Sexo, razón y creencias que ‘viven clara y ruidosamente’ dentro de nosotros

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En una de sus últimas columnas, el arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, destaca el testimonio de un gran número de cristianos que dejan que sus convicciones «vivan clara y ruidosamente» en sus corazones y acciones. «Lo que se necesita es un poco de valentía. Así que tal vez ellos -y todos nosotros que deseamos seguir a Jesucristo-  deberíamos subir el volumen», concluye el prelado. 

Mons. Charles Chaput / Catholic Philly – “No conozco ningún país en el que reine, en general, menos independencia de pensamiento y verdadera libertad de discusión que en América” — Tocqueville, “Democracia en América”.

Alexis de Tocqueville fue el gran cronista francés en los primeros años de la fundación de los Estados Unidos. Hace casi 200 años identificó una tensión fundamental en nuestro carácter nacional, a saber: los americanos resaltan mucho los derechos individuales. Pero somos también unos grandes conformistas.  La dinámica de la asertividad y el miedo a estar fuera del rebaño es una de las contradicciones de la vida americana.

Nadie quiere que se le diga lo que tiene que hacer. Pero la mayoría de nosotros siempre quiere estar dentro del registro de las opiniones aceptables; registro que, por otro lado, cambia constantemente.
Un buen ejemplo de esto lo hemos tenido hace unos días.

El martes 29 de agosto, un grupo de destacados estudiosos y pastores evangélicos -que incluían voces respetadas como la de Russell Moore- publicaron la Declaración de Nashville. Vale la pena leerla directamente, en lugar de leer acerca de ella. No hay nada en el documento que sea espeluznante o beligerante.

Al contrario. En su preámbulo y en sus catorce artículos, el texto sencillamente vuelve a afirmar las creencias históricas bíblicas sobre el matrimonio, la castidad y la naturaleza de la sexualidad humana. Los críticos tal vez cuestionen su oportunidad o estructura o palabras. Algunos evangélicos lo han hecho. En tiempo normales dicha Declaración hubiera pasado desapercibida.

Pero no vivimos tiempos «normales». Vivimos en medio de una guerra cultural. Los medios de comunicación están llevando a cabo un esfuerzo metódico para reinterpretar las verdades bíblicas como una forma de «odio» y, así, poder remodelar la opinión pública y alejarla de esas verdades bíblicas, silenciando de paso a quienes permanecen fieles a la enseñanza cristiana en cuestiones de comportamiento sexual, identidad sexual, familia y matrimonio.

El mensaje es simple: o te adaptas a los nuevos dogmas del rebaño o aceptas las consecuencias. Lo que explica el desdén público que se ha vertido sobre la Declaración de Nashville.

Afortunadamente, tres días después de la publicación de la Declaración, el Cardenal Robert Sarah abordó algunas de estas mismas cuestiones desde una perspectiva católica en el Wall Street Journal.  Sarah subrayó que «amar a alguien como Cristo nos amó significa amar a esa persona en la verdad».

La sexualidad es un don de Dios, un don hecho con belleza y para un propósito. Dentro del matrimonio, la intimidad sexual es una fuente de unidad, alegría y nueva vida. Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura es clara sobre la naturaleza destructiva de cualquier forma de promiscuidad. La llamada a la castidad se aplica a todas las personas, sin importar sus inclinaciones sexuales.

Sarah observó que «en su enseñanza acerca de la homosexualidad, la Iglesia guía a sus seguidores separando sus identidades de sus inclinaciones y acciones». Las personas merecen respeto y comprensión como hijos de Dios. Pero «las relaciones entre personas del mismo sexo son un pecado grave y perjudicial para el bienestar de quienes toman parte en ellas. A las personas que se identifican a sí mismas como miembros de la comunidad LGBT se les debe esta verdad en la caridad, sobre todo por parte del clero que habla en nombre de la Iglesia…».

En otras palabras, debemos decir la verdad con amor. La verdad sin amor se convierte en un arma. Pero el amor real y la misericordia auténtica no pueden existir si están separados de la verdad.

Tras decir todo esto, ¿cuál es el punto central de esta columna?

