El Papa: «Si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia»

"La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida" Vatican News
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Lo dijo el Papa en la Audiencia general de esta mañana, en la Plaza de San Pedro, donde el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre el Padre nuestro, centrándose hoy en la frase “Santificado sea tu nombre” (Pasaje bíblico: Ezequiel  36, 22-23).

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Parece que el invierno se esté yendo y por eso hemos vuelto a la Plaza. ¡Bienvenidos a la Plaza!

En nuestro itinerario de redescubrimiento de  la oración del «Padre Nuestro», hoy profundizaremos la primera de sus siete peticiones, es decir, «santificado sea tu nombre».

Las invocaciones del «Padre Nuestro» son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las tres primeras tienen el «Tú» de Dios Padre en el centro; las otras cuatro tienen en el centro el «nosotros» y nuestras necesidades humanas. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad»; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.

Aquí está la matriz de toda oración cristiana, -diría de toda oración humana- que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Así, en su simplicidad y en su esencialidad, el «Padre Nuestro» educa a quienes le ruegan a no multiplicar palabras vanas, porque, como dice el mismo Jesús, «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt, 6, 8).

Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Sal 139: 1-4). Dios es como esas madres a las que les basta una mirada para entenderlo todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo…

El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: «Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza». Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del «Padre Nuestro», nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis» (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.

Por eso rezamos diciendo: «¡Santificado sea tu nombre!». En esta petición – la primera, ¡Santificado sea tu nombre! – se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda.

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!”(Mc 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Mc 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.

La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí. El Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.

Saludos en francés

Me complace dar la bienvenida a los peregrinos procedentes de Canadá, Suiza y Francia. Saludo a los grupos de las diócesis y parroquias francesas, en particular a los de la diócesis de Belley-Ars y Brazzaville, con Mons. Roland; de la diócesis de Poitiers, con Mons. Wintzer y de la parroquia de Porto-Vecchio. También saludo a todos los jóvenes aquí presentes, en particular a los de la diócesis de Créteil, con Mons. Santier. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a manifestar la santidad de Dios con toda nuestra vida y a hacer presente su Nombre en el mundo. ¡Qué nuestra oración nos haga crecer en la confianza de Dios y en su providencia!. ¡Dios os bendiga!

Saludos en inglés

Saludo a los peregrinos de habla inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Inglaterra, Gales, Noruega y los Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias, invoco el gozo y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!

Saludos en alemán

Saludo cordialmente a los peregrinos de habla alemana, en particular al grupo de la pastoral para los discapacitados de la diócesis de Maguncia. Santo no se nace. La santidad es un don de Jesús. Con la oración del Padre Nuestro pidamos al Señor una mayor difusión de la santidad en nosotros y en el mundo. ¡Qué el Espíritu Santo os acompañe en vuestro camino hacia la santidad!

Saludos en español

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que con la fuerza de su santidad destruya el mal que aflige a nuestro mundo, y nos conceda vivir con la convicción de que su amor redentor, que ha vencido al maligno, no nos abandona nunca. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Saludos en portugués

Queridísimos peregrinos de habla portuguesa, una cordial bienvenida a todos, en particular a los sacerdotes de Setúbal, a los fieles de Santarém y Ericeira y a los grupos procedentes de Brasil. Espero que esta peregrinación a Roma fortalezca en vosotros los buenos propósitos de dar testimonio del Evangelio de Jesús, impulsados por el valor que la oración infunde en vuestros corazones. Dios os bendiga.

Saludos en árabe

Doy una cordial bienvenida a los presentes de idioma árabe, en particular a los provenientes de Egipto, Irak y Oriente Medio. La invocación del nombre de Dios tiene el único objetivo de santificarlo y no de instrumentalizarlo. «Santificado sea tu nombre» significa esforzarse para que mi vida sea un himno de alabanza a la grandeza de Dios; sea una manifestación concreta de mi fe en Él; significa comprometerse en el camino de la santidad para que otros glorifiquen su santo nombre. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!

Saludos en polaco

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, sed asiduos en la oración, para que la santidad de Dios, nuestro Padre, impregne vuestros corazones y os haga testigos de su santo nombre en vuestras familias, en las comunidades y en el mundo. Tened confianza: todo mal será derrotado por la santidad de Dios. ¡Qué su bendición siempre os acompañe así como a vuestros seres queridos!

Saludos en croata

Saludo con afecto a los peregrinos croatas, entre ellos a  los seminaristas, estudiantes y profesores de la Facultad de Teología Católica de Djakovo. Queridos amigos, os animo a dedicaros con diligencia y pasión a los estudios para estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pedro 3:15). Os exhorto, sobre todo,  a integrar el trabajo intelectual con la vida personal y eclesial. ¡Qué esta Cuaresma sea un tiempo favorable para renovar la entrega de vuestro corazón y de vuestra mente al Señor! !Alabados sean Jesús y María!

Saludos en italiano

Doy una cordial bienvenida a los fieles de habla italiana.

Me alegra recibir a los peregrinos de la diócesis de Mantua, con el obispo monseñor Gianmarco Busca; a los grupos parroquiales, en particular los de Alife, acompañados por el obispo, Mons. Valentino Di Cerbo, a los de Gubbio y de San Vito dei Normanni.

Saludo a la delegación de la Antorcha Benedictina, con el arzobispo de Spoleto-Norcia, Mons. Renato Boccardo.

Un pensamiento especial para  los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados.

Os deseo a cada uno de vosotros que vuestra peregrinación a las tumbas de los santos apóstoles sea un estímulo para difundir con entusiasmo la novedad perenne del mensaje de salvación traído por Cristo a cada hombre, comenzando por los más alejados y desheredados.

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Comentarios
3 comentarios en “El Papa: «Si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia»
  1. Efectivamente, hay una gran incoherencia entre lo que dice y lo que hace; entre lo que dice un día y dice al día siguiente, para que los papólatras no queden descolgados, pues siempre encontrarán alguna palabra medianamente ortodoxa, cada vez menos.

  2. Este hombre de santidad no tiene ni idea, aunque suene bonito lo que le escriben sus redactotes. Ahora, de incoherencia y mentira, mucho

  3. El Papa: “Si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia”
    Pues eso.
    Y, por poner solo un ejemplo, no hay nada de santo en aplaudir insultos hacia Nuestra Señora. Eso no puede venir de Dios y ya sabemos de dónde viene lo que de Él no procede.

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