Un corazón que sabe orar y sabe perdonar. Por esto podemos reconocer a un cristiano. Lo dijo ayer el Papa Francisco en la homilía de la Misa en la Casa de Santa Marta. Y precisamente del Evangelio dedicado a la Santa a la que está titulada su residencia, el Papa desarrolló algunas ideas para recordarnos que “la oración hace milagros”, siempre y cuando no sea el resultado de un acto mecánico . Marta y el profeta Jonás. Estas figuras plásticas del Nuevo y del Antiguo Testamento, presentadas por la liturgia de hoy, están unidas de una incapacidad idéntica: no sabían orar. El Pontífice se refirió en su homilía a este aspecto, partiendo de la famosa escena en el Evangelio en donde Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: “María ha escogido la mejor parte”. Y esta “parte”, reiteró el Santo Padre, es “aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús”: “A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: “Esta es la mejor parte”, porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón. Y el Señor un poco nos dice: ‘La primera tarea en la vida es esto: la oración’. Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros”.
Y la oración produce un milagro incluso en la antigua ciudad de Nínive, a la que el profeta Jonás anuncia en nombre de Dios su destrucción inminente, y que se salva porque los habitantes, creyendo en la profecía, se convierten del primero al último, invocando el perdón divino con todas sus fuerzas. Sin embargo, incluso en esta historia de redención, el Papa notó una actitud equivocada, la de Jonás, más dispuesto a una justicia sin misericordia de una manera parecida a la de Marta, proclive a un servicio que excluye la interioridad: “Y Marta hacía esto: ¿Qué hacía? ¡No oraba! Hay otros como el terco Jonás, que son los justicieros. Él iba, profetizaba, pero en su corazón, decía: ‘¡Pero se lo merecen. Se lo merecen. Se lo han buscado!’. ¡Él profetizaba, pero no oraba! No pedía perdón al Señor por ellos. Sólo los golpeaba. ¡Son los justicieros, aquellos que se creen que tienen la razón! Y al final – continúa el libro de Jonás – se ve que era un hombre egoísta, porque cuando el Señor salvó Nínive, por la oración del pueblo, él se molestó con el Señor: ‘¡Eres siempre así . Siempre perdonas!’”. Por lo tanto, concluyó el Obispo de Roma, la oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir “la mejor parte”: “También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas. Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. ¡Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada! Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor”.
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