Desde retiros en conventos hasta misiones en la Cordillera de los Andes. Descubra cómo viven los eméritos en España.
La jubilación del cardenal Rouco nos ha llevado a interesarnos acerca de la vida que por la que han optado otros obispos españoles tras la aceptación de su renuncia por parte del Santo Padre. De los últimos cuarenta y seis obispos eméritos españoles, hemos logrado conocer los destinos de cuarenta y un de ellos tras su cese en el cargo. Desde retiros a conventos y casas de jubilación, hasta duras misiones en Bolivia y la Cordillera de los Andes, los obispos españoles han demostrado que cada uno tiene sus prioridades a la hora de elegir su vida como “emérito”.
Lo cierto es que sobre gustos no hay nada escrito. La constante en los obispos españoles es que una vez jubilados vuelvan a su ciudad natal o por lo menos a su provincia, dejando así la pista libre para sus sucesores, asegurándose no invadir su espacio o competencias en ningún momento. Otros (la gran mayoría) han optado por permanecer bajo el cuidado de congregaciones religiosas en casas de retiros o conventos. Sin duda, los cuidados y cariño que las religiosas suelen mostrar a sus obispos son un factor determinante para que un prelado elija así la manera de pasar sus últimos años de vida.
Como es bien sabido, el Derecho Canónico manda a todos los pastores de la Iglesia presentar su renuncia al Santo Padre una vez cumplidos los setenta y cinco años de edad, aunque es prerrogativa del Sumo Pontífice la posibilidad de aceptar o dilatar la aceptación de dicha renuncia. Esta regulación, aplicada estrictamente desde el Concilio Vaticano II, hizo cada vez más extraño que los obispos murieran en su diócesis, sin abandonar su cargo hasta su fallecimiento, como ocurría hasta entonces. Hoy en día, es extraño que un obispo supere los setenta y ocho años de edad en su diócesis, y cada vez más, es necesario hacer un plan de jubilación, cosa que no solía ser un problema en tiempos anteriores al Concilio.
Entre los casos más excepcionales en España, se encuentra el del obispo emérito de Mondoñedo-Ferrol, Mons. José Gea y Escolano, quien tras la aceptación de su renuncia, partió a Perú para cumplir su sueño de ser misionero. Pocos se imaginarían que un obispo, gran sabio y conocedor de los principios más intrincados de la teología, así como de las maniobras más suculentas de la política, elegiría terminar sus días enseñando el Padre Nuestro a un niño, y subiendo áridas montañas para llevar la comunión a una pastora en la Puna andina.
Un caso parecido es el de Mons. Luis Gutiérrez Martín, anterior obispo de Segovia, quien tras su renuncia, fue puesto a cargo de los monjes jerónimos, por lo que se desplazó a Guatemala para acompañarlos en sus labores de misión. Cambiar la Sierra de Guadarrama por la calurosa y húmeda jungla no es cualquier cosa para un obispo septuagenario. Entre víboras, mosquitos, monos, leopardos y demás ejemplares de la naturaleza, Mons. Gutiérrez ha demostrado que su espíritu aventurero y pasión por el servicio al prójimo no entienden de comodidades.
Por su parte, Mons. Nicolás Castellanos Franco, obispo emérito de Palencia, también decidió que quería ser misionero, presentando su renuncia en 1991 para trasladarse a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, donde con un grupo de sacerdotes y misioneros que llevó consigo, fundó el Proyecto Hombres Nuevos, que financia la construcción de hospitales, comedores, colegios, viviendas sociales y demás beneficios en los barrios más desfavorecidos de Bolivia, uno de los países con el PIB per cápita más bajo del mundo. Su labor por la dignidad de la vida de tanta gente le ganó el Premio Príncipe de Asturias, así como otras numerosas distinciones, que han llenado de orgullo a sus paisanos leoneses, así como a los fieles palentinos, a quienes sirvió con tanta dedicación.
Por supuesto, estos casos han sido verdaderamente excepcionales entre los obispos españoles. La mayoría han resentido las consecuencias de la edad, así como los años de duro servicio en su labor como pastores del Pueblo de Dios, y merecidamente han optado por pasar a una vida menos apresurada y con lugar a la oración y el descanso. Algunos de ellos han pasado sus últimos años cargando la cruz de duras enfermedades, que los ha llevado a ofrecer importantes sacrificios por el Señor y sus hermanos en la Fe.
Aunque sobre gustos no haya nada escrito, lo cierto es que catorce de los cuarenta y un obispos cuya información recabamos han permanecido en su propia diócesis, algunos debido a que ahí se encontraba su casa familiar, y otros porque debido a las enfermedades que les afectaban, encontraban pocas posibilidades de un cuidado mejor en sus lugares de origen. La ciudad de Vigo, por ejemplo, se ha constituido como un verdadero punto de encuentro para obispos eméritos, contando entre sus habitantes a tres obispos jubilados, a Mons. Carmelo Borobia e Isasa , quien fuera obispo auxiliar de Toledo, así como a los dos últimos obispos de Tuy-Vigo, Mons. José Cerviño y Cerviño, y Mons. José Diéguez Reboredo.
Madrid, es sin duda la ciudad más cardenalicia, pues sirve de retiro a cuatro eméritos que ostentan la dignidad de príncipes de la Iglesia. Este año, el cardenal Antonio María Rouco Varela, se suma al cardenal Carlos Amigo Vallejo, así como al cardenal José Manuel Estepa Llaurens, quien fuera arzobispo castrense de España. Los cardenales que hasta ahora han vivido en Madrid, se distinguen por la discreción con la que se mueven por la ciudad, absteniéndose de aparecer en actos públicos, fuera de alguna ceremonia en la que son invitados a ocupar la presidencia.
Lo cierto es que la preferencia de los obispos es permanecer en el cuidado de religiosas, quienes se entregan con gran espíritu al cuidado de sus pastores, respondiendo al espíritu paternal con el que han servido tanto a sus diócesis. Los que no, suelen preferir la compañía de sus familias, o de sacerdotes de sus congregaciones de origen. Lo que queda claro es que lo que se espera de un obispo, es que deje espacio para su sucesor, y que aproveche sus últimos años en compañía de sus seres queridos, entregado a una causa excepcional, o que intente vivir de la mejor manera las duras enfermedades que suelen acompañar a las personas de cierta edad.
A pesar de todo, para Mons. Carlos Osoro, no será nada nuevo que su predecesor quiera permanecer en su diócesis, pues ya lidió con gran destreza el sonado caso de la permanencia en Valencia del cardenal Agustín García-Gascó (qepd). Monseñor Osoro sabe que no es fácil suceder a un cardenal en una diócesis, y menos a uno que se niega a abandonarla. A pesar de que el cardenal Rouco ha aceptado cambiar el Palacio Arzobispal por un ático frente a la Almudena, el nuevo arzobispo de Madrid tendrá que manejar de manera muy hábil cualquier conflicto de competencias que pueda surgir con su predecesor.
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
No tiene por qué haber ningún problema porque un obispo emérito permanezca en la diócesis. No son políticos, sino sucesores de los apóstoles. Hasta el obispo emérito de Roma (el Papa Benedicto XVI) permanece sin problemas en la diócesis.
Pues al cardenal Álvarez Martínez, que fue primado de Toledo, hasta hace muy poco se le podía ver por el Corte Inglés de Goya, puesto que su residencia la ubicaba en una zona muy discreta (como él mismo) en el entorno del parque de Eva Perón, en el barrio de Salamanca. Habitualmente acompañado de su secretario, lo más frecuente no era verle en tiendas, sino paseando por la calle, con el mismo estilo piadoso y sencillo que siempre ha tenido. Realmente no sé si ahora está más delicado o cuál es su residencia.
En Madrid reside también el Cardenal Alvarez Martínez; por tanto, son cuatro cardenales y no tres. Mons. Borobia no tiene su domicilio en Vigo sino en Zaragoza.
Hay un error en lo del obispo don Luis Gutiérrez. Mucho antes de su jubilación ya era encargado de los jerónimos (administrados apostólico), pero éstos están en Segovia, no en Guatemala. Además los monjes jerónimos son contemplativos, no misioneros. Se fué allí, pero no pudo compatibilizar ambos cargos.
La verdad es que nunca he entendido porqué los obispos al jubilarse van por libre. Sobre todo me cuesta en aquellos que pertenecen a congregaciones u órdenes religiosas. Lo lógico es que vuelvan a una casa de dicha congregación y se pongan al servicio de ella si aún están hábiles para ello. Muchos presumen durante su pontificado de su condición claretiana, salesiana o franciscana, y después no vuelven a pisar una casa de su congregación.
Yo creo que los obispos se deberían de quedar en su diócesis. Lo mínimo que puede hacer la gente es ponerle una casa decente a su «pastor» después de tantos años de servicio.