San Juan Pablo II, un Pontífice para un milagro

|

Por Kiko Méndez Monasterio

En las primeras notas de su biógrafos coinciden los adjetivos de alegre, estudioso, trabajador, sonriente, deportista, un niño que había sabido encajar la temprana pérdida de su madre. Karol Wojtylahabía nacido el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, pequeña ciudad a 50 kilómetros de Cracovia, cuando ni siquiera hacía un año que Polonia había recuperado su independencia gracias al Tratado de Versalles. Su padre -que le dio su propio nombre de pila- era suboficial del ejército austrohúngaro, el derrotado en la gran guerra; y su madre -Emilia Kaczorovska- era una maestra de origen lituano cuya débil salud acabaría apagándose en 1929. Antes, el matrimonio había tenido otros dos hijos, Edmundo y Olga, aunque la pequeña moriría poco después de nacer. El siguiente en marcharse sería su hermano Edmundo, médico, contagiado mientras trataba a las víctimas de en una epidemia de escarlatina, asíque cuando todavía era un adolescente la familia Wojtyla, ya residente en Cracovia, se reducía a un padre jubilado y con escasos recursos, y a un hijo que se sobreponía a las tragedias destacando en el estudio, dominando los clásicos griegos y latinos, consiguiendo entrar en la universidad gracias a sus excelentes calificaciones y frecuentando, además, círculos teatrales y literarios donde ya empezaba a esbozar sus primeras obras.

Luego llegó la guerra, y aquel que pondría fin al Muro de la división, vio entonces como dos totalitarismos se repartían su patria, y que en pocas horas Polonia volvía a desaparecer de los mapas.

Los alemanes cerraron la universidad y hasta el estudio se convirtió en una tarea clandestina, que Karol y otros no abandonaron. Por el día trabajaba en una cantera, su constitución atlética le capacitaba para las tareas más esforzadas, pero no era precisamente un “colaboracionista”: Wojtyla no tardó en prestar juramento en una de las organizaciones secretas de la resistencia, donde fundó un grupo de teatro patriótico, porque en aquel entonces toda actividad cultural polaca era una forma de lucha subversiva.

Además del drama nacional, el joven polaco que de mayor hablaría y defendería tanto a la familia, vio como la suya se extinguía, al encontrar a su padre muerto, en su cama. El golpe fue tan duro que algunos amigos temieron que no se recuperase, y él mismo reconocía que fue uno de los momentos decisivos de su existencia, quizá uno de los que más influyera en su vocación. Soportó la pérdida leyendo a San Juan de la Cruz, y al poco tiempo ya estaba formando parte del seminario clandestino de Cracovia. Antes de acabar la guerra aún tendría que sobrevivir a un atropello que casi le cuesta la vida, y a la amenaza de ser fusilado por los soviéticos, de la que se salvó porque un oficial ruso le utilizaba como traductor. A él, que iba a ser el primer Papa de la historia herido por una bala, la Providencia le evitó todas las de la guerra, aunque partieran por orden del mismísimo Stalin.

Pasó la juventud a escondidas, formándose en las catacumbas de Cracovia. Quizá por eso era el Papa ideal para tiempos oscuros.

El sacerdote

En el invierno de 1945 una niña judía llamada Edith Zirer fue liberada por los rusos de la fábrica de armamento donde trabajaba. Hambrienta, enferma y agotada, se dejó caer en una gran sala de la estación de tren de Cracovia, atestada de gente. Un joven se acercó a ella para comprobar su estado. Le llevó comida y bebida, y la animó a continuar hasta los convoyes preparados para los refugiados, pero Edith no podía dar un paso. Así que el joven la cogió en brazos y la trasladó durante cuatro kilómetros sobre la nieve, hasta dejarla en un tren junto a otras familias judías. Durante el trayecto le contó que él también estaba solo, y que había que sobreponerse y seguir adelante. Edith no quiso olvidarse entonces del nombre de su salvador, y luego no podría hacerlo, porque iba a poder ver como se convertía en una de las personalidades más importantes del siglo. En 2004, en el histórico viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa, la judía pudo darle las gracias a su sacerdote polaco, Karol Wojtyla.

En realidad, cuando sucedió lo de Edith, Karol todavía no se había ordenado. Recibiría el sacramento el día de Todos los Santos de 1946, como si los suyos quisieran estar muy presentes. Tras un poco tiempo ejerciendo su ministerio en Cracovia, partió a Roma para seguir estudiando, que a nadie se le escapaba que el joven Wojtyla tenía una extraordinaria capacidad intelectual. En la Pontificia recibiría su primer doctorado -en el que profundiza en la obra del español San Juan de la Cruz-, y de regreso a su Cracovia le otorgarían el segundo, versado sobre la posibilidad de una ética católica tomando por base la fenomenologías de Scheller, que a su vez había sido discípulo de la carmelita Edith Stein.

