‘¿Cuál será el futuro de una sociedad en la que el islam pueda potencialmente convertirse en la religión mayoritaria?’

"Creo en el beneficio de conservar lo que nuestros padres han pacientemente construido de hermoso, de justo y de verdadero"
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Retirada de la vida política desde 2017, Marion Maréchal, que ha permanecido en silencio durante un año, concede una amplia entrevista a Valeurs Actuelles. A riesgo de que esto se interprete como el primer paso hacia su vuelta, la joven retirada defiende un modelo de sociedad y habla sobre las amenazas que incumben sobre Francia, la inacción de la Unión Europea, la pérdida de autoridad de las élites, los «chalecos amarillos»… y su futuro.

¿Por qué nos concede esta entrevista ahora?

He abandonado la política electoral, pero nunca me he apartado de la participación en el debate público. La Unión Europea es un tema fundamental, de gran importancia para mí: al dirigir una Escuela de Ciencias Políticas, el Institut des sciences sociales, économiques et politiques (Issep), veo que existe una complementariedad entre el hecho de actuar a través de una escuela de formación y de reflexión, y el hecho de participar en el debate de las ideas.

Los políticos, los observadores y algunos votantes piensan que usted tiene un plan, que su estrategia es prepararse para volver en 2022 e interpretarán que esta entrevista es, sin duda, una parte de dicho plan. ¿Qué les responde?

¡Qué dejen de asustarse! No tengo ningún plan. Respecto a la inestabilidad política actual, los que afirman que esta u otra persona será legítima en un puesto determinado en tres meses o tres años están haciendo un análisis bastante arriesgado. Hoy en día estoy centrada en el éxito del Issep, que es para mí un proyecto de gran importancia al servicio del pluralismo intelectual y para la formación de las élites del mañana.

¿Siente usted una especie de cólera, de irritación por el hecho de permanecer en silencio después de haber tenido un papel en la política durante cinco años?

Es verdad, a veces es un poco frustrante. Pero al no estar ya en la arena pública, no tengo qué decir a los que se han quedado lo que tienen que decir, hacer o pensar; no es mi estado de ánimo. En cambio, cuando Emmanuel Macron, presidente francés, publicó a principios de marzo una tribuna pseudofilosófica, tecnocrática, teñida de progresismo -a su imagen- en la que sólo una vez cita la palabra «Francia», sí, esto me irritó. Cuando constato que la noción de potencia, que debería estar en el centro de la reflexión de las élites políticas nacionales y europeas, está totalmente ausente, sí, esto me desespera. Yo no quiero que mi país salga de la Historia, y este es el riesgo que tenemos con nuestras «élites». Esto me atañe a mí y, del mismo modo, atañe a cada ciudadano de nuestro país.

¿De dónde viene su escepticismo respecto a la Unión europea?

«A la mayor parte de los devotos les repugna la devoción«, decía La Rochefoucauld. Pues bien, a la mayor parte de los europeístas les disgusta la Unión europea. Yo nací en 1989 y, desde entonces, he oído a los defensores del proyecto europeo hacer llamamientos a la Unión europea para una «refundación», un «nuevo embeleso», una «reorganización», una «reinvención» y, hoy en día, un «renacimiento»… Me he dado cuenta, por tanto, de que cada vez que defendían este proyecto era para cambiarlo. Ahora bien, esta postura que consiste en llamar permanentemente a la reforma y al cambio sin admitir que pueda haber un vicio de origen en el proyecto europeo y sin emprenderla, ya no es sostenible actualmente.

¿Cuál sería este vicio de origen?

Han querido crear la Unión europea a partir del modelo de Estados Unidos de América, intentado dar a luz con fórceps a un Estado soberano europeo. Esto no funcionará nunca por una razón muy sencilla: no hay un pueblo europeo como en cambio sí hay un pueblo americano. Hay pueblos europeos. Al querer construir un Estado federal, los fautores de la construcción europea se han negado a ver que un Estado así sufriría estructuralmente de una falta de legitimidad, porque no se construía sobre la base de una soberanía popular.

Ahora bien, la legitimidad se adquiere, primero, a través del pueblo y sin este no puede haber una acción política colectiva eficaz. No hay una nación europea única y, por lo tanto, no hay un gobierno europeo único posible en el que puedan reconocerse todos los ciudadanos de la Unión.

Mientras los partidarios de la Unión europea se nieguen a admitir este estado de cosas, estarán condenados a encadenar una llamada a la reforma tras otra, que serán inaudibles. Es el drama de Emmanuel Macron, producto superado de la «enarquía» [la «enarquía» -énarchie- designa el gobierno de Francia de los «enarcas», los altos funcionarios salidos de la École nationale dadministration – Escuela nacional de administración (ENA), ndt] de los años 2000.

¿Hay que empezar de cero?

