El celibato sacerdotal

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family ¿Es un dogma de la Iglesia? ¿Podría variar? ¿De qué manera? ¿Son todos los sacerdotes católicos célibes? ¿ES UN DOGMA DE LA IGLESIA EL CELIBATO DE LOS SACERDOTES? La obligación del celibato para los sacerdotes no es un dogma, sino una ley disciplinar de la Iglesia. Dicha ley, sin embargo, es muy antigua, y está apoyada sobre una tradición consolidada y sobre fuertes motivaciones. Ciertamente la virginidad no es una exigencia de la misma naturaleza del sacerdocio. La prueba es que el celibato vale para la Iglesia Católica de Rito Latino, pero no para la misma Iglesia Católica de Rito Oriental, en la que existen sacerdotes casados. Sin embargo ellos se pueden casar antes de recibir la ordenación sacerdotal y no después. Aún así, en la Iglesia de Rito Oriental está vigente el celibato para los Obispos, además que para los monjes. Y además, aún permitiendo que hombres ya casados sean ordenados sacerdotes, quien después queda viudo no puede casarse de nuevo. La Iglesia está firmemente convencida de que la ley vigente del sagrado celibato deba conservarse, todavía hoy, para los sacerdotes de Rito Latino. Por tanto, la Iglesia retiene aún que la vía de la donación en el celibato sacerdotal sea la elección ejemplar para el sacerdocio ministerial de rito latino. Además, no debe minusvalorarse que los jóvenes, que libremente piden y aceptan ser ordenados sacerdotes en la Iglesia de Rito Latino, saben muy bien que se comprometen también a vivir célibes, y asumen este empeño con total libertad y solemnemente ante Dios y ante la Comunidad Eclesial. ¿CUÁNDO FUE INTRODUCIDO EL CELIBATO EN LA IGLESIA? Entre los Apóstoles, elegidos por el mismo Jesucristo, algunos eran casados, otros no, como por ejemplo el Apóstol Juan. Históricamente la obligación del celibato sacerdotal entró en vigor hacia fines del siglo IV. Sin embargo, al mismo tiempo se resalta que los legisladores del siglo IV sostenían que esta ley eclesiástica estaba fundada sobre una tradición Apostólica. Por ejemplo, el Concilio de Cartago (año 390) decía: “Conviene que aquellos que están al servicio de los divinos misterios sean perfectamente continentes (continentes esse in omnibus), para que lo que han enseñado los Apóstoles y ha mantenido la misma antiguedad, lo observemos también nosotros”. Sucesivamente el Magisterio de la Iglesia, mediante Concilios y documentos, ha siempre reafirmado sin interrupción las disposiciones sobre el celibato eclesiástico. Incluso el Concilio Ecuménico Vaticano II ha reafirmado, en la delcación Presbyterorum ordinis (n. 16), el estrecho lazo entre celibato y Reino de Dios, viendo en el primero un signo que anuncia en modo radioso el segundo. ¿EN CUÁLES TEXTOS DEL EVANGELIO SE HABLA DEL CELIBTATO? En Marcos 10, 29, en Mateo 19, 12 (“eunucos por el reino de los cielos”) y en Lucas 18, 28-30. «Pedro dijo entonces: “Nosotros hemos dejado todas nuestras cosas y te hemos seguido”. Jesús respondió: “En verdad te digo, no hay ninguno que haya dejado casa o esposa o hermanos o padres o hijos por el reino de los cielos y que no haya recibido mucho más en el tiempo presente y la vida eterna en el tiempo que vendrá”» (Lc 18, 28-30).  ¿EN QUÉ SENTIDO EL CELIBATO ES UN DON? Es ante todo un don inestimable de Dios, “un don particular de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden adherir más fácilmente a Cristo con corazón indiviso y se ponen en grado de dedicarse más libremente al servicio de Dios y de los hombres” (CDC, can. 277, § 1). En este sentido presupone una vocación particular, una llamada especial de parte de Dios, y por tanto es un carisma. Es también un don precioso de la persona a Dios y al prójimo. El radical amor del sacerdote célibe hacia Dios manifiesta y se realiza en el generoso amor hacia los hermanos, en el servicio disponible hacia ellos. Este don, es recibido y vivido con amor, con gozo y gratitud, es fuente de felicidad y de santidad para el mismo sacerdote y para toda la Iglesia.   ¿CUÁLES SON LOS MOTIVOS A FAVOR DEL CELIBATO? Hay que aclarar que las razones solamente pragmáticas, funcionales, como por ejemplo la referencia a la mayor disponibilidad, no son suficientes. Menos aún son aceptables motivaciones unidas en algún modo a elementos de prestigio, de poder, de promoción social, o de beneficios económicos, como el rechazo o el miedo o el desprecio del matrimonio. Igualmente es necesario recordar que, como dice Cristo, el celibato, con sus auténticas motivaciones, “no todos pueden entenderlo, sino solamente aquellos a quienes les ha sido concedido” (Mt 19, 11). Los verdaderos motivos, profundos, son principalmente tres: teocéntrico-cristológico, eclesiológico y escatológico. Estos motivan la conveniencia profunda que existe entre sacerdocio ministerial y celibato. 1) Motivo teocéntrico-cristológico: El celibato está apoyado sobre la Fe en Dios y sobre el amor de Dios y por Dios: es acoger a Dios como terreno sobre el cual se funda la propia existencia. Iluminantes a este respecto resultan las palabras del Santo Padre Benedicto XVI: “El verdadero fundamento del celibato sólo puede quedar expresado en la frase: «Dominus pars» (mea), Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con él, aprender a servir también a los hombres. El celibato debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres” (Discurso a los miembros de la Curia romana con motivo de las salutaciones navideñas, 22 de diciembre de 2006). El sacerdote no es por tanto una persona privada de amor, más bien él vive de pasión por Dios. Su vivir no es el de un soltero, sino el de uno que se ha casado en forma indisoluble con Dios y Su Iglesia. El celibato es una vía para el amor y del amor; favorece el estilo de una especial vida esponsal por parte del sacerdote. El sacerdote es hombre de Dios porque vive de Él, a Él habla, con Él discierne y decide, siempre y cada vez más enamorado de Él. Pero Dios se hizo visible y presente en Jesús, el Hijo Unigénito del Padre, enviado en el mundo: Él “se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y a la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento, entrase en el reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre, Jesús realizó mediante su misterio pascual esta nueva creación” (Pablo VI, Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, 19). Jesucristo es por tanto la novedad de Dios. Él realiza una nueva creación. Su sacerdocio es nuevo. Él renueva todas las cosas. Un aspecto importante de esta novedad es la vida en virginidad, que Jesús mismo ha vivido. Él permaneció durante toda su vida en estado de virginidad, dedicándose totalmente al servicio de Dios y de los hombres. El celibato permite así una total dedicación al Señor, una configuración más plena con el Señor Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia, una imitación de Su estado de vida, una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa, una mayor disponibilidad a escuchar Su Palabra y al diálogo con Él en la oración. La Encíclica Sacerdotalis caelibatus: “Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre” (Sacerdotalis Caelibatus, 21). La virginidad por el Reino de Dios existe de esta manera en la Iglesia porque existe Cristo que la hace posible, con el don de Su Espíritu. “En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote —relación ontológica y psicológica, sacramental y moral— está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella «vida según el Espíritu» y para aquel «radicalismo evangélico» al que está llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual. Esta formación es necesaria también para el ministerio sacerdotal, su autenticidad y fecundidad espiritual” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 72). 2) Motivo eclesiológico Similar a Cristo y en Cristo, el sacerdote se une con amor exclusivo a la Iglesia, casándose místicamente con ella. “La virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión” (Sacerdotalis Caelibatus, 26). La nupcialidad del celibato eclesiástico expresa y encarna precisamente esta relación entre Cristo y la Iglesia. En virtud de esta exclusiva ligazón esponsal, el sacerdote célibe se dedica totalmente al servicio generoso y desinteresado de Cristo y de Su Iglesia, con una amplia libertad espiritual y hacia todos los seres humanos sin distinción aguna o discriminación. En la Presbyterorum Ordinis leemos que los sacerdotes “se dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir ampliamente la paternidad en Cristo” (16). La experiencia común enseña y confirma cómo sea más simple, para quien no está ligado por otros afectos, abrir el corazón a los hermanos plenamente y sin reservas.   3) Motivo escatológico El celibato sacerdotal es signo y profecía de la nueva creación, es decir, del Reino definitivo de Dios en la Parusía, cuando, al final de este mundo, todos resurgiremos de la muerte. De estos últimos tiempos, la virginidad, vivida por amor del Reino de Dios, constituye un signo particular, porque el Señor ha anunciado que: “En la resurrección ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que todos serán como ángeles en el cielo” (Mt 22, 30). En la Iglesia, desde ahora está presente el Reino futuro: ella no sólo lo anuncia, sino que lo realiza sacramentalmente contribuyendo a la “nueva creación”. De este Reino, la Iglesia constituye aquí abajo el gérmen y el comienzo, como nos enseña el Concilio Vaticano II (cfr. LG, 5). ¿AUMENTARÍA EL NÚMERO DE LOS SACERDOTES CON LA ABOLICIÓN DEL CELIBATO? Tal como afirmó el Sínodo de los Obispos del 2005, la abolición de la norma del celibato no sería una solución acertada para el problema de la escasez de vocaciones sacerdotales, tal como lo demuestra la experiencia de las otras confesiones cristianas que tienen sacerdotes o pastores casados. La escasez numérica de los sacerdotes encuentra explicación en otras causas, comenzando por la cultura secularizada moderna. ¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE EL CELIBATO SACERDOTAL Y EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO? Es una relación coplementaria: el uno integra y completa al otro. A continuación tres autorizadas testimonianzas: “El amor del Resucitado a su esposa la Iglesia, concedido sacramentalmente en el matrimonio cristiano, alimenta, al mismo tiempo, el don de la virginidad por el Reino. Esta, a su vez, indica el destino último de ese mismo amor conyugal” (Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, 31 de mayo de 2001). “La elección de la virginidad por amor a Dios y a los hermanos, que se requiere para el sacerdocio y la vida consagrada, ha de ir unida a la valoración del matrimonio cristiano: uno y otra, de maneras diferentes y complementarias, de algún modo hacen visible el misterio de la alianza entre Dios y su pueblo” (Benedicto XVI, Discurso en la Ceremonia de Apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). “Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente” (CIC, 1620). El célibe hace conscientes a los casados del hecho de que ellos no están solamente en función de una relación, sino que poseen un valor propio. Y los casados testimonian al célibe la necesidad de dar a la propia vida una dimensión de amor encarnado.   ¿EL SACERDOTE ES UN HOMBRE SOLO? “Es cierto; por su celibato el sacerdote es un hombre solo; pero su soledad no es el vacío, porque está llena de Dios y de la exuberante riqueza de su reino. Además, para esta soledad, que debe ser plenitud interior y exterior de caridad, él se ha preparado, se la ha escogido conscientemente, y no por el orgullo de ser diferente de los demás, no por sustraerse a las responsabilidades comunes, no por desentenderse de sus hermanos o por desestima del mundo. Segregado del, mundo, el sacerdote no está separado del pueblo de Dios, porque ha sido constituido para provecho de los hombres, consagrado enteramente a la caridad y al trabajo para el cual le ha asumido el Señor. A veces la soledad pesará dolorosamente sobre el sacerdote, pero no por eso se arrepentirá de haberla escogido generosamente. También Cristo, en las horas más trágicas de su vida, se quedó solo” (Sacerdotalis caelibatus, 58-59). ¿QUÉ ES NECESARIO AL SACERDOTE PARA QUE PUEDA MANTENERSE CÉLIBE? Se necesita: una preparación cuidadosa durante el camino hacia este objetivo; y por tanto una adecuada formación: sea remota, vivida en familia, sea sobre todo próxima, en los años del Seminario; la exigencia de una sólida formación humana y cristiana, sostenida por una buena dirección espiritual, sea para los seminaristas como para los sacerdotes; una experiencia siempre más profunda de Cristo: de la cualidad y profundidad de tal relación con el Señor depende la tipología de la total existencia sacerdotal; una identificación siempre más amplia y radical de los sentimientos y de las actitudes de Jesucristo; una oración constante, que invoca sin tregua a Dios como el Dios viviente y se apoya en Él tanto en las horas de confusión como en las horas de gozo. La celebración eucarística cotidiana, la Liturgia de las Horas, la Confesión frecuente, la adoración del Santísimo Sacramento, la relación afectuosa con María Santísima, los Ejercicios Espirituales, la recitación ojalá cotidiana del Santo Rosario … son algunas formas de esta oración que no debe jamás faltar en la vida sacerdotal; disponibilidad para seguir a Cristo incluso por la vía del Calvario: la existencia sacerdotal conlleva también la aceptación de la óptica del Crucificado. El sufrimiento, a veces el cansancio, el desánimo, las desilusiones, el aburrimiento, incluso la derrota… tienen su puesto en la existencia de un sacerdote, que sin embargo sabe y debe reaccionar a todo esto con la ayuda de Dios; una observancia puntual de los “consejos evangélicos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza: el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan” (Juan Pablo II, Pastore dabo vobis, 27). un acompañamiento persistente por parte del Obispo, de amigos sacerdotes y de laicos, que sostengan juntos este testimonio sacerdotal, con la estima, la amistad, el consejo y la oración; una vigilancia continua y una prudente cautela en sus relaciones con las otras personas; una permanente capacidad de trabajar sin ahorrarse a sí mismo, para que Cristo sea conocido, amado y seguido; una vida comunitaria con otros sacerdotes: San Agustín retenía aconsejable que los sacerdotes célibes vivieran juntos en la misma casa. El sacerdote debe utilizar, de modo continuo y complementario, estos medios y modalidades, para vivir con serenidad y gozo el propio celibato. A la luz de cuanto ha sido dicho más arriba, no será entonces difícil compartir cuanto escribe el Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis sobre la Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia (22 de febrero de 2007), n. 24: “Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma.”   El Primicerio de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en roma Monsignor Raffaello Martinelli NB: Para profundizar el argumento se pueden leer los siguientes documentos pontificios: Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinisLumen Gentium; Codigo De Derecho Canonico (CDC); Pablo VI, Encíclica Sacerdotalis caelibatus, 1967; Juan Pablo II, Pastore dabo vobis, n. 27, 1992; Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), nn. 922, 1579, 1599, 1618-1620.

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