Trata las promesas matrimoniales con la solemnidad que merecen

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(Crisis/Religión en Libertad)- «¡Si hubiera estado allí con mis francos!», dijo el señor de la guerra Clovis [Clodoveo] cuando oyó la historia de cómo Jesús, inocente de toda culpa, había sido condenado a muerte y crucificado.

Es fácil ser un héroe con la imaginación. Once hombres ansiosos por salir de la sala de deliberación del jurado y volver a sus asuntos votan para condenar al acusado, pero tú, más atento que ellos, pides que se examinen las pruebas de nuevo. Haces lo que habías prometido que harías.

La mayoría de los hombres de la ciudad quieren que tú, el shérif, te vayas mientras puedas antes de que los hombres malvados lleguen en tren a mediodía del día siguiente. Unos cuantos hombres prometen estar a tu lado, pero uno tras otro van renunciando y te piden que te vayas. Pero te quedas, y haces lo que habías prometido que harías.

Eres el presidente de una entidad de préstamo de poca monta que te ha dejado tu padre. No sólo no te gusta el trabajo, sino que tienes que dejar de lado tus sueños de recorrer el mundo. El enemigo inveterado de tu padre, que quiere absorber la empresa desde hace tiempo, te ofrece un trabajo lucrativo: no más preocupaciones sobre cómo vas a pagar las facturas, no más preocupaciones sobre tu vieja casa, que necesita reparaciones continuas. Sientes la tentación de aceptar, pero rechazas la oferta. Haces lo que habías prometido que harías.

«¡Si hubiera estado allí con mis francos!». Pero estamos allí, y cada tentación que sentimos tiene que ser podada: la tentación de la indiferencia, de la negligencia, del compromiso interesado, del incumplimiento de una promesa, de darle la espalda a un amigo que está en horas bajas, del «respeto humano» que nos hace temer ser el hazmerreír de los hombres más que el juicio del Señor. «Él lo entenderá», nos decimos. «Él me perdonará». Sí, Él nos perdonará. Sin embargo, ¿cómo puede perdonarnos si no nos arrepentimos? Si nos arrepintiéramos no haríamos ahora lo que se supone que Él nos perdonará más adelante. Estamos jugando con un Jesús-títere.

La mayoría de las personas no son como Henry Fonda en una habitación calurosa, con la vida de un joven entre sus manos. O como Gary Cooper de pie, solo en la calle, mientras su esposa, Grace Kelly, con la que acaba de casarse, cree que está haciendo la cosa equivocada. O como Jimmy Stewart, demostrando su rabia ante la tentación de la satisfacción y venalidad del mundo. ¿Qué haríamos nosotros?

Tomemos en consideración las promesas sagradas que hace la gran mayoría de la gente: los votos matrimoniales. Los apologistas de la anulación sostienen que ahora somos tan egoístas y pueriles que es difícil para los hombres y las mujeres contraer matrimonio sacramental. Les tomaría más en serio si luego dijeran: «Por tanto, no podemos aceptar que esta generación floja y boba presuma de su nueva sabiduría sobre moral sexual». Pero no lo dicen. Tenemos que creer al mismo tiempo en una estupidez y una sutileza sin precedentes en la historia cristiana, estupidez y sutileza por parte de las mismas personas en relación exactamente a lo mismo.

No; en relación a las promesas matrimoniales prefiero un enfoque basado en el sentido común.

Un joven soldado jura defender la bandera de Estados Unidos. Lo hace sin saber nada sobre alambres de espino ni sobre trincheras. Le recordamos ese juramento y no aceptamos excusas basadas en la ignorancia o la inmadurez. En tiempo de guerra, los desertores se someten a un consejo de guerra, con el pelotón de fusilamiento preparado.

Un joven que entra a trabajar en una empresa firma un contrato. Le recordamos ese contrato y no aceptamos como excusa la ignorancia o la mala suerte. Si lo incumple, pueden reclamársele daños y perjuicios ante un tribunal civil.

