En la audiencia general de este miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco ha proseguido su nuevo ciclo de catequesis dedicada a la Santa Misa. En esta ocasión, el tema elegido ha sido: “La misa es oración”.
El Santo Padre ha iniciado su catequesis señalando que la misa es oración, la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y, al mismo tiempo, la más «concreta». La misa, tal y como ha recordado el Papa, es «el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús».
En este momento privilegiado para estar con Jesús que es la eucaristía es importante el silencio. Así lo ha indicado el Santo Padre, subrayando al mismo tiempo que «rezar, como cualquier diálogo verdadero, es también saber permanecer en silencio».
«¡El silencio es tan importante! Acordaos de lo que dije la semana pasada: no vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor y el silencio nos prepara y nos acompaña», ha advertido el pontífice.
A continuación, la catequesis del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Para entender la belleza de la celebración eucarística me gustaría comenzar con un aspecto muy simple: La misa es oración, de hecho, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más «concreta». Porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor.
Pero, primero, tenemos que responder una pregunta. ¿Qué es la oración realmente? En primer lugar es ante todo diálogo, relación personal con Dios. Y el hombre ha sido creado como un ser en relación personal con Dios que halla su relación plena únicamente en el encuentro con su Creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definitivo con el Señor.
El Libro de Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor que es unidad. De esto podemos entender que todos nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un entregarse y recibirse continuo para encontrar así la plenitud de nuestro ser.
Cuando Moisés, frente a la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y ¿qué responde Dios? : «Yo soy el que soy» (Éxodo 3:14). Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y, de hecho, inmediatamente después Dios añade: «El Señor, el Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob» (v. 15). Así también Cristo cuando llama a sus discípulos, los llama para que estén con Él .Esta es, pues, la gracia más grande: poder experimentar que la misa, la eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús, y a través de Él, con Dios y con los hermanos.
Rezar, como cualquier diálogo verdadero, es también saber permanecer en silencio, -en los diálogos hay momentos de silencio-, en silencio con Jesús. Y cuando vamos a misa, a lo mejor llegamos cinco minutos antes y empezamos a charlar con el que está al lado. Pero no es el momento de charlar: es el momento del silencio para prepararse al diálogo. Es el momento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús. ¡El silencio es tan importante! Acordaos de lo que dije la semana pasada: no vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor y el silencio nos prepara y nos acompaña. Permanecer en silencio junto con Jesús. Y del silencio misterioso de Dios brota su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es realmente posible «estar» con el Padre y nos lo demuestra con su oración. Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira en lugares apartados para orar; los discípulos, al ver esta relación íntima con el Padre, sienten el deseo de participar y le preguntan: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Lo hemos escuchado en la lectura antes del principio de la audiencia. Jesús responde que lo primero que se necesita para orar es saber decir «Padre». Prestemos atención: si yo no soy capaz de decir “Padre” a Dios, no soy capaz de rezar. Tenemos que aprender a decir “Padre”, es decir, a ponernos en su presencia con una confianza filial. Pero para aprender, debemos reconocer humildemente que necesitamos que nos instruyan y decir con sencillez: Señor, enséñame a rezar.
Este es el primer punto: ser humilde, reconocerse hijo, reposar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los Cielos, es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguien se preocupará de ellos, de lo que comerán, de lo que se pondrán, etc. (ver Mt 6: 25-32). Esta es la primera actitud: fiarse y confiar, como el niño con sus padres; saber que Dios se acuerda de ti, te cuida, a ti, a mí, a todos.
La segunda predisposición, que también es propia de los niños, es dejarse sorprender. El niño siempre hace mil preguntas porque quiere descubrir el mundo; y se maravilla incluso de las cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los Cielos, hay que dejarse sorprender. En nuestra relación con el Señor, en la oración, -pregunto- ¿Nos dejamos maravillar o pensamos que la oración es hablar con Dios como hacen los loros? No; es fiarse, es abrir el corazón para dejarse maravillar. ¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no es un encuentro de museo. Es un encuentro vivo y nosotros vamos a misa, no a un museo. Vamos a un encuentro vivo con el Señor.
En el Evangelio se habla de un tal Nicodemo (Jn 3, 1-2), un hombre anciano, una autoridad en Israel, que va donde Jesús para conocerlo; y el Señor le habla de la necesidad de «nacer de lo alto» (véase vers. 3). Pero, ¿qué significa? ¿Se puede «renacer»? Volver a tener el gusto, la alegría, la maravilla de la vida, ¿es posible incluso frente a tantas tragedias? Esta es una pregunta fundamental de nuestra fe y este es el deseo de todo verdadero creyente: el deseo de renacer, la alegría de comenzar de nuevo. ¿Tenemos este deseo? ¿Cada uno de nosotros quiere renacer siempre para encontrar al Señor? ¿Vosotros tenéis este deseo? Efectivamente , se puede perder fácilmente porque, debido a tantas actividades, a tantos proyectos que realizar , al final nos queda poco tiempo y perdemos de vista lo que es fundamental: nuestra vida del corazón, nuestra vida espiritual, nuestra vida que es encuentro con el Señor en la oración.
