Durante su audiencia general en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre ha explicado que ‘compartir el Bautismo significa que todos somos pecadores y tenemos necesidad de ser salvados, redimidos, liberados del mal’. “Cuando nosotros cristianos decimos que compartimos un solo Bautismo, afirmamos que todos nosotros -católicos, protestantes y ortodoxos- compartimos la experiencia de estar llamados de las tinieblas feroces y alienantes al encuentro con el Dios vivo, pleno de misericordia”, ha explicado el Santo Padre. Asimismo, el Obispo de Roma ha dicho que “la Primera Carta de Pedro está dirigida a la primera generación de los cristianos para hacerlos conscientes del don recibido con el Bautismo y de las exigencias que implica” y agregó que “también nosotros, en esta Semana de Oración, estamos invitados a redescubrir todo esto, y a hacerlo juntos, yendo más allá de nuestras divisiones”. Además, el Pontífice afirmó que “volver a partir del Bautismo quiere decir reencontrar la fuente de la misericordia, fuente de esperanza para todos, porque ninguno está excluido de la misericordia de Dios”. “Nosotros cristianos podemos anunciar a todos la fuerza del Evangelio comprometiéndonos a compartir las obras de misericordia corporales y espirituales. Este es un testimonio concreto de unidad”. Al finalizar, el Papa Francisco afirmó que “durante esta Semana de Oración, rezamos para que todos nosotros discípulos de Cristo encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre a cada parte de la tierra”. Texto completo de la catequesis del Papa Francisco: Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hemos estuchado el texto bíblico que este año guía la reflexión en la Semana de Oración para la unidad de los cristianos, que se celebra del 18 al 25 de enero. Esta semana. Tal pasaje de la Primera Carta de san Pedro ha sido elegido por un grupo ecuménico de Letonia, encargado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias y por el Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Al centro de la catedral luterana de Riga hay una fuente bautismal del siglo XII, el tiempo en que Letonia fue evangelizada por san Meinardo. Aquella fuente es un signo elocuente de un sólo origen de la fe reconocida por todos los cristianos de Letonia, católicos, luteranos y ortodoxos. Tal origen es nuestro Bautismo común. El Concilio Vaticano II afirma que «el Bautismo constituye el vínculo sacramental de la unidad vigente entre todos aquellos que por medio de él han sido regenerados» (Unitatis redintegratio, 22). La Primera Carta de Pedro está dirigida a la primera generación de los cristianos para hacerlos conscientes del don recibido con el Bautismo y de las exigencias que implica. También nosotros, en esta Semana de Oración, estamos invitados a redescubrir todo esto, y a hacerlo juntos, yendo más allá de nuestras divisiones. En primer lugar, compartir el Bautismo significa que todos somos pecadores y tenemos necesidad de ser salvados, redimidos, liberados del mal. Es este el aspecto negativo, que la Primera Carta de Pedro llama «tinieblas» cuando dice: «[Dios] los ha llamado fuera de las tinieblas para conducirlos a su admirable luz». Esta es la experiencia de la muerte, que Cristo ha hecho propia, y que es simbolizada en el Bautismo al ser sumergidos en el agua, y a la cual sigue el resurgir, símbolo de la resurrección a la nueva vida en Cristo. Cuando nosotros cristianos decimos que compartimos un solo Bautismo, afirmamos que todos nosotros –católicos, protestantes y ortodoxos- compartimos la experiencia de estar llamados de las tinieblas feroces y alienantes al encuentro con el Dios vivo, pleno de misericordia. Todos de hecho, lamentablemente, tenemos experiencia del egoísmo, que genera división, cerrazón, desprecio. Volver a partir del Bautismo quiere decir reencontrar la fuente de la misericordia, fuente de esperanza para todos, porque ninguno está excluido de la misericordia de Dios, ninguno está excluido de la misericordia de Dios. El compartir esta gracia crea un vínculo indisoluble entre nosotros los cristianos, así que, en virtud del Bautismo, podamos considerarnos todos realmente hermanos. Somos realmente pueblo santo de Dios, aunque si, a causa de nuestros pecados, no somos todavía un pueblo plenamente unido. La misericordia de Dios, que actúa en el Bautismo, es más fuerte de nuestras divisiones, es más fuerte. En la medida en que recibimos la gracia de la misericordia, nosotros nos transformamos siempre más plenamente en pueblo de Dios, y nos transformamos también en capaces de anunciar a todos sus obras maravillosas, precisamente a partir de un simple y fraterno testimonio de unidad. Nosotros cristianos podemos anunciar a todos la fuerza del Evangelio comprometiéndonos a compartir las obras de misericordia corporales y espirituales. Este es un testimonio concreto de unidad. En conclusión, queridos hermanos y hermanas, todos nosotros cristianos, por la gracia del Bautismo, hemos obtenido misericordia de Dios y hemos sido recibidos en su pueblo. Todos, católicos, ortodoxos y protestantes, formamos un sacerdocio real y una nación santa. Esto significa que tenemos una misión común, que es aquella de transmitir la misericordia recibida a los otros, comenzando por los más pobres y abandonados. Durante esta Semana de Oración, rezamos para que todos nosotros discípulos de Cristo encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre a cada parte de la tierra. Gracias.
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«Cuando nosotros cristianos decimos que compartimos un solo Bautismo, afirmamos que todos nosotros –católicos, protestantes y ortodoxos- compartimos la experiencia de estar llamados de las tinieblas feroces y alienantes al encuentro con el Dios vivo, pleno de misericordia.
Todos de hecho, lamentablemente, tenemos experiencia del egoísmo, que genera división, cerrazón, desprecio.
