«Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia»

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plaza san pedro

El Papa Francisco destacó está mañana en la Audiencia la importancia de pertenecer a la Iglesia. La Plaza de San Pedro, abarrotada como es habitual, contó entre los presentes con el cardenal Rouco Varela junto a un grupo de la archidiócesis de Madrid.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hay otro grupo de peregrinos conectados con nosotros en el Aula Pablo VI. Son peregrinos enfermos. Porque con este tiempo, entre el calor y la posibilidad de lluvia, era más prudente que ellos permanecieran allí. Pero ellos están conectados con nosotros a través de un pantalla gigante. Y así, estamos unidos en la misma Audiencia. Y todos nosotros hoy rezaremos especialmente por ellos, por sus enfermedades. Gracias.

En la primera catequesis sobre la Iglesia, el miércoles pasado, comenzamos por la iniciativa de Dios que quiere formar un Pueblo que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Empieza con Abraham y luego, con mucha paciencia – y Dios tiene, tiene tanta- con tanta paciencia prepara este Pueblo en la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre nosotros (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen gentium, 1). Hoy vamos hacer hincapié en la importancia que tiene para el cristiano pertenecer a este Pueblo. Hablaremos de la pertenencia a la Iglesia.

1. Nosotros no estamos aislados y no somos cristianos a título individual, cada uno por su lado, no: ¡nuestra identidad cristiana es pertenencia! Somos cristianos porque nosotros pertenecemos a la Iglesia. Es como un apellido: si el nombre es «Yo soy cristiano», el apellido es: «Yo pertenezco a la Iglesia.» Es muy bello ver que esta pertenencia se expresa también con el nombre que Dios se da a sí mismo. Respondiendo a Moisés, en el maravilloso episodio de la «zarza ardiente» (cf. Ex 3,15), de hecho, se define como el Dios de tus padres, no dice yo soy el Omnipotente, no: yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. De este modo, Él se manifiesta como el Dios que ha establecido una alianza con nuestros padres y se mantiene siempre fiel a su pacto, y nos llama a que entremos en esta relación que nos precede. Esta relación de Dios con su Pueblo nos precede a todos nosotros, viene de aquel tiempo.

2. En este sentido, el pensamiento va primero, con gratitud, a aquellos que nos han precedido y que nos han acogido en la Iglesia. ¡Nadie llega a ser cristiano por sí mismo! ¿Es claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se hacen cristianos en laboratorio. El cristiano es parte de un Pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un Pueblo que se llama Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano el día del Bautismo, se entiende, y luego en el recorrido de la catequesis y tantas cosas. Pero nadie, nadie, se hace cristiano por sí mismo. Si creemos, si sabemos orar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si nos sentimos cerca y lo reconocemos en nuestros hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y luego nos la han transmitido, la fe la hemos recibido de nuestros padres, de nuestros antepasados y ellos nos la han enseñado. Si lo pensamos bien, ¿quién sabe cuántos rostros queridos nos pasan ante los ojos, en este momento? Puede ser el rostro de nuestros padres que han pedido el bautismo para nosotros; el de nuestros abuelos o de algún familiar que nos enseñaron a hacer la señal de la cruz y a recitar las primeras oraciones. Yo recuerdo siempre tanto el rostro de la religiosa que me ha enseñado el catecismo y siempre me viene a la mente – está en el cielo seguro, porque es una santa mujer – pero yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta religiosa – o el rostro del párroco, un sacerdote o una religiosa, un catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho crecer como cristianos. Pues bien, ésta es la Iglesia: es una gran familia, en la que se nos recibe y se aprende a vivir como creyentes y discípulos del Señor Jesús.

3. Este camino lo podemos vivir no solamente gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia no existe el “hazlo tú solo”, no existen “jugadores libres”. ¡Cuántas veces el Papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un “nosotros” eclesial! A veces sucede que escuchamos a alguien decir: “yo creo en Dios, creo en Jesús, pero la Iglesia no me interesa”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Y esto no está bien. Existe quién considera que puede tener una relación personal directa, inmediata con Jesucristo fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía Pablo VI, dicotomías absurdas. Es verdad que caminar juntos es difícil y a veces puede resultar fatigoso: puede suceder que algún hermano o alguna hermana nos haga problema o nos de escándalo. Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a personas humanas, a todos nosotros, a testigos; y es en nuestros hermanos y en nuestras hermanas, con sus virtudes y sus límites, que viene a nosotros y se hace reconocer. Y esto significa pertenecer a la Iglesia. Recuérdenlo bien: ser cristianos significa pertenencia a la Iglesia. El nombre es “cristiano”, el apellido es “pertenencia a la Iglesia”.

Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer jamás en la tentación de pensar que se puede prescindir de los otros, de poder prescindir de la Iglesia, de podernos salvar solos, de ser cristianos de laboratorio. Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos; no se puede amar a Dios fuera de la Iglesia; no se puede estar en comunión con Dios sin estar en comunión con la Iglesia; y no podemos ser buenos cristianos sino junto a todos los que tratan de seguir al Señor Jesús, como un único Pueblo, un único cuerpo y esto es la Iglesia. Gracias.

(Radio Vaticana)

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Comentarios
0 comentarios en “«Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia»
  1. «Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia», según el papa Francisco, o según escriben que él dice. No deja de ser cierto, si bien yo mismo habría preferido afirmar «somos cristianos porque seguimos a Cristo, en la Iglesia católica o universal».

    También podemos seguir a Cristo y llamarnos admiradores o correligionarios incluso de Martin Luther King o de Dietrich Bonhoefer, pero somos católicos. y a esta pertenencia se querrá referir el Papa, me supongo.

    Cristianos, así pues, por seguir a Cristo, católicos por ser hijos o hijas de la Iglesia. Correcto.

    Pero no quería aburrir con estas generalidades básicas; querría no sé si aburroir una vez más con mis cuitas, digo certezas, o advertir, llamar la atención… llamar la atención volviendo a acordarme de esta afirmación de ese místico de nuestro tiempo que se llama Marcelino Legido: «El mundanismo se ha colado hasta el mismísimo cenáculo».

    Y es trágica verdad, realidad constatable. Esto es, ya no es el humo de Satanás de que hablara el hamletiano Pablo VI a poco de clausurarse el Concilio Vaticano II, es la «persona» de Satanás toda, con «rabo, cuernos» y demás atributos satánicos (perdón por la gracieta, ante tema tan grave: bendito sea el hermano Humor también en estos momentos) la que ha entrado a saco en la Iglesia.

    El espíritu del mundo instalado cómodamente en la Iglesia, compitiendo con la Verdad de Cristo, y a menudo suplantándola, conculcándola. El espíritu del mundo, sí, lo mundano, lo ultramundano.

    O lo que es lo mismo, la Gran Apostasía. La Gran Apostasía, sí. La cual explica que toda una legión de chupópteros, trepas, medradores y arribistas, figurones, meros enchufados, burócratas antimilitantes, feministas proabortistas, mundanizantes espiritualistas desencarnados y antinatalistas pululen por la Iglesia, acomodando sus tiendas e intereses antievangélicos en la acogedora atmósfera de la Esposa de Cristo.

    No pocos de los tales aludidos muerden de cuando en cuando la mano que les da de comer, solo que fuera hace frío, a la intemperie del mundo, y dentro se está bien, calorcito, y hasta te pueden «enchufar» para dar clases en alguna facultad teológica, o como educador de la escuela católica, tal vez como técnico de Cáritas aunque sigas siendo feminista proabortista e incluso lesbiana…

    Y sin embargo, si la descomposición-degradación del catolicismo nos ha traído a estos lodos, ¿de dónde sacar fuerzas, Dios mío, para no tirar la toalla y mandarlo todo a la mierda, en vista, insisto, de tanta hipocresía eclesial, de tanta mundanización eclesial, de tanto nepotismo eclesial, de tanta traición eclesial a Cristo?

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