El problema es que ya hemos organizado la dependencia mutua de los Estados miembros. Esta huida hacia adelante está a punto de liquidar el proyecto. Cuanto más se federaliza la Unión europea, más se desintegra. Cuanto más intenta hacer converger y absorber las políticas soberanas de los países, más se fragmenta. Desde hace unos años vemos emerger una acumulación de controversias distintas y variadas entre países que -debido a su historia, su mentalidad, sus zonas de influencia o sus intereses geoestratégicos – no consiguen llegar a un acuerdo.

Se constituyen subconjuntos en el seno de la Unión para resolver su ineficacia y defender las lógicas nacionales. El Reino Unido retoma su libertad después de haber agarrado su dinero; Alemania se niega a la solidaridad presupuestaria y monetaria; los países del sur y del grupo de Visegrado rechazan la política migratoria de la Unión; los Estados bálticos y ciertos países orientales dirigen su mirada a Estados Unidos, única nación que se supone les protegerá de un hipotético peligro ruso, en detrimento de una preferencia europea; los países del sur se enfrentan con los países del norte a causa del modelo económico y monetario impuesto.

Tras todas estas constataciones, ¿desea usted un Frexit?

Creo que aún podemos escapar a esta hipótesis, difícil de llevar a cabo. El Frexit sería el último recurso. Antes de esgrimir esta última amenaza, Francia debe defender sus intereses nacionales iniciando una relación de fuerza que la sitúe como guardagujas de un rumbo europeo en el que cada uno podrá ponerse de acuerdo sobre las ventajas compartidas, puesto que la mayoría de los países de la Unión no tiene interés en que esta se hunda.

Que quede claro: no creo que la salvación de Europa venga de la Comisión ni tampoco del Parlamento europeo, a causa de sus poderes reducidos y la incapacidad de los grupos euroescépticos para hacer frente común. Creo que la salvación vendrá de las alianzas estratégicas de ciertas naciones, es decir, de sus gobiernos nacionales, para volver a equilibrar el juego con Alemania. No podrá provenir de países que consiguen ventajas sustanciales de la Unión, como los países de Visegrado, que son beneficiarios netos (reciben más dinero del que dan), sino de las potencias históricas y esenciales del juego europeo, en desventaja debido al sistema actual. Pienso, sobre todo, en Italia, pero es evidente que es Francia la que tiene la clave de este desenlace.

Recordemos qué significa Francia en el seno de la Unión, sobre todo después de la salida de los británicos: una economía motor, el primer ejército europeo, el único ejército autónomo capaz de realizar operaciones en el extranjero, la única potencia nuclear, el único miembro permanente del consejo de la ONU (¡si no cede compartir su asiento con Alemania!) y el único de los países contribuyentes limpios a la altura de contribuir con miles de millones de euros al presupuesto europeo. También es una potencia universal. Recordemos que nuestra frontera más grande se sitúa con Brasil, lo que nos hace, de hecho, una potencia en América Latina, y además la que controla el segundo espacio marítimo en el mundo…

Si Francia quiere de verdad establecer una relación de fuerza en el seno de la Unión, podría hacerlo. Su único hándicap, que Emmanuel Macron debería tener presente es que, antes de querer dar lecciones a los demás, hay que ser un ejemplo.

¿Es decir…?

Desde hace años, Francia ha perdido credibilidad porque ha adoptado la postura del que da lecciones en el seno de la Unión siendo, al mismo tiempo, juzgada no apta para realizar reformas, para contener el déficit, reducir el gasto público, estimular el empleo… en una palabra, para dar ejemplo en lo que es el corazón de la Unión: la economía. Su voz, por consiguiente, se ha debilitado mucho.

La Unión tiene, es obvio, muchas deficiencias, pero el conjunto de nuestros problemas no procede de la misma, ni mucho menos. Se podrían llevar a cabo muchas reformas a nivel nacional, sería la primera etapa indispensable si queremos que nos escuchen en la mesa europea.

Para que Francia recupere su nivel, sería necesario que nuestras élites recuperasen la noción de potencia nacional, que dejaran de jugar a quién es el mejor estudiante de los comisarios europeos y que llevaran a cabo una política patriótica, exactamente como hacen los alemanes, que no sacrifican sus intereses nacionales en el altar de la Unión. ¡Imagínense! ¡Emmanuel Macron ha osado proponer la renuncia pura y simple de Francia a su comisario!

Esta noción de potencia determina el rumbo que se dará a nuestro país. Ahora bien, estas élites han abandonado desde hace mucho tiempo esta idea. Francia, para ellos, es un marco pasado de moda e informe. Raymond Aroa decía: «Antes de ser acumulación de potencia y de fuerza, la potencia es… voluntad«.

¿Cómo se puede iniciar una relación de fuerza?

Desde que existe la Unión, Francia casi nunca ha estado en minoría en el Consejo sobre un texto que no quería. Por consiguiente, la servidumbre siempre es voluntaria.

