de facultad en que los profesores quisieran congraciarse serviles con los estudiantes para seguir aferrándose al poder.

Pero son, ya digo, los últimos resultados de un ‘matrimonio’ que se ha demostrado desastroso. Porque ese progresismo se ha formado históricamente contra la Iglesia, contra toda fe, y esa izquierda tiene un sólido y consistente historial de persecución religiosa. Puede halagar ocasionalmente a los pastores que se apresuran, rezagados y renqueantes, a aplaudir sus tesis, aunque es más frecuente que simplemente les ignoren con un marcado desprecio.

La izquierda, en fin, se comporta como ‘amiga’ como ese gran amigo comunista y ateo de Su Santidad, Eugenio Scalfari, el veterano fundador del diario italiano La Repubblica (un trasunto de El País, para entendernos). Su Santidad le ha concedido ya media docena de entrevistas personales, a solas, pero tan profunda amistad y admiración mutua no han servido para que el nonagenario periodista deje de publicar escandalosas ‘confidencias’ de Francisco que al cabo la oficina de prensa vaticana debe desmentir (o, mejor, ‘matizar’). Puso Scalfari la vez anterior en un serio aprieto al Santo Padre al poner en su boca que el infierno no existe y que las almas que rechazan a Dios desaparecen. Que después de algo así, con la consiguiente confusión en el mundo católico, repita, resulta un poco desconcertante, como si pusiera esa amistad personal por encima del bien de la Iglesia. Sobre todo porque, en esta última ocasión, lo que asegura que le ha confiado el Papa es que Jesús no era Dios.

¿Un despiste? ¿Una mala interpretación ante unas palabras quizá demasiado sutiles? Es improbable. Cierto que Scalfari está mayor, 95 años, pero sigue escribiendo, y en un periodista avezado; ‘entender’ que un pontífice romano te ha dicho que Jesús no es Dios es como interpretar, tras una entrevista con Stalin, que ha declarado que el marxismo es una patochada.

Porque este es el obstinado ‘secreto’ de la absurda alianza: nunca van a obtener su apoyo leal; nunca van a ganar su alma, no va a haber conversiones por ese lado. La izquierda obedece a un dios celoso y voraz, no admite aliados a medias y nunca tiene bastante.

Ayer, en la rueda de prensa del sínodo, el obispo Kräutler habló de la necesidad de abrir ministerios para reconocer formalmente la labor pastoral de las mujeres, y en respuesta posterior al vaticanista del National Catholic Register, Edward Pentin, admitió ser partidario de la ordenación sacerdotal plena de mujeres.

Pero ni semejante revolución, que el Papa Juan Pablo II decretó imposible del modo más solemne, va a contentar a la izquierda, como cuenta aquí mismo Gabriel Ariza. Una mujer indígena tomó la palabra ayer al final de la sesión vespertina para acusar a la Iglesia de rigidez y sexismo, recordando: “vosotros, hombres clericales, habéis pasado por la vagina raspada de una mujer”.

Nada les va a contentar, con nada tendrán bastante. No quieren el acercamiento de la Iglesia, sino su rendición incondicional a un utopismo que está acelerando nuestra decadencia como sociedad y que solo se sustenta con mentiras.

Como, en buena medida, el propio sínodo. La visión de su documento de trabajo de la vida de los indígenas, ya hemos observado en varias ocasiones, es puro Disney. Los idílicos indios en contacto armonioso con la madre tierra viven vidas miserables, mantienen prácticas terribles, prefieren por abrumadora mayoría el cristianismo de los pentecostales al de la Iglesia (hasta un 80% en algunas regiones amazónicas) y, también en esa misma proporción, viven en ciudades, donde no estamos seguros de que se oiga bien el grito de la tierra.

Es hora de que nuestros pastores superen el pasado. Es hora de que olviden las fantasías sesentayochistas que se han revelado nefastas para el mundo y destructivas de la fe. Esa iglesia es una iglesia de papel, como llamaba el cardenal Newman al anglicanismo. Si desaparecieran esos fieles a los que insultan cada día, tachándoles de rígidos con caras de pepinillos en vinagre, verían qué poquísimos son, y qué pronto topaban con el glacial desprecio de sus aliados ideológicos seculares.