En la audiencia general que ha tenido lugar este miércoles 24 de mayo en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco ha dedicado su catequesis al tema: “Emaús, el camino de la esperanza” (cfr Lc 24,28-32).
A continuación, la catequesis del Papa Francisco impartida durante la audiencia general:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!
Hoy quisiera hablar de la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que narra el Evangelio de Lucas (cf. 24,13-35). Dos hombres caminan decepcionados, tristes, convencidos de haberse dejado atrás la amargura de una historia que ha terminado mal. Antes de aquella Pascua estaban llenos de entusiasmo, convencidos de que aquellos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para las esperanzas de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía haber llegado finalmente a la batalla decisiva: ahora se manifestaría su poder, después de un largo período de preparación y ocultamiento. Eso era lo que esperaban. Pero no fue así.
Los dos peregrinos cultivaban sólo una esperanza humana, que ahora se había hecho añicos. Aquella cruz izada en el Calvario era la señal más clara de una derrota que no habían previsto. Si efectivamente, aquel Jesús era conforme al corazón de Dios, la conclusión era que Dios era inerme indefenso en manos de los violentos, incapaz de resistir al mal.
Así, aquella mañana, aquel domingo, los dos huyen de Jerusalén. Tienen todavía ante sus ojos los acontecimientos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso darle vueltas a esos eventos, durante el descanso forzoso del sábado. Aquella fiesta de Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, se había convertido, en cambio, en el día más doloroso de sus vidas. Dejan Jerusalén para ir a otro lugar, a un pueblo tranquilo. Tienen toda la apariencia de las personas empeñadas en eliminar un recuerdo que quema. Van andando, tristes, por el camino. Este escenario – el camino – ya había sido importante en las historias de los Evangelios; ahora lo será cada vez más, en el momento en que se empieza a contar la historia de la Iglesia.
El encuentro de Jesús con los dos discípulos parece ser totalmente fortuito: se parece a uno de los tantos cruces de la vida. Los dos discípulos caminan pensativos y un desconocido se une a ellos. Es Jesús; pero sus ojos no son capaces de reconocerlo. Y entonces Jesús comienza su «terapia de la esperanza.» Lo que acontece en aquel camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién la hace? Jesús.
En primer lugar, pregunta y escucha: Nuestro Dios no es un Dios intrusivo. Aunque ya conoce el motivo de la decepción de aquellos dos, les deja tiempo para que sondeen en profundidad la amargura que se ha apoderado de ellos. El resultado es una confesión que es el estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos, pero; nosotros esperábamos, pero …» (v. 21). ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos hay en la vida de cada persona! En el fondo, todos somos un poco como aquellos dos discípulos. ¡Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido al borde de la felicidad, y luego todo se ha venido abajo y nos hemos sentido decepcionados! Pero Jesús camina con todas las personas desanimadas que van con la cabeza baja. Y caminando con ellos, de manera discreta, consigue devolver la esperanza.
Jesús les habla primero a través de las Escrituras. El que toma en sus manos el libro de Dios no se cruzará con historias de heroísmo fáciles, o con campañas de conquista relámpago. La esperanza real nunca es barata: pasa siempre a través de las derrotas. La esperanza de los que no sufren, tal vez ni siquiera lo es. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un líder que arrastra a su pueblo a la victoria destruyendo a sus adversarios en un baño de sangre. Nuestro Dios es una lamparilla que arde en un día de frío y viento, y por muy frágil que parezca su presencia en este mundo, El ha elegido el sitio que todos desdeñamos.
Después, Jesús repite a los dos discípulos el gesto fundamental de cada Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo da. En esta serie de gestos: ¿ No está toda la historia de Jesús? ¿Y no está también, en cada Eucaristía, el signo de lo que debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos bendice, «rompe» nuestra vida – porque no hay amor sin sacrificio – y se la ofrece a los demás, se la ofrece a todos.
Es un encuentro rápido, el de Jesús con los dos discípulos de Emaús. Pero contiene todo el destino de la Iglesia. Nos dice que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudadela fortificada, sino que camina en su ambiente más vital, es decir, la carretera. Y allí encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces muy duras. La Iglesia escucha las historias de todos a medida que surgen del cofre de la conciencia personal para ofrecer después la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final. Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza.
