Así titula Doug Mainwaring un artículo publicado en el portal LifeSiteNews en el que advierte acerca de quienes «fomentan y defienden una teología de la liberación gay» y explica que uno de los pastores que ha prestado un gran servicio a las personas con atracción hacia el mismo sexo fue el cardenal Sarah cuando dijo que el respeto y la sensibilidad que nos exige, con razón, el Catecismo, no nos da permiso a privar de la plenitud del Evangelio de Dios.
(Doug Mainwaring / LifeSiteNews)– Soy un hombre con atracción hacia el mismo sexo y, por este motivo, puedo decir categórica, explícita y claramente: no presten atención a quienes fomentan y defienden una teología de la liberación gay que favorece la infiltración y «metastasización» de la ideología LGBT en la Iglesia.
El padre James Martin, S.J., es, tal vez, la figura más visible de esta teología. Interpreta la escritura y, en general, la enseñanza de la Iglesia a la luz de la experiencia LGBT. Ve el catolicismo a través de la óptica LGBT, habla el idioma LGBT y presenta un Evangelio permeado de ideología LGBT.
Es un Evangelio desconocido para la mayoría de los oídos católicos, pero a fuerza de repetirlo continúamente, su mensaje está calando hondo. Es un táctica cuyo objetivo es normalizar y hacer que se acepte cualquier actitud o comportamiento LGBT.
Incluso para muchos católicos con atracción hacia el mismo sexo como yo, su mensaje no sólo nos es ajeno, sino que es 100% falso. Y, sin embargo, las muchedumbres que se reúnen para escuchar al padre Martin lo acogen con entusiasmo, dándole el estatus de un moderno Martin Luther King, Jr. Los que eligen llamarse a sí mismos gais, lesbianas o transgénero y católicos -y a menudo sus seres queridos también-, ven al padre Martin como si fuera el líder que, buscando acabar con la discriminación LGBT, estuviera guiando una marcha de la libertad contra una iglesia atrasada y llena de prejuicios.
Y, para luchar contra lo que él percibe como una opresión, proclama un Gospel de Afirmación LGBT.
El jesuita se ha tomado muchas licencias con la afirmación del Papa Francisco: «¿Quién soy yo para juzgar?», hasta el mundo que no sólo descarta todo juicio, sino que va más allá y justifica la identidad y actividad LGBT como plenamente normal. E, increíblemente, el pecado ya no es tal.
Los católicos con atracción hacia el mismo sexo que viven en castidad se preguntan: «¿Realmente realizar actos homosexuales no es diferente que comer carne los viernes? ¿Realmente la sodomía no es nada del otro mundo?». Lo que te lleva a preguntarte: «¿Por qué debo preocuparme por llevar una vida casta?». Y, también: «¿Nos ha estado engañando la Iglesia hasta ahora?».
Son preguntas válidas causadas por gente como el padre Martin que, sin embargo, no es el único en promover la integración de la sodomía como algo normal, incluso trivial.
Hace unos días participé en el Congreso del Cardenal O’Connor sobre la Vida en la Universidad de Georgetown, en el que la autoproclamada atea lesbiana provida Rosemary Geraghty guió una sesión sobre «la inclusión radical», afirmando que los provida, para ser realmente «provida», deberían usar el pronombre de género preferido por las personas transgénero o de género ambiguo, además de aceptar la homosexualidad.
Habló con el lenguaje «inclusivo» y políticamente correcto con el que su audiencia, formada en su mayoría por estudiantes universitarios y de instituto, está muy familiarizado.
Al final de su presentación, recibió un aplauso cerrado de los asistentes, lo que puso en evidencia que la peligrosa noción de normalización de la homosexualidad y el transgenerismo se ha implantado con éxito en sus jóvenes e impresionables mentes. Peligrosa, porque es antitética al Evangelio. Preocupante, porque esto ocurrió en un congreso «provida» organizado en una universidad católica, al que siguió una misa por la vida celebrada por un obispo.
Algunos teólogos católicos también utilizan las palabras del Papa Francisco para justificar los actos y las relaciones homosexuales.
Y estas mismas nociones se están difundiendo en otros lugares dentro del movimiento provida, con la esperanza que se filtren en las mentes provida.
El mensaje y el modo son insidiosos y dañinos.
Nuestra cultura pop eclesial está sintonizada en el mensaje equivocado
Si mi vuelta a la Iglesia hubiera ocurrido cinco años más tarde, es decir, no en 2013, sino ahora, seguramente no habría vuelto. ¿Por qué? Porque fueron únicamente el mensaje claro y la luz nítida del Evangelio y su poder los que me atrajeron. En 2018, el mensaje puro está contaminado y la luz nítida es cada vez más débil y los causantes de todo esto no son los detractores que hay fuera de la Iglesia, sino los que hay dentro de ella.
