El óbolo de la viuda, por César Franco

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viuda-pobre El obispo de Segovia realiza una reflexión sobre el relato evangélico en el que Jesús ensalza la generosidad de la ofrenda de una pobre viuda que da lo que tenía para vivir:  En Israel y en tiempo de Jesús las viudas eran un símbolo de pobreza. A la muerte de sus maridos quedaban prácticamente sin nada, dependiendo de la caridad de los vecinos y de lo que hubieran ahorrado durante su vida. Eran un caso típico de marginación y pobreza. Se comprende que Santiago diga en su carta que «la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación» (1,27). Sabemos que la Iglesia primitiva se preocupó desde sus orígenes en atender a las viudas sin familia y en situación de pobreza. Resulta elocuente y significativo lo que narra el evangelio de hoy sobre la pobre viuda que echó todo lo que tenía para vivir en el cepillo del templo, mereciendo el elogio de Cristo que se fijó en este gesto y lo ensalzó: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobre, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,43-44). Si la religión pura e intachable es atender a las viudas en su pobreza, como dice Santiago, lo que hace esta viuda es un gesto de auténtica religión por cuanto su limosna exterior expresa la entrega de sí misma al Señor, que es la expresión más perfecta del culto. En su extrema necesidad, ofrece a Dios lo que la permitía sostenerse en la vida, mostrando así una confianza plena en Dios, como la viuda de Sarepta del libro de los Reyes, que sólo tenía el puñado de harina y un poco de aceite para sobrevivir ella y su hijo, y coció un pan para ofrecérselo al profeta Elías como signo de fe y entrega a Dios. Estamos acostumbrados a dar a Dios y a los pobres de lo que nos sobra, de los bienes que llamamos superfluos, que, como el nombre indica, no forman parte de los necesarios para vivir. La doctrina social de la Iglesia enseña que estos bienes superfluos no pueden ser llamados en plena justicia «propios» mientras haya gente que no tiene los necesarios para vivir. Esto no significa que los hayamos robado ni adquirido de modo injusto. La Iglesia nos exhorta simplemente a considerar las necesidades que tienes los demás antes de disponer alegremente de lo que no necesitamos para vivir. El disfrute de los bienes creados tiene como límite las necesidades graves de quienes carecen de lo necesario. Pero el evangelio de hoy no habla de pobres, aunque de las limosnas del templo se extraía una parte para los pobres. La viuda ofrece todo lo que tiene a Dios y muestra así su absoluta confianza en el Dios de la misericordia. También con Dios solemos actuar con poca generosidad. El tiempo que le damos, si es que se lo damos, es a ratos perdidos. Acudimos a Él más en la necesidad que en la abundancia. Dios no entra entre las «obligaciones» diarias. Organizamos nuestro tiempo sin tener presente nuestros compromisos de fe y de culto, salvo lo estrictamente necesario. Dios ha venido a ocupar su sitio entre las cosas superfluas de las que podemos prescindir sin ninguna censura de nuestra parte. Fuera de los actos de culto, las iglesias permanecen vacías, frecuentadas por pequeños grupos de fieles, en su mayoría ancianos, que adoran la eucaristía o dialogan con el Señor de las cosas de su vida. ¿Dónde ha quedado el primer mandamiento de la Ley?: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser». Y «con todos tus bienes», nos dice hoy la viuda del evangelio con su gesto de heroica generosidad, alabado por Jesús. Se desprendió de todo, indicando que la fe es pura dependencia, confianza, seguridad en Dios de quien decía san Juan de Ávila que es buen caballero y no se deja ganar en generosidad. La generosidad que es atributo de los pobres de Yahvé. +César Franco Obispo de Segovia

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