Todos nosotros hemos pasado en nuestra vida por momentos difíciles, oscuros; momentos en que caminábamos tristes, pensativos, sin horizontes, solamente un muro delante. Y Jesús está siempre a nuestro lado para darnos esperanza, para calentarnos el corazón y decir: “Adelante, yo estoy contigo, adelante”. El secreto del camino que lleva a Emaús estriba aquí: Aunque las apariencias parezcan contrarias, Dios nos sigue amando y nunca dejará de hacerlo. Dios caminará siempre con nosotros, siempre, incluso en los momentos más dolorosos, incluso en los momentos más difíciles, incluso en los momentos de la derrota: Allí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza. Sigamos adelante con esta esperanza. Porque El está a nuestro lado y camina con nosotros, siempre.
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Pero el señor nos pide conversión y este vocablo parece que se le ha olvidado al misericordioso Francisco. Obviamente tiene que ser un olvido intencional, pero sin conversión no nos salvamos.
Nos salvamos por la gracia de Dios no por nuestra voluntariosa conversión; la conversión sólo es una respuesta. Siempre resultan «incisivos», «sutiles» los comentarios de algunos obsesionados con corregir al Santo Padre.
la gracia de Dios pide nuestra correspondencia libre a la gracia. Para algo nos ha dado inteligencia y voluntad. Insisto, el vocablo conversión está excluído del lenguaje de la nueva/vieja iglesia de la misericordia barata , las rebajas de primavera y el todo a cien. Me remito a Aberásturi, gran sacerdote, con análisis certeros e incisivos.
Voluntarismo, puños apretados, catolicismo rígido. Los Rambo del catolicismo que no necesitan de la misericordia que tanto impulsó San Juan Pablo II. Misericordia de Dios «barata»?
La misericordia de Dios se manifiesta en la creación, la redención, la encarnación, los mandamientos, los sacramentos, la fundación de la Iglesia, el sacerdocio, la Virgen, las apariciones reconocidas,etc, pero hay que corresponder. La correspondencia no se llama rambo ni voluntario, se llama santidad, a la que estamos llamados todos, también Ricardo. Sin Dios no podemos hacer nada, con Dios todo, pero hay que hacer, hay que poner de nuestra parte. No caigas en el protestantismo en que está cayendo con frecuencia este desastroso pontificado.
Echenique Dios entregó a su Hijo en la Cruz en un colosal acto de Amor y luego lo resucitó y con el resucitamos todos. Eso es lo que llamo un colosal acto de misericordia: ser redimido. Lo más importante que tenía que ocurrir en nuestra vidas ya ocurrió. Cuidate de tu catolicismo a la Rambo rígido e intransigente y calla un poco sobre Francisco que juega para los contrarios.
que JUEGAS…
Por el amor de Dios Ricardo! Es que no te has dado cuenta de que nos están ofreciendo la puerta ancha y todos felices queriendo entrar por ahí? Jesús Mismo dijo: Entrad por la puerta estrecha porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14. Era „rígido“ Jesús al decir esto? Y muchos encontraron que „sus palabras son insoportables“ y le dan la espalda-. Por qué ofendes a los católicos fieles a las palabras de Jesús llamándolos „a la Rambo“? Yo diría que es al revés. Cuando se atropellan los mandamientos y se tergiversan las palabras de la doctrina con tal de tener a la gente contenta, se está ignorando que está de por medio la salvación del alma. Se profanan y se hace caso omiso de los Sacramentos. Es esto amar a Jesús?
Sí Ricardo, Cristo nos ha redimido, nos ha abierto las puertas del cielo, que estaban cerradas por el pecado original, pero cada cual debe caminar hacia el cielo, y no hacia el infierno. La frase de San Agustín, que no le gusta nada a Bergoglio, es lapidaria : » Dios que te creó sin tí no te salvará sin tí «. Dios extiende su mano, pero hay que cogerla y marchar con él y no contra Dios.
Echenique no discutamos lo obvio: la cooperación libre de cada uno es necesaria para la salvación. Lo que insisto es en rescatar a un Dios misericordioso en la línea que lo planteó San Juan Pablo II. Mi segundo punto es que Francisco es un Papa legítimo que merece el respecto de ser el Vicario de Cristo
Echenique no discutamos lo obvio: la cooperación libre de cada uno es necesaria para la salvación. Lo que insisto es en rescatar a un Dios misericordioso en la línea que lo planteó San Juan Pablo II. Mi segundo punto es que Francisco es un Papa legítimo que merece el respecto de ser el Vicario de Cristo.