De la Gaudium et spes a la Humanae vitae

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(P. Serafino M. Lanzetta/Corrispondenza Romana)- La grave crisis moral de abusos sexuales que embiste a la Santa Iglesia tiene raíces mucho más profundas  que el mal comportamiento de algunos sacerdotes y prelados. Seguramente, además, no es una manifestación de aquella debilidad humana que los jóvenes comprenderían más que nadie dado que ellos mismos caen y se levantan, como lo insinuó recientemente el Cardenal Baldisseri en la conferencia de prensa de presentación del Sínodo de los jóvenes (1° de octubre de 2018).

¿También los jóvenes, víctimas de numerosos abusos por parte de clérigos comprenderían fácilmente esta debilidad? La raíz del problema es ante todo moral y dogmática. Desde el principio existe el rechazo a la doctrina de Cristo sobre el amor humano y la sexualidad. Decíamos en un artículo precedente que dicha doctrina se resquebraja fuertemente con una pública y oficial rebelión en la Iglesia contra la Humanae vitae.

Colocando en discusión que el amor conyugal y la procreación son indisociables, se abrieron las puertas a la justificación de toda posible unión. Pero esa tempestad que se desató en la Iglesia no sería del todo comprensible si no damos un paso atrás para ir al momento inicial de ese desacuerdo cardenalicio respecto al veto de los anticonceptivos que, después, llevó a una abierta rebelión contra Paulo VI. La protesta se encendió públicamente, pero ya  se ocultaba bajo las cenizas.

Es necesario asomarse por detrás del escenario del Concilio Vaticano II y ahí encontrar el inicio del malhumor. Dos figuras claves en todo ello: el Cardenal Leo Joseph Suenens, primado de Bélgica y el Esquema XIII que después acabó siendo la Constitución pastoral Gaudium et spes.

En sus Memorias sobre el Concilio Vaticano II, Suenens se define (un texto de 69 páginas dictado por el Cardenal belga inmediatamente después del Concilio, conteniendo sus recuerdos personales y que constituyen los documentos 2784 y 2785 del “Archivo Suenens”) padre e iniciador de la Gaudium et spes. Así escribe: «El esquema XIII, del cual yo soy el padre, el iniciador», aunque no fuera «extremadamente entusiasta» por el hecho de que Paulo VI había enviado a la Comisión mixta, el 23 de noviembre de 1965, cuatro modique reafirmaban la doctrina clásica de la Iglesia sobre el matrimonio insertados en los párrafos 51, 54 e 55 del texto en redacción.

Estos modi de hecho resguardaban la posición de la Iglesia sobre los métodos anticonceptivos, remitiéndose al magisterio de la Casti Connubi, que el Papa deseaba se citara explícitamente. Debe ser destacado que con anterioridad a ello, Paulo VI había pedido a Suenens un texto para una posible declaración en la línea de la apertura a los anticonceptivos favorecida por el primado belga (cfr. Fondo Suenens, 2503).

La reacción de Suenens al verse negada aquella declaración fue muy dura. Deseaba iniciar una campaña contra los Padres Conciliares por votar contra el nuevo texto. Únicamente cuando Mons. Prignon le aseguró que Mons. Heuschen y el Profesor Heylen habían hecho inofensivas esas formas y que la cuestión del birth control -control de la natalidad- quedaba en suspenso en el texto conciliar, Suenens aceptó votar placet.

La razón por la cual Suenens era favorable al Esquema XIII era la esperanza de ver modificada la posición de la Iglesia con relación a los métodos anticonceptivos en el capítulo Del matrimonio.

El 7 de mayo de 1964, aquel lanza un globo de ensayo con motivo de una conferencia de prensa en Boston, donde declara: «La investigación médica se está acercando al descubrimiento de una píldora que simplificará a las parejas casadas la planificación de su propia familia sin violar las enseñanzas de la Iglesia». Como atestigua Werner Wan Laer, fue precisamente gracias al Cardenal Suenens que el capítulo sobre el matrimonio en el documento Gaudium et spes quedó como uno de los textos más abiertos del Vaticano II.

Por lo demás, Suenens, constituido por Paulo VI moderador del Concilio, junto con otros tres Cardenales (Agagianian, Döpfner y Lercaro), había conseguido introducir en el Aula Conciliar cuatro cuestiones referidas a la sacramentalidad y a la colegialidad del Episcopado y a la reintroducción del diaconado permanente. Sin el apoyo de Paulo VI, que verdaderamente estuvo muy indeciso, y contra la voluntad de Ottaviani y del secretario del Concilio, Pericle Felici, los Moderadores y Suenens en particular propusieron a los Padres una “votación orientativa” sobre cuatro cuestiones, prevista para el 17 de octubre de 1963 pero publicitada con anticipación por el «L’Avvenire d’Italia».

Paolo VI aplazó la votación y ordenó quemar las 3000 boletas de votación  impresas por orden del Cardenal Lercaro. Fue entonces que la larga y bien consolidada amistad entre el Cardenal belga y el Papa Montini comenzó a declinar, a tal punto que el Cardenal Suenens reprochará a Paulo VI no haber actuado en forma colegial con motivo de la publicación de su Encíclica Sacerdotali scaelibatus (1967) y Humanae vitae (1968).

Paulo VI no deseaba que en el Concilio se mencionara la cuestión de los anticonceptivos. Suenens narra en sus «Memorias» que el Cardenal Agagianian, el cual en ese momento lo presidía, había preparado un texto en el cual habría dicho a los Padres que no trataran aquel argumento. Suenens en cambio no estaba de acuerdo y modificó aquel texto que dejó así redactado: «Trataremos este argumento, pero únicamente con referencia a los primeros principios, sin entrar en los detalles». Paulo VI se puso furioso con Suenens y, como referido por éste, le dijo que de ese modo había perdido credibilidad en el Concilio junto a los Obispos.

