Perseguido por nazis y soviéticos, este sacerdote alemán que sobrevivió a los dos grandes totalitarismos acabó sus días criticando al liberalismo que se empeñó en vaciar las iglesias.
Juan E. Pflüger / Gaceta.es
El pasado 2 de junio moría en la ciudad alemana de Ochtrup, la misma que le vio nacer hace 102 años, el sacerdote católico Hermann Scheipers. Un superviviente del siglo XX, el siglo de los totalitarismos. Cuenta en su haber el logro de haber sobrevivido a la persecución nazi y a la soviética, más de 50 años de persecución a los que pudo hacer frentes, según sus palabras, gracias a su fe: “El haber sobrevivido corporal y espiritualmente al infierno se lo debo exclusivamente a mi fe”.
Se ordenó sacerdote en 1937 y tres años después fue encarcelado por el régimen nazi acusado de ser un factor desestabilizador de Alemania. La causa de esta acusación fue que se negó a someterse a las normas del Gobierno que le imponían adjurar de sus creencias. Su cautiverio empezó en la ciudad de Leipzig, donde junto a centenares de presos polacos tuvo que realizar trabajos forzados.
Con la organización de los campos de concentración, el Gobierno alemán decidió concentrar a la mayoría de los católicos, independientemente de su nacionalidad, en Dachau, donde estuvo hasta el final de la guerra.
Scheipers afirma que salvó la vida de manera clara en dos ocasiones. Cuando iba a ser ejecutado junto a un grupo de prisioneros, otro sacerdote mayor que se encontraba enfermo tomó su lugar. Inicialmente se resistió, pero el anciano le entregó un mendrugo de pan y le dijo “los apóstoles descubrieron al señor al partir el pan” y tomó su lugar. Scheipers asegura que después de aquello, cada vez que celebró misa y consagró el pan, recordaba a aquel viejo sacerdote y el trozo de pan que le entregó salvándole la vida.
La segunda vez fue en los momentos finales de la guerra, cuando los guardianes del campo de Dachau estaban organizando las marchas de la muerte. Él estaba seleccionado para ser incluido en una de ellas. Pero había un barracón de enfermos, en su mayor parte infecciosos, de los que nadie quería hacerse cargo. Él y otros católicos, nadie más lo hizo, se ofrecieron voluntarios para hacerse cargo de aquellos enfermos.
En 1946, una vez recuperado de los estragos del campo de concentración, decidió solicitar que le destinasen a la zona de Alemania que había sido ocupada y administraba la URSS. Fue destinado a la ciudad de Dresde, recorrería otras cinco en territorio soviético hasta la caída del muro. Siempre afirmó que “quise ser sacerdote donde más falta hiciera. Después de la guerra, sin duda, era la Alemania ocupada por la URSS”.
Allí fue detenido en numerosas ocasiones por la STASI, la brutal policía política del régimen soviético en la Alemania del Este. Tuvo que hacer frente a su violencia y a su persecución, pasó largas etapas en la clandestinidad intentando dar consuelo a quienes eran perseguidos por su fe o por sus ideas políticas. Atendió a centenares de presos que habían sido condenados a muerte.
Finalmente el muro fue derrumbado y en la nueva Europa sin telón de acero se dedicó a denunciar las injusticias de un capitalismo sin rostro humano, lo que Schiepers denominaba la gran lucha contra la fe. Y es que, lejos de aceptar postulados de curas obreros, su argumento era que el capitalismo estaba consiguiendo lo que no lograron Hitler y Stalin: vaciar las iglesias. No se cansó de repetir hasta sus 102 años que el capitalismo era “este totalitarismo que vació las iglesias, sin amenazar con la cárcel. Hay libertad de religión, pero sus medios de comunicación se encargan de que se vea mal su ejercicio”.
Preguntado en 2011, durante un viaje por España, cuál había sido el secreto de su capacidad de supervivencia, no lo dudaba un solo instante: “En todo momento mantuve una profunda confianza en Dios. Él era responsable de mi vida, no yo. Eso me daba un gran sosiego, incluso en las etapas de mayor dificultad. Sin fe, mi vida hubiera estado llena de amargura y resentimiento”.
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