Después de De Gaulle, nunca hemos llevado a cabo la política de la silla vacía, aun pudiendo. Podríamos exigir de inmediato que la Comisión cesara toda iniciativa legislativa que no tuviera que ver con los temas estratégicos comunes. La Comisión pretende, por ejemplo, ocuparse de cultura o educación, que son competencias netamente nacionales. Esto no excluye que haya cooperaciones inteligentes sobre una base intergubernamental, sin la burocracia europea.

La Unión no debe inmiscuirse en temas secundarios que dependen de la subsidiariedad de los Estados miembros.

Muchos hablan de reformas de los tratados; es evidente que es un tema complejo que requiere estrategia y método.

Podríamos iniciar los trámites para conseguir modificaciones a los tratados que aún nos permitirían sacar ventajas de ciertas reglas europeas, como ya han obtenido otros países. Podríamos suspender inmediatamente la aplicación del tratado Schengen, posibilidad prevista en los tratados. Podríamos tomar la iniciativa de un nuevo debate relacionado con la reforma de los tratados, que podría llevar a los miembros a la unanimidad, en especial defendiendo la reciprocidad en los intercambios y las normas en relación a las potencias extranjeras, dando ventaja a las empresas europeas en el seno de la Unión y exigiendo una verdadera solidaridad (¿cómo podemos tolerar que, en pleno centro de la Unión, existan paraísos fiscales que facilitan la evasión fiscal de otros países miembros?).

En resumen, volver a la función originaria de la Unión: una función económica que se limitaría a controlar y a regular la entrada de las mercancías extranjeras, apostando por un mercado de 500 millones de consumidores frente a las potencias extranjeras. Porque países como China y Estados Unidos no nos iban a regalar nada en un mundo con los recursos acabados.

¿Francia es una ingenua?

Hablaría más bien de una increíble ingenuidad de sus élites. Las instituciones europeas se parecen, en su organización, al modelo alemán, y en su puesta en práctica, al modelo británico. Así que los alemanes y los británicos saben moverse perfectamente. Existe un centenar de cargos determinantes en la Unión, que no son cargos conseguidos por elección, sino que son cargos «ocultos», estratégicos, en los gabinetes dentro de la Comisión… que suelen estar ocupados, en su mayoría, por alemanes y británicos, que los han detectado y enviado a sus mejores elementos para ejercer su influencia y, así, defender sus intereses nacionales. Francia no tiene ninguna estrategia de lobbying dentro de la Unión. No es parte de su cultura y no domina -no quiere dominar- las reglas del juego. ¡Un comisario europeo ha dicho que el mejor modo de tener un portavoz que no defienda los intereses de su país es nombrar a un francés! Todo esto puede, y debe, cambiar. Es, ante todo, una cuestión de voluntad.

¿Es esto posible?

La acumulación de facturas y el Brexit alteran el sistema y las certezas. Hasta ahora Europa ha estado dirigida por grandes coaliciones que iban del centro izquierda al centro derecha, que compartían el poder perpetuando este proyecto federal. Por primera vez, puede que se vea cuestionada la mayoría absoluta de esta gran coalición centrista. La opinión europea está, por consiguiente, madura para perseguir dicho cambio.

Ya no tolera que se condene a la Unión europea a ser vulnerable a nivel mundial, fin de trayecto de los inmigrantes y self-service para los que quieren despojarla de sus ventajas económicas.

¿Cómo se puede recuperar esta idea de potencia?

Como dice Alexander Wendt: «Un actor no puede saber lo que quiere antes de saber quién es«.

Pensar como potencia implica, ante todo, tener conciencia de uno mismo, ser capaz de definirse en las fronteras geográficas, culturales. Las élites europeas tienen amnesia histórica. Se niegan a pensar en Europa en términos de civilización, porque esto las obligaría a responder a las preguntas candentes de identidad, inmigración, demografía, islamización, a ir contracorriente de su proyecto europeo, construido como un mercado mundial. Para estas élites, la Unión es un vasto conjunto económico y financiero con valores indeterminados. Jamás la definirán como una civilización resultado de la confluencia de Grecia, Roma, la cristiandad y el humanismo.

Emmanuel Macron podría estar de acuerdo con usted. Él escribía, justamente, en su carta que la Unión europea no era sólo un mercado y aludía a la palabra «civilización»…

Su acepción del término «civilización» es sumamente relativista, porque alude a «formas de civilización«. Lo que es pasmoso en sus palabras es que él pide a los europeos que «reinventen» estas formas de civilización. Me gustaría que me explicara cómo. Honestamente, no creo que podamos «reinventar» una civilización como se «reinventa» un producto en el marco de una campaña de marketing destinada a adaptarlo al mercado. La idea de una nación start-up tiene, a pesar de todo, sus límites. Una civilización se hereda con humildad. Como mucho podemos elegir el transmitirla. Esta frase demuestra que Emmanuel Macron no comprende en absoluto el alma de los pueblos o el principio mismo de civilización, aun cuando intente dar pruebas de ello.

En el ámbito económico, ¿en qué damos pruebas de ingenuidad?