Es éste: Dios existe. Su Creación tiene un orden natural. Nuestra sexualidad es parte de este orden dador de vida. Tarde o temprano, la naturaleza derrota a la ideología. No importa lo fuerte o lo difundido o lo persuasivo que pueda parecer un sistema de ideas malas. Siempre perderá. El problema es, tal como hemos aprendido en el último siglo, que el pensamiento insensato y perverso puede tardar mucho en morir causando, en el proceso, la destrucción de incontables vidas y el envenenamiento de sociedades enteras.

El sexo da forma, íntimamente, a nuestra idea de lo que somos y de quienes somos como seres humanos. El comportamiento y las relaciones sexuales no son nunca solo una cuestión privada. Siempre tienen implicaciones y consecuencias sociales. La disfunción en la actitud actual de nuestra nación hacia el sexo se debe a un tipo de virus mental, a un abandono de la razón y el sentido común.

Hay muchas pruebas de lo que digo y vale la pena examinarlas. Recomiendo dos lugares excelentes en los que empezar. De hecho, ambos son de «obligada lectura».

El primero es Ashley McGuire, editora y una de las fundadoras de la revista altFem (altfemmag.com), además de ser una de los jóvenes escritores, críticos culturales y conferenciantes con más talento de los Estados Unidos. Es también esposa y madre y aporta todas estas habilidades a Sex Scandal: The Drive to Abolish Male and Female [El escándalo del sexo: la campaña para abolir lo masculino y lo femenino] (Regnery), publicado a principios de este años.

El título es travieso y McGuire escribe con estilo, energía y sarcástica ironía. Parte de la premisa que «de alguna manera, se ha convertido en una violación del código de conducta aceptado sugerir que los hombres y las mujeres son diferentes, por lo que hay que actuar en consecuencia».

Y lo demuestra con un recorrido por las vanguardias culturales, documentando con un ejemplo vívido y fáctico tras otro nuestro actual engaño sobre el sexo y el género, y los deshechos humanos que dejan a su paso.

El segundo es Mark Regnerus. El profesor Regnerus, sociólogo en la Universidad de Texas, Austin, conoce muy bien las nuevas y actuales ortodoxias sobre el sexo, y el precio que se paga al cuestionarlas. El comportamiento sexual es uno de sus campos de estudio. Por desgracia para él, su trabajo ha desafiado el pensamiento de grupo de muchos de sus colegas. El resultado ha sido convertirse en el objetivo de ataques personales y profesionales prolongados y duros, pero que han resultado infructuosos.

Su último libro es Cheap Sex: The Transformation of Men, Marriage and Monogamy [Sexo barato: la transformación de los hombres, el matrimonio y la monogamia] (Oxford University Press).  Es un trabajo importante, muy bien documentado y escrito y muy absorbente sobre el mercado de la uniones modernas; es una lectura vital para cualquiera que desee comprender la dinámica de los comportamientos sexuales actuales de los americanos, pues Regnerus aporta una gran investigación social en apoyo de sus conclusiones.

Cualquiera que esté comprometido en la pastoral matrimonial o familiar, o en la formación adulta de hombres y mujeres, debe tener un conocimiento básico de este texto.

Termino con una noticia y un pensamiento.

Ésta es la noticia. La profesora Amy Barrett es una distinguida profesora (católica) de leyes en la Universidad de Notre Dame.  También ha sido nombrada por la Casa Blanca para formar parte del Tribunal de Apelación del Séptimo Circuito. En las audiencias de confirmación del miércoles 6 de septiembre, los senadores democráticos levantaron repetidas objeciones, poco veladas, sobre la idoneidad de Barrett para el cargo debido a su fe católica.

Pero la objeción más clara vino de la demócrata Dianne Feinstein.  La senadora le dijo, preocupada, a Barret  que «el dogma está muy clara y ruidosamente dentro de usted»… esto dicho por una persona cuyo nivel de decibelios dogmáticos en relación al «derecho» al aborto podría hacer estallar los cristales de las ventanas.

Y éste es el pensamiento. Un gran número de fieles cristianos siguen dejando que sus convicciones «vivan clara y ruidosamente» en sus corazones y acciones. Se llama testimonio. Lo que se necesita es un poco de valentía. Así que tal vez ellos -y todos nosotros que deseamos seguir a Jesucristo-  deberíamos subir el volumen.

(Artículo publicado originalmente el 8 de septiembre en Catholic Philly. Traducido por Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)

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