Ni el juramento militar ni el contrato empresarial son tan solemnes como las promesas matrimoniales. Ni el soldado ni el hombre que trabaja en una empresa prometen para toda la vida. Ni el soldado ni el hombre que trabaja en una empresa entran en una unión que es la base de toda la sociedad humana, y que refleja la vida interior de la Trinidad. Ninguno de los dos se compromete a amar, lo que implica la entrega de todo nuestro yo. Sin embargo, si tuviéramos que juzgar por los divorciados que nos rodean y las muchas disoluciones adicionales de relaciones sexuales que han asumido la apariencia de un matrimonio y han tenido como resultado unos hijos, somos una nación de fugitivos, desertores, chaqueteros, traidores a las promesas, mentirosos e insolventes.

Si hubiéramos estado allí con nuestros francos, habríamos encontrado formas perfectamente razonables de reorientar nuestra lealtad hacia los fariseos, los saduceos o sus señores romanos, y  nos habríamos dirigido sumisamente como lacayos al herrero más cercano a encargar los clavos para las manos y los pies de Nuestro Señor. A continuación habríamos escrito relatos autocomplacientes sobre la experiencia: sobre cómo llegamos a comprender que el «extremismo» y el «rigor» en los compromisos religiosos son un mal, que el Señor quería que fuéramos felices, pero que era imposible ser felices y devotos al mismo tiempo. El agua tibia es la mejor para lavarse.

Ya estoy oyendo las objeciones; y la principal es que estoy sometiendo a las mujeres a un peligro físico si me opongo al divorcio. Nada más lejos de mi intención. No soy feminista. Soy un realista cuando se habla de sexos y esta es la razón por la que creo que es absurdo y poco varonil exponer a las mujeres al fuego enemigo en el campo de batalla. Pero la mayoría de las personas que abandonan sus matrimonios no están en ese peligro. Es verdad que son infelices. Que el marido o la esposa es una persona con la que es difícil vivir. A veces hay peleas a ver quién grita más. El marido o la esposa gasta demasiado. O se enfada cuando el que se queja gasta demasiado. El cónyuge es demasiado duro con los niños. O demasiado blando. O trabaja demasiadas horas. O muy pocas. La casa está desordenada. El jardín parece una selva. El coche parece un montón de tuercas y tornillos. Las comidas son malas. No va a misa. Va a la iglesia que no debe. Va a la iglesia que debe, pero se lo toma demasiado en serio. Cualquier cosa, todas las cosas.

He vivido lo suficiente para saber que en los matrimonios con problemas la culpa siempre es de dos seres humanos normales, llenos de vicios humanos normales. Permitir que se divorcien, además de causar un gran daño a los hijos y, de manera indirecta, a la sociedad, les libera para que sean más  infelices y para que causen más infelicidad a su alrededor. La cura es la conversión del corazón. Pero sigo sin hablar de las promesas. No tenemos una cura para esto. No necesitamos hacer que el soldado sea valiente. Lo que necesitamos es que no huya.

Y, sin embargo, sería un bien para nosotros ayudar a nuestros hermanos más débiles a imaginar la fidelidad en un matrimonio infeliz. Para este fin recomiendo encarecidamente las novelas de un católico progresista, Heinrich Böll, que escribió en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. En Y no dijo ni una palabra, los narradores de cada capítulo son Fred y Kaete, marido y mujer, ambos católicos a los que cualquier persona «sensata» mandaría de inmediato a un tribunal de divorcios.

Están separados. Fred sirvió en la guerra, que le dejó el alma devastada. Intenta luchar en una existencia lamentable, trabajando por un sueldo irrisorio como operador telefónico de la diócesis, enseñando latín y pidiendo prestado dinero a antiguos amigos y sacerdotes. Su esposa y los tres hijos que les quedan viven en una única habitación, separada de la de la dueña del apartamento por poco más que una cortina y un biombo. En esas condiciones no pueden vivir como marido y mujer, a pesar de que el dueño y la dueña no tienen inconveniente en armar ruido cuando se aman, algo de lo que los hijos mayores empiezan a darse cuenta y comprender. La miseria y la presión de todo esto hace que Fred un día salte y abofetee a los hijos mayores, un chico y una chica, a los que nunca antes les había levantado la mano.

