Humildad y confianza. Estas son las virtudes que destaca el cardenal Raymond Leo Burke al hablar de las cualidades que debe desarrollar un obispo en una entrevista con Guillaume d’Alançon, recogida en el libro Esperanza para el mundo (Ed. Homo Legens).
En este libro, el cardenal Burke reflexiona sobre los desafíos a los que se enfrenta hoy la Iglesia y habla de su propia experiencia como obispo de la diócesis de La Crosse y de la archidiócesis de Saint Louis, así como de las dificultades con las que se ha encontrado en el ejercicio de su ministerio episcopal, entre las que destaca «especialmente la invasiva secularización de la cultura».
A continuación, les ofrecemos un fragmento del libro Esperanza para el mundo en el que el cardenal Burke habla sobre las cualidades, responsabilidad pastoral y retos de los obispos:
En su opinión, ¿qué cualidades debe desarrollar un obispo?
Creo que las virtudes más importantes que tiene que desarrollar un obispo son la humildad y la confianza. La humildad le permite reconocer que es sucesor de los apóstoles en todas las cosas y que debe llevar adelante sus tareas en obediencia a Cristo y a su vicario en la tierra, el Pontífice. La confianza le permite ir adelante en las desafiantes circunstancias actuales, sabiendo que el Señor es el único que hará que fructifiquen los débiles esfuerzos del obispo en favor de sus fieles.
De manera especial, desde el comienzo de mi ministerio episcopal, sentí que era muy importante para mí dedicar mi atención paternal a los sacerdotes y seminaristas, como también a todos los que estaban llamados al sacerdocio, pero que aún no habían entrado en el seminario. El obispo tiene la responsabilidad pastoral de toda la grey de su diócesis, pero no podrá llevar a cabo sus tareas con éxito si no tiene un gran número de sacerdotes valiosos que le ayuden. A veces me han criticado porque no he prestado suficiente atención a los laicos. Mi respuesta ha sido que mi preocupación pastoral hacia los laicos era precisamente lo que hacía que dedicara tanta atención a los que podían estar directamente a su servicio como sacerdotes. Claro que he dedicado mucho tiempo a cuestiones que atañen a los laicos. Me he reunido con ellos a menudo, bien individualmente o en grupos.
En diciembre de 2003, me trasladaron de la diócesis de La Crosse a la archidiócesis de Saint Louis, en Missouri. La misa de instalación tuvo lugar el 26 de enero de 2004. Una de mis grandes satisfacciones en la archidiócesis de Saint Louis fue el Seminario Kenrick-Glennon. Consideraba que era el corazón real de la archidiócesis y cada semana intentaba participar directamente en la vida del seminario. La archidiócesis estuvo bendecida por un gran número de excelentes vocaciones sacerdotales. La presencia del seminario en la archidiócesis fue una gran ayuda para los jóvenes que estaban discerniendo su vocación.
¿Cuáles fueron las mayores dificultades a las que tuvo que enfrentarse en su ministerio episcopal?
Fue la invasiva secularización de la cultura que, por desgracia, también había entrado en la vida de la Iglesia. El empobrecimiento que había sufrido el contenido de la catequesis durante décadas impedía a los fieles dar testimonio en la cultura como cristianos. La formación de los seminaristas también se había debilitado y había perdido su rumbo. Esto empezó a suceder cuando yo estaba en el seminario. El resultado era que los sacerdotes a menudo se sentían, sin tener culpa, poco preparados para enseñar y formar a otros como deberían hacer. Había también algunos sacerdotes mayores que habían recibido una sólida formación doctrinal y una firme disciplina y que se encontraron que tenían que cuestionarlas en nombre de un supuesto «espíritu del Concilio». En lo que atañe a las cuestiones morales, el proporcionalismo y el consecuencialismo llevó a algunos a cuestionar la enseñanza moral de la Iglesia y, en algunos casos, la ley moral natural.
(…)
¿Cuál es el miedo real que siente un obispo? ¿No está limitado por las estructuras administrativas a nivel diocesano o nacional (conferencias episcopales)? ¿Puede realmente actuar?
El obispo diocesano es, por mandato divino, el primer profesor de la fe en su diócesis, el primer liturgista, el primer pastor. Las estructuras administrativas diocesanas y las conferencias episcopales no pueden quitarle de ninguna manera sus responsabilidades en cuestiones relacionadas con la enseñanza de la fe, su ofrecimiento personal de la sagrada liturgia y el hecho de que debe asegurarse que ésta se celebre de manera correcta y válida en su diócesis. Las estructuras administrativas han sido creadas para ayudar al obispo. En algunas cuestiones, por ejemplo, en la administración extraordinaria de los bienes temporales, él sólo puede actuar bajo ciertas condiciones. Algunos cuerpos consultivos y deliberativos son obligatorios en la diócesis, pero no disminuyen para nada la responsabilidad que incumbe al obispo, a saber: gobernar a su grey con sabiduría y entereza. En particular, debe recordar que el cargo de obispo diocesano es de derecho divino y la Conferencia Episcopal es una estructura de la ley eclesial positiva, creada para ayudar a los obispos en la atención pastoral de su grey, pero no es una corporación nacional de obispos que les dicta lo que deben hacer y les controla. Del mismo modo, la Conferencia Episcopal no puede representar a los obispos de un territorio basándose en la sola autoridad de la conferencia.
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Que ¿ cuáles son las principales virtudes que debe tener un obispo? Menuda preguntita. Creo que el señor cardenal se queda bastante corto. Porque, un obispo de hoy en día, no le bastan esas dos que él indica. No señor. Debe tenerlas TODAS en grado superlativo. Las teologales, Fe, Esperanza y Caridad. Y las cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Un obispo, con la ayuda de Dios, debe ser un superman, o sea, un santo como la copa de un pino. Y además, un sabio, con estudios. Y si no lo es, o no está dispuesto a serlo, entonces, que renuncie. Vocación de campeón. De campeón de la fe. Pilar firme, donde se puedan apoyar todos. Que se pueda decir de él lo que Jesús dijo de Juan el Bautista: “¿A quien salisteis a ver al desierto? ¿A una caña azotada por el viento?…”
Muy buen comentario, Macabeo.
Cuando pienso en las virtudes del pastor, sea obispo o presbítero, no puedo evitar pensar en San Atanasio