El rito de mezclar agua al vino, dio lugar a profundas disquisiciones teológicas. Según prescripción antigua, hay que echar un poco de agua al vino. No se trata precisamente de un uso de origen palestinense, sino más bien griego, que se observaba también en Palestina por la época de Cristo. Ya en el siglo II se habla expresamente de esta conmixtión en la Eucaristía. En los círculos gnósticos se muestra la tendencia a sustituir por completo el vino por el agua, puesto que ellos rechazaban el uso del vino en la vida ordinaria.
San Cipriano refutó en un escrito especial tal modo de proceder como contrario a la institución de Cristo. Pero puso de relieve el sentido simbólico de la mezcla de agua. Así como el vino absorbe el agua, así Cristo nos ha absorbido en sí mismo a nosotros y a nuestros pecados. Por esto, cuando el agua cae en el vino, los fieles se unen con El, a quien han seguido por la fe; y esta unión es tan fuerte, que nada la puede deshacer, lo mismo que es imposible separar el agua del vino. San Cipriano saca la consecuencia: «Si alguien no ofrece más que vino, la sangre de Cristo empieza a existir (en el cáliz) sin nosotros; pero cuando no se ofrece más que agua, el pueblo empieza a encontrarse sin Cristo».
La frase se vino repitiendo muchas veces durante toda la Edad Media y hasta se añadieron más comentarios religiosos. Al lado de la anterior interpretación aparece ya en tiempos muy remotos una explicación simbólica, que se basa en Jn 19,35. El agua que se mezcla al vino es el agua que salió del costado de Cristo. Con todo, domina el simbolismo de la unión entre Cristo y su Iglesia, que fue reforzado por la interpretación que en el Apocalipsis se da del agua como símbolo de los pueblos. De ahí la ceremonia de la ofrenda del agua por los cantores: los pueblos ofrecen jubilosos el agua, por la que se unen a Cristo. Por esto el agua se bendice, porque los pueblos necesitan de la expiación, mientras que el vino, por regla general, queda sin bendecir.
Esta pequeña ceremonia dio pie durante la Edad Media a profundas reflexiones teológicas; la mezcla del agua indica que en la misa no se ofrece sólo Cristo, sino también la Iglesia; pero este sacrificio no se puede realizar sino por un sacerdote que no esté separado de la Iglesia. Fue precisamente por este simbolismo por lo que Lutero calificó de impropia la mezcla del agua, en cuanto expresaba nuestra unión con Cristo, porque para El la obra divina quedaba desvalorizada al poner la participación humana. Eso dio lugar a que el concilio de Trento defendiera expresamente dicha ceremonia, amenazando con la excomunión al que la rechazara.
También en Oriente la mezcla del agua originó enconadas disputas teológicas. Tras el simbolismo del agua que salió del costado de Cristo, los orientales vieron aquí otra significación. En el ambiente de sus luchas cristológicas, el agua y el vino representaban las dos naturalezas, humana y divina, de Cristo. Los armenios, entre los que arraigó el monofisismo radical, según el cual después de la encarnación de Cristo no se podía hablar sino de una única naturaleza, la divina, rechazaban en el siglo VI -ciertamente ya antes del año 632- la mezcla de agua, y se mantuvieron, aunque con algunas vacilaciones, en su actitud, a pesar de figurar este punto entre las dificultades principales en las diversas conversaciones que se celebraron con ocasión de las repetidas tentativas de unión con Bizancio y con Roma.
A la exclusión de la levadura en la fabricación del pan eucarístico se dió, por parte de los armenios, una significación parecida. En fuentes armenias se habla en el mismo sentido del «error calcedoniano de las dos naturalezas» y de la costumbre de profanar el Sacramento por la fermentación del pan y la mezcla del agua. Por su interpretación teológica, los armenios que perseveraron unidos adoptaron el rito de la mezcla del agua.
La proporción de agua, que en la actual liturgia romana se reduce al mínimo, en las liturgias orientales constituía, y constituye aún hoy día, una parte considerable del contenido total del cáliz. Entre los sirios jacobitas se echó desde muy antiguo la misma cantidad de agua que de vino, costumbre, más o menos, la misma que la que se usaba entre los contemporáneos de Cristo y en la Iglesia primitiva. En Occidente, el concilio de Trebur (895) dispuso que el cáliz contuviese dos terceras partes de vino y una tercera de agua. Todavía en el siglo XIII se contentaban con exigir que se tomase más vino que agua. Desde entonces se redujo la proporción del agua a la mínima cantidad que parecía exigir el simbolismo y al mismo tiempo se introdujo el uso de la cucharilla, que facilita el no excederse en la cantidad pretendida.
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Muy interesante
cuando hay varios caliza en la mis
a ?a todos se le pone agua o solo al del celebrante?.