A partir de entonces empieza a dormir en otro lugar, sin hogar. Los hijos le echan de menos y quieren que vuelva a casa, pero él teme golpearles de nuevo. Se emborracha una o dos veces al mes, fuma, come muy poco y ahorra un poco de dinero para tener una cita semanal con su mujer, el sábado por la noche, en lugares que ni las prostitutas soportarían. Kaete se queda embarazada. Toda consideración mundana indica que deberían divorciarse. Se resignan a ello. Pero no lo hacen.

Crucificamos a Jesús, pero Él no dijo ni una palabra. Dios no nos promete la felicidad en esta vida. Nos promete lo que es mejor: paz y alegría y vida eterna. Prestemos atención a las palabras de San Pablo, reprendiendo a los que se complacen en la iglesia de Corinto: «De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblados, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa» (2 Cor 11, 24-27).

«¡Si hubiera estado allí!». Estamos allí. ¿Huiremos?

Publicado en Crisis MagazineEn español en Religión en Libertad.

Traducción de Elena Faccia Serrano.


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Comentarios
30 comentarios en “Trata las promesas matrimoniales con la solemnidad que merecen
  1. Amoris Laetitia pretende vanamente conciliar matrimonio indisoluble y divorcio, a sabiendas de que es un imposible, para engañarnos diciendo que no cambia la doctrina sino sólo la pastoral, pero una pastoral anti doctrina es una anti pastoral.

    1. No es así. ¿Qué le dice Jesús a la mujer adúltera? «Ve, y no peques más». Jesucristo sabe que la mujer es adúltera, ella sabe que es adúltera y que el adulterio es un pecado. Cristo deja en manos de la mujer su futuro inmediato con la condición de no volver a pecar. ¿Qué debía hacer? ¿Volver con su primer marido, volver con aquél marido que la respetaba, con aquél otro con el que tuvo hijos, buscar un nuevo esposo, no volver con ninguno? No lo especifica. ¿Por qué? Porque después del arrepentimiento y el perdón de Dios se nace a una vida nueva.

      Cualquier decisión, no lo especifican los Evangelios, hubiese sido acertada siempre y cuando no volviese a incurrir en pecado. El daño que causaba esa mujer repercutía sobre los demás, los maridos y respectivas mujeres con los que se acostaba, y por esa razón es invitada a dos cosas: a no volver a seducir a hombres casados (adulterio) y a irse para no causar desasosiego entre las legítimas esposas (escándalo).

      1. Has citado un episodio que la AL no se atreve a recoger, precisamente porque acaba con véte y no peques más, no con véte y sigue adulterando. Tampoco recoge el de cinco maridos tuviste y el que ahora tienes tampoco es tu marido, ni tampoco el de san Juan Bautista no te es lícito tener la mujer de tu hermano, ni siquiera cita a santo Tomás Moro, el patrono del sacramento del matrimonio indisoluble. Toda la funesta Amoris trata de justificar lo injustificable, contradiciendo la Familiaris Consortio, que exige vivir como hermanos para acceder a la comunión.

        1. No, lo que hace es permitir que esa mujer decida a condición de no volver a pecar. Ahí es donde resulta necesario el discernimiento. Un discernimiento relativamente sencillo pues la decisión de no volver a pecar coincide con la que la hará feliz. Uno sabe a quién le jura amor eterno en esta vida. Y cuando una persona está casada sabe que ése amor sólo pertenece a su cónyuge.

          Las dificultades no son motivo de infelicidad y aún menos cuando transcurren con la persona amada. La mentira es la principal causa de infelicidad y primer motivo de nulidad matrimonial. Por este motivo es Herodías, y no Herodes, quien pide la cabeza del Bautista o Enrique VIII, y no la Bolena, la de Moro. Estos últimos serían aquellos que embrujados por la hermosura de la juventud o las filacterias del poder son incapaces de comprender «el valor inherente a la norma». En el mal también hay grados.

