Antonine Leiris escribe a los asesinos de su mujer y la madre de su pequeño de 17 meses: «Cada bala en el cuerpo de mi mujer es una herida en el corazón del Dios por el que matáis ciegamente». Antoine Leiris perdió a su mujer el pasado viernes en París, asesinada a sangre fría por los yihadistas durante la terrible matanza reivindicada por el Estado Islámico. En esa noche sangrienta, a Helene Muyal-Leiris le fue arrebatada su vida y un niño de 17 meses perdió a su madre. Ella solo tenía 35 años. Para honrar a su mujer y responder al terror yihadista, Antoine Leiris ha publicado en su perfil de Facebook una carta abierta a los asesinos en la que asegura que no permitirá que su hijo crezca con temor ni odio, pues esto supondría una victoria para los terroristas. «No tendréis mi odio», comienza el mensaje de este padre francés que ha publicado el diario Le Monde. Antoine Leiris denuncia en su misiva el fanatismo religioso y asegura que no cederá al horror: «Si ese Dios por quien matáis tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón«. Con una sinceridad estremecedora, este padre relata el momento en el que ha tenido que recoger el cuerpo sin vida de su mujer: «Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche«. A continuación, la carta íntegra del marido de una de las víctimas del atentado: No tendréis mi odio La noche del viernes robasteis la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendréis mi odio. No sé quiénes sois y tampoco quiero saberlo, sois almas muertas. Si ese Dios por quien matáis tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón. Así que yo no os daré el regalo de odiaros. Lo estáis buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de vosotros lo que sois. Queréis que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdisteis. Sigo siendo el mismo de antes. Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, os concedo esa pequeña victoria, pero esta será corta. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso. Nosotros somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Y ya no tengo más tiempo para darles, tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días, después vamos a jugar como siempre y, toda su vida, este pequeño niño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, no obtendréis su odio.
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Sé que este comentario será impopular, pero aun así lo hago, pues es la cuarta vez que me llega esta noticia, en distintas redes y grupos de What’s App. La intención sin duda es buenísima, pero ese mensaje de «no los odiemos, pues eso es lo que quieren», lo veo erróneo. A los terroristas les tiene sin cuidado que los odiemos o no. «Sólo» quieren destruirnos. Yo particularmente no los odio en absoluto, como tampoco odio el fuego ni el mar. Pero ante los incendios y las inundaciones habrá que hacer algo, ¿no?
No se les puede odiar, pero esta amenaza hay que pararla. Sino, seguirá creciendo gradualmente hasta ser imparable. No se puede meter la cabeza en la arena como las avestruces.
No hay que odiarles, hay que exigir justicia y esta debe ser implacable.
Justicia, no venganza ni odio. Con esas hienas (llamarles así quizá sea ofender a las hienas) hay que hacer justicia y pararles los pies.