El Papa sostiene que abandonar a los ancianos es pecado mortal

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ancianos Francisco ha denunciado en su audiencia general «la cultura del descarte» y ha asegurado que pasarse meses sin visitar a un anciano es «pecado mortal» porque atenta gravemente contra la caridad.


En la audiencia de este miércoles, el Papa ha querido proponer como tema para su catequesis la situación actual de los ancianos. Francisco ha denunciado que los ancianos no tienen el lugar que les corresponde en una sociedad basada en la eficacia, que ignora los problemas de las personas mayores. El Santo Padre ha querido recordar las palabras de Benedicto XVI, que afirmó que la calidad de una sociedad se mide por cómo trata a los ancianos. La civilización en la que no hay sitio para los ancianos, ha asegurado el Papa Francisco, «es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte». En una sociedad obsesionada con la eficacia y la producción, las personas mayores deben ser descartadas, ya que suponen un lastre. «Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente«, ha sostenido con dureza el Papa. El Pontífice ha explicado en su catequesis que es nuestro miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad lo que nos impulsa a dar muchas veces la espalda a la situación de los ancianos. Este abandono de los ancianos es una falta muy grave contra la caridad, ha señalado el Papa al tiempo que ha afirmado que se trata de «pecado mortal». A continuación, el texto de la catequesis del Santo Padre en su audiencia en el aula Pablo VI: Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! La catequesis de hoy y la del miércoles próximo están dedicadas a los ancianos que, en el ámbito de la familia, son los abuelos, tíos abuelos. Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los ancianos y la próxima vez, es decir el próximo miércoles, más en positivo, sobre la vocación contenida en esta edad de la vida. Gracias a los progresos de la medicina la vida se ha prolongado: ¡pero la sociedad no se ha “prolongado” a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado suficientemente para hacerles lugar a ellos, con justo respeto y concreta consideración por su fragilidad y su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad, una enfermedad que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos, estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar. Benedicto XVI, visitando una casa para ancianos, usó palabras claras y proféticas, decía así: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común” (12 de noviembre 2012). Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. ¿En una civilización hay atención al anciano? ¿Hay lugar para el anciano? Esta civilización seguirá adelante porque sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos. Una civilización en donde no hay lugar para los ancianos, en la que son descartados porque crean problemas… es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte. En occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los viejos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Sin embargo una cierta cultura del provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, un “lastre”. No sólo no producen sino que son una carga. En fin, ¿cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente. Queremos remover nuestro acrecentado miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados. Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas: «Los ancianos son abandonados, y no sólo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista de “sólo la juventud es aprovechable y puede gozar”. Esos ancianos que deberían ser, para la sociedad toda, la reserva sapiencial de nuestro pueblo. ¡Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro pueblo! ¡Con qué facilidad, cuando no hay amor, se adormece la conciencia!» (Sólo el amor nos puede salvar, Ciudad del Vaticano 2013, p. 83). Y esto sucede. Recuerdo cuando visitaba las casas de ancianos, hablaba con cada uno de ellos y muchas veces escuché esto: “Ah, ¿cómo está usted? ¿Y sus hijos?  – Bien, bien  – ¿Cuántos tiene? – Muchos.- ¿Y vienen a visitarla? – Sí, sí, siempre. Vienen, vienen.- ¿Y cuándo fue la última vez que vinieron?” Y así la anciana, recuerdo especialmente una que dijo: “Para Navidad”. ¡Y estábamos en agosto! Ocho meses sin ser visitada por sus hijos, ¡ocho meses abandonada! Esto se llama pecado mortal, ¿se entiende? Una vez, siendo niño, la abuela nos contó una historia de un abuelo anciano que cuando comía se ensuciaba porque no podía llevarse bien la cuchara a la boca, con la sopa. Y el hijo, es decir, el papá de la familia, tomó la decisión de pasarlo de la mesa común a una pequeña mesita de la cocina, donde no se veía, para que comiera solo. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo más pequeño que jugaba con la madera, el martillo y clavos, y hacía algo ahí. Entonces le pregunta: «Pero, ¿qué cosa haces?– Hago una mesa, papá.- ¿Una mesa para qué? – Para cuando tú te vuelvas anciano, así puedes comer ahí”. ¡Los niños tienen más conciencia que nosotros! En la tradición de la Iglesia hay un bagaje de sabiduría que siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal tradición está arraigada en la Sagrada Escritura, como lo demuestran, por ejemplo, estas expresiones del libro del Eclesiástico: «No te apartes de la conversación de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo» (Ecl 8,9). La Iglesia no puede y no quiere adecuarse a una mentalidad de intolerancia, y menos aún de indiferencia y desprecio a los mayores. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de acogida, que haga sentir al anciano parte viva de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que nos han precedido en nuestras mismas calles, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de quienes hemos recibido mucho. El anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo pensemos. Y si nosotros no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros. Frágiles, somos un poco todos los viejos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los demás. ¿Haremos por ello un paso atrás? ¿Los abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, en donde la gratuidad y el afecto sin compensación – incluso entre extraños – van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la cual la proximidad y gratuidad dejaran de ser consideradas indispensables, perdería con ellas su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.