Nuestras élites, más que analizar su ambiente, fantasean con él. La potencia actual ha cambiado de rostro. Antes estaba determinada por la geografía, el territorio y la demografía; hoy, en cambio, lo está por el plan de redes y flujos, es decir, la economía y la opinión, como explica el geopolítico Raphaël Chauvancy.

Se niegan a comprender que la economía es un terreno de enfrentamiento, de confrontación, muy alejado de la teoría del comercio moderado, y razonan como si la competitividad fuera el único criterio válido en un mercado que suponen neutro y equitativo. Esta ingenuidad hace que sean incapaces de pensar en la amenaza y explica nuestro desarme moral y político antes cuestiones como el espionaje. Acordémonos del caso WikiLeaks o de las operaciones de saqueo de nuestras patentes llevadas después a China o Estados Unidos. Otro drama: la increíble crispación ante la extraterritorialidad del derecho americano, convertido en un arma comercial mayor que permite sancionar y debilitar los líderes nacionales, para comprarlos de nuevo más tarde. El caso de Alstom es especialmente preocupante: hemos vendido a los americanos, a un precio irrisorio, la parte energética de esta joya nacional, que abastecía nuestros submarinos nucleares. Detrás de la defensa de estos grandes líderes industriales no sólo hay una cuestión de empleos, está también la cuestión de nuestra independencia estratégica.

El tema iraní es igualmente instructivo. A partir del momento en que Estados Unidos decidió salir del tratado sobre la cuestión nuclear iraní, nuestros campeones nacionales como Total o los constructores de automóviles han tenido que irse del país porque temían sufrir sanciones americanas debido a su dependencia del dólar. Hemos perdido mercados mientras las exportaciones americanas en Irán se han multiplicado por tres en 2018…

Estados Unidos utiliza el dólar para llevar a cabo su guerra económica. ¿Puede rivalizar el euro con el dólar?

El único interés de esta moneda era hacer de ella -y así fue presentada- una alternativa al dólar. También en este tema el fracaso es estrepitoso. El euro es una moneda mal construida, mal pensada y sumamente desfavorable para ciertos países. Un estudio alemán acaba de revelar que la moneda única ha comportado una pérdida de 3.591 mil millones de euros para Francia, es decir, veinte meses de PIB. Sin embargo, el euro reúne las condiciones para rivalizar con el dólar si reformamos el Banco Central europeo. De nuevo, también en este asunto lo que salta a la vista es el rechazo a ser potencia.

Un ejemplo: cuando el gobierno ruso propone a los europeos pagar el gas ruso en euros, la Unión europea no lo hizo.

Aun así el gobierno se ha comprometido a imponer un gravamen a las Gafam [acrónimo de los gigantes informáticos: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft, ndt]…

¡He aquí una prueba del papel que aún tenemos a nivel nacional!

Es justo que los gigantes del mundo digital paguen sus impuestos en el lugar donde ejercen, estamos de acuerdo sobre esto. Pero este asunto no tiene que ver sólo con el dinero, sino también con la independencia. La soberanía digital tendría que formar parte de las prioridades de la Unión, tendría que ser objeto de inversiones comunes en investigación y desarrollo para proteger los datos de las empresas y los particulares, financiar nubes informáticas europeas, crear una industria o servicios alternativos a las Gafam y los smartphones americanos. Este es un buen ejemplo del dominio en el que la Unión podría haber sido útil y no lo ha sido.

¿Por qué tantos chalecos amarillos han hecho referencia a la Unión europea?

Porque ha identificado perfectamente lo que está en juego. Han medido el impacto que ha tenido el juego de los engaños europeos. La Unión europea ni siquiera defiende el intercambio «justo», que podría garantizar un equilibrio entre lo que concede para acceder a su mercado y lo que recibe en contrapartida de las potencias extranjeras. Un ejemplo: el acceso a los mercados públicos de la Unión es más favorable a China o a Estados Unidos de lo que son los mercados de estos países a la Unión. La mayor parte de los franceses, entre ellos los chalecos amarillos, han comprendido esto. Sin embargo, más allá de la revuelta fiscal que ha sido este movimiento, más allá de la cuestión institucional o representativa, hay también un componente estructural.

¿De dónde viene este fallo?

De la democracia liberal, en el sentido filosófico del término. La política actual no responde al gobierno de los hombres, sino a la administración de las cosas a través del derecho y la economía. Es una «gobernanza», término tomado prestado del mundo empresarial. Detrás de la democracia liberal está la «despolitización» de la economía, que ya no se vive como un actor de justicia social o de poder, sino como la gestión de una tesorería por parte de unas élites que tienen sus ojos fijos en los mercados y las sanciones europeas. Los chalecos amarillos son las primeras víctimas, esta es la razón por la que ponen en duda el primado de la economía sobre el hombre.

El malestar es, por ende, antropológico…

Sí. La gestión de la economía por parte de la democracia liberal se basa en el supuesto de Hobbes, «Homo homini lupus est«: el hombre es un lobo para el hombre. Lo exacto contrario de Aristóteles, que explica que el hombre es un animal político. Si partimos de la fórmula de Hobbes, el hombre se mueve sólo por sus intereses egoístas y la economía, en consecuencia, se convierte en el mejor medio para regular las relaciones humanas.

