Viganò & Ouellet: ¿Qué hemos aprendido del caso McCarrick?

Por ahora, cualquiera que sea el conflicto público de Viganò con el Papa Francisco, parece ser el único motor que impulsa la transparencia en el Vaticano.
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El arzobispo Theodore McCarrick ha comenzado una vida de oración y penitencia en un monasterio en Kansas. En cualquier otra circunstancia, un clérigo que comience algo parecido a una sentencia de vida eclesiástica se desvanecería rápidamente de la conciencia pública. Pero aunque McCarrick está ahora apartado de la vida pública, sigue estando muy presente, tanto en los Estados Unidos como en Roma.

Aún hay preguntas, como la del ascenso y caída de McCarrick en la Iglesia. Inusual para Roma, estas preguntas se hacen y se responden en público.

El seguimiento de los hechos sobre el caso McCarrick y su impacto en otros líderes de la Iglesia se ha convertido en una tarea habitual de los periodistas católicos. Lo que sigue es una actualización para conocer cómo están las cosas.

El fin de semana pasado, el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos del Vaticano, publicó una carta. Se dice que en su oficina están depositados los archivos que detallan quién sabe qué y cuándo sobre McCarrick.

La inesperada intervención de Ouellet fue una respuesta a la carta abierta más reciente del ex nuncio apostólico, el arzobispo Carlo Maria Viganò, quien ha puesto -para bien o para mal – gran parte de la presión en curso sobre la jerarquía, para aclarar el manejo del caso McCarrick.

Con posterioridad al anuncio de una acusación creíble contra McCarrick en junio, las preguntas sobre el arzobispo eran urgentes pero prácticamente retóricas; no estaba claro quién sería el responsable de responderlas. Eso cambió con la publicación por parte de Viganò, el 25 de agosto, de un «testimonio» que afirmaba que las autoridades romanas conocían la conducta de McCarrick desde hacía años, durante este pontificado y los dos que le precedieron.

Como parte de ese «testimonio», Viganò solicitó a Francisco que renunciara, y esa llamada ha adornado casi todo compromiso con la sustancia de su narrativa. Ha demostrado ser un arma de doble filo, tanto para él como para aquellos que se ocupan exclusivamente de investigar las formas en que McCarrick pudo escapar de la detención y el castigo durante tanto tiempo.

Por un lado, al poner al menos una parte de la responsabilidad de McCarrick a los pies del Papa, Viganò se ha asegurado de que el interés público y el escrutinio del caso hayan perdurado, incluso después de que McCarrick fuera obligado a una vida de oración y penitencia.

Por otro lado, al atacar al Papa tan abierta y directamente, Viganò ha ido más allá de lo debido, según opinan muchas figuras de la jerarquía y casi todos en la curia. Como resultado, Roma ha considerado sus afirmaciones principalmente como un desafío a la autoridad papal, y sólo de manera secundaria como una revelación sobre el escándalo McCarrick.

Fue en este orden que Ouellet respondió a la última carta de Viganò. Sin embargo, la carta del cardenal del 7 de octubre a Viganò realmente aclara qué sabía la Iglesia sobre McCarrick y cómo respondió. También parece justificar, al menos parcialmente, algunas de las afirmaciones de Viganò.

Los aspectos más incendiarios de las acusaciones de Viganò se refieren a lo que, según él, sucedió después de que McCarrick se retirara como arzobispo de Washington en 2006.

 En su carta del 25 de agosto, Viganò dijo que el Papa Benedicto impuso en 2009 o 2010 «sanciones» canónicas a McCarrick. Como parte de estas supuestas «sanciones», McCarrick recibió las siguientes instrucciones: «tenía que irse del seminario en el que vivía, se le prohibía celebrar en público, participar en reuniones púbicas, dar conferencias, viajar, con la obligación de dedicarse a una vida de oración y penitencia».

El alcance y la formalidad con que se impusieron estas «sanciones» se han convertido en una línea de investigación crucial: primero, porque la imposición de sanciones formales indicaría la gravedad de lo que el Vaticano sabía sobre McCarrick en ese momento; y segundo, porque en la medida en que se aplicaron -o no- podría indicar, en todo caso, una tolerancia implícita al comportamiento de McCarrick, o incluso su rehabilitación.

La posibilidad de que McCarrick fuera censurado y luego restaurado a una posición de influencia por el Papa Francisco es la acusación central y más dramática hecha por Viganò. El arzobispo ha insistido en que Francisco asuma la responsabilidad inmediata y personal por haber encubierto o encumbrado a McCarrick, a pesar del conocimiento de su comportamiento depredador en el pasado.

A simple vista, pareció que Ouellet rebatía a Viganò diciendo que no se habían impuesto «sanciones» a McCarrick. Escribió que es «falso» presentar las medidas tomadas contra McCarrick como «’sanciones’ formalmente impuestas por el Papa Benedicto XVI y luego invalidadas por el Papa Francisco». Ouellet dijo que al buscar en los archivos de la Congregación para los Obispos no encontró «documentos firmados por ambos papas en este sentido».

El cardenal se centró en negar que el Papa Benedicto impusiera formalmente las sanciones -que son penas canónicas- y que el Papa Francisco levantara dichas sanciones. Pero al hacerlo, confirmó que se hizo algo con respecto a McCarrick, y mucho antes de lo que había confirmado previamente el Vaticano.

En su carta a Viganò, Ouellet escribió que “las instrucciones escritas que le dio a usted la Congregación para los Obispos al comienzo de su misión [en Washington] en 2011 no decían nada sobre McCarrick, excepto por lo que le mencioné verbalmente sobre su situación como obispo emérito y ciertas condiciones y restricciones que tenía que seguir a causa de algunos rumores sobre su conducta pasada».