Sin embargo Suenens permaneció orgulloso de aquel gesto. También uno de sus colaboradores, el Rector del Colegio Belga, P. Albert Prignon (1919-2000), le dijo: «Usted ha abierto el futuro». Y de hecho se trató propiamente de eso: haber abierto una triste aventura, cargada de problemas para el mundo y sobretodo para la Santa Iglesia.

Suenens podía confiar en el texto de Gaudium et spes, de tenor optimista y con ranuras bastante amplias para las sucesivas hermenéuticas por él adaptadas. Pero del Esquema XIII (primero XVII) que después pasó a ser Gaudium et spes no estaba orgulloso ni siquiera el P. Henri de Lubac. No por la misma idea de Suenens sino por el hecho de que, sacada a luz con una intención demasiado publicitaria, a juicio del jesuita francés, «el resultado era mediocre. Ninguna coherencia doctrinal y, peor aún, ningún vigor cristiano. Muchos obispos lo ven, lo dicen en privado y en público; pero ningún medio para remediarlo plenamente; es demasiado tarde».

Lo que era más grave, conforme el juicio de otro crítico de la Gaudium et spes, Mons. Blanchet, era el hecho de que, como lo había destacado muy bien el Cardenal Siri, se mostraba «un exceso de optimismo, ninguna alusión a aquello que aún es una de las características de nuestro tiempo: la disminución del sentido del pecado».

Suenens invocaba la colegialidad, tema fuertemente debatido en el Concilio y favorito de la “apertura” del Cardenal Parente a instancias de los partidarios de la colegialidad, pero por la cual será necesario ponerse a cubierto con la Nota praevia colocada en la Lumen gentium. Colegialidad sin embargo ausente, según el juicio de Suenens, en la toma de posición de la Humanae vitae.

Por lo demás estaba convencido de que las “ranuras” de la Gaudium et spes eran lo suficientemente amplias como para permitir un pronunciamiento magisterial a favor de los métodos anticonceptivos. Pero no se dio y de ahí su  rebelión contra el magisterio de Paulo VI, que sin lugar a dudas reviste también un valor simbólico: puso de manifiesto hasta que punto podía llegar el divorcio entre las propias ideas y el perenne Magisterio de la Iglesia. Con repercusiones, sin duda alguna, sobre la actual situación.

De todo esto es bueno extraer un elemento de evaluación. La confusión y la rebelión post-conciliar respecto a la Humanae vitae está vinculada -si bien indirectamente- a la incertidumbre magisterial del Concilio Vaticano II, especialmente en Gaudium et spes. No se puede simplemente atribuir la culpa a las hermenéuticas contradictorias nacidas en la fase receptiva del Concilio. Fue el mismo Concilio con su indefinición doctrinal respecto a varios puntos el que colocó el problema hermenéutico. Y en primer lugar fueron los Padres quienes se vieron, a menudo con sus propios teólogos, frente a tales problemas.

Un ejemplo entre todos: se asiste a un Paulo VI por una parte y a la Comisión Teológica por otra disputando acerca del valor constitutivo de la Tradición apostólica. Paulo VI lo reafirma con el Magisterio precedente, los peritos y los Padres de la mayoría lo trasladan por  motivos ecuménicos. De hecho son estos últimos los que “vencen”.

Que el problema de la oposición a la Humanae vitae sea el de reconducir en última instancia a la Gaudium et spes resulta también del intento de conectar Amoris laetitia con la Constitución pastoral del Vaticano II, en orden a superar la encíclica de Paulo VI sobre la vida con una recuperación del magisterio conciliar sobre el amor de los cónyuges y en la familia, introduciendo una presunta “dignidad de la persona” en la evaluación moral de los métodos de regulación de la natalidad (cf. AL 82) y justificando de hecho la relación conyugal more uxorio. Junto con este existe también otro factor a considerar.

El Sínodo de los Obispos bajo Francisco conoció ahora un nuevo status en el cual la instancia a discutir incluso es formulada por el hombre, el pueblo, los jóvenes. La Iglesia “escucha” y ya no enseña más.

Si la enseñanza sinodal fuera aprobada por el Sumo Pontífice vendrá a formar parte de su magisterio ordinario, signo tangible de una “Iglesia de abajo” de un magisterio in fieri como una obra en construcción siempre abierta (o un “hospital de campaña” donde se curan las heridas) y de una superposición de papeles entre laicos y sacerdocio ministerial.

¿Este nuevo “paradigma sinodal” es una vía para engancharse en la colegialidad conciliar bloqueada en la Nota previa, pero invocada firmemente por Suenens con una visión preponderante de la Iglesia que hace su camino con el consenso (colegial) de la mayoría? Si así fuera, entonces, mientras por una parte el Vaticano II constituye aún una vuelta al paradigma conciliar, por otra sería también usado para una nueva forma de oposición en la Iglesia a su magisterio perenne.

¡Un Concilio contra la Iglesia! La ruptura magisterial y su nuevo comienzo es el mejor anestésico de la conciencia. Sirve para exorcizar a los fantasmas de una moral sombría e prohibitiva. Todo esto confirmaría sin embargo que la raíz última de la crisis moral debe ser buscada en el último intento de subvertir la recta doctrina en nombre de la pluralidad conciliar. Una hermenéutica sin fin, no obstante, no resuelve ningún problema. De hecho suscita nuevos y por motivos de mucha mayor gravedad.

Artículo publicado en Corrispondenza Romana

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