          1. «El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio» Jesús dixit

            Podéis querer darle todas las vueltas que se quiera, Cristo lo deja bien claro. Es casi de las pocas enseñanzas sin parábolas, directas y repetidas varias veces realizadas por el Señor, y repreguntadas por sus apóstoles ante la aparente dificultad. Esto no depende de nacer a una vida nueva (en la que se peca igualmente), ni si le deja la libertad de que haga lo que su corazón le dicte a la adúltera, no, directa y sencilla. Adulterio es pecado. No hay discernimiento del pecado, sino libertad para pecar o no, pero no para poner en cuestión el pecado.

            Y la excusa del daño que se realizaría a la segunda unión y sus hijos es falsa por basarse en una mentira. Si ama a sus hijos y a su nueva pareja lo mejor que se puede hacer es anunciar la verdad para llegar al cielo y ganarse la vida eterna. Rompa esa unión, y viva en castidad. Cruz

        2. Pablo, Susana, ¿ estáis divorciados en otra unión y queréis comulgar sin propósito de la enmienda ? Si es así, habéis elegido el camino más rápido al infierno, por mucho que la AL os quiera engañar. Jesucristo está por encima de cualquier mentira, por muy francisquita que sea. Francisco también se irá al infierno, si no rectifica. Está haciendo un daño inconmensurable. Y lo sabe. Y es lo que quiere.

        1. Pablo y Susana,

          Mt 5,32:
          «Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».

          Mc 10,17:
          «Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» 18.Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. 19.Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.»»

          Jesús condena el divorcio.

          1. Efectivamente, cuando uno se divorcia y pasa a otra unión, no sólo se divorcia del cónyuge, se divorcia también de Dios, pues el matrimonio simboliza la unión de Cristo con su Iglesia. Pretender comulgar, por mucha AL que se le eche, es comer su propia condenación.

  2. No habla de sexo, ni de violencia, ni de la iglesia siquiera… habla del hecho lamentable, y ampliamente extendido en nuestras sociedades europeas, que no somos capaces de mantener una promesa dada, un compromiso asumido que nos obligue, de por vida.
    Y reconozco que el verbo obligar a nadie nos gusta… Quizás por eso mismo no somos ni queremos ser capaces de comprometernos en nada.
    Sin embargo, cuando una mascota – que supo querernos fielmente hasta el final de su vida – fallece tras 5, 10, 15 años, nos duele mucho… «él sí que me quiso de verdad»… se suele decir.

  3. profecía el futuro el dinero gratis con una renta básica dejamos de ser esclavos nos dedicaremos a nuestros dones y abilidades pintura etc lo que se te de mejor (trabajan las maquinas)

  4. Este artículo me recuerda que “la tolerancia es un defecto en la práctica de la virtud de la justicia”. Por allí se coló el primer mal, el segundo y ya lugo fue imparable, y acabamos creyendo al día de hoy que la tolerancia es virtud

  5. Los políticos dicen; Prometo cumplir y hacer cumplir las ley…..
    Los religiosos : Cumpliré mis votos delante del Señor toda la….
    Los matrimonios ; Prometo serte fiel toda la vi…..
    En ése momento inicial, todo es de color de rosa, y el alma está dispuesta a afrontar y cumplir de verdad, todo lo prometido. Pero solo el que lo hace delante de Dios, se esfuerza en verdad de cumplir lo dicho. Y si se tomó a Dios en serio, se cumple, contra viento y marea.
    De los políticos, solo sé de Santo Tomás Moro, que por ser fiel, perdió la vida, «empezando por su cabeza» ?, me cae muy bien. Dios nos ayuda con las promesas, si fuéramos solo nosotros, ni nos acordáramos de que las hicimos.

  6. Nápoles millonaria. Y las iglesias se vuelven todo excepto iglesias

    El caso de San Giovanni Maggiore y el Congreso Radical es solo el más llamativo. El programa de la Unesco para el centro histórico de Nápoles está asignando cientos de miles de euros para la restauración de muchas iglesias napolitanas, pero no para su uso en el culto. A pesar de las garantías de la Curia, los proyectos depositados en el Municipio y financiados por Europa hablan por sí mismos: se convertirán en centros de pintura, teatro, recepción para migrantes y lugares genéricos para fomentar las relaciones sociales en el vecindario administrado por el Municipio y por particulares. Cualquier cosa menos iglesias.

