El mundo no necesita otra república sin Dios

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El pasado 2 de noviembre el diario Catholic Herald publicaba un artículo en el que el columnista británico Gerald Warner comentaba los recientes acontecimientos en Cataluña, la crisis causada por las aspiraciones separatistas y el papel de la Iglesia católica. 

A continuación, el artículo publicado por Catholic Herald, muestra de cómo algunos comentaristas políticos ven la situación en Cataluña:

Gerald Warner/ Catholic Herald La crisis causada por las aspiraciones separatistas en Cataluña plantea un serio desafío a la Iglesia católica, que desde el principio ha estado intrincadamente implicada en la historia de la identidad catalana y que se enfrenta a un dilema profundamente divisorio al enfrentarse a esta espinosa cuestión.

Históricamente, la reivindicación de Cataluña de ser una nación soberana es dudosa. Antes formaba parte de un mini-imperio en el este de España que incluía las Baleares, pero el principado de Cataluña era sólo una parte de la Corona de Aragón. La última dinastía catalana en el poder acabó en 1410 cuando Martín de Aragón enfermó tras comerse una oca entera; según la leyenda, murió literalmente de una ataque de risa provocado por el chiste que le contó el bufón de la corte. Cuando Fernando de Aragón se casó con Isabel de Castilla y fundaron el reino que se convertiría en la España actual, Cataluña empezó a perder importancia.

Durante la Guerra de Sucesión, Cataluña cometió el error de apoyar al aspirante al trono de la casa de Habsburgo, que perdió, y fue castigada por el rey victorioso, Felipe V, de la Casa de Borbón, con la pérdida de sus privilegios regionales en 1714. La influencia del nacionalismo catalán moderno creció a principios del siglo XX: uno de sus resultados fue el apoyo que los catalanes dieron a la atea Segunda República en la Guerra Civil española. Lluís Companys, el presidente separatista de la Generalitat, presidía una serie abigarrada de fanáticos trotskistas, anarquistas y comunistas que asesinaron a 8.352 catalanes bajo los auspicios del gobierno que se suponía debía protegerlos.

Tras la victoria del general Francisco Franco en 1939, también él, como Felipe V, castigó a los catalanes prohibiendo su lengua y su cultura. Esta política fue claramente contraproducente y, en la atmósfera anárquica que surgió tras el Concilio Vaticano II, el clero catalán hizo causa común con los izquierdistas, e incluso los comunistas, contra el gobierno de Franco, que había salvado el catolicismo en España. La Iglesia demostró ser un útil caballo de Troya para la izquierda. Las ideas «progresistas» se difundieron y las iglesias se vaciaron.

La Iglesia, en otros términos que no sean culturales, tiene ahora poca influencia en una región que puede describirse como instintivamente secular. Barcelona, una gran ciudad comercial, tradicionalmente ha estado más interesada en Mammón que en Dios. En 1980, sólo el 33,8 por ciento de la población de Cataluña estaba formada por católicos practicantes, comparada con el 51,4 por ciento en el resto de España. En 1994 esa cifra había descendido al 24 por ciento, comparada con el 39,2 por ciento a nivel nacional. En 2007 sólo el 18,7 por ciento de los catalanes se definían católicos practicantes, mientras la cifra a nivel nacional era del 36,3 por ciento.

Hace mucho tiempo que el clero catalán está en conflicto con la conferencia episcopal española, y exige su propia conferencia episcopal catalana. La conferencia episcopal ha proclamado la legitimidad de la posición tomada por el estado español contra la declaración unilateral de independencia, limitando la auto-determinación a casos de colonialismo o invasión.

Hace una década, el Cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y primado de España, definió la unidad de España como «un bien moral de protección obligada» en la doctrina católica. Las autoridades eclesiásticas fuera de Cataluña siguen invocando este principio.

La crisis provocada recientemente por el oportunista presidente catalán Carles Puigdemont exacerba aún más las divisiones dentro de la Iglesia. A medida que sus planes se desentrañaban, uno de los ardides del gobierno separatista fue pedir al arzobispo de Barcelona, el Cardenal Juan José Omella, y al abad Josep Maria Soler de Montserrat que actuaran como mediadores. Dado que el monasterio de Montserrat ha sido el centro de la desafección separatista desde los años 60, y hace tres años Roma tuvo que contradecir la reivindicación del abad Soler de un probable estado catalán reconocido por la Santa Sede, su mediación no podía considerarse imparcial.

En el referéndum ilegal estaba claro que cada separatista votaría. Pero el número de votantes fue sólo del 43 por ciento, de los cuales el 90 por ciento votó a favor de la independencia. Esto significa que sólo votó a favor el 38,7 por ciento del electorado, un índice de apoyo incluso más bajo que en el referéndum por la independencia de Escocia. Sin embargo, Puigdemont se ha aprovechado del resultado para declarar la independencia, antes de huir a Bélgica cuando supo que iba a ser arrestado.

El gobierno central ha manejado muy mal el desafío del referéndum al enviar a la policía a cerrar los colegios electorales, en lugar de quitarle importancia a esta charada sin validez. Ahora se ha acogido al artículo 155 de la Constitución para suspender el gobierno autonómico de Cataluña. El Presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha prometido elecciones en diciembre, confiando justamente en una mayoría anti-independentista en el electorado catalán; pero si esta mayoría prevalece, Madrid deberá evitar ulteriores provocaciones.

Entre la confusión creada por la fanfarronería de Puigdemont, un acontecimiento previamente planificado para el 21 de octubre recordó a los católicos el peligro causado históricamente por la obsesión separatista de Cataluña. En la mundialmente famosa basílica de la Sagrada Familia, tuvo lugar la beatificación de 109 mártires del terror rojo en Cataluña, todo ellos claretianos. Hoy la propia Iglesia está escandalosamente dividida por esta locura autocomplaciente y disgregadora.

Gerald Warner es comentador político, autor y presentador.

(Artículo publicado en Catholic Herald. Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)

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Comentarios
8 comentarios en “El mundo no necesita otra república sin Dios
  1. Muy atinado el artículo. Sólo una corrección: Franco no prohibió la lengua y la cultura catalanas. Está más perseguido «lo español» hoy en Cataluña que «lo catalán» con Franco

  2. Es de admirar y agradecer que este columnista extranjero esté mejor informado, o sea más fiel a la realidad española, que muchísimos ciudadanos autóctonos de toda condición.

  3. Franco no solamente no prohibió la lengua ni la cultura catalana, sino que concedió prebendas importantes a Cataluña, como la Seat que hubiera podido poner en otra parte de España. Ahora bien, el artículo hace esfuerzos de imparcialidad, lo que ocurre es que su información es parcial.

  4. Lo que tienen que hacer los curas es dedicarse a Dios, a su fe y a los cristianos y dejarse de política pues si fuera de la buena tendría algún significado pero lo de ahora no es político es mugre y basura y lo que le pude pasar es que les pegue algo y huelan a lo que no deberían.

  5. Siento mucho lo que dicen algunos comentarios, creo que os falta rigor.
    El catalán fue prohibido por Franco en escuelas, colegios y universidades. Yo aprendí en castellano.
    Dicen que no hace falta otra república sin Dios, pero alguno de ustedes puede decirme porque su majestad Felipe VI juró la Corona el Dia de Corpus sin un crucifijo ni una Biblia? Que fue, fallo protocolario o burla?
    Si la realeza viene por derecho de sangre y por la Gracia de Dios, esta actuación es de bajeza real.
    No sé a que viene la queja sobre una posible república sin Dios, pero de costumbres cristianas. Creo que es peor un reino hipócrita.

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