Una hermosa historia de amor entre una madre y su hijo es la que hoy recordamos pero que, por desgracia, tuvo un cruento final.
Nuestros santos de hoy eran madre e hijo, naturales de Licaonia, Turquía, pero que por su condición de cristianos terminaron huyendo a Tarso de Cilicia. En esa ciudad, sin embargo, fue apresada la madre, y con el Quirico, que no era más que un pequeñuelo.
Condenada Julita al suplicio, parece ser que hicieron al niño estar presente mientras su madre era azotada. Y tan fuerte era el llanto del niño por los gritos de la madre que uno de los verdugos, enfurecido, le dio un empujón que acabó con el pobre infante, a consecuencia del impacto en el suelo de su tierna cabeza.
A pesar del terrible dolor que sintió la Julita, como sólo una madre lo puede sentir, no se retractó de su cristianismo, y terminaron por cortarle la cabeza. Sus cuerpos fueron arrojados juntos a una fosa donde tiraban a los malhechores. De allí los rescataron algunos cristianos que les dieron sepultura, juntos ya madre e hijo para toda la eternidad.
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