La ética de la crueldad que propone Fabrice Hadjadj

En una época que idolatra la perfección de la máquina, el filósofo francés reivindica la imperfección pecadora de lo humano. El filósofo francés Fabrice Hadjadj
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Si en algo se ha afanado el filósofo Fabrice Hadjadj a lo largo de toda su obra es en abrazar lo humano en un tiempo de tecnologización extrema. Al transhumanismo que pretende convertirnos en engranajes de un mecanismo perfecto el filósofo francés opone el drama de la libertad, la fragilidad de lo propiamente humano.

Su ensayo Últimas noticias del hombre (y de la mujer), publicado por Bibliotheca Homo Legens, muestra claramente este afán; el de reivindicar la imperfección pecadora del hombre frente a la perfección de la máquina, que alcanza ineluctablemente el fin para el que fue creada.

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En este sentido, Hadjadj aboga por una suerte de ‘ética de la crueldad’: ya no se trata de ser mejores, sino de ser simplemente humanos:

El nuevo discurso moral del evangelio tecnologista nos obliga a enfrentarnos a un problema importante. Querría vernos salir de la condición humana para entrar en la situación de un ciborg sometido a las leyes de la innovación (y, por tanto, de la obsolescencia). Frente a este proyecto, nuestro discurso moral se desplaza: ya no se trata, primordialmente, de exhortarnos a ser mejores, sino de continuar siendo humanos a secas. Es decir, a preservar cierto mal a la antigua usanza, casi a añorar la época en que se mataba por rabia y por odio, no porque se planificara bienintencionadamente un mundo mejor; una época en la que se podía crucificar al Hijo de Dios con las propias manos, en tanto que, hoy en día, para evitarles a Él y a su madre un calvario tal, se le hubiera impedido nacer.

En este mundo ahíto de buenismo, nos enseña el filósofo francés, la verdadera caridad habrá de adoptar un cariz descarnado, casi cruel. Tan descarnado, que provocará el rechazo de muchos.

Hagamos la experiencia: si nos negamos a comprarle a nuestro hijo el último dispositivo apto para estar siempre en contacto con sus amigos, apareceremos como monstruos; si le decimos a una amiga estéril que no es necesario recurrir a la fecundación in vitro, pareceremos malvados cerrados a la vida; si nos oponemos a la eutanasia, que pone fin a los sufrimientos, nuestra moral aparentará reducirse a la de un torturador; si ponemos al crecimiento, nuestra Buena Nueva adoptará el aspecto de un antihumanismo prehistórico. Pero las cosas van mucho más allá: si decimos de prohibir los drones militares, nos presentaremos como promotores del sanguinario cuerpo a cuerpo del sanguinario cuerpo a cuerpo; si rechazamos la reducción de la libertad a algoritmos sin defecto, nos convertiremos en defensores de la posibilidad del crimen pasional, de la blasfemia, del incesto, y de la apostasía (en tanto que posibilidades, claro está…)

Para recuperar el camino de la virtud, antes tenemos que recuperar el de la humanidad. Las máquinas no pueden ser virtuosas; son sólo máquinas.

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