Esto crea un malestar antropológico real, una pérdida de sentido, de cimiento social. El sentimiento de invisibilidad de la Francia de la periferia, desde que tenemos esta democracia de expertos y jueces, es muy fuerte.

Partiendo de aquí, las democracias del Este, llamadas «iliberales», ¿constituyen para usted un modelo?

No estoy segura de que podamos aplicar el modelo político húngaro a Francia. Pero el término utilizado por Viktor Orban me hace reflexionar: tras el hundimiento de la URSS, nos imaginamos que ya nada detendría el modelo de las democracias liberales. Es lo que siguen pensando los neoconservadores americanos, a través de una política mesiánica y expansionista. Viktor Orban ha comprendido perfectamente que no se podía unir una nación, darle un rumbo, una dirección, una voz y, por lo tanto, un poder si antes no se determinaba lo que la constituye en sus límites territoriales y culturales. Se trata de una condición previa indispensable. Hungría es un país que estuvo ocupado por el Impero otomano musulmán. Europa misma luchó, entre el 732 y el 1683, con civilizaciones que se proclamaban islámicas. Este no es un hecho neutro en el inconsciente colectivo. Por tanto, Orban se ha adueñado de esta cuestión de la identidad para consolidar la cohesión nacional y dar una legibilidad a su acción política. La democracia iliberal no es más que un llamamiento a la verdadera democracia, en lugar de ser la gobernanza de los expertos.

¿Tiene razón Marine Le Pen cuando propone, a nivel continental, una estrategia de alianzas, de vuelta a la cooperación, en oposición a la noción de interdependencia?

Es evidente que la Unión europea debería ser una organización internacional más que un intento de Estado europeo soberano. La Unión debería responder únicamente a las amenazas comunes y a los intereses compartidos. Debería preocuparse sólo de la regulación del comercio exterior en una lógica de patriotismo económico, de la regulación de la inmigración en las fronteras comunes y de la instauración de una soberanía digital. Y, a partir de aquí, Francia tiene que buscar su lugar en el sistema, tiene que marcar la diferencia, ser capaz de iniciar una relación de fuerza. No creo que Marine esté diciendo algo distinto. François-Xavier Bellamy tampoco. La única diferencia es que es más difícil seguir a Bellamy, porque está encerrado en una forma de «pero bueno». Es decir, que tiene dificultad en decir que la Unión europea es un fracaso en su forma actual. Por mi parte, el postulado de mi reflexión se basa en la afirmación de que se trata de un mal sistema, inoperante, mal pensado, mal concebido y filosóficamente deletéreo para las naciones europeas.

¿No es inevitable la interdependencia a nivel de la defensa?

¡Si hay un ámbito en el que hay que defender la propia autonomía e independencia es la defensa! Una armada europea común significa, automáticamente, una diplomacia europea común. Dicho de otro modo, significa una parálisis garantizada respecto a las divergencias, a veces muy fuertes, de los países miembros en la materia. Podemos ver los desgastes causados por la alineación de la diplomacia de la Unión sobre la de Estados Unidos por medio de la OTAN.

A nivel de defensa, encerrar a Francia en una lógica europea me parece una visión muy estrecha y poco ambiciosa. Francia es una potencia universal, presente en los cinco continentes, con una fuerte red diplomática, una lengua que se irradia gracias a la francofonía. Cierto, Francia participa con Europa de una civilización común, pero es necesario que tenga una estrategia de acuerdos propia, de tratados bilaterales con los otros países fuera de la Unión en función de sus intereses y necesidades, para garantizar su independencia y poder. En resumen, Francia no puede tener como único horizonte la Unión europea.

¿Lamenta la privatización de Aéroports de Paris?

Esta privatización simboliza la renuncia de las élites a pensar en la potencia y la independencia de la nación. Detrás de los aeropuertos, está la cuestión de las fronteras, la seguridad, la protección de datos. Esta privatización es signo de una falta de visión a largo plazo. Estamos vendiendo nuestras presas, nuestros aeropuertos y nuestras joyas empresariales como Alcatel o Technip a grupos extranjeros. Con cada fusión Francia demuestra ser incapaz, sistemáticamente, de defender sus intereses: los empleos se van al extranjero, los puestos directivos también, se han aprovechado de las patentes…

La amnesia histórica de nuestras élites y la financiarización de la sociedad les impide proyectarse a largo término. La financiarización de la agricultura me asombra especialmente. Cada vez más, las tierras de cultivo son gestionadas por sociedades, según un modelo de accionariado, con una lógica de rentabilidad a breve plazo. Hectáreas y hectáreas son compradas por China para poder abastecer a su población, sin que Francia fije unos límites. El gobierno francés ha hecho, obviamente, algunas declaraciones de intención para demostrar que está alerta, pero sin anunciar medidas concretas.

