Zenit ha entrevistado al maltés a un año de la renuncia de Benedicto XVI.
Monseñor Alfred Xuereb, maltés, nacido en 1958. El Servicio para la Santa Sede comenzó bajo el pontificado de Juan Pablo II en el 2001 en la Primera sección de la Secretaría de Estado. A continuación se convirtió en colaborador de monseñor James Harvey en la Prefectura de la Casa Pontificia y desde septiembre de 2003 ha asumido la función de prelado de antecámara pontificia, es decir de prelado responsable para la presentación al Papa de los huéspedes recibidos por él en las audiencias privadas en el Palacio Apostólico. En este tiempo don Alfred Xuereb ha tenido la oportunidad de conocer a Juan Pablo II más de cerca. Desde septiembre de 2007 ha desarrollado junto a Georg Gänswein la función de segundo secretario de Benedicto XVI. Antes de él estaba el polaco, don Mieczysław Mokrzycki, entonces arzobispo metropolita de Lemberg, Ucrania. Después de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio al ministerio petrino, se ha convertido en el primer secretario particular del papa Francisco.
¿Usted conocía la decisión antes del anuncio de la renuncia de Benedicto XVI? ¿Cómo le comunicó la decisión? ¿Cuál fue su reacción? ¿Había ya signos que Benedicto XVI estaba tomando esta decisión? —Mons. Xuereb: Ya algún tiempo antes del anuncio, me impresionaba el recogimiento intenso que el papa Benedicto hacía antes de la misa en la sacristía. La misa debía iniciar a las 7. Algunas veces, sin embargo, se oía sonar el reloj en el patio de San Dámaso, y él permanecía en recogimiento. Rezaba. Ha habido un periodo en el que se recogía de forma más intensa que de lo normal. Tenía una sensación distinta: algo muy importante estaba sucediendo en el corazón del Papa, había alguna intención particular por la cual el Santo Padre estaba rezando. No sé exactamente, pero quizá precisamente ese ha sido el tiempo del lucha interna que él ha vivido antes de llegar a la heroica decisión de la renuncia.
La noticia se nos comunicó de forma personal. Yo fui convocado por él de forma oficial. Me senté delante de su escritorio. Aunque si no era la primera vez, percibía que debía recibir una comunicación muy importante. Obviamente, nadie se lo esperaba. Él estaba tranquilo, como uno que ya ha pasado un lucha y ha superado el momento de la indecisión. Estaba sereno como el que sabe estar en la voluntad del Señor. Apenas he escuchado la noticia, mi primera reacción ha sido: «¡No, Santo Padre! ¿Por qué no lo piensa un poco más?» Después me detuve y me he dicho: «Quién sabe desde cuanto tiempo examina esta decisión. Me volvieron a la mente como en un flash los momentos largos y recogidos de la oración antes de la misa y escuché atentamente sus palabras. Ya estaba todo decidido. Me ha repetido dos veces: «Usted irá con el nuevo Papa». Quizá había tenido una intuición, no lo sé. El día en el que he dejado al papa Benedicto en Castel Gandolfo he llorado y he dado las gracias por su gran paternidad.
¿De qué forma ha cambiado su cotidianidad después de la noticia? — Mons. Xuereb: Para mí ha cambiado mucho. Tenía crisis de llanto, era muy difícil separarme del papa Benedicto XVI. El 11 de febrero de 2013, en la Sala del Consistorio, estaba en un asiento a su lado, mientras él leía yo lloraba, la persona junto a mí de daba con el codo y me decía «contrólate porque también yo estoy conmovido». Estaba maravillado de las expresiones de los cardenales que tenía delante de mí. Me acuerdo del cardenal Giovanni Battista Re que no creía lo que estaba oyendo. En la misa, aquel día, hemos hablado de esto y le he dicho al papa Benedicto: «Santo Padre, usted se ha quedado muy tranquilo». «Sí», me respondió decidido. La decisión estaba tomada, ya había sucedido, ahora nos tocaba a nosotros unirnos a esta gran decisión que había tomado: una decisión de gobierno, que al inicio podía parecer un abandono del gobierno. Muchos cardenales, al finalizar el consistorio –algunos porque no habían oído, otros porque no conocen bien el latín– se acercaron al cardenal Angelo Sodano y Giovanni Battista Re para entender mejor lo que había dicho Benedicto. El Santo Padre se quedó tranquilo hasta el último día, también cuando se dirigió a Castel Gandolfo.
No todos han entendido aún cuáles han sido las razones de la renuncia… —Mons. Xuereb: Benedetto XVI estaba convencido de lo que el Señor le pedía en ese momento. «Ya no tengo fuerzas para continuar mi misión –dijo– mi misión ha concluido, renuncia a favor de otro que tenga más fuerza que yo y llevará adelante la Iglesia». Porque la Iglesia no es de Papa Benedicto, sino de Cristo.
