El Papa conoce bien las necesidades de los sacerdotes diocesanos. No sólo porque fue arzobispo de Buenos Aires durante 15 años, sino también por su labor como párroco en la localidad de San Miguel, a las afueras de la capital argentina. Allí, en apenas seis años, fundó una parroquia y obtuvo los recursos para construir cuatro capillas más. Promocionó el mejoramiento de la comunidad con diversas obras sociales. Aquí el testimonio de un jesuita sobre una historia poco conocida en el pasado de Francisco. El viernes último, en la homilía de su misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta del Vaticano, el pontífice calificó como “un escándalo”que existan “listas de precios” en las parroquias, donde se apliquen tarifas establecidas por los sacramentos y los templos se conviertan en “casas de negocio”. Se refería a la especulación con las cosas sagradas y las actitudes de apego al dinero, no sólo de parte de obispos y sacerdotes sino también entre los fieles administradores. Sus palabras abrieron igualmente un debate. Algunos presbíteros señalaron que, de no ser por los “tarifarios”, ellos llegarían a pasar hambre por la falta de recursos y por escasa generosidad de los feligreses. Los más extremistas refirieron un supuesto desconocimiento de Francisco de la vida parroquial, debido a su pertenencia a una congregación religiosa. Lea el artículo completo en Sacro Profano
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