La financiarización es general, afecta al mundo empresarial, pero también al político. Es la lógica del accionariado de la nación start-up. Llenamos las arcas vendiendo las joyas de familia y, después de nosotros, el diluvio.

Por su diagnóstico, su análisis y sus propuestas, ¿no teme estar alimentado la esperanza de algunas personas, para luego desaparecer?

Hay diversos elementos. Ante todo, con 29 años, me considero un poco joven para los desafíos que hay que afrontar. Desafíos enormes, inéditos para algunos, en la historia francesa. Estos últimos años, la imagen marketing ha prevalecido sobre las ideas. Emmanuel Macron es un ejemplo de esto y creo que él va a permitir que se acabe poniendo un freno: nos daremos cuenta de que la política a lo chicle americano no es suficiente. Siempre he creído que tenía que medirme con el mundo de la empresa y es esto lo que hago con el Issep.

¿Cree que Emmanuel Macron aún se sostiene en pie políticamente hablando?

Creo que ya no ilusiona a nadie. Yo nunca he sentido ilusión: siempre he creído que su campaña presidencial era teatral, histérica e incomprensible. Desde el inicio, me ha alucinado que este hombre haya podido ser presentado como un presidente filósofo. Cuando se publicó su libro, humildemente titulado Révolution, lo leí. No había en él ninguna visión de la sociedad, ninguna reforma estructural. Ni siquiera a nivel económico. No había casi nada sobre la reorganización del estatuto de la función pública, sobre el alineamiento de los regímenes público y privado, sobre la reducción del empleo público excepto el de regalía. Nada sobre la bajada del gasto público, nada sobre la reforma de los sindicatos. Para una persona presentada como un artesano del liberalismo económico, no he visto nada que lo demuestre. El contenido de dicho libro se parecía exactamente al actual ejercicio de poder: del «pero bueno», de la administración a la semana corta.

¿En qué punto, en la opinión pública, situaría este fin de la ilusión sobre Macron?

Es difícil poner una fecha. El caso Benalla [de Alexandre Benalla, colaborador responsable de la seguridad del Eliseo, incriminado por haber detenido ilegalmente a manifestantes durante la manifestación del 1 de mayo de 2018, a los que agredió y, además, por haber usurpado símbolos y funciones de la Gendarmería francesa, ndt] es más bien un caso de moral que de competencia. La bajada a los infiernos empieza de verdad con los chalecos amarillos. Perder el control así, sin ser capaz de comprender lo que estaba sucediendo… Hay, además, otra cosa que, en las democracias, no se discute, y es las elecciones. Emmanuel Macron no ha querido organizar unas provocando, durante esta crisis, una división y ayudando así a desacreditar nuestro sistema democrático. No sólo se ha negado a convocar elecciones, sino que se ha negado a convocar un referéndum. Nuestra democracia se ha convertido en una «hanounacratie» [nombre que hace referencia a un debate televisivo moderado durante esta crisis por Cyril Hanouna y la ministra Marlène Schiappa, ndt]: unos ciudadanos escriben sus propuestas en una pizarra blanca en un programa de diversión de la televisión. La gente envía posts y tuits para votar «sí» o «no».

¿El presidente de la República tiene los medios para responder a los chalecos amarillos sin renunciar a sus opiniones?

No sólo no creo que tenga los medios en términos de competencia, sino que creo que no tiene los medios humanos. Es un hombre que gobierna el país y que, claramente, está muy solo. Cada vez está más solo. En compensación, es un hombre que tiene un gran talento: el de saber escaquearse muy bien. Tiene una formidable capacidad de hablar horas y horas evitando, sistemática y totalmente, abordar los temas reales. Fue indignante cuando hizo su escala del gran debate en el extrarradio. Ni una sola vez habló de delincuencia, de seguridad, de inmigración, de asimilación, de tráfico, de clientelismo. Temas todos ellos fundamentales en esas zonas.

El antagonismo que Emmanuel Macron propone entre progresistas y populistas, ¿le parece contundente?

No, y por varias razones. Para mí, populismo y progresismo no surgen del mismo plan. El populismo no es tanto un programa como un estilo: existen populistas de izquierdas y de derechas. Es un movimiento polimorfo. Sus características podrían ser un jefe carismático, el rechazo de las élites y del sistema en general, la defensa de una democracia ideal contra una democracia representativa corrupta, el apoyo exclusivo a las clases populares.

El posicionamiento populista parece ser un impasse electoral. Si bien es evidente que hay que defender a las clases populares, no podemos no dirigirnos a las clases media y alta. Hay que unirse alrededor de una visión común y no hacer una política de categorías.

