Durante el rezo del ángelus, el Papa Francisco recordó a los cristianos perseguidos, víctimas de una «intolerable brutalidad».
«Queridos hermanos y hermanas, lamentablemente no dejan de llegar noticias dramáticas desde Siria e Irak, relativas a la violencia, secuestros de personas y abusos contra los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a los afectados por esta situación, que no los olvidamos, sino que estamos cerca de ellos y rezamos insistentemente para que, lo antes posible, se ponga fin a la intolerable brutalidad de la cual son víctimas. Junto a los miembros de la Curia Romana he ofrecido con esta intención la última Santa Misa de los ejercicios espirituales que realicé el viernes pasado. Y al mismo tiempo pido a todos, de acuerdo con sus posibilidades, que se preocupen por aliviar los sufrimientos de los hermanos que están en la prueba, muchas veces solamente debido a la fe que profesan. Recemos por estos hermanos y hermanas que sufren debido a su fe en Siria y en Irak. Recemos en silencio… (instantes de silencio). Deseo recordar también a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión. Rezo por las víctimas, y en particular por el joven asesinado pocos días atrás en San Cristóbal. Exhorto a todos a que rechacen la violencia, al respeto de la dignidad de cada persona y de la sacralidad de la vida humana. Y animo a que retomen un camino común para el bien del país, reabriendo espacios de encuentro y de diálogo sincero y constructivo. Confío esta querida nación a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Coromoto». Meditación sobre el pasaje de la Transfiguración «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El domingo pasado la liturgia nos presentaba a Jesús tentado en el desierto por Satanás, y victorioso sobre la tentación. A la luz del este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal ofrecida a todos los que toman el camino de conversión y, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos indica la finalidad de este itinerario de conversión, o sea la participación en la gloria de Cristo, en quien resplandece su rostro de Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros. La página evangélica nos cuenta el pasaje de la Transfiguración. Él va camino de Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del ‘Siervo de Dios’ y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes no entienden esto, y ante la perspectiva de un Mesías que contradice las expectativas terrenas que ellos tienen, lo han abandonado. Ellos pensaban que el Mesías habría sido un libertador del dominio de los romanos, un libertador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo dejan. También los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia la finalidad de su misión en la pasión gloriosa, no entienden. Jesús entonces toma la decisión de mostrarle a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria. La que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la fe y animarlos a seguirle en la vía de la prueba, en la vía de la cruz. Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto -como en el bautismo en el Jordán- la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo el amado: escuchadlo’.(Mc 9,7). Y Jesús es el Hijo que se hizo Servidor, enviado al mundo para realizar a través de la cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su plena adhesión a la voluntad del Padre, vuelve su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor. Jesús se revela así, como la imagen perfecta del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria. La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: ‘Escuchadlo’. Escuchen a Jesús. Es Él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a ‘perder la propia vida’, donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna (cfr Mc 8,35). El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. Habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino. Con Pedro, Santiago y Juan, subimos también nosotros hoy al monte de la Transfiguración y nos detenemos a contemplar el rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida. Para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor. En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?, ¿creemos en esto? …Me parece que no tanto, por lo que escucho. ¿Creen que el amor transfigura todo? (los fieles responden: sí…) Ah, sí, escucho. Que nos sostenga en este camino la Virgen María, que ahora invocamos con la oración del ángelus».
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Dios todopoderoso, Creador y Padre de todo cuanto existe.
Tú has querido que tu siervo el Papa Francisco sea el sucesor de tu Apóstol san Pedro y nos lo envías como Vicario tuyo para continuar tu tarea de evangelización y santificación del mundo anunciando a todos el don de la Salvación y Redención.
Y para que sea más semejante a Ti permites que hijos tuyos desagradecidos lo desprecien, insulten, persigan y maltraten, como ya hicieron contigo.
Atiende a los ruegos de la porción fiel de tu Iglesia y bendice y santifica los trabajos y ansias evangelizadoras del Papa Francisco, tu servidor bueno y fiel.
Concédele tu bendición, tu consuelo y tu fortaleza, cuando tus enemigos lo calumnien, desprecien, insulten y maltraten.
¡Que seas siempre bendito y alabado, Dios y Padre nuestro!
El papa Francisco, pecador y por ende falible como el que más -o como el que menos, este particular compete en última instancia a Dios-, desde luego predica la verdad católica en esta meditación pronunciada ayer domingo en el Ángelus.
Mas si no la predica en este breve discurso, por más que leo y releo el texto no haya falta en el mismo; igual otros vendrán a detectar que sí existe tal o cual «parida» contraria a la doctrina de la fe católica.