En la audiencia general de este miércoles, el Papa Francisco ha dedicado la catequesis al canto del Gloria y la oración de colecta en la celebración eucarística y ha instado a que la liturgia se convierta para todos en una verdadera escuela de oración.
A continuación, la catequesis completa del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el recorrido de las catequesis sobre la celebración eucarística hemos visto que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser perdonados.
Precisamente del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina brota la gratitud expresada en el «Gloria», “un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero.» (Instrucción General del Misal Romano, 53).
El inicio de este himno –“Gloria a Dios en el alto del cielo”- retoma el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, el anuncio gozoso del abrazo entre el cielo y la tierra. Este canto también nos involucra reunidos en oración: «Gloria a Dios en el alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».
Después del «Gloria», o cuando no lo hay, inmediatamente después del Acto penitencial, la oración asume una forma particular en la llamada «colecta” que expresa el carácter propio de la celebración, variable según los días y tiempos del año (ver ibid., 54). Con la invitación «oremos «, el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y para que emerjan, del corazón de cada uno, las intenciones personales con las que participa en la misa (cf. ibid., 54). El sacerdote dice “oremos”; y después hay unos instantes de silencio y cada uno piensa en lo que necesita, en lo que quiere pedir, en la oración.
El silencio no se limita a la ausencia de palabras; es estar dispuesto a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del silencio sagrado depende del momento en que se observa: » En el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran.» (ibid., 45). Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio nos ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar en por qué estamos allí. De ahí la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor. Tal vez venimos de días fatigosos, o de alegría, de dolor, y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca de nosotros; tenemos familiares y amigos que están enfermos o que atraviesan pruebas difíciles; deseamos confiarle a Dios las suertes de la Iglesia y del mundo. Para esto sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, haciendo la «colecta» de las intenciones individuales. Recomiendo encarecidamente a los sacerdotes que observen este momento de silencio y no vayan deprisa: “oremos”, y que se haga silencio. Se lo recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio corremos el peligro de descuidar el recogimiento del alma.
El sacerdote reza esta súplica, esta oración de colecta, con los brazos abiertos y la actitud del orante, asumido por los cristianos desde los primeros siglos – como demuestran los frescos de las catacumbas romanas- para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el madero de la cruz. Está allí. ¡Cristo es el Orante y al mismo tiempo la oración!. En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios el culto que le agrada, es decir la obediencia filial.
En el Rito romano las oraciones son concisas, pero repletas de significado: se pueden hacer tantas meditaciones hermosas sobre estas oraciones ¡Tan bellas! Volver a meditar sobre los textos, incluso fuera de la misa, puede ayudarnos a aprender cómo acudir a Dios, qué pedir, qué palabras usar. ¡Ojalá la liturgia se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de oración!
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Pues como la Iglesia siga con el invento y mascarada litúrgica del «daos fraternalmente la paz», el momento de la misa en que debería darse mayor silencio y contemplación –o sea, justo antes de la sagrada comunión– seguirá siendo un jolgorio, tanto más hipócrita y surrealista cuanto que a veces, frente a las recurrentes epidemias de gripe, los propios eclesiásticos y las autoridades sanitarias recomiendan no tocarse ni besuquearse.
Al final todo es decir por la mañana una cosa, y por la tarde la contraria…
“El silencio –continuó– no se reduce a la ausencia de palabras, sino en la disposición a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”. Que necesario que es el silencio en nuestra celebraciones. Ojalá que los sacerdotes se atengan a lo textos, no rompan la armonía de la liturgia con oraciones propias, y finalmente que deje espacio al silencio para los fieles.
Vaya, a ver si ahora que el Papa lo ha dicho, se enteran los innumerables curas que cantan (o graznan) en toda la misa, animando con ello a graznar a las beatas desafinantes que se adelantan o atrasan al canto y que chillan, para que se las oiga, creando un pandemonium insufrible capaz de cargarse cualquier asomo de recogimiento; al menos, desde la consagración, no debería hacerse nada que rompa el recogimiento y distraiga de la oración.
Tradición. Nunca una palabra había significado tanto
Con todo respeto advierto que en Roma han descubierto la IGMR, ahora deberían aprovechar la ocasión para lograr lo más difícil, que se cumpla, que se aplique en las celebraciones, que lo conozcan los laicos. Es una gravísima responsabilidad de la autoridad eclesial si el Misal Romano no se cumple. El N° 45 dice además sobre el silencio que «Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada.»
Es decir no se trata que el espectáculo empieza cuando el sacerdote llega. El N° 65 determina que «Conviene que (la Homilía) sea una explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo en cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares de los oyentes». Sería útil aconsejar la Guía Homilética Romana.
¿ A quien pretende engañar ? El responsable de la liturgia, cardenal Sarah, lo tiene totalmente marginado y lo desautoriza cada vez que habla sobre el valor de la liturgia. Por el contrario no desautoriza a ninguno que camina por la vía de los ensayos litúrgicos, algunos de ellos aberrantes. Cada vez se confirma más el informe negativo de Kolvenbach sobre su equilibrio.
Restaure el Misal de San Pío V y déjese de historias.