En lo que respecta al progresismo, se trata de una corriente de pensamiento político. El progresismo resucita la disputa de los antiguos y los modernos y creo que, más que el populismo, lo que tiene enfrente es el conservadurismo. El progresismo es una forma de fascinación infantil por el futuro. Considera, copiando el progreso técnico, que existe un progreso humano ineludible, que todas las generaciones del futuro son necesariamente mejores que las generaciones del pasado. Este progresismo tiene, por consiguiente, una propensión a despreciar el pasado, a hacer tabula rasa. Retomando una fórmula de Burke, es una forma de racionalismo integral en la que no existe nada fuera de la razón humana, de ahí la imposibilidad de integrar la religión y la espiritualidad, con una tendencia a la abstracción contra lo carnal, y que además le gusta someter las realidades a unos grandes principios ideológicos. ¿No ha dicho recientemente Gérald Darmanin en Valeurs Actuelles que Francia es una «idea«?

¿Se define usted conservadora?

Sí, no tengo ningún problema con este término. Para mí, representa una disposición de espíritu. Soy conservadora en mi modo de ver el mundo, porque creo en el beneficio de conservar lo que nuestros padres han pacientemente construido de hermoso, de justo y de verdadero. La transmisión es el verdadero secreto de la emancipación. Para superar, hay que haber recibido.

Soy también consciente de que en Francia el conservadurismo, como corriente política, está muerto y enterrado desde la III República. Se había edificado sobre todo en la contrarrevolución, intrínsecamente vinculado al catolicismo francés. Hoy en día, un conservadurismo francés que surgiera tras muchos decenios de silencio no podría conformarse con resucitar dicha corriente.

François-Xavier Bellamy dice, fundamentalmente, lo mismo cuando afirma que, si hubiera algo que conservar, él lo conservaría, pero que hay que cambiarlo todo.

Estoy de acuerdo con él sobre este punto: conservar, ¿el qué? Hay que entenderse. Pero entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron, él afirma que prefiere mantener a Macron.

¿Puede, en su opinión, pasar la salvación de Francia a través de los partidos políticos, o hay que liberarse de ellos?

En las dificultades que tenemos para recomponer el paisaje político francés, el funcionamiento institucional y los modos de escrutinio tienen una parte de responsabilidad. Durante mucho tiempo han favorecido a los dos grandes partidos de la derecha y la izquierda, hoy en día totalmente deslegitimizados. Han dado invisibilidad a la Francia de los chalecos amarillos, marginando en las Asambleas a los partidos por los que estos votaban, ignorando el voto en blanco, asegurando una continuidad ideológica en el modo de gobernar desde hace varios decenios. Luego surgieron dos grandes bloques: el del centro derecha y el centro izquierda de Emmanuel Macron, así como el bloque populista (no comparto la demonización de esta palabra, que tiene hedor de anatema en boca de algunos) de derecha y de izquierda. Dos bloques inadaptados a nuestro sistema electoral que implican una situación de bloqueo.

Siempre me he definido una mujer de derechas. La división derecha-izquierda sigue irrigando la vida política francesa, pero no acaba con todas las otras divisiones.

Pero también explico por qué la división entre populistas y mundialistas me parece un impasse electoral… Creo que no podemos ganar nada dirigiéndonos sólo a las clases populares. Los que sueñan con una gran alianza de partidos entre la Francia insumisa y el Frente nacional se equivocan. Esta alianza me parece aún menos posible porque la soberanía, como defiende Jean-Luc Mélenchon tímidamente, no es un fin en sí misma. La soberanía es el continente; la visión de la sociedad, el contenido. ¿Al servicio de qué ponemos la soberanía? Una República islámica soberana, no me interesa en absoluto…

Desde la escena inaugural en el Louvre a la reforma del código laboral, algunos votantes de derechas pudieron sentirse seducidos al principio del quinquenio de Emmanuel Macron. ¿Usted no?

No. A partir del momento que tenemos un presidente de la República que no propone la reforma de la justicia en un país que está pasando por un estado muy importante de salvajismo, y en una sociedad presa de tantos fallos penales y carcelarios; a partir del momento que tenemos en Francia un presidente que no habla nunca, y lo digo claramente, nunca, de los problemas de identidad, migratorios y del islamismo -y esto incluso cuando su antiguo ministro del Interior renunció a su cargo diciendo que nos dirigíamos hacia una guerra civil-, para mí no es un presidente fiable. Un presidente que no hace de estos temas su prioridad no ha comprendido nada de los desafíos a los que se enfrenta Francia.

Cuando un especialista de la opinión pública como Jérôme Fourquet escribe que el 18% de los recién nacidos tienen un nombre árabe musulmán, que además nos movemos en un modelo multicultural violento, que la radicalidad islámica se abre paso en numerosos territorios y que hay zonas de no-derecho, de secesión cultural, no hablar de estos temas es aberrante. La experiencia histórica y contemporánea nos demuestra que la casi totalidad de los países con mayoría musulmana son teocracias. El islam es una religión de Estado, la sharía rige la vida de esos Estados. Debemos preguntarnos qué idea tenemos del lugar de la mujer en nuestras sociedades, qué idea tenemos de la laicidad y de la libertad de conciencia. ¿Cuál será el futuro de una sociedad en la que el islam pueda potencialmente convertirse en la religión mayoritaria? No quiero que Francia sea el nuevo Kosovo. Esta es la angustia que me motiva. Pero, por suerte, tengo esperanza en los increíbles recursos de mi país.

