De entre todas las epopeyas bíblicas trasladadas al cine, esta es indudablemente la más conocida. En efecto, la odisea de Moisés y el pueblo judío al salir de Egipto se encuentra en el recuerdo de todo cinéfilo, así como en el de cualquier persona que haya visto el film. Además, es una de las películas religiosas que la televisión siempre emite durante la Cuaresma, por lo que resulta casi imprescindible hablar de ella.
Moisés es un príncipe egipcio llamado a suceder al faraón en su trono. Su compasión es tan grande que todo el mundo lo aclama, algo que suscita la envidia de su hermano Ramsés. Sin embargo, cierto día descubre que proviene realmente de una familia judía, por lo que decide acercarse más a su pueblo. Gracias a ello, es desterrado, pero Dios lo escogerá para liberar a este último de la opresión y conducirlo a la Tierra Prometida.
Como decíamos al principio, se trata de la aventura bíblica más conocida. Su director fue Cecil B. DeMille, quien ya había afrontado la historia sagrada a través de Sansón y Dalila y de un primer acercamiento al éxodo judío en el año 1923. La puesta en escena es sublime y continúa asombrado al espectador, pese al tiempo que ha transcurrido. En cuanto al guion, es de una maestría insuperable, pues ofrece diálogos o situaciones que todavía emocionan a cualquiera. Como ejemplo de ello, queda el momento en el que Ramsés admite finalmente que el Dios de los judíos es el Dios verdadero.
Por desgracia, recientemente padecimos una nueva versión de este clásico: Exodus. Dioses y reyes. En ella, se intentaba desmitificar a Moisés, planteando la duda del llamamiento del Señor. De esta manera, toda el aura de fascinación religiosa que mostraba aquella, quedaba aquí reducida a un simple traspié psicológico. Por este motivo, es recomendable recuperar el gran clásico, que además nos introduce mejor en el tiempo de Cuaresma que estamos viviendo.
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