‘Schmalz’ es una de las numerosas palabras que el yiddish ha dejado en el inglés de Estados Unidos. Define un tipo de sentimentalismo tan exagerado que resulta ridículo, forzado. Es también el apellido del autor del primer grupo escultórico que adorna la Plaza de San Pedro en unos cuatro siglos, Timothy Schmalz.
El conjunto lleva el título de ‘Ángeles Sin Saberlo’, por las palabras de San Pablo en su Carta a los Hebreos: “No olvidéis la hospitalidad; algunos, practicándola, sin saberlo, han acogido a los ángeles” (13,2), aunque de los supuestos ángeles solo se aprecian unas alas saliendo del abigarrado conjunto. En lo demás, se trata de un montón de gente de pie y muy junta, sobre un pedestal en forma de barca, todo en un gris muy oscuro.
Se supone que es un homenaje a esa obsesión ya casi mareante de Francisco, la inmigración masiva, aunque el retrato del fenómeno resulta tan poco realista y tan idealizado como lo es en los discursos del Pontífice. Por lo que puede apreciarse a simple vista, son todos blancos y europeos, y abundan las mujeres y los niños, nada que ver con los subsaharianos, varones jóvenes en su abrumadora mayoría, que traen las ONG a las playas de Europa después de haber pagado una pequeña fortuna a los traficantes de seres humanos.
Es curioso que ningún Papa haya osado en todos estos siglos perturbar el equilibrio estético de la columnata de Bernini con estatua alguna, y cuando al fin se rompe esta racha es para colocar un conjunto que no tiene nada de reconociblemente católico, nada asociado a la adoración o al culto, nada siquiera religioso salvo esas alas inopinadas. Y que, por decirlo todo, se da de bofetadas con el entorno, a un nivel puramente estético.
Como en tantas otras cosas, da la sensación -en este caso, de forma visible y tangible- de un sutil cambio de énfasis hacia un humanismo desprovisto de referencias sobrenaturales.
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