La violencia, la quema y profanación de iglesias, las amenazas a la libertad religiosa, al derecho a la vida y a la familia, entre otros, son elementos que hablan de una “revolución cultural anticristiana y atea».
Así lo explicó a ACI Prensa el P. Francisco Astaburuaga, Asesor Permanente del Consejo Académico Pastoral de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en relación a los recientes hechos de violencia ocurridos en ese país.
Además de las capillas en el sur, el pasado 9 de junio la Iglesia de la Gratitud Nacional, emblemático templo católico de Santiago de Chile, fue brutalmente atacada por encapuchados tras una marcha estudiantil, el pasado 9 de junio, quienes también sacaron una imagen de Cristo crucificado y la destrozaron en plena vía pública.
“Quemar capillas y profanar templos es típico de grupos radicalizados semejantes a los del nacional socialismo alemán durante la época de Hitler. Y ya sabemos las consecuencias de todo sistema totalitario: violación de los derechos fundamentales y dignidad de la persona humana y su conciencia”, denunció el también doctor en derecho canónico por la Pontificia Universidad Lateranense de Roma.
Ese mismo día en Argentina un grupo de desconocidos sustrajo y destruyó la imagen de San José que se encontraba en el atrio de la Basílica de San José del barrio de Flores en Buenos Aires.
El sacerdote indicó que todo esto ocurre como parte de un “proceso sutil y silencioso, pero profundo, con una revolución cultural en pleno desarrollo al más puro estilo Gramsciano, es decir, cambiando la manera de pensar y sentir de la gente controlando la educación, los medios de comunicación y desprestigiando la fe de los creyentes”.
Antonio Gramsci es el fundador del partido comunista italiano –que retornó a la fe católica antes de morir en abril de 1937–. Proponía acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que hablen de la trascendencia del hombre, ridiculizándolas; silenciar con la calumnia todo lo que hable de algo trascendente; crear una nueva cultura en donde la trascendencia no tenga lugar, infiltrando la Iglesia para conseguir, por cualquier medio, que obispos y sacerdotes disidentes hablen en contra de ella. Este plan básicamente proponía destruir la Iglesia «desde dentro».
El sacerdote explica asimismo que existen diversas razones ideológicas para el retroceso de la libertad religiosa en la región y que estas “son las que más daño hacen, pues se presentan como poseedoras de la verdad y desde una postura populista pretenden acaparar los medios e instrumentos para alcanzar el bien común”.
Ante la situación de crisis que vive América Latina, dijo el sacerdote, es necesario que los fieles actúen y “se denuncien los atropellos de una revolución cultural anticristiana y atea”.
“La libertad de conciencia es una expresión fundamental de la libertad religiosa”, que se denigra “cuando se ataca iglesias, profanan templos y destruyen imágenes religiosas. De manera encubierta pero eficaz se le está diciendo a la sociedad que no queremos a Dios presente en ella”, afirmó el P. Astaburuaga desde Chile.
«Sin fe no hay libertad verdadera»
“Más todavía si esta se impone con gobiernos populistas donde sus eslogan de campaña no responden a las verdaderas necesidades de las demandas sociales. Entonces la frustración es grande y la violencia se presenta como el único camino válido. Incluso contra la fe de los creyentes. Y esto es un grave error, pues sin fe no hay libertad verdadera sino meramente política según los deseos del gobierno de turno”.
Sobre las señales de alerta que muestran el retroceso de la libertad religiosa, dice el sacerdote, están “los atentados contra la vida con leyes abortistas; contra la familia con leyes de divorcio y matrimonios igualitarios: contra la dignidad del trabajo y la libertad sindical; con la pretensión de una educación estatizada y controlada económicamente, sacando a los hijos de la tuición de sus padres en su derecho prioritario para educarlos”.
“Del ejercicio de la libertad religiosa y la dignidad de la conciencia se fundamenta el derecho a la vida, pues sin dignidad y sin respeto por la conciencia todos los derechos humanos son atropellados. El ejemplo clarísimo es el Estado Islámico que asesina a nombre de la religión violando la conciencia”, continuó.
Por ello, “la responsabilidad de cada católico es hacerse parte de la hermosa tarea de evangelizar. En la medida que se anuncie a Cristo muerto y resucitado hay caminos de esperanza”.
“Si falta la dimensión trascendente del hombre porque se la niega u oprime, existe el deber de defender la fe y promoverla con todas sus consecuencias. Sin Dios no hay esperanza”, concluyó.
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