Sus estudios le abren de par en par el mundo intelectual y universitario, y marca toda una línea de pensamiento desde su cátedra de Ética en la universidad católica de Lublín, todavía permitida por el régimen comunista. Pero la jerarquía eclesiástica le considera llamado a más misiones que las docentes.

Obispo, Concilio y Cardenal

En 1958, con tan solo 38 años de edad, es nombrado obispo auxiliar de Cracovia. No mucho después participaría en las reuniones de un Concilio que tenía que hacer frente a un mundo que cambiaba a toda velocidadComo vicario capitular de Cracovia, en 1962 fue designado ponente en las arduas y extensas sesiones del Concilio Vaticano II, siendo elegido para formar parte de tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y Educación Católica, y especialmente encomendado para la redacción en la comisiones responsables de la Constitución Dogmática ¨Lumen Gentium¨, y Conciliar ¨Gaudium et Spes¨. Antes de que se pusiera fin al trabajo, Wojtyla ya era arzobispo -en 1964- y tres años más tarde era creado cardenal.

Mientras se abatía sobre la Iglesia una tormenta perfecta -el espíritu del concilio, la revolución de mayo del 68, la guerra fría, la teología de la liberacion-, Wojtyla tuvo que enfrentarse a las autoridades comunistas de su diócesis, señalando un camino que muchos sacerdotes iban a seguir cuando él ya había abandonado Polonia, porque volvieron a llamarlo desde Roma.

Viajero, Magno, Súbito, Restaurador

En 1976 ya dirigió los ejercicios espirituales para Pablo VI y la Curia. Muerto Montini, y como miembro del colegio cardenalicio, fue uno de los integrantes del cónclave que eligió a Juan Pablo I, y apenas le dio tiempo a regresar a Cracovia cuando ya hacía falta de nuevo en Roma, porque se hacía necesario un nuevo cónclave. De éste ya no habría de volver a su palacio arzobispal, porque saldría convertido en Juan Pablo II, todo un acontecimiento mundial que él saludó con una inolvidable sonrisa.

Empezaba un pontificado que iba a batir todo tipo de récords en encíclicas, en canonizaciones, en viajes, incluso en su misma duración. Son tantas las características peculiares de su papado que no hay unanimidad en el sobrenombre: unos pretenden que pase a la historia como Magno, otros le han llamado el papa viajero o peregrino -también fue el primero en visitar España- para muchos es el hombre decisivo en la derrota del comunismo y quizá donde más coincidencias se encuentren sea en ese grito que llenóla plaza de san Pedro al conocerse su muerte:“santo súbito”.

Por supuesto, también hay quien en absoluto suscribe ese fervoroso deseo popular. El teólogo Leonardo Boff, por ejemplo, prefirió definirlo como “El Restaurador”, y aunque la etiqueta pretenda ser condenatoria la realidad es que lo que parecía un papado heterodoxo en las formas, parece haber conseguido devolver cierta paz que necesitaba Roma, y restaurar milagrosamente -¿por qué no pensarlo?- la fachada y los cimientos de una iglesia que todos creían condenada a desaparecer, al menos en su formulación actual. El caso es que, a la muerte de Juan Pablo II, no existía ese miedo al que él tuvo que enfrentarse desde el balcón en 1978.

Nadie discute su papel en la caída del Muro, o en poner fin a la deriva marxista de la Teología de la Liberación que inundaba tantas parroquias, órdenes religiosas y seminarios. Sin embargo, y a pesar de tanto golpe de timón, para Boff y los suyos era difícil presentarlo como un Papa reaccionario y medieval, porque a la vez era el primero que había visitado una mezquita, una sinagoga o una iglesia luterana. Tampoco encajaba en la imagen de ultraconservador el pontífice que más había conectado con los jóvenes, el que mejor había entendido y utilizado las nuevas formas de comunicación. Y – quizápor su formación como actor, sus pinitos poeta, su alegre faceta de deportista, o por todo a la vez- era imposible hacerlo antipático -a pesar de los repetidos intentos progres-. Probablemente por eso la KGB mandó matarlo.

El 13 de mayo de 1981 Ali Agca disparó contra el papa polaco, y además de las heridas al pontífice provocó consecuencias tan dispares como la invención del papamóvil, o la consagración de Rusia, tal y como pedía la hermana Lucía, una de las videntes de Fátima, a cuya Virgen Juan Pablo II atribuía su salvación en aquella jornada.

Resistió al plomo comunista, al peso de los años y al de la responsabilidad, y hasta al parkinson que sufrió en los últimos tiempos. Por todo, parece probable esa versión que afirma que sus últimas palabras fueron “Dejadme ir a la casa del Padre”, porque es cierto que se había ganado el descansar. Expiró en Roma, en 2005, a las 21:37 del 2 abril. 

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
1 comentarios en “San Juan Pablo II, un Pontífice para un milagro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles