San Dionisio de París fue un prelado romano responsable de la Evangelización de París, de donde se convirtió en primer obispo hasta ser martirizado por decapitación al frente de otros 250 cristianos.
Ocasionalmente, San Dionisio de París, también conocido por la francofonía de San Denís, es confundido con su homónimo y precursor, San Dionisio Aeropagita, a quien la Iglesia también celebra en este día. Sin embargo, la vida de ambos es muy distinta, pareciéndose tan solo en santidad y en llevar el nombre griego de Διόνυσος, dios pagano del vino y la vendimia.
La confusión con el «Aeropagita«, ha hecho que algunos crean que San Dionisio de París nació en Atenas y quedes ahí viajó a Roma y luego a la Galia a Evangelizar. Aunque muchos quisieran presumir de haber sido Evangelizados por el santo ateniense, la historiografía más estricta ubica el nacimiento de Dionisio de París en algún lugar de la península itálica, según lo recoge San Gregorio de Tours en el siglo VI, referencia más antigua al lugar de nacimiento del obispo parisino.
En el año 250, el Papa San Fabián pidió a Dionisio, junto a otros misioneros, incluidos seis obispos, que fueran a Evangelizar a las Galias. Se presupone que para ese momento, Dionisio ya haya sido ordenado obispo, teniendo entonces potestad para ordenar sacerdotes en las nuevas tierras de Evanglización.
El obispo romano llegó a la ciudad de Lutetia Parisiorum, ubicada en una isla del río Sena, y habitada por galos romanizados, en sujeción al Imperio. Dionisio y sus misioneros provocaron un inmenso número de conversiones entre los habitantes de Lutetia, que absorbidos por imitar el estilo de vida romano, encontrar en el cristianismo un verdadero mensaje de plenitud y salvación. Dionisio, como pastor de este creciente grupo de cristianos, se consolidó como su pastor y su obispo.
Tras la sorprendente cantidad de conversiones, este nuevo grupo de cristianos comenzó a llamar la atención de las autoridades. Por mucho tiempo, no se supo el verdadero motivo del apresamiento de San Dionisio y los demás cristianos, pero ahora se cree que pudo haber sido como parte de la persecución emprendida por el Emperador Diocleciano, comenzada en el año 303. La lejanía de las Galias de la Metrópoli Imperial, hizo quizás que pocos estuvieran al tanto de los nuevos edictos promulgados por la tetrarquía cesárea, y sin embargo, los pocos cristianos que ahí habitaban, sufrieron sus consecuencias hasta el extremo.
Estando juntos San Dionisio, San Rústico y San Eleuterio, los tres cristianos fueron apresados por las autoridades romanas, y tras una larga prisión, fueron decapitados en el Mons Martis, y sus cuerpos arrojados al Sena. Los fieles que habían escapado a la persecución, consiguieron rescatar rápidamente los cuerpos, llevándolos a un enterramiento oculto. Durante esa persecución, alrededor de doscientos cincuenta cristianos sufrieron la cruz del martirio, siendo gran parte de ellos, al igual que San Dionisio, asesinados en el Mons Martis, o «Monte de Marte«, rebautizado desde entonces como Montmartre o «Monte de los Mártires«, nombre con el que se conocido hasta el día de hoy.
En el año 320, una vez conseguida levantada la persecución de Diocleciano, y conseguida la paz con el Edicto de Milán, se le construyó un mausoleo en el lugar donde estaba enterrado, que fue rápidamente rodeado por tumbas de familias cristianas aristocráticas con gran devoción al santo obispo y mártir. Viendo que las tumbas crecían, y los peregrinos que visitaban la tumba del santo se agolpaban en sus pequeñas paredes para pedir su intercesión, se construyó una abadía en el siglo VII, coronada por una basílica que guardara los restos del santo y de otros de sus compañeros mártires. El rey Dagoberto I de los Francos, de la dinastía merovingia de Clodoveo, primer rey cristiano de las galias, promovió la fundación del monasterio y la basílica, entrando bajo patronazgo real, y permaneciendo como tal, en todas sus modificaciones posteriores, hasta el advenimiento reciente de la monarquía francesa.
San Dionisio de París es el patrono de la ciudad de París, así como de la gendarmería francesa y la ciudad española de Jerez de la Frontera.
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En estos tiempos viene muy bien recordar a los mártires de la fe. Muchas gracias.
Mariam
Ya estamos empezando a ser-al menos-Confesores de la Fe.
Todos los Mártires son buenos para Patronos;pero,de manera especial,a mí me cautiva Santo Tomás Moro.¡Qué parangonable su peripecia vital con la de nuestros días!
Porque empieza a perseguirse a quienes recuerdan que los actos homosexuales son pecado;a quienes se niegan a practicar un aborto;a quienes no dispensan píldoras del día después..
En tiempos de divorcio,también andan divorciadas-y contrapuestas-moralidad y legalidad.Y apelar a la primera para resistir a la segunda,va resultando tan peligroso como lo fue para Antígona o para Sir Thomas…
Ramblas,Cardenal Pasquino.
Comparto ese afecto y admiración por san Tomás Moro y añado a san Juan Nepomuceno. Y sin ir más lejos a los mártires españoles de la guerra civil laicos y religiosos que murieron por su fe, cuando se habrían salvado de renegar. Conozco casos por referencias directas que ponen los pelos de punta. ¡Cómo es posible que podamos olvidar eso!