En relación a la controversia acerca del matrimonio entre personas del mismo sexo, Ryan T. Anderson escribe en Truth Overruled!: «Algunos quieren que la Iglesia se quede fuera de este debate porque no es un tema con el que se hagan amigos». Pero «la verdad contracultural de la Iglesia acerca de la naturaleza del matrimonio hace que sus afirmaciones sobre la verdad sobrenatural sean más creíbles, no menos».
Anderson tiene totalmente razón.
El cardenal Sarah prestó un gran servicio a las personas con atracción hacia el mismo sexo cuando dijo, el año pasado: «»[Los actos homosexuales] no pueden recibir aprobación en ningún caso (CCC 2357)». El respeto y la sensibilidad que nos exige, con razón, el Catecismo, no nos da permiso a privar a los hombres y mujeres que sufren de AMS (atracción hacia el mismo sexo) de la plenitud del Evangelio de Dios. Omitir las «palabras firmes» de Cristo y su Iglesia no es caridad».
Expresé mi gratitud al cardenal Sarah en las páginas del The Wall Street Journal con estas palabras: «Quienes sufren atracción hacia el mismo sexo no tienen mayor pastor, mayor amigo que este hombre, que es inflexible con la verdad».
Y, sin embargo, muchos sacerdotes y líderes de la Iglesia católica quieren privarnos, a nosotros personas con atracción hacia el mismo sexo, de la plenitud del Evangelio. Lo que es, claramente, un acto de desamor.
Hace unos años, Jean Lloyd escribió un hermoso ensayo titulado: Seven Things I Wish My Pastor Knew About My Homosexuality [Siete cosas que desearía que mi pastor supiera sobre mi homosexualidad], que tuvo un gran eco en personas que, como yo, tienen atracción hacia el mismo sexo y viven en castidad.
Lloyd concluía: «Desearía que supieras que no honras a Dios, ni a mí, cuando pides perdón por Su plan o proyecto. Aprecio tu empatía por el dolor que mis deseos mal encauzados puedan causar, pero Dios no me está ocultando arbitrariamente algo bueno. Me está mostrando lo que hace que la vida y la humanidad florezcan, y me está ayudando a evitar lo que me daña. «Deja que el amor no se oculte». Ámame y dime la verdad.
¿Puedo pedirte dos cosas? Ámame, pero recuerda que no puedes ser más misericordioso que Dios. No es misericordia afirmar que los actos homosexuales son buenos. No comprometas la verdad y ayúdame a vivir en armonía con ella.
Te pido que me ayudes a coger mi cruz y seguir a Cristo».
Hay muchos católicos con atracción hacia el mismo sexo que se hacen eco constante y firme de lo que dice Lloyd, entre ellos Joseph Sciambra, Daniel Mattson, Paul Darrow, Rilene Simpson y una legión de miembros de Courage, el apostolado internacional católico que ayuda a personas con atracción hacia el mismo sexo.
Y, sin embargo, el padre Martin y los de su especie se niegan a reconocer la existencia de estas personas y, aún menos, de su mensaje, porque hacerlo significaría cuestionar el avance del movimiento LGBT dentro de la Iglesia.
(Artículo publicado originalmente en LifeSiteNews. Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)
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James Martín, jesuíta, se limita a vivir la doble obediencia a su superior jesuíta y su papa. No critiquemos a quien se limita a obedecer. Elevemos el punto de mira a quien da la orden.
¿A qué esperan en el Vaticano para desautorizar a este individuo, que para más escarnio fue nombrado por Francisco asesor de la Secretaría de Comunicaciones? ¿a que haga más lío? Más les valdría recordar lo que dijo Jesucristo sobre quienes escandalizan (ponen tropiezos para hacer caer) a los que creen en Él.
Excelente artículo. Espero que sirva para abrir los ojos de muchos. Dios bendiga y proteja siempre a Doug Mainwaring.
Echenique, es usted un cansino. Caridad y amor, déjese de calumnias e insultos y le va a cambiar la vida!
Estoy con Echenique el, asunto es grave, se trata de la eternidad donde no esta incluido el pecado, sí el pecador que renuncia al diablo pero sólo si lo hace hasta el último de sus días – son los «enfermos» por quienes vino el Señor. El origen de esta falsa caridad no está en Martin sino en Amoris Laetitia, si no fuera por su autor y su obra, Martin no andaría suelto. Y a propósito de pecado, velemos todos en cooperar para que la fuente de salvación, que es la Iglesia, no se convierta en fuente de perdición. El Señor nos da un evangelio que sirve no sólo para nuestra salvación personal si no alcanza para el mundo, no privemos con nuestra necedad al mundo de esta caridad verdadera, y tampoco demos por sentada nuestra salvación cerrando los ojos al error del cual somos participes obligados, siendo parte de la Iglesia, o actuamos u omitimos, no hay una tercera opción. Al final del camino veremos la cara del Señor o del diablo y uno y sólo uno de ellos nos dirá «mio», ¿no es eso dramático?