«Cuando se ignora la imagen divina que conforma nuestra vida en esta carne sexuada y mortal, es normal que se disloque, se desparrame y se aumente mecánicamente hasta llegar a hacer añicos todo lo que nos rodea.» Es una de las reflexiones que plantea Fabrice Hadjadj en Últimas noticias del hombre (y de la mujer), el nuevo libro del filósofo francés editado en España por Homo Legens. Esta obra recoge 90 breves artículos en los que un Hadjadj aún más espontáneo y combativo, sin poder extenderse más de lo imprescindible, despliega todo su potencial y se enfrenta, con las armas de la inteligencia y el humor, a los males de nuestro tiempo.
Puede leer a continuación el fragmento del libro Últimas noticias del hombre (y de la mujer) en el que Fabrice Hadjadj reflexiona sobre la inclinación general de nuestra sociedad a la disociación:
La sociedad de la disociación
En su libro Une question de taille, Olivier Rey insertó una foto muy evocadora: dos individuos, algo gorditos, suben en una escalera mecánica dirigiéndose a una sala de fitness. Deducimos enseguida que, en dicha sala, encontrarán un “simulador de escalera” gracias al cual ascenderán unos escalones que nunca los llevarán a ninguna parte, pero eliminarán un poco del sobrepeso resultante de la gran comodidad en la que viven. Yo mismo experimenté esa situación cuando vivía en Nueva York: tomaba el ascensor para subir hasta mi apartamento en el piso 27 y después volvía a tomarlo para bajar deprisa al segundo sótano en donde brillaban bicicletas para pedalear en el vacío, cintas que transforman la carrera en pataleo, remos de galeote sin placer náutico alguno y, finalmente, sobre todo, nuestro dispositivo, el Stairmaster —Scala Santa de la nueva religión, de un progreso que es la apoteosis del in situ, de una sociedad que se desarrolla mediante la disociación.
Esta disociación se encuentra en todas partes —especialmente en nuestros calzoncillos, por supuesto. Se da por descontado, en nuestros días, que el sexo debe estar disociado en copulación y procreación, a fin de conseguir, por un lado, unos momentos de placer verdaderamente divertidos y, por otro, una seria ingeniería de lo humano. Pero también la mesa, como el lecho, conoce esa división: cada uno come aparte el fast-food adaptado a su régimen y conversa con amigos que ya no son comensales. Además, esa conversación, llamada chat, está, a su vez, disociada: sus palabras están completamente libres de chispas de saliva e incluso de cualquier presencia carnal. Palabras que también conviene disociar: por una parte, la comunicación rápida y eficaz, expresada mediante smileys y LOL pregrabados, y, por otra, quizá, el pensamiento, que se deja preferentemente a especialistas reaccionarios.
Una vez que todas estas actividades están disociadas y simplificadas, la frustración es tal que se yuxtaponen inmediatamente en el multitasking. Hacemos ejercicio en el simulador de escalera mientras vemos un thriller que ocurre en la cima del Everest y miramos de reojo las cotizaciones bursátiles. Nos comunicamos con un amigo por WhatsApp mientras jugamos una partidita de póker on-line con unos desconocidos con sonido de fondo de un concerto de Mozart y sentados en la taza del retrete. Desgraciadamente, esta yuxtaposición se parece a una sinfonía lo mismo que un montón de miembros seccionados a un cuerpo vivo.
¿De dónde viene esta inclinación general a la disociación? ¿Acaso de la división tayloriana, que separa concepción y ejecución, y después separa la ejecución en una serie de tareas pensadas para mejorar la productividad degradando el trabajo? ¿De la visión científica moderna, que desintegra el organismo en una multiplicidad de funciones analizables o que descompone la forma concreta en una multitud de elementos (genes, neuronas, átomos…) recombinables a voluntad? ¿De la economía de mercado, que tiene interés en que no vivamos del producto de nuestras manos ni disfrutemos de una velada alrededor del hogar, porque entonces no podría vendernos productos de “comercio justo” ni multimedia? Sin duda, de todo eso. Pero, además, de otra cosa, que podríamos denominar la “pérdida de la finalidad”.
Porque la primera disociación es la que separa los medios y los fines, después de haber separado los fines del Fin último. Cuando se ignora el cuadro radiante que conforman dichos fines, es normal que las piezas del rompecabezas se desajusten y que el juego ya no consista más que en apilarlas e incrementarlas sin fin mientras seguimos fragmentando todo lo demás. Cuando se ignora la imagen divina que conforma nuestra vida en esta carne sexuada y mortal, es normal que se disloque, se desparrame y se aumente mecánicamente hasta llegar a hacer añicos todo lo que nos rodea.
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