¿Existen realmente los fantasmas?

|

vanitatis vanidad vanidades riquezas muerte riquezaDon Manuel Guerra escribe en su blog de INFOVATICANA sobre «el más allá de la muerte».


En las clases de lectura del mes de noviembre, mes de las ánimas, del último curso de “Latín y Humanidades” en el seminario diocesano se hizo ritual leer alguna de las leyendas becquerianas, especialmente la titulada El Monte de las Ánimas[1]. La imaginación quinceañera era capaz de oír “el doblar de las campanas, su tañido monótono y eterno”, y de ver las “ánimas de los difuntos, envueltas en jirones de sus sudarios, corriendo entre las breñas y los zarzales” en torno al convento de los templarios del Monte de las Ánimas, ubicado no en Soria como dice la tradición, sino en el convento jerónimo de Fresdesval –aledaños de Burgos- donde pensó retirarse el emperador Carlos I antes de decidirse por Yuste. Veíamos también “impresas en la nieve las huellas”, pero no “de los descarnados pies de los esqueletos” como las describe Bécquer, sino de seres fantasmales, también las del protagonista que, tras dejar su cuerpo despedazado por los lobos, fue capaz de pronunciar el nombre de su amada, oído por ella durante el sueño, y de dejar su banda azul sobre el reclinatorio de la capilla de su palacio.

  1. EL HOMBRE UN SER PARA LA TRANSMUERTE

El más allá y el más acá de la muerte son como los dos polos de un campo magnético que, en dirección opuesta y con intensidad variable, atraen las aspiraciones de los hombres de todos los tiempos y regiones. El filósofo Martin Heidegger acierta cuando afirma: “El hombre, un ser para la muerte”, aunque sea más acertado decir “para la transmuerte”. Desde el instante de la concepción caminamos hacia el más allá de la muerte, que es la vida eterna. El cristiano es hombre de perspectiva, capaz de mirar lo eterno y ultramundano situado más allá de la línea del horizonte, sin dejar de ver lo temporal e intramundano, como el buen conductor, mientras maneja el volante, contempla el paisaje a través del parabrisas sin verse forzado a mirar alternativamente la inmediatez del cristal o su más allá paisajístico. El hombre moderno tiene miedo a la muerte. Por eso, la oculta y hasta rehúye mencionarla. “Corremos sin cuidado hacia el precipicio tras haber puesto algo delante de nosotros para no verlo[2]”. Cualquier día y mes, especialmente noviembre, es bueno para pensar en la muerte y en el más allá de ella sin olvidar algunos de los fenómenos conocidos cada vez mejor. Para hacerlo sin el miedo de animal herido, pero con “la gracia del miedo” al mismo tiempo que solo con “miedo al miedo”, aparte de la fe, puede servir un libro de fino humor irónico, cuyo autor se define “un judío de apellido árabe y de religión católica”[3].

  1. “ÁNIMAS, ALMAS, ESPÍRITUS, FANTASMAS, YO CONSCIENTE[4]

En el plano del conocimiento y del lenguaje no es posible el encuentro con lo transcendente, con lo estrictamente espiritual (alma, espíritu, etc.,), sino a  través de mediaciones metafóricas o simbólicas. Por eso, el significado de “ánima”[5] y de “espíritu” salta desde el básico o etimológico “aliento, aire, viento” al metafísico, transcendente a los sentidos, al espiritual. Probablemente sirvió de punto de apoyo para dar el salto la comprobación de que el hombre vive mientras respira, expira o muere cuando deja de hacerlo. Son palabras sinónimas en cuanto a su etimología. En cambio, no lo es “alma” aunque lo parezca a primera vista. Su étimo relaciona esta palabra con el radical al- de alo, alere = “alimentar” más el sufijo grecolatino –ma, en latín originariamente –men, más tarde –mentum, por ejemplo alimentum > “alimento”. Luego etimológicamente “alma” designa lo “nutriz, vivificador” del cuerpo[6]. Estas mismas palabras, en determinado contexto (apariciones, visiones) designan realidades no estrictamente espirituales, aunque tampoco propiamente materiales, sino inmateriales si bien perceptibles de alguna manera por los sentidos; a veces quedan reducidos a algo meramente intramental o imaginario. Precisamente el Diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española, Madrid 200121) define “fantasma” como “imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía. /Visión quimérica como la que se da en los sueños en las figuraciones de la imaginación. /Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos, etc.,”. Todas las palabras, también estas, son “polisémicas” o portadoras de “muchos significados”, que a veces se entrecruzan coincidiendo en alguno de ellos, o sea, son sinónimas. La sinonimia de las señaladas se refiere también al principio vital y espiritual del hombre en sí y en cuanto subsistente tras a muerte, que a veces se aparece como sensible o captable por los sentidos e inmaterial. Lea su artículo completo aquí.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
0 comentarios en “¿Existen realmente los fantasmas?
  1. Existen un montón de fantasmas, sobre todo en televisión, pero son de carne y hueso.

    Solamente excepcionalmente y para nuestro bien, Dios permite que un alma del Purgatorio migre a nuestro mundo por un breve espacio de tiempo.

    Estamos en dimensiones diferentes, por eso aquí solamente contamos permanentemente con los fantasmas de la tele.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles