Santa Ángela de la Cruz fue una religiosa sevillana fundadora del Instituto de las Hermanas de la Cruz.
Ángela Guerrero nació en Sevilla el 30 de enero de 1846, siendo hija de Francisco Guerrero, un cardador de lana originario de Grazalema, y Josefa González, su esposa. Fue bautizada con los nombres de María de los Ángeles Martina de la Santísima Trinidad. María de los Ángeles, o Ángela, como siempre fue conocida, fue una de los catorce hijos de este humilde matrimonio, aunque solo seis de ellos llegasen a edad adulta.
Cuando Ángela era pequeña, sus padres comenzaron a trabajar en el convento de los frailes de la Trinidad. Su padre era cocinero en el convento y su madre lavandera. Cuando Ángela tenía doce años, ella también comenzó a trabajar, pero en un taller de zapatería, para así ayudar a su familia. Permaneció al servicio de dicho taller durante muchos años.
La familia de Ángela, siendo muy humilde, fue siempre también muy religiosa, y el contacto tan cercano con los frailes, hacían que la familia Guerrero viviera un ambiente muy católico en casa. La pequeña Ángela era también muy religiosa por inclinación natural, y a los dieciséis años comenzó dirección espiritual con el Padre José Torres Padilla, proveniente de las Islas Canarias, y que en Sevilla gozaba de una gran fama de buen sacerdote.
Cuando cumplió diecinueve años, Ángela decidió que quería entrar a carmelita descalza, pero aún las más sencillas de las religiosas pedían una dote que Ángela no podía financiar, por lo que pidió ser admitida como lega. Su frágil estado de salud hizo que las carmelitas negaran su ingreso, pensando que poco bien podía venir de aquéllo. El Padre Torres le insistió que su vocación se encontraba donde también estaba su mayor debilidad, por lo que Ángela se animó a comenzar a visitar a los enfermos, especialmente a los coléricos, con los cuales pasaba largos ratos haciéndoles compañía y cuidándolos en su fragilidad.
Tres años más tarde, Ángela volvió a intentar ingresar en la vida religiosa, consiguiendo ser admitida con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Sin emabargo, no había llegado aún a la mitad del noviciado cuando su salud comenzó a empeorar de manera preocupante, siendo víctima de severos vómitos que la obligaban a permanecer en cama y ausentarse de todas las actividades. Consternada por su situación, Ángela volvió a la ciudad, donde inexplicablemente se repuso su salud, como si Dios le estuviera demostrando que su vocación no estaba donde ella pensaba. En lo que decidía cómo seguir con su vida, Ángela volvió al taller de zapatería, donde permaneció trabajando por un tiempo más.
Durante su tiempo trabajando en el taller, Ángela mantuvo un intenso diario espiritual, en el cual anotaba sus propósitos y los ideales que quería vivir. El diario fue la manera de ir planeando y concretando las distintas señales que Dios le había enviado a través de su vida, así como las inquietudes de su corazón. Ese impulso por la vida religiosa, junto la conciencia de su fragilidad y el cuidado de los enfermos, indicaban a Ángela el camino que el Señor le quería indicar.
A pesar de la condición humilde de la joven sevillana, ella era consciente que había gente que pasaba por penurias mucho peores que las de ella, por lo que se propuso ayudar a quienes peor lo pasaban. Junto otras tres mujeres, llamadas Josefa de la Peña, Juan María Castro y Juana Magadán, Ángela comenzó a trabajar por los más necesitados, fundando una casa (gracias al apoyo de Josefa de la Peña, la única de las tres con los recursos necesarios para realizar el proyecto) dedicada al auxilio a los más necesitados durante el día y la noche. Mientras tanto, las cuatro mujeres se dedicaban a una intensa vida de oración, de la cual Ángela claramente era la principal inspiración y la líder natural.
Habiéndose mudado a una segunda casa, las mujeres comenzaron a llamarse «hermanas» entre ellas, y a Ángela, comenzaron a a llamarla «madre». Todo ésto estuvo siempre muy acompañado por el Padre Torres, quien conocía bien su corazón, así como la rectitud de sus intenciones. En 1876, el beato cardenal Marcelo Spínola, arzobispo de Sevilla, admitió a las mujeres como religiosas de su diócesis, en vistas de crear una nueva congregación, y bendijo tanto la labor como la inspiración emprendida por las cada vez más numerosas compañeras de Sor Ángela.
Después de estos acontecimientos, así como de una dura epidemia de Viruela que invadió Sevilla, y al ponerse de manifiesto el trabajo desinteresado que las hermanas hicieron por atender a los afectados, las casas de la nueva congregación comenzaban a llenarse de mujeres que admiraban el camino y el trabajo que Sor Ángela y sus «hijas» hacían por los más necesitados, desde la oración y la unión con el Señor. Ésto hizo necesaria la apertura de nuevas casas, que pronto se extendieron por toda Andalucía y el sur de Extremadura.
En 1894, fue necesario que Sor Ángela viajase a Roma a pedir la aprobación pontificia de su nueva congregación, ya consolidad a través de una clara voluntad del Señor de servirse de la joven y frágil sevillana, para auxiliar a sus hijos más necesitados, así como a llevar a muchos la Salvación. La solicitud entregada por Sor Ángela de la Cruz al Papa León XIII, tardó diez años en ser respondida, consiguiendo la aprobación por manos del Papa San Pío X en 1904.
Durante esos años, las Hermanas de la Cruz atendían ya veintitrés casas dedicadas a huérfanos, enfermos y demás menesterosos, aliviando las necesidades de tantos afectados por la situación política, económica e higiénica que se vivía de manera especialmente cruda durante esa época. En 1931, la aparición de la II República Española supuso una inmensa dificultad para las hermanas en su labor asistencial y espiritual, sin embargo, Sor Ángela no cedió ante los obstáculos, y ordenó continuar con su labor a toda costa.
El dos de marzo de 1932, Sor Ángela muere a causa de un accidente cerebrovascular. A su muerte, miles de personas se aparecieron, provenientes de toda Andalucía, Extramadura, y pertenecientes a todas las clases sociales, para despedirse de esta sencilla y admirable mujer a quien le estaban tan agradecidos por haber sido una madre para los más necesitados. A pesar de la prohibición de parte de la República, y gracias a la insistencia de la gente, se aprobó la apertura de la cripta de la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz en Sevilla para enterrar a su fundadora, cosa que no se consiguió sin oposición y grandes riesgos.
La popularidad y el cariño que toda la gente de Sevilla profesaba por Sor Ángela de la Cruz, hizo que el mismo gobierno republicano propusiese poner una placa en el primer convento fundado por Sor Ángela, para así recordar y agradecer a tan querida mujer. En 1982, el Papa Juan Pablo II celebró la ceremonia de su beatificación, y el 4 de mayo del 2003, el mismo pontífice la canonizó en la Plaza Colón de Madrid. Cuatro días después, su cuerpo incorrupto fue trasladado a la Catedral de Sevilla, para que así pudiese ser venerada por todo el pueblo.
Actualmente, Santa Ángela de la Cruz sigue siendo objeto de una gran devoción, y se considera una de las santas más milagrosas.
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