Este viernes 18 de enero se celebra en Estados Unidos la ‘Marcha por la Vida’, que congregará a centenares de miles de personas unidas en el propósito de defender la vida humana desde su concepción hasta su extinción natural. Precisamente a esta defensa se refiere el cardenal Raymond Leo Burke en el libro-entrevista Esperanza para el mundo, publicado por la editorial Homo Legens.
En este capítulo, mons. Burke se refiere a las bases ideológicas y teóricas de la cultura de la muerte, tan extendida globalmente: ‘Estoy convencido de que la raíz del feroz ataque a la vida es la distorsión del acto sexual por la anticoncepción, la idea de que uno puede separar el acto conyugal de la posible procreación de una nueva vida. Esto es imposible, porque el acto conyugal es, por naturaleza, procreador. La unión íntima de los esposos no necesariamente lleva al don de la vida, pero debe estar abierta a él’. Así, el purpurado nos enseña que tras la violencia del aborto subyace una previa banalización del acto sexual, que debería constituir una entrega amorosa abierta a la procreación.
Identificadas las raíces del mal, el cardenal analiza la respuesta de la Iglesia centrándose en dos encíclicas: Humanae Vitae, de Pablo VI, y Evangelium Vitae, de San Juan Pablo II. Especialmente conmovedoras son las palabras que le dedica a este último: ‘Juan Pablo II es el gran apóstol de la vida. La encíclica Evangelium vitae sigue siendo mi punto de referencia sobre cuestiones relacionadas con la protección y la promoción de la vida humana. Al principio de su pontificado, con gran sabiduría, dedicó sus audiencias de los miércoles durante cuatro años a explicar la Humanae Vitae’.
Por qué no rendirse
Ante la magnitud y dificultad del desafío, muchos se plantean la rendición. A ellos, no obstante, el cardenal Burke les dirige un mensaje de esperanza: ‘El testimonio más fuerte hay que darlo cuando la resistencia es mayor. El diablo, obviamente, quiere desanimarnos, intenta sembrar la duda en nuestras mentes sobre la defensa pública de la vida humana. Y, de manera sutil, intenta que permanezcamos en silencia, acallar nuestra conciencia diciéndonos a nosotros mismos que estamos personalmente contra el aborto, pero que no tenemos que expresar nuestra fe y convicciones morales en público’.
De este modo, participar en la anual ‘Marcha por la vida’ constituiría, por un lado, una forma de superar la tentación diabólica y, por otro, el cumplimiento de una obligación que el prelado sintetiza de este modo: ‘Somos ciudadanos de nuestro país y nuestro deber para la sociedad es ser testigos de la ley moral, que es el requisito previo para tener paz en nuestra vida común’.
Por otra parte, el cardenal Burke ve en las generaciones jóvenes motivos para la esperanza. De acuerdo con él, no en vano, éstas son cada vez ‘más sensibles al movimiento provida’, afirmación que ilustra sirviéndose de una experiencia personal: ‘Con ocasión de la Marcha por la Vida en Washington D.C., un joven dijo lo siguiente: Nací en 1975 [después de la sentencia del Tribunal Supremo en el caso de Roe vs Wade]. Tengo que agradecer a mis padres que me dejaran nacer. Los jóvenes son muy conscientes de que cada vida está en peligro antes de nacer’.
Para añadir vigor a su argumentación sobre el aborto y la necesidad de defender la ley moral en el ámbito público, el prelado cita los famosos principios no negociables enumerados por Benedicto XVI: la protección de la vida humana sagrada e inviolable desde la concepción hasta su extinción natural; la promoción de la familia natural, que nace del compromiso conyugal; la libertad de enseñanza (o el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos); y la defensa del bien común, que se fundamenta en el reconocimiento de que el Estado sirve a la sociedad, y no al revés.
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Supongo que en esta «Marcha por la vida» se defenderá como dice el artículo, «la vida desde la concepción hasta la muerte natural», es decir, habrá un grito alto y claro contra la pena de muerte, aun vergonzosamente vigente en EE.UU.
En palabras del viejo Donoso Cortés: «Las teorías laxas de los criminalistas modernos son contemporáneas de la decadencia religiosa […] Desde entonces acá el criminal se ha ido transformando a nuestros ojos lentamente, hasta el punto de parecer objeto de lástima, el mismo que era objeto de error para sus padres. El que ayer era llamado criminal, hoy pierde su nombre en el de excéntrico o en el de loco. ¡ Día vendrá en que el gobierno pase a los desventurados, y entonces no habrá otro crimen sino la inocencia!
De momento a la inocencia ya la han declarado indeseable…