Palabras recogidas por Charlotte d’Ornellas y Geoffroy Lejeune, con Tugdual Denis. Traducido para InfoVaticana por Helena Faccia Serrano.

Publicado en Valeurs Actuelles.

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Comentarios
21 comentarios en “‘¿Cuál será el futuro de una sociedad en la que el islam pueda potencialmente convertirse en la religión mayoritaria?’
  1. El islam no es religión, y menos de paz; es política, dominio del mundo por la fuerza. La religión es una mera excusa, un aditivo.

    1. El islam es religión y tiene de todo: hay ultras como tú, que son locos y peligrosos y hay gente normal que vive su adhesión a Dios sin molestar a nadie.

        1. Aquí quien conoce es Dios. Él sabe de mis ligues y de mis desligues. Ójala no tuviera ni unos ni otros para la mayor tranquilidad de mi alma.
          Las entendederas me dan la luz suficiente para ver que Belzunegui no ha escrito eso. Es más Edgardo disfrazado de Belzunegui, sí.

  2. Esta mañana en la Eucaristía he pedido por las victimas del Terrorismo fallecidas, por su familiares, por los que han quedado heridos, y también por lo que sufren a causa de estas injusticias cometidas por falta de una visión Real, de la vida Cristiana. Son los que matan a sangre fría, igualmente en los abortos, en la eutanasia, para que nadie quite la vida a seres queridos. Quinto Mandamiento No mataras.
    Esta tarde rezo al Santo Rosario a las 19:00, horas y pido nuevamente por todos. Si alguien se quiere unir a mis peticiones serán a las 19:00. Horas. En Radio María el Santo Rosario. Antes a las 18:00, horas el Rosario de la Santa Misericordia. En el Cuarto día de la novena. Por mi hija discapacitada, de 43 años, en un 86%, para que podamos encontrar medios de transporte, para un Centro de día que ya tiene. josé[email protected] 634710065 nuestro teléfono.

  3. Pues, la verdad, es que no es complicado averiguar cómo sería nuestra sociedad si el islam llegara a dominar si miramos a los países regidos por la sharia. Pero claro, el buenismo primaveral parece que es incapaz de mirar a esos países y ver qué sucede allí. Es más, en general, parecen incapaces de hacer cualquier cosa y, por lo tanto, tendremos que sufrir las consecuencias.

      1. El único venenoso aquí eres tú.
        Te crees muy «moderno» y primaveral y no sabes ceñirte a expresar tu opinión y dejar que los demás tengan la suya.
        Pero no puedes, es superior a tus fuerzas y tarde o temprano, la cabra tira al monte.
        Sigue así y verás qué pronto vuelven a borrarte todos los mensajes, como ya hicieron hace no tanto tiempo.

  4. El islam se seguirá expandiendo por culpa de los ultras: mientras una pandilla de viejos y viejas pelean por la misa en latín, los trapos viejos y, lo que es peor, por una Iglesia ajena a la realidad. Mientras le apostemos a un tradicionalismo absurdo, los jóvenes le encontrarán menos atractivo al mensaje de Jesús.

    1. Aquí el único «ultra» es usted, señor Edgar. Sus comentarios supuran odio, desprecio y bastante dosis de violencia.

      Usted, señor, vaya a la misa que más le convenga y deje que los demás tengan la oportunidad de asistir y reclamar para sí la Liturgia que crean mejor para acercarse a Dios.

      Y, por último, siendo que no me extrañaría que fuera usted cura, debo decirle que es usted un mamarracho y un mal educado. Y si no es cura, debo también decirle que es usted un cretino.

      1. Gerona, creo que ya tienes que tomar geriátricos, obvio que tu comentario ofensivo y grosero no será borrado, eres ultra y escribes como muchos impresentables que escriben acá.

  5. En las parroquias donde se vuelve al rito antiguo donde los jóvenes acuden en mayor número.
    A los progres, ecuménicos y primaverales esta realidad imparable les da sarpullidos.

  6. Pues si, mejor lo dejo.
    Los datos están ahí a golpe de tecla para alguien medianamente interesado que quiera buscar, o a una distancia más o menos cómoda de una iglesia donde se pueda comprobar in situ la aceptación de la vuelta al rito verdadero, no al rito luterano que nos colaron.
    Y también hay vídeos donde se puede comprobar lo que acabo de decir. Que hasta las cancioncitas guitarreras son las mismas.

    1. Rito verdadero???? En latín y de culum ad populi, por favor, ¿se te olvida que la primera misa fue una cena de amigos y en el idioma de todos? Valoro el rito tridentino como un dato de cultura general, creo que el latín es una lengua fósil que pronto dejará de ser la lengua oficial de la Iglesia. Vive en el hoy, no suspires por un pasado que no volverá.

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