En verdad, el Señor nos sorprende mostrándonos que Él también nos ama en nuestras debilidades. «Jesucristo […] es víctima de propiciación por nuestros pecados; no solo por los nuestros sino también por los del mundo entero (1 Jn 2: 2). Este don, fuente de verdadero consuelo, -pero el Señor siempre nos perdona- esto consuela, es un verdadero consuelo, es un don que se nos da a través de la Eucaristía, ese banquete nupcial donde el Esposo se encuentra con nuestra fragilidad, ¿Puedo decir que cuando comulgo en misa, el Señor se encuentra con mi fragilidad? Sí; ¡podemos decirlo porque es verdad! El Señor se encuentra con nuestra fragilidad para llevarnos de vuelta a la primera llamada:. La de ser a imagen y semejanza de Dios Este es el ambiente de la Eucaristía, esta es la oración.
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A ver si en ese silencio se percata de que no puede celebrar la Misa en pecado grave al autorizar en la AL y su reiterada interpretación la comunión sacrílega en pecado mortal. Francisco, haga el favor de no celebrar misas hasta que se convierta a la sana doctrina de siempre, pues esas misas serán igual de sacrílegas que la comunión de los divorciados rechazados con prácticas sexuales.
Es un gran milagro estas catequesis sobre el silencio y la Eucaristía. Hay que seguir rezando por el pontífice.
Marcopolo. El propio Francisco dijo hace poco que no seamos ingenuos. Pues eso. Esa palabras son para tranquilizar a los católicos y que todos cojamos aire para seguir avanzando hacia el protestantismo, de una forma cada vez más acelerada.
A rezar por el Papa y por la pronta venida de Nuestro Señor Jesús.
Ad Iesum per Mariae.
Pienso que no debemos de ponerle la cruz definitivamente. También es un ser humano con dudas, que hasta puede ser algo manipulado por supuestos «amigos» y declarados enemigos de un lado y de otro. Es cierto que hasta ahora tiende a escuchar más a los progres. Pero hace mucho más el ejemplo obediente, la palabra verdadera pero no sediciosa y la actitud orante de Sarah y Benedicto XVI que las rebeldías y trampas de Burke, las capas, las cartas privadas hechas públicas y compañía etc. Estas catequesis serán un duro golpe que echan por tierra la idea de una supuesta misa interconfesional. A seguir rezando.
Marco Polo: La catequesis del Santo Padre para quien la vea con ojos sencillos ilumina. Ayuda. Las críticas en este foro son irremediables.
Los polacos, que saben rezar el rosario no quieren someterse al politically correct, ni siquiera al francisquita. Aman los conejos. http://www.lanuovabq.it/it/sani-e-fecondi-come-conigli-che-provocatori-i-polacchi
Echenique, tu siempre con tus comentarios tan negativos. Los que vivan al lado tuyo lo deben tener bastante dificil. Rezo por ellos! … y por ti.
Que gran verdad has dicho Toni! Que propaganda para infovativana que busca informar con «verdad y caridad» cuando de varios de sus foristas sale vinagre e insultos.
Echenique, qué cree que pasaría si deja pasar un día sin insultar al Papa??? Un saludo
Preocupaos mejor de este desastroso pontificado, que, de los que están a mi lado, ya me ocupo yo y estamos todos la mar de contentos. Sabemos disfrutar de la vida, este regalazo de Dios, aunque alguien en Roma nos la quiere amargar. No lo va a conseguir.
Cree que el Papa quiere amargarle la vida, Echenique????? Me preocupa tanto la Iglesia que pudo a Dios no acabar jamás tirándole piedras como hacen aquí ustedes. No arregla nada pateando al Papa en infovaticana, Echenique. Hay otras maneras más útiles y menos cobardes. Un saludo
Echenique: No te des tanta importanci. Sólo tienes cotilleos católicos y berrinches contra el Santo Padre. Por suerte, los católicos de pie no necesitamos ni gritar que se vaya el Santo Padre, ni aplaudir a quienes lo «corrigen». Sabemos que la Iglesia no es solo un resorvorio de doctrina sino que también es Madre (San Juan Pablo II).