  7. Las Iglesias, (los edificios) se han estado transformando en ladrillos, porque el alma que sostiene los pilares somos nosotros, los feligreses. Porque nosotros, los feligreses, hemos dejado de cumplir las promesas, las primeras, en el matrimonio, después en el bautizo,
    (si es que se cumplió la de engendrar hijos) «, después en la educación escolar, no buscamos una escuela donde honran a Dios (ya casi no hay)
    ¿Entonces? Claro que ya se están cerrando las Iglesias, ¿Ante qué feligreses se va a realizar la transubstanciación, si necesitan una cantidad determinada de personas para oficiar la Santa misa?
    La causa somos nosotros, por nuestra tibieza y la falta de seriedad en las promesas que le hemos hecho a Dios.

  8. yahve nos libero del trabajo esclavo ahora a trabajar por nuestros dones y habilidades pero no por un trabajo esclavo el trabajo esclavo lo hacen las maquinas y nosotros una renta básica

  9. El Padre Pío fue un modelo de respeto y sumisión a sus superiores religiosos y eclesiásticos, especialmente cuando fue perseguido. A pesar de esto, no pudo permanecer en silencio ante las desviaciones que fueron fatales para la Iglesia.
    Antes del final del Concilio, en febrero de 1965, alguien anunció que la Misa pronto se celebraría de acuerdo con el nuevo rito, ad experimentum , en vernáculo, un rito que había sido compuesto por una comisión litúrgica conciliar para responder a las inspiraciones de la Iglesia. hombre moderno El Padre Pío inmediatamente le escribió a Pablo VI, incluso antes de ver el texto, para pedirle que se le dispensase de esta experiencia litúrgica y poder continuar celebrando la Misa de San Pío V.
    Cuando el cardenal Bacci vino a visitarlo para traerle la autorización solicitada, el Padre Pío dejó escapar un lamento en presencia del mensajero del Papa: «Por lástima, rápidamente ponga fin al Concilio».

  10. Ese mismo año, en medio de la euforia conciliar que prometía una nueva primavera para la Iglesia, le confió a uno de sus hijos espirituales: «En este tiempo de oscuridad, rezamos. Hacemos penitencia por los elegidos ».
    Otras escenas de la vida del Padre son muy significativas; por ejemplo, su reacción a la actualización de las órdenes religiosas buscadas por el Vaticano II. Las siguientes citas provienen de un libro que tenía el imprimatur: «En 1966, el Padre General de los Franciscanos llegó a Roma un poco antes del capítulo especial que se ocupaba de las constituciones, para pedir sus oraciones y bendiciones al Padre. pio. Se encontró con el padre Pío en el claustro. «Padre, he venido a recomendar el capítulo especial para las nuevas constituciones a tus oraciones …». Acababa de pronunciar las palabras «capítulo especial» y «nuevas constituciones», que el Padre Pío hizo un gesto violento y exclamó: «Todo esto es solo una tontería destructiva».

    1. «Pero, padre, después de todo, debemos tener en cuenta las generaciones jóvenes … los jóvenes evolucionan de acuerdo con sus modas … hay necesidades, nuevas solicitudes … «. «Lo único que falta, dijo el Padre, es el alma y el corazón, yo soy todo, inteligencia y amor». Y se fue a su celda, se dio la vuelta y dijo, señalando con el dedo: «¡No debemos distorsionarnos, no debemos distorsionarnos! ¡A juicio del Señor, San Francisco no nos recibirá como sus hijos «! Un año después, la misma escena se repitió en el momento de la actualización de Capuchinos.
      Un día, algunos colegas discutieron con el definidor general, el concejal cerca del provincial o el general de una orden religiosa, los problemas de la orden, cuando el Padre Pío, asumiendo una actitud escandalizada, exclamó, con una mirada severa en sus ojos: «Che que quieres en roma ¿Con qué te metes? ¿También quieres cambiar la regla de San Francisco »?

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