Muchísimas personas han comenzado a enviar a Benedicto XVI lo que él ha llamado «signos conmovedores de atención, de amistad y de oración». ¿Qué sabe usted de esto? —Mons. Xuereb: Me acuerdo muy bien. Después del 28 de febrero de 2013, en Castel Gandolfo comenzaron a llegar miles de cartas. Era impresionante. Antes no llegaban tantas. Todos se decidieron a escribirle al Papa. Pero aquello que era bonito, era ver que los que escribían a menudo añadían alguna cosa a la carta: un objeto hecho a mano, una partitura musical, un calendario, un dibujo. Como si la gente quisiera decir: «Gracias por todo lo que ha hecho, apreciamos el sacrificio que ha hecho por nosotros. Queremos no solo expresar estos sentimientos, sino regalarle algo nuestro». Entre estas cartas llegaban muchas de niños. Llenaba toda la estantería con las cartas que llegaban. Obviamente el Papa no tenía tiempo de leerlas todas, porque eran miles. Una noche, pasando a su lado, dije: «mire Santo Padre, estas son las cartas que han llegado hoy, entre ellas muchas de niños». Él se ha girado y me ha dicho: «esas cartas son muy bonitas». Me ha conmovido mucho, esta ternura en relación con los niños. El Papa ha tenido siempre un carácter tierno. Quizá, quería añadir: «a diferencia de las otras que me preocupan, que me crean problemas». Creo que era como un antídoto, una carga para él, que le han ayudado a sentirse querido.
Usted estaba con Benedicto XVI en los días del Cónclave. ¿Cómo ha vivido ese periodo el Papa emérito? —Mons. Xuereb: Con mucha expectativa por el Cónclave, la elección, etc. Estaba ansioso por saber quien iba a ser su sucesor. Para mí fue conmovedora la llamada que en seguida el nuevo Pontífice hizo al papa Benedicto. Yo estaba al lado y le he pasado la llamada. Qué emoción escuchar a Benedicto decir: «¡Yo le doy las gracias Santo Padre, porque ha pensado en mí. Yo le prometo desde ya mi obediencia. Prometo mi oración por usted!» Escuchar estas palabras de una persona con la que he vivido y que era mi Papa, escuchar esto me ha provocado una emoción muy fuerte.
Después, llegó el momento de partir…
–Mons. Xuereb: Estuve con él hasta dos, tres días, después de la elección de papa Francisco. El momento en el que tuve que irme lo recuerdo minuto a minuto, porque ha sido –si puedo usar este adjetivo– angustiante para mía. He vivido casi ocho años junto a una persona que me ha querido mucho como un padre, que me ha permitido entrar en una confidencialidad siempre respetuosa, pero muy íntima, y llegó el día del desapego. El papa Benedicto había escrito una carta preciosa –de la cual me entregó una copia que conservo como una joya– en la que indicaba al nuevo Papa algunos de mis puntos fuertes. Quizá quiso evitar escribir mis defectos… Aseguraba que me dejaba libre. Recuerdo también el modo en el que hice las maletas. Me decían: «Date prisa porque el Papa te necesita, está abriendo solo las cartas. Está solo, no hay nadie. Manda tus cosas rápidamente. No sabía nada de lo que estaba sucediendo en Santa Marta, no sabía tampoco que el papa Francisco no tenían un secretario. Después llegó el momento tocante, cuando entré en la oficina de Benedicto para saludarlo personalmente. Después estaba la comida, pero yo me he despedido en ese momento y le he dicho: «Santo Padre, para mí es muy difícil separarme de usted. Le agradezco mucho por lo que me ha donado». Mi gratitud no se debía al hecho que él me concedía estar con el nuevo Papa, como había escrito alguno, sino por su gran paternidad. El papa Benedicto en estos momentos no se ha emocionado. Se ha levantado, yo me he arrodillado, como estábamos acostumbrado, para besarle el anillo. No sólo me ha permitido besarle el anillo, sino que ha alzado la mano hacia mi y me ha dado la bendición. Nos hemos despedido en este modo. Después, estaba la comida, pero no fui capaz de decir una palabra.
