Chaput trae un mensaje urgente para el adormilado católico español

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En el momento de confusión que se vive en las más altas instancias de la Iglesia, y contagiado como cualquiera de la abusiva analogía política de conservadores y progresistas aplicada a una institución atemporal y de origen divino, les confieso que me he acercado a la entrevista que el arzobispo de Filadelfia, Charles J. Chaput, ha concedido a Infovaticana con ánimo polémico, buscando principalmente su opinión sobre los temas más inmediatos, candentes y disputados hoy.Y no es que sea difícil encontrarlos o que sea poco claro en su respuesta. Chaput, que en el perezoso binomio periodístico es costumbre enrolar entre los ‘conservadores’, habla con refrescante claridad sobre los temas del momento, sobre la espinosa división que ha introducido entre prelados y diócesis la interpretación pastoral de Amoris Laetitia y sobre las no menos ambiguas expectativas que suscita el Sínodo de la Juventud.

A lo primero, Su Ilustrísima ha empezado por reconocer lo indudable: que el famoso/infame Capítulo 8 de la exhortación papal es ambiguo, que plantea «problemas» y que supone una «debilidad». Pero también ha recordado que el texto contiene elementos muy valiosos que se están ignorando en el fragor de la divisiva polémica.

También ha recordado, en cuanto a lo segundo, que la Iglesia es «Madre y Maestra», y que eso de «escuchar a los jóvenes» está muy bien si no significa que la Iglesia tenga que aprender de ellos. La Iglesia, incluso considerada solo como una institución humana, lleva veinte siglos tratando a los hombres de todas las condiciones, climas, culturas, sexos e inclinaciones, lo que la convierte, como la definió San Juan Pablo II, en «maestra de humanidad».

Y, sin embargo, al leer la entrevista entera, me ha resultado mucho más interesante en un aspecto que no preveía de antemano. Me refiero a todo lo que dice sobre el modo de vivir la plenitud de la vida cristiana en un entorno crecientemente hostil, que me ha parecido eminentemente aplicable al católico español.

La mayor amenaza específica para el catolicismo español es la inercia intelectual. El nuestro es un país fundado sobre la fe católica, probablemente el Estado más eficaz e intencionalmente católico que haya existido; la fe está tan intrincadamente mezlada en lo que somos, en la trama de nuestras costumbres, hábitos, tradiciones, instituciones y modos de ser que es difícil eliminarla sin vaciar de sentido a la propia nación.

Eso da al católico español una visión absolutamente distorsionada de su propia situación, sintiéndose, casi por defecto, arropado por la sociedad cuando no lo está, y de esa miopía participa, para nuestro mal, la jerarquía española.

La realidad es que la cultura que nos rodea hoy es, no meramente ajena, sino activamente contraria a nuestra fe. El católico español está necesitando como el comer esta consciencia de la realidad circundante, darse cuenta de que pertenece, en un sentido numérico creciente, a una ‘secta’, y esa mentalidad de pertenecer a un grupo de fe minoritario y aún difusamente perseguido debería presidir su vida.

Por eso son tan necesarias, tan urgentes las palabras de un obispo que no solo vive en un país en avanzado estado de descomposición moral, como el nuestro, sino, sobre todo, en una nación en la que los católicos nunca han sido mayoritarios ni, menos aún, han tenido a su favor el viento institucional.

Habla Chaput del valor del ‘homeschooling’, la escuela en casa, para transmitir la fe en la familia y preservar a nuestros hijos pequeños de los peores efectos de la cultura ambiente, un fenómeno tan ajeno a nuestra experiencia que necesitamos un neologismo para expresarlo.

De hecho, en Estados Unidos es parte de un movimiento que no hace más que crecer, aunque en nuestro país es directamente ilegal. Un estudio publicado en el portal católico LifeSiteNews confirma los beneficios que puede tener el ‘homeschooling’ en la preservación de la fe al revelar que los niños de familias católicas educados en casa por sus padres tienen el cuádruple de probabilidades de entrar en un seminario.

Esa opción, ya decimos, nos está vedada en España, pero Chaput sugiere otras, como rezar y leer el Evangelio en familia, y otras al alcance de cualquiera que pueden fomentar la creación de una cultura católica en el entorno del hogar.

A cualquier cristiano debería sonarle como lo más razonable y normal, como una extensión lógica del mensaje evangélico, lo que afirma Chaput de que debemos esperar ser tratados como lo fue Jesús, que estamos en el mundo pero no somos del mundo, que es no meramente conveniente, sino necesario, rodearnos de personas y trabar amistades con gente que comparta nuestra fe, porque no es la nuestra una religión que pueda vivirse en solitario.

Debería, digo, pero les confieso que no, no del todo. Admito que, a medida que leía, reconocía lo evidente y verdadero de sus palabras al mismo tiempo que me chocaba, que encontraba en mí la resistencia del católico que vive en un país que siempre ha sido católico y que, incluso cuando deja de serlo, lo sigue dando de algún modo por supuesto.

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Comentarios
4 comentarios en “Chaput trae un mensaje urgente para el adormilado católico español
  1. Me decepciona lo que Monseñor Chaput ha dicho sobre «Amoris laetitia». La menor heterodoxia o ambigüedad que pueda contener el texto invalida todo lo demás. En el magisterio no caben las medias tintas.

  2. Chaput dice la verdad cada Diócesis con su interpretación y aplicación concreta del capítulo sin terminar de AL. Es la novela donde cada uno puede elegir el final que más le gusta, se trata de la «novedad discernidora del final abierto». Esa División Eclesial jurisdiccional tiene dos referentes: Se trata de releer el Motu proprio Apostolos suos, con el espíritu de saludable descentralización del que a menudo habla el Papa, reafirmando que siempre es él quien custodia la unidad en la Iglesia y eso lo está haciendo el G9 32 de Evangelii Gaudium: todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.
    Si se les otorga autoridad doctrinal más allá de Apostolos suos (favor leerlo) se garantiza la división y allí vamos.

  3. Encuentro oportunísima la reflexión que hace el autor sobre los cristianos españoles no dándonos cuanta de cuán en minoría estamos, casi a nivel de secta (numéricamente hablando). Esto se manifiesta también, creo, en la reacción de muchos ante la mala actuación de obispos o curas diciendo «¡Pues ya no pongo la x en la casilla de la Iglesia», como si ese «escarmiento» fuera a solucionar las cosas; dan por hecho que iglesias, sagrarios, misas, seguirán existiendo solas… Si hay malos curas y obispos, en nosotros los fieles laicos está la responsabilidad, con la oración y también con el aporte económico, de que la cosa mejore. El «castigo» de quitarle la subsistencia a la Iglesia es tirar piedras a nuestro tejado

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