Con esta frase Ouellet confirmó que Roma había impuesto algunas «condiciones y restricciones» a McCarrick, que la Congregación para los Obispos le había comunicado verbalmente y por escrito todo esto a Viganò antes de su llegada a Washington D.C., y que estas estaban vinculadas a alegaciones -llamadas «rumores»- sobre su conducta pasada. No son detalles menores.

La carta de Ouellet, oficialmente publicada por el Vaticano, esencialmente confirmó tres «cosas» muy importantes: que durante el retiro de McCarrick, Roma sabía «algo» sobre las acusaciones en su contra, que hizo «algo» al respecto y que le dijo «algo» a Viganò para prepararlo antes de su llegada a Washington.

Ouellet también escribió que las «condiciones y restricciones» le fueron comunicadas a McCarrick a través de «cartas de mi predecesor y mis propias cartas … primero a través del Nuncio Apostólico Pietro Sambi y luego a través de [Viganò]».

En ese sentido, el relato de segunda mano de Viganò de una reunión tormentosa entre McCarrick y Sambi, durante la cual se comunicaron los términos de las «condiciones y restricciones» de McCarrick parece ganar credibilidad.

 

La CNA informó en agosto que McCarrick recibió una orden de salida del seminario en el que vivía en 2008, dada por Sambi, pero que McCarrick tardó en irse.

Por otro lado, parece cada vez menos creíble que las medidas contra McCarrick fueran «sanciones canónicas». Ouellet escribió que el Papa Benedicto no podría, probablemente, haber impuesto sanciones formales y «la razón es que en ese entonces, a diferencia de hoy, no había pruebas suficientes de su presunta culpabilidad «.

Aún así, la carta de Ouellet dejó claro que se obligó a McCarrick a llevar una vida de oración y penitencia. Si bien dijo que esto no habría sido una sanción canónica, bien podría haber sido un precepto – una obligación canónicamente vinculante para hacer o no hacer algo específico. Podría haber sido incluso un tipo de exhortación menos formal. La forma de las instrucciones dadas a McCarrick aún no está clara, y la carta de Ouellet no lo aclara.

Sin embargo, el juicio de Ouellet da alguna indicación sobre lo que los funcionarios del Vaticano podrían haber creído como cierto sobre el arzobispo, aun cuando carecían de pruebas probatorias.

Ouellet ha escrito que a McCarrick se le instó a «llevar una vida de oración y penitencia, por su propio bien y por el bien de la Iglesia». Uno no insta a la penitencia a alguien que no cree culpable de algo. De manera similar, señalar que la salida de McCarrick de la vida pública fue «por el bien de la Iglesia» indica que había una preocupación sobre su comportamiento, que podría provocar, como eventualmente hizo, un escándalo grave.

Si bien la disputa pública sobre si las «condiciones y restricciones» de McCarrick se impusieron de manera informal o por medio de un precepto puede ser una nimia objeción legal, la diferencia es importante: la forma en que el Papa Benedicto manejó el caso McCarrick ayuda a explicar la supuesta gestión de Francisco del caso.

En pocas palabras, Viganò afirma que Francisco devolvió a la prominencia a un hombre sometido a penas graves y formales. La explicación de Ouellet lo rebate. Claramente, McCarrick fue objeto de restricciones durante su retiro y tanto Viganò como Ouellet lo sabían. Pero como la forma de esas restricciones no está clara, todavía es imposible saber qué sabía realmente el Papa Francisco sobre McCarrick y cómo respondió a dicha información.

Además, Ouellet ha sugerido que McCarrick no se convirtió, tal como afirma Viganò en su testimonio, en el asesor cercano al Papa Francisco; y ha señalado que Francisco, Benedicto y Juan Pablo II tomaron decisiones sobre McCarrick con la información que tenían disponible en esos momentos. Ninguna de esas decisiones, señaló, son infalibles.

Si McCarrick se convirtió realmente en un asesor cercano al Papa Francisco es una pregunta que, tal vez, sólo uno de ellos pueda responder.

La carta de Ouellet podría plantear nuevas preguntas para el cardenal Donald Wuerl. La confirmación de que las «condiciones y restricciones» fueron comunicadas a McCarrick por dos nuncios apostólicos cuestionan la verosimilitud de la afirmación de Wuerl de haber quedado totalmente fuera del circuito, sobre todo porque es una práctica habitual de la Santa Sede informar al obispo local acerca de las preocupaciones o medidas tomadas contra un clérigo que vive en su diócesis, especialmente en los casos en que existe el riesgo de escándalo público.

Cuando publicó su «testimonio» el 25 de agosto, Viganò dijo que estaba hablando porque quería aclarar su conciencia y ayudar a esclarecer cómo un hombre como McCarrick había ascendido a una posición tan alta en la Iglesia.

Debido a que enfocó sus críticas en el Papa Francisco y pidió su renuncia, muchos sugieren que Viganò se ha convertido en la mayor distracción en el asunto McCarrick. Sus intervenciones posteriores y las respuestas del Vaticano parecen estar generando más calor que luz, pero de hecho se está arrojando algo de luz sobre todo este asunto.

Queda por ver cuánto se sabrá realmente sobre el caso McCarrick. Pero si la carta de Ouellet y los detalles que confirma son una señal de lo que está por venir, aún puede haber más revelaciones significativas. Por ahora, cualquiera que sea el conflicto público de Viganò con el Papa Francisco, parece ser el único motor que impulsa la transparencia en el Vaticano.

 Publicado por Ed Condon en CNA; traducido por Pablo Rostán para InfoVaticana.

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