El Papa Francisco felicita a los mexicanos ‘por ser tan acogedores con los migrantes’

Vatican Media
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Este miércoles 26 de junio, el Santo Padre ha presidido la última Audiencia General antes de la pausa de verano.

Al finalizar la catequesis en su saludo a los peregrinos de lengua española, el Papa Francisco ha invitado a pedir al Espíritu Santo para que «nuestras comunidades sean acogedoras y solidarias, viviendo la liturgia como encuentro de Dios y con los hermanos».

Asimismo, el Papa ha felicitado «a los mexicanos porque son tan acogedores, tan acogedores con los migrantes. Que Dios se lo pague. Gracias»

Además ha recordado la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús del próximo viernes, invitándo a los fieles a mirar ese corazón y a imitar los sentimientos más verdaderos. También a rezar por los sacerdotes y por su ministerio petrino, para que toda acción pastoral esté marcada en el amor que Cristo tiene por cada hombre.

 

A continuación, el texto completo de la catequesis:

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El fruto de Pentecostés, la poderosa efusión del Espíritu de Dios sobre la primera comunidad cristiana, fue que muchas personas sintieron sus corazones traspasados por el feliz anuncio -el kerigma- de la salvación en Cristo y se adhirieron a Él libremente, convirtiéndose, recibiendo el bautismo en su nombre y aceptando a su vez el don del Espíritu Santo.

Unas tres mil personas forman parte de esa fraternidad que es el hábitat de los creyentes y la levadura eclesial de la obra evangelizadora. El calor de la fe de estos hermanos y hermanas en Cristo hace de sus vidas el escenario de la obra de Dios que se manifiesta en maravillas y señales a través de los Apóstoles. Lo ordinario se hace extraordinario y la vida cotidiana se convierte en el espacio para la manifestación del Cristo vivo.

El evangelista Lucas nos habla de ello mostrándonos la iglesia de Jerusalén como paradigma de toda comunidad cristiana, como icono de una fraternidad que fascina y que no debe ser mitificada ni siquiera minimizada. La historia de los Hechos de los Apóstoles nos permite mirar dentro de los muros de la domus donde los primeros cristianos se reúnen como una familia de Dios, un espacio de koinonía, es decir, de comunión de amor entre hermanos y hermanas en Cristo.

Se puede ver que viven de una manera muy precisa: «perseveran en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración» (Hch 2,42). Los cristianos escuchan asiduamente la didaché, es decir, la enseñanza apostólica; practican una alta calidad de las relaciones interpersonales también a través de la comunión de los bienes espirituales y materiales; recuerdan al Señor a través de la «fracción del pan», es decir, de la Eucaristía, y dialogan con Dios en la oración. Estas son las actitudes del cristiano, las cuatro huellas de un buen cristiano.

A diferencia de la sociedad humana, donde uno tiende a hacer sus propios intereses independientemente o incluso en detrimento de los demás, la comunidad de creyentes prohíbe el individualismo para fomentar el compartir y la solidaridad. No hay lugar para el egoísmo en el alma de un cristiano: si tu corazón es egoísta no eres cristiano, eres una persona mundana, que sólo busca tu favor, tu beneficio. Y Lucas nos dice que los creyentes están juntos (Hechos 2:44). La cercanía y la unidad son el estilo de los creyentes: vecinos, preocupados unos por otros, por no hablar del otro, no, por ayudar, por acercarse.

La gracia del bautismo revela, por tanto, el íntimo vínculo entre los hermanos en Cristo llamados a compartir, a identificarse con los demás y a dar «según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45), es decir, generosidad, limosna, cuidado de los demás, visita a los enfermos, visita a los necesitados, visita a los que necesitan consuelo.

Y esta fraternidad, precisamente porque elige el camino de la comunión y de la atención a los necesitados, esta fraternidad que es la Iglesia puede vivir una verdadera y auténtica vida litúrgica. Lucas dice: «Todos los días perseveraban juntos en el templo y, partiendo el pan en las casas, comían con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo» (Hch 2,46-47).

Finalmente, el relato de los Hechos nos recuerda que el Señor garantiza el crecimiento de la comunidad (cf. 2,47): la perseverancia de los creyentes en la auténtica alianza con Dios y con los hermanos se convierte en una fuerza atractiva que fascina y conquista a muchos (cf. Evangelii Gaudium, 14), principio gracias al cual vive la comunidad creyente de todos los tiempos.

 

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