Volver a partir del Bautismo quiere decir reencontrar la fuente de la misericordia, fuente de esperanza para todos, porque ninguno está excluido de la misericordia de Dios»
La idea de bautismo cobtra tinieblas me parece pobrisima
es talves la idea del bautismo del Antiguo Testamento..Juan bautizaba con agua.. para preparar el Camino del Senor..una conversion que no tenia comparacion..asi lo señalo con el bautismo de agua y fuego que el Mesias nos daria para renacer a lo alto!.
El Bautismo nos hace hijos adoptivos de Dios…herederos de su Gloria y sobre todo nos hace renacer.. entonces formamos un Cuerpo Vivo cuya cabeza es Jesus…
De Juan Pablo II
Este designio eterno encierra el destino de los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, llamados a la dignidad de hijos de Dios y adoptados por el Padre celestial como hijos en Jesucristo. Como leemos en la carta a los Efesios, Dios nos ha elegido «de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (1, 4-6). Y en la carta a los Romanos: «Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» (8, 29)
He averiguado su el bautismo existia en rl Antiguo Testamento…parece que no… solo las ablusiones o puruficaciones con agua..como las tienen hoy el pueblo judio.
habian piscinas como la de Suloe . Las mujeres son impueas durante la regla… o despues del parto y los hombres despues de relaciones..habia que bañarse .
JUAN le dio sentido para conversion con el bautusmo de agua.
El bautismo de Jesus es renacer…otro concepto
Juan Pablo II
Queridos jóvenes, ¿sabéis lo que hace en vosotros el sacramento del bautismo? Dios os reconoce como hijos suyos y transforma vuestra existencia en una historia de amor con él. Os conforma con Cristo, para que podáis realizar vuestra vocación personal. Ha venido para establecer una alianza con vosotros y os ofrece su paz. Vivid desde ahora como hijos de la luz, que se saben reconciliados por la cruz del Salvador.
El bautismo, «misterio y esperanza del mundo que vendrá» (san Cirilo de Jerusalén, Procatequesis 10, 12), es el más bello de los dones de Dios, pues nos invita a convertirnos en discípulos del Señor. Nos hace entrar en la intimidad con Dios, en la vida trinitaria, desde hoy y por toda la eternidad. Es una gracia que se da al pecador, que nos purifica del pecado y nos abre un futuro nuevo. Es un baño que lava y regenera. Es una unción que nos conforma con Cristo, sacerdote, profeta y rey. Es una iluminación, que esclarece y da pleno significado a nuestro camino. Es un vestido de fortaleza y de perfección. Revestidos de blanco el día de nuestro bautismo, como lo seremos en el último día, estamos llamados a conservar cada día su esplendor y a recuperarlo por medio del perdón, la oración y la vida cristiana. El bautismo es el signo de que Dios se ha unido con nosotros en nuestro caminar, que embellece nuestra existencia y transforma nuestra historia en una historia sagrada.
Habéis sido llamados, elegidos por Cristo para vivir en la libertad de los hijos de Dios y habéis sido también confirmados en vuestra vocación bautismal y habitados por el Espíritu Santo para anunciar el Evangelio a lo largo de toda vuestra vida. Al recibir el sacramento de la confirmación os comprometéis con todas vuestras fuerzas a hacer crecer pacientemente el don recibido por medio de la recepción de los sacramentos, en particular de la Eucaristía y de la penitencia, que conservan en nosotros la vida bautismal. Bautizados, dais testimonio de Cristo por vuestro esfuerzo de una vida recta y fiel al Señor, que se ha de mantener con una lucha espiritual y moral.
En medio de vuestros hermanos tenéis que vivir como cristianos. Por el bautismo Dios nos da una madre, la Iglesia, con la que crecemos espiritualmente para avanzar por el camino de la santidad. Este sacramento nos integra en un pueblo, nos hace partícipes de la vida eclesial y nos da hermanos y hermanas que amar, para ser «uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). En la Iglesia no hay ya fronteras; somos un único pueblo solidario, compuesto por múltiples grupos con culturas, sensibilidades y modos de acción diversos, en comunión con los obispos, pastores del rebaño.
Gracias a Cristo estamos cerca de todos nuestros hermanos y somos llamados a manifestar la alegría profunda que se tiene al vivir con él. El Señor nos llama a cumplir nuestra misión donde estamos, pues «el lugar que Dios nos ha señalado es tan hermoso, que no nos está permitido desertar de él» (cf. Carta a Diogneto, VI, 10). Independientemente de lo que hagamos, nuestra vida es para el Señor; en él está nuestra esperanza y nuestro título de gloria. En la Iglesia la presencia de los jóvenes, de los catecúmenos y de los nuevos bautizados es una riqueza y una fuente de vitalidad para toda la comunidad cristiana, llamada a dar cuenta de su fe y a testimoniarla hasta los confines de la tierra.
Un día, en Cafarnaúm, cuando muchos discípulos abandonaban a Jesús, Pedro respondió a la pregunta de Jesús: «¿También vosotros queréis marcharos?», diciéndole: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68). En esta Jornada de la juventud en París, una de las capitales del mundo contemporáneo, el Sucesor de Pedro acaba de repetiros que estas palabras del Apóstol deben ser el faro que os ilumine a todos en vuestro camino. «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Más aún: no sólo nos hablas de la vida eterna. Tú mismo eres la vida eterna. Verdaderamente, tú eres «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).
Queridos jóvenes, por la unción bautismal os habéis convertido en miembros del pueblo santo. Por la unción de la confirmación participáis plenamente en la misión eclesial. La Iglesia, de la que sois parte, tiene confianza en vosotros y cuenta con vosotros. Que vuestra vida cristiana sea un «acostumbrarse» progresivo a la vida con Dios, según la hermosa expresión de san Ireneo, para que seáis misioneros del Evangelio.