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Comentarios
0 comentarios en “El Papa sostiene que abandonar a los ancianos es pecado mortal
  1. » Para Navidad”. ¡Y estábamos en agosto! Ocho meses sin ser visitada por sus hijos, ¡ocho meses abandonada! Esto se llama pecado mortal»

    Se está inventando una nueva religión a su antojo, a su gusto. Y pocos lo denuncia. La envuelve en humanitarismo, misericordina y almibar, pero es falsa, no es la religión católica que enseña la Doctrina y la Iglesia, la santa religión de nuestros mayores. No visitar a tus abuelos no es «pecado mortal», ni siquiera creo que sea pecado. Es de mala persona, pero hasta ahì llega la cosa. En cambio, la sodomía sì es un pecado gravìsimo a los ojs de Dios, de esos pecados que llevan directamente a la perdición, pero, quien es Bergoglio para condenar ese pecado nefando? De esi Bergoglio prefiere caklar malvada e hipócritamente. Insisto, Bergoglio no da la verdad en la Iglesia, no enseña a Cristo. Por tanto, es mejor no obedecerlo ni seguirlo. Solo vende humo. El humo de Satanáas.

  2. «No visitar a tus abuelos no es “pecado mortal”, ni siquiera creo que sea pecado. Es de mala persona, pero hasta ahì llega la cosa.»

    Se olvida Colgunter de Mateo 25: 43. Los que olvidan a sus familiares ancianos en los geriátricos corren el serio riesgo de terminar del lado de los apartados de Dios para toda la eternidad. La falta de caridad con el más frágil no es un pecado menor.

    Y el Santo Padre nunca ha dicho que la sodomía no sea un pecado, sino que no puede juzgar a un homosexual que busca a Dios. A lo mejor Dios lo encuentra y se convierte y hasta puede que ofrezca sus sufrimientos para que otros se salven, como aquellos que dedican su tiempo a difamar al Santo Padre.

    Dios es misericordioso pero también es justo.

  3. Con tal de dejar mal al Papa Francisco ha borrado Colgunter el cuarto mandamiento de la Ley de Dios «Honrarás a tu padre y a tu madre».

  4. Estoy de acuerdo que no visitar a tus padres o abuelos en un geriátrico es pecado, aunque no se si es mortal, esto lo tendrían que definir teólogos expertos.

    Lo que sorprende es que para ciertos pecados diga, «si la persona busca al Señor ¿quién soy yo para juzgar?» y otros no. Es contradictorio, porque si una persona busca de verdad a Dios, dejará de pecar, sea cual sea el pecado, y si no se puede juzgar al pecador por un pecado, tampoco por otro.

  5. En el Paraguay no estamos mejor: La Conferencia Episcopal hasta el recuerdo quiere borrar de Mons. Rogelio Livieres (Cf. http://realidadcatolica.blogspot.com/2015/01/de-nuevo-la-cep-borra-mons-livieres-de.html) y desde los altos mandos de la «Obra» no solo lo han dejado solo (es miembro del Opus Dei desde hace medio siglo) sino que le han bloqueado toda ayuda económica necesaria para que el obispo y su madre de 90 años, que está en silla de ruedas, puedan sobrevivir…

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