¿Cómo llegó su nombramiento como segundo secretario del papa Benedicto XVI? –Mons. Xuereb: Yo ya trabajaba en la Segunda loggia como prelado de antecámara para acompañar a las personalidades que tenían audiencia privada en la Biblioteca. Un día me dijeron: «El Papa quiere hablar contigo». Me quedé un poco impresionado al encontrarme sentado sobre esa misma silla sobre la que durante algunos años, primero con Juan Pablo II, después con el mismo Benedicto XVI, había invitado a personas a acomodarse al otro lado del escritorio del Papa. Benedicto XVI quería hablarme personalmente, y me dijo palabras bellísimas: «Como usted sabe, monseñor Mietek ahora vuelve a Ucrania. Estamos muy contentos con usted y he pesando que podría sustituirlo. Sé –me dijo– que usted ha estado en Alemania, por tanto conoce también un poco de alemán». Yo le respondí que había estado en Műnster, que hice prácticas en un hospital que el Papa me dijo que conocía. Conocía también la zona donde nosotros vivíamos y la parroquia, e incluso el párroco porque él había vivido cerca y había enseñado allí. Conocía dos profesores, el profesor Pieper y un teólogo que se llamaba Pasha. Durante un bombardeo su casa había sido destruida y había sido invitado por las mismas personas donde yo estaba hospedado. El Santo Padre dijo también una cosa sobre Malta y añadió: «Obviamente ahora cada uno tendrá sus tareas». Por tanto entendí que se debía comenzar pronto. Y comencé enseguida.
Imagino que aquella vez hizo las maletas con alegría… — Mons. Xuereb: También con emoción. Mucha emoción…
Benedicto XVI siguió la tradición de Juan Pablo II de llevar en la oración personal las muchas intenciones presentadas a través de la secretaría? —Mons. Xuereb: Sí, ya lo hacía Juan Pablo II y era tarea de monseñor Mietek. Yo heredé esta bellísima tarea. Las intenciones llegaban casi cada día, muchas no llegaban a nosotros de la secretaría particular, sino directamente en Secretaría de Estado. A esas se respondía que el Papa habría dirigido una intención general durante su oración. Benedicto XVI permanecía muy impresionado: cuántas distintas enfermedades que quizá nosotros no conocíamos, y ¡cuántas familias vivían el drama de la enfermedad! Pensaba no solamente en la persona enferma, sino también en toda la familia que día y noche, Navidad y Pascua, verano e invierno, debían cuidar y acudir con sus enfermos, algunos muy graves. ¡Cuántas familias estaban angustiadas porque se trataba de niños recién nacidos o pequeños! Y cuando había alguna intención de oración de Malta o de mi ciudad él me preguntaba: «¿Ud. conoce a estas personas?». Pero lo que me tocaba era que el Papa, después de algunos días, más de una vez terminaba el rosario en los Jardines, se dirigía a mí y preguntaba: «¿Ha tenido noticias de aquel señor –me decía el apellido– del que me había hablado?» En algunos casos debía decir que lamentablemente la persona había muerto, y me conmovía el hecho que el Santo Padre se recogía y recitaba enseguida el Eterno Reposo. Y me invitaba también a mí que le había dado la noticia, a rezar enseguida. El Papa que tenía mil cosas, mil pensamientos, consideraba su oración para los enfermos un ministerio personal importantísimo. Dejaba los papeles con los nombres de las personas por las que iba a rezar en el reclinatorio que tenía una especie de cajón. Sé que los miraba con frecuencia. Estaba allí, no los quitaba hasta que él no me lo decía.
Se acerca la canonización de Juan Pablo II. ¿Benedicto XVI lo recordaba a menudo? —Mons. Xuereb: Sí, claro. Lo llamaba «el Papa». Cuando decía «el Papa» al principio no entendía. Él se consideraba a sí mismo como uno que colaboraba con «el Papa». Creo que él haya servido fielmente «al Papa» no solamente porque sabía qué quiere decir teológicamente «el sucesor de Pedro», sino también por la veneración particular por el Pontífice en la que había sido educado en el ambiente religioso de Baviera. En este sentido para él servir «al Papa» ha sido un don muy grande.
Desde su posición, ¿cómo veía esta relación de amistad entre Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger? —Mons. Xuereb: Participé solo una vez en un encuentro que el cardenal Ratzinger tuvo con Juan Pablo II, y precisamente con ocasión de la Audiencia Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la fe, de la que era Prefecto. Puedo solo confirmar lo que todos saben y es que Juan Pablo II confiaba mucho en Ratzinger, se dirigía a él para pedir opinión o para precisar y corregir documentos importantes. El hecho mismo que Juan Pablo II no haya aceptado, más de una vez, las dimisiones del cardenal Ratzinger, que había ya cumplido desde hacía algún años los 75 años, quiere decir que no lo quería perder un hombre de confianza, un colaborador tan válido. Aquí veo otro aspecto de la santidad de Juan Pablo II, y es su amplitud de miras. Él miraba más adelante y quizá previa también que Ratzinger habría podido ser su sucesor.
¿Cómo habéis vivido la beatificación de Juan Pablo II? —Mons. Xuereb: El papa Benedicto estaba muy contento con esto. Se veía también en la misa, cuando pronunció, durante la homilía la frase «¡Ya es beato!». ¡Basta